sábado, 23 de enero de 2021

Poorest Trump

 

Poorest Trump

 

En el mundo fantástico del director de cine norteamericano Robert Lee Zemeckis, Forrest Gump, interpretado magistralmente por Tom Hanks, representa las características o virtudes humanas a través de las cuales se puede catalogar a una persona de buen corazón. Es decir, Forrest es la bonhomía por antonomasia, así, como Hollywood es la máxima expresión del séptimo arte.

Forrest Gump se nos presenta como un hombre bondadoso, empático, sincero, humilde, leal, noble, generoso e inocente como un niño. Imaginemos solo por un instante que a los señores Zemeckis y Spielberg se les ocurriera filmar la vida del 45avo presidente de los Estados Unidos, es decir, contarle al público la cruda biografía del ciudadano Trump: Poorest Trump, cuya versión española llevaría por nombre: El paupérrimo señor Trump.

El Hollyworld de Hollywood es un espacio cerrado y limitado, en el que, aunque multicolor, impera la ley del mercado y la del pensamiento dicotómico polarizado. Es decir, blanco o negro, malo o bueno, todo o nada, se gana o se pierde. Esta cosmovisión, mercantil y oportunista, no permite entender la dialéctica de la vida ni de las múltiples cosas que suceden en el accionar del hombre en la sociedad. Sí bien es cierto, que las generalizaciones y estigmatizaciones puedan tener una función orientadora por su simpleza explicativa, en la inmensa mayoría de los casos, no sirven para analizar, profundizar, entender y comprender la complejidad de los fenómenos de manera holística, sobre todo, los político-ideológicos y económicos; así como el comportamiento y actuación de los sujetos interactuando.

Es decir, que la información escrita, verbal o audiovisual que propagan todos los medios de comunicación, tanto los clásicos como los modernos, es materia prima que siempre tiene que pasar los cedazos del cerebro de cada uno. Dependiendo de los tipos de filtros utilizados en el enfoque y análisis, así será el producto final. No obstante, la criba informativa no es un proceso fácil y automático, pues, separar la paja del trigo es un trabajo tan arduo e intensivo, como lo es la cosecha del trigo de verdad, el Triticum. No todo aquel que estila sombrero de paja luce un Jipijapa, pues con la paja barata de Panamá no se teje un elegante y fino sombrero Borsalino.

No dudo que para muchas personas, Trump no sea el pobre diablo, que algunos suponemos o aseguramos que es. Personas que lo han tratado personalmente de manera profesional o privada, como su exabogado Michael Cohen o su sobrina Mary Trump, confirman estas suposiciones. Lo interesante es que no han sido pocos los que se dejaron seducir en estos años con el discurso populista, ultranacionalista, demagógico, racista, xenófobo y cayeron como chimbolos (en náhuatl, Tsinpulo, pequeño pez de rio) de aguas turbias en la atarraya del misógino magnate y playboy norteamericano.  

En mi opinión Donald Trump ha dado públicamente pruebas suficientes de su pobreza emocional, intelectual y espiritual, algo que no puede compensar nadando en una piscina llena de dinero, como la que tiene el tío Rico de Donald Duck en las tiras cómicas. Ahora bien, quien solo en dinero nada, al final no tiene nada. Nada de nada. Veríamos entonces en el largometraje a un hombre egocéntrico, soberbio, ignorante, ambicioso, avaro, maleducado, caprichoso, incapaz de aceptar críticas y falto de autocrítica, falaz, mentiroso, traicionero, vengativo, machista, racista, xenófobo, despreocupado por los demás, amargado y déspota.  En fin, consciente que me quedo corto con esta retahíla de adjetivos calificativos, debo parar aquí, para no hacer de este escrito una letanía moralista.  

Hasta el año 2016 no me había percatado de la existencia del ciudadano norteamericano Donald Trump, debido tal vez, a que en esa época, para el “producto Trump” no existía un mercado internacional. Y, si lo hubo, no me enteré. Pienso que, si hubiera sido un lector de la revista dizque erótica y 100% machista Playboy, publicada por el finado Hugh Hefner, a lo mejor hubiera conocido al playboy Trump. Como sea, no creo haberme perdido mucho.

Aunque entiendo y comprendo que haya  mucha gente, de color blanco leche (los gringos cheles ),  que creyó en él, me es difícil aceptar el hecho de que haya  también muchos latinoamericanos  dentro de la manada de corderos, cabros y cabrones que bailan al compás del gran becerro de oropel y que siguen sosteniendo  que él es el elegido paladín de la democracia occidental, que es él el adalid de las masas populares, el ansiado y esperado Führer anglosajón, quien protegerá  a las minorías blancas de la marabunta latinoamericana y africana. En fin, como decía un viejito demente en el barrio Santa Anita, mientras se comía los mocos: “…en cuestión de gustos, no hay nada escrito…” A pesar de su deterioro mental, el vetusto citadino tenía su razón y algunas veces hasta zurrazón. En efecto, cada uno es libre de desear o de opinar lo que quiera. Sobre gustos y colores-políticos- no hay nada escrito.

Mucho se ha escrito en el ultimo tiempo acerca de la naturaleza ideológica de Donald Trump. Según algunos, se trata de una especie de político con características fascistoides, proto fascistas o fascista en ciernes. Yo opino, que Trump es otro apologeta más del fascismo en su expresión más pura y diáfana como en su momento lo fue Adolf Hitler y Benito Mussolini. Esto no significa que esté comparado uno a uno a estos personajes ni tampoco mezclando épocas y condiciones político-económicas a nivel mundial. El fascismo, entendido éste como tendencia político-ideológica y económica, dentro de la clase económica dominante (las burguesías y oligarquías nacionales, el gran capital internacional financiero e industrial) es la expresión más violenta y brutal del capitalismo a nivel planetario.

El “Trumpismo”, tal como lo define la prensa burguesa y conservadora nacional e internacional parece ser un eufemismo para describir al fascismo norteamericano, porque no tienen el coraje periodístico de nombrar al pan pan y al vino vino. El fenómeno del fascismo gringo no es algo nuevo. El movimiento Tea Party de Sarah Pelin y el magnate neoyorquino Donald Trump son los fieles continuadores de la vieja extrema derecha en los Estados Unidos, que dicho sea de paso, anida en los dos grandes partidos o plataformas presidenciales. Ya en los albores de la segunda guerra mundial, durante la presidencia de Franklin Delano Roosevelt (demócrata), surgió el Comité “America First” en las filas de los republicanos que propugnaba por la no intervención estadounidense en la guerra contra la Alemania fascista hitleriana e incluso abogaba por establecer una alianza político-militar con el tercer Reich. El afamado escritor Philip Roth de refinada pluma describe con perspicacia, ironía y buen humor esta parte de la historia contemporánea de los Estados Unidos en su novela de ficción-histórica: La conjura contra América (The Plot Against America).

Los líderes o Führers mueren biológica-o políticamente. Pero el fascismo, la tendencia más primitiva, bárbara y salvaje dentro del capital, sigue en estado latente, preparada para salir en defensa de los intereses clasistas estratégicos cuando y donde sea necesario. El fascismo no envejece ni se muere, solo se transforma. Primera ley de la ultraderecha radical.

 

… ¿Y la película? Pienso que después de todo lo dicho anteriormente, debería quedar claro que, en la hipotética película de ficción Poorest Trump, la señora Blue (afroamericana), la madre de “Bubba”, jamás hubiera recibido los beneficios de la empresa camaronera, si Trump hubiera sido el dueño de la compañía. 

sábado, 16 de enero de 2021

Cuando la muerte es más que un guarismo o la torre de Trump

 

Cuando la muerte es más que un guarismo o la torre de Trump

 Aunque en determinadas circunstancias la muerte puede ser un hecho traumático, tanto para el que la está viviendo como para el que la está presenciando, por lo general no lo es. A veces la muerte se anuncia metafóricamente como la llama de una vela encendida en su fase final, que a pesar de la penumbra y el vacío que queda, ilumina el espacio-tiempo. Son los momentos en que se comprende que la vida es la hermana gemela monocigótica de la muerte.

Las diferentes formas de vivir la muerte están íntimamente ligadas a los conceptos y cosmovisiones que cada individuo o colectivo sociocultural tenga de este proceso natural.  A lo largo de la historia en las diferentes sociedades humanas, la muerte ha tenido variadas interpretaciones filosóficas y religiosas.  En este escrito se entiende la muerte como un estado biológico y como la última experiencia de todo ser, en general, y en particular, la del ser humano, sea ésta consciente o inconsciente. Es decir, cuando todas las células y todos los órganos vitales de los sistemas circulatorio y neuronal dejan de funcionar y entran en un proceso irreversible de descomposición. Me permito   esta aclaración, para evitar que algún avezado y perspicaz lector o algún exegeta religioso se mosquee y se sienta obligado a demostrar y defender la hermenéutica religiosa de la vida y de la muerte. Lo que aquí escribo, puede ser miel o hiel que puede atraer o repeler a abejas, abejorros y a una que otra necia mosca.

La vida y, por consiguiente, la muerte en la sociedad son dos aspectos fundamentales en la política-económica de cualquier nación. Esto quiere decir, que tanto el derecho a una vida de bienestar y, por lo tanto, el derecho a morir dignamente es una cuestión que tiene que ver con el poder político-económico o bien, con la debilidad de un régimen político determinado. Tanto es así, que existen índices para medir los niveles del desarrollo humano, de la felicidad, de la riqueza y pobreza, de la violencia, etc., etc. Para cuantificar estos objetivos la sociedad cuenta con instrumentos analíticos como las estadísticas, la demografía y el sistema de salud publica y privada.

Las estadísticas y la pandemia SARS CO V2

Las estadísticas, en especial, son una herramienta importante para el análisis científico de un hecho o proceso político-cultural y social-pandémico, cuando estos son ponderados, descontaminados y relativizados. Empero cuando se trata de muertes, el contenido explícito y el implícito tienen otra connotación. Es decir, la muerte deja de ser un simple guarismo.

Desde que comenzó “oficialmente” la pandemia en Europa hasta este día, 16 de enero, han trascurrido 308 días, de los cuales 295 los tengo estadísticamente registrados. Según la Universidad Johns Hopkins de Baltimore, los Estados Unidos es el país con más número de infecciones y mayor cantidad de muertes (394 mil). En estas cifras se esconden, en buena parte, las malas políticas anti epidémicas de la administración de Donald Trump.

El todavía presidente de los Estados Unidos no solamente fracasó con su política pandémica, sino que tampoco fue el mandatario que garantizara la seguridad de TODOS los ciudadanos. La demagogia de su discurso anti electoral, la parcialidad en la gestión del Movimiento Black Lives Matter y la invocación a la violencia para revertir el voto popular, dejaron al descubierto lo que Donald Trump entiende por democracia. 

Aprendí en el colegio, poniendo mucha atención a nuestro profesor de matemáticas apodado cariñosamente “El Cherito Belgarí” (Alejandro Bellegarrigue, descendiente de franceses, a lo mejor, pariente del anarquista francés Anselmo Bellegarrigue), que todo aquello que puede ser medible recibe el nombre de magnitud. Medir es comparar una magnitud con otra de su misma especie que arbitrariamente se toma como unidad. El resultado de toda medida es siempre un número que es el valor de la magnitud medida y expresa la relación entre esta magnitud y la que se toma como unidad.

A fin de facilitarle al estimado lector la abstracción de lo que significa 1 cadáver apilado a otro, me tomo la libertad con fines didáctico-pedagógicos de definir como unidad de medición un ataúd estándar alemán rústico concebido para un adulto, cuyas medidas son 2 metros de largo, 0,7 metros de ancho y 0,65 metros de altura.

Sí nos propusiéramos almacenar el número de estadounidenses muertos a causa de la COVID-19 hasta el día de hoy en un área de 20 metros por 20, lograríamos colocar en posición horizontal 280 ataúdes. Sí la resistencia de materiales y las leyes de la estática lo permitiesen, podríamos continuar ordenando las cajas mortuorias hasta alcanzar una altura aproximada de 915 metros. De tal manera, que al final habríamos hecho con los 394 mil ataúdes una torre casi 5 veces más alta que la torre Trump en Nueva York. A esta yo la bautizo con el nombre de la torre pandémica de Trump.