domingo, 1 de junio de 2014

Medardo, un joven revolucionario salvadoreño que soñó un mundo mejor y más justo

Recordando a Jorge Edgardo Castro Iraheta, “Medardo”, capitán del Ejército Popular de Liberación Farabundo Martí caído en combate el 23 de octubre de 1985. 


Un pasado que sigue siendo presente


Cuando la puerta que se abre es la del propio pasado, los cuadros que cuelgan en la “sala de exposición”, ubicada en un límbico rincón del cerebro, son la representación emocional de un recuerdo que sigue siendo presente.

Conocí a Medardo a principios de 1982 en el campamento guerrillero de La Laguna Seca en el departamento de Chalatenango, El Salvador, cuando todavía era jefe de escuadra del pelotón dos de la Unidades de Vanguardia Nacionales (UVN) de las Fuerzas Populares de Liberación Farabundo Martí comandada por el “Conejo William”, José Dimas Serrano (http://robiloh.blogspot.de/2013/10/una-orquidea-chalateca-en-la-tumba-de.html). Meses más tarde y de acuerdo al desarrollo y dinámica de la guerra revolucionaria, El “Zarco” Samuel (Oscar Galindo), el “Conejo” William y el “Nico” (Juan Antonio Alvarenga), jefes de los pelotones uno, dos y tres de las UVN, asumieron otras responsabilidades militares y sus puestos fueron ocupados por Marvin, Medardo y el “Negro Odul” respectivamente. Durante los días de La Laguna Seca nuestros encuentros fueron muy esporádicos y pocas veces intercambiamos palabras. Sin embargo, cuando el pelotón dos se trasladó a la “Montañona”, a medida que nos íbamos conociendo, nuestra relación se fue desarrollando y profundizando. A partir de allí, creo que fuimos más amigos que compañeros en la guerra. Teníamos, sin saberlo, muchos intereses y actividades de la vida en común y tal vez por esas “cosas raras de la vida”, fue que sintonizamos en la acción y en el pensamiento http://robiloh.blogspot.de/2013/11/yo-tuve-un-amigo.html.

Nos encontramos nuevamente en Managua, en agosto de 1983. Un día salimos a pasear a la laguna de Xiloá, cerca de la ciudad de Managua. Tuvimos la suerte que Alfonso, un compañero alemán, puso a nuestra disposición el vehículo de su hermano. Esa tarde agradable quedó grabada en una fotografía que afortunadamente llegó a mis manos 28 años más tarde. Alfonso, sin previa consulta y sin reparar en medidas de seguridad ni en protocolos clandestinos, tomó en aquella ocasión su cámara fotográfica y apretó el disparador de la Canon A-1. Gracias a esa “emboscada fotográfica”, guardo hoy el recuerdo de nuestra convivencia en la Nicaragua Sandinista y todavía revolucionaria.

Medardo llegó a Managua a mediados de agosto de 1983 a curarse las heridas de guerra. Puse al tanto a Alfonso acerca de las razones de la estadía de Medardo y le informé que él había sufrido un impacto de bala durante el asalto al puesto de avanzada enemigo en Miramundo/Chalatenango a principios del año. Medardo conocía bien la guerra. Ya era un veterano y la lesión de Miramundo no era la primera. En el ataque a Nueva Trinidad en marzo de 1982 un proyectil le atravesó la pierna, felizmente sin mayores consecuencias. No obstante, las complicaciones de la fractura de la tibia y el peroné fueron muy delicadas y una intervención quirúrgica de alto nivel se hizo necesaria.

Alfonso, con seriedad alemana y con acento guanaco, nos habló sin tapujos de lo que en el “Frente Externo” se rumoreaba acerca del crimen perpetrado en la persona de la comandante Ana Maria y del suicidio de Salvador Cayetano Carpio, el Comandante Marcial. Pero cuando se dio cuenta que la conversación se había convertido en un monólogo, decidió cambiar de tema. Nosotros nunca hablamos sobre estos hechos, aun cuando ambos sabíamos que algo grave había sucedido al interior de las “F”. Había un hedor putrefacto en el ambiente aquellos días en Managua, pero no debido a las heridas del cuerpo, pues “las ideas como el agua, cuando se estancan, se pudren”, como dijera Mao Tse Tung en alguna oportunidad. La ideología dogmática y cerrada al interior de las “F” comenzaba a despedir el típico mal olor del estancamiento. La atmósfera se había llenado de miedo, desconfianza e incertidumbre, y desgraciadamente yo nunca supe lo que Medardo pensó al respecto.

Managua fue en los ochenta del siglo pasado, una ciudad invadida por internacionalistas de todo el mundo. Cierto día me encontré al “Caballo Memo”[1] en el trayecto Monte Tabor-Managua. Iba a visitar a los compas como de costumbre a la casa-hospital y en una de las tantas paradas de buses en la carretera Sur, se subió al bus en que yo viajaba. Nos reconocimos inmediatamente.

Pelaíto, qui hacís acá huevón – gritó Memo mostrando una feroz fila de dientes amarillentos por la nicotina y no paró de reírse por la sorpresa y de alegría por el encuentro. Nos despedimos al llegar a la terminal de buses. Él siguió su camino y yo el mío, no sin antes acordar un punto de encuentro unas horas más tarde.
Entré a la casa-hospital con la noticia a flor de labios. Medardo, a la sazón teniente del ejército rebelde, pidió licencia a la jefa del hospital para salir por la tarde y ésta no se la negó. Así que esa misma noche, en un restaurante de Managua, comimos lo que quisimos, bebimos cerveza y ron, hablamos hasta por los codos sobre los días en la montaña, de los vivos y de los muertos, no así sobre los sucesos de abril. Eso era tabú. Como buenos Lachos y creyéndonos los reyes del mambo, pinchamos[2] a diestra y siniestra y esa noche la pasamos chévere.

Nunca pensé que el devenir de la revolución salvadoreña estaría íntimamente ligado a esos luctuosos sucesos. Y supongo que Medardo tampoco. Días más tarde, en octubre de 1983, nos despedimos, nos deseamos buena suerte y nos prometimos reencontrarnos en el frente interno. Esa fue la última vez que estreché la mano de Medardo, ese joven revolucionario salvadoreño que soñó un mundo mejor y más justo….igual que yo.

Me enteré de su desaparición física recién en el año 2013 y de las circunstancias de su muerte, acaecida el 23 de octubre de 1985 en la “Zona de Radiola”, es decir, en el municipio de Cinquera en el departamento de Cabañas; un territorio en disputa donde la muerte acechaba por tierra y por aire permanentemente.
A raíz de tan triste y aciaga noticia, recordé que todavía guardaba en la buhardilla de mi casa los tomos de la novela del escritor alemán Dieter Noll, “Las aventuras de Werner Holt”; que Medardo dejó para mí en Managua y que llegaron a mis manos a medianos de 1984. Volví a leer la dedicatoria y los tres libros, según la “sugerencia de lectura” que él mismo anotó en la contraportada. La novela de Dieter Noll está considerada, junto a “Sin novedad en el Frente” de Erich Maria Remarque como un clásico del género literario antibelicista. La lectura de “Las aventuras de Werner Holt”, treinta años más tarde, tiene obviamente otra connotación e interpretación. Recién ahora entendí cual pudo haber sido la intención y el mensaje meta comunicativo de Medardo al regalarme y dedicarme de manera muy especial esta obra.

“Morir por la Patria”, ésta frase había retumbado como un eco varias veces en la mente del personaje principal de la novela, Werner Holt, con apenas catorce años. Él había conocido la muerte de cerca y había visto morir a mucha gente, tal como Medardo y todos los que vivimos la guerra al compás del lema “Revolución o Muerte, el Pueblo Armado Vencerá”. Morir por la patria, morir por la Gran Alemania, un grito de guerra, altivo y combativo, pero que al final de cuentas resultó ser una frase fatal para su generación, puesto que hasta él mismo perdió durante esos años de guerra el sentido de la vida, la capacidad y la serenidad de preguntarse: ¿Para qué vivo entonces?

¿Se habrá planteado Medardo la misma pregunta?


[1] Internacionalista chileno
[2] Chilenismo: Coquetear, seducir, conectar con una persona con fines amorosos