De maras y de maras intramuros
De maras buenas y maras malas
Para todos los salvadoreños nacidos en los años cincuenta del siglo pasado,
el término genérico “Mara” siempre estuvo asociado a un grupo de personas
relacionadas entre sí, ya sea por vivir en el mismo barrio o colonia o por
estudiar en un establecimiento determinado. De tal manera y en sentido general,
todo salvadoreño perteneció en un momento dado de su vida a una “mara” en particular.
No obstante, el ser de una “mara” o estar en una “mara” en aquellos años previos
al conflicto armado de la década de los ochenta del siglo pasado, nunca tuvo,
semióticamente hablando, un sentido connotativo ni denotativo alguno, es decir,
nunca fue un signo o símbolo representativo de algo. Luego entonces, ser de la
“mara” de La Rábida (colonia popular de San Salvador) o ser de la “mara” del
Liceo o del “Externado” (dos colegios elites de El Salvador no implicaba “militancia”
ni “pertenencia virtual o abstracta” a una mara determinada. Nadie se definía a
sí mismo, por lo tanto, diciendo: Soy de la “mara” del Instituto Nacional
Francisco Menéndez (colegio popular con alto nivel educativo o soy de la “mara”
de San Jacinto (barrio sansalvadoreño también muy popular). En
resumidas cuentas, la expresión “mara”, utilizada preferentemente por la
juventud salvadoreña en aquellos años, tenía la misma connotación que la castiza
“turba”, que la “bola” popular mexicana o que la “gallada” chilena.
¿Cuál es el origen de la expresión “Mara” en El Salvador?
La palabra “mara” en El Salvador es simplemente la apócope de MARABUNTA, nombre
con el que se define en zoología comúnmente a una agrupación de cierto tipo de
hormigas carnívoras endémicas de regiones tropicales, pertenecientes a la
subfamilia de artrópodos Eciton Buchelii.
Especie que se distingue de sus otros familiares del orden de los himenópteros,
entre otras cosas, por su carácter depredador, por su alto grado de
organización y por su agresividad guerrera.
Sin embargo, no creo que ese término se haya popularizado a nivel nacional
y arraigado en el pueblo salvadoreño a lo largo del tiempo, debido a razones entomológicas.
Tampoco es de mi conocimiento que historiadores, antropólogos y arqueólogos,
nacionales o extranjeros, hubieran encontrado alguna correlación entre la
idiosincrasia guanaca y estos himenópteros guerreros Eciton B. Más allá del éxiton (en su desarrollo
y proliferación en California) que tuvieron las maras modernas salvadoreñas,
mundialmente famosas hoy en día, es decir, las bandas criminales que se
formaron de manera espontánea en el sur de Los Ángeles en la década de los
noventa del siglo XX, al calor de la dinámica típica de los guetos
norteamericanos al mejor estilo del musical West Side Story de Leonard Bernstein.
Soy más bien de la opinión, que la película de horror de Hollywood The
Naked Jungle, Marabunta en El Salvador, interpretada por Charlton Heston y
Eleanor Parker y filmada en Florida en 1953, fue lo que dio origen, a la
apócope Mara. Por lo tanto, pienso que, el término “mara” vio la luz en
El Salvador en 1954.
Ahora bien, los mareros que llegaron deportados a El Salvador en la década
de los noventa del pasado siglo, especialmente los de Los Ángeles, California,
lo menos que tenían era de angelitos. Con la llegada de las pandillas
criminales autodenominadas Barrio 18 (por la calle 18) y Marasalvatrucha
13 (MS-13) y su propagación y explosiva expansión en todo el
territorio nacional al mejor estilo de los himenópteros Eciton Buchelii,
el inicuo y colegial término de “mara” de mi niñez y
adolescencia quedó sepultado en el cementerio de La Bermeja (el camposanto de
los pobres más pobres de San Salvador y del mundo).
De maras intramuros
En El Salvador, en la actualidad, ni siquiera en broma se puede mencionar
en público el nombre de “mara”. Es una palabra maldita, un tabú que solo se
pronuncia muy en privado. Es algo parecido al Valdemort de Harry
Porter. Dado que, por el régimen de
excepción vigente desde marzo de 2022, expedito y sin preguntar te pueden meter
entre los muros de la mega cárcel en Tecoluca; estés tatuado como un Yakuza
nipón o tengas el cuero limpio e inmaculado como en un anuncio publicitario de
Nivea. Pues, tanto en la policía como en el ejército no hay tutía que valga en
el combate contra las maras.
Para muchos connacionales y para la mayoría de los extranjeros, los muros, contramuros
y vallas en El Salvador, así como las Maras criminales, son hijos
putativos de la guerra. La verdad, sin embargo, sí se quiere tener una visión
realista de la situación actual, habría que buscarla en su historia política-económica
y social. Es allí donde se encuentran las respuestas a las asimetrías sociales
y económicas actuales imperantes en El Salvador. Las “maras” criminales, sí bien
es cierto son un subproducto del conflicto armado, en el sentido que la crisis
político-militar de los ochenta provocó la migración masiva de salvadoreños
hacia los Estados Unidos, los que tarde o temprano pasaron a militar en las
maras MS-13 o B-18.
No obstante, cabe señalar que la causa primaria de la guerra civil o guerra
revolucionaria fue precisamente la pobreza e injusticia social en El Salvador.
Es decir, que tanto el crimen organizado al estilo marero, la delincuencia y el
marco violento del vivir, convivir y sobrevivir al que se ha acostumbrado o
habituado la ciudadanía salvadoreña, son expresiones directas del sistema
político-económico y social que reina en El Salvador desde más de 200 años. Dado
que el poder económico sigue estando en las manos, metafóricamente hablando, de
una o varias clases económicas dominantes, la violencia y la pobreza son un mal
endémico en El Salvador, desde su independencia del imperio español en 1821
hasta nuestros días.
Mientras los medios de comunicación
del mundo entero, sobre todo, los de los continentes americano y europeo, protestan vivamente contra la violación de los Derechos Humanos de los mareros
y los vejámenes antidemocráticos cometidos
por el flamante y engominado presidente del pequeño país centroamericano, Nayib
Bukele, en su cruzada contra las bandas
criminales, gran parte de la ciudadanía salvadoreña, aprueba y aplaude la
construcción de la Mega-Cárcel
con capacidad para 40000 reos, rodeada de un muro perimetral de 2,1
kilómetros, y que será vigilada día y noche por 600 soldados y 250 policías.
Todas estas medidas jurídicas no son exabruptos autócratas o dictatoriales
del ciudadano Bukele, sino que se encuentran legalmente plasmadas en la
constitución política salvadoreña. Comenzando por el artículo 131 que le otorga
a la Asamblea Legislativa, entre otras cosas, suspender y restablecer las
garantías constitucionales de acuerdo con el Art. 29 (Régimen de excepción),
pasando por la suspensión temporal (30 días) de los artículos 7,12, 13 hasta
llegar al artículo 24 que tiene que ver con toda clase de correspondencia entre
personas y la prohibición explícita de intervenir e interferir las
comunicaciones telefónicas.
La suspensión temporal del articulo 24 es, según mi opinión, el dardo letal
que apunta al corazón de la estructura paramilitar de las maras. Sin
comunicaciones de ningún tipo tanto de adentro como hacia afuera o viceversa,
las maras, Marasalvatrucha MS-13 y Barrio-18, más temprano que
tarde desaparecerán (como estructuras) en el terreno de operaciones criminales.
Sin comunicaciones y con el asedio permanente de los tres poderes estatales,
estas bandas criminales (MS-13 y B-18) tienen sus días contados.
¿Desaparecerán entonces el crimen, la delincuencia y la violencia en El
Salvador con las maras intramuros?
Lo dudo. Sí todavía existe en los países más desarrollados del globo
terráqueo la delincuencia, el crimen organizado y la violencia en general y, en
especial la de genero como en España. ¿Cómo pretender que estas lacras desaparezcan
metiendo a los delincuentes en una cárcel por muy grande que esta sea? Claro, se mata al perro rabioso, pero no se
elimina el virus que provoca la enfermedad. Sin embargo, se requiere mucho más
que cárceles y penitenciarias para combatir la violencia y el crimen organizado
en un país tan pobre, turbulento, violento y subdesarrollado como El Salvador.
“…Hace poco fui a Japón…”‒relataba Nayib Bukele al cuerpo diplomático ‒ y “…es
un país impresionante, limpio, ordenado…ahí la gente camina a las tres de la
mañana en la calle…sí tienen policía es porque tienen que tener, porque casi ni
lo necesitan, es una cosa increíble…”
Claro, él no se reunió con ninguna de las maras niponas conocidas como Yakusa. Y, en Paris, no creo que haya dado un paseíto
por el 19e Arrondissement.
¿Qué hicieron Japón, Francia, Inglaterra y otros países en el pasado para
estar dónde están?
Hicieron efectivamente cambios estructurales importantes y radicales. Así,
diversos países de economías centrales realizaron reformas agrarias, empezando
por Francia e Inglaterra. A lo largo del siglo XX, por ejemplo, Japón
implementó una de las reformas agrarias más profundas en Asia a partir de la
segunda guerra mundial. De 1945 a agosto de 1950, el sistema de terratenientes
desapareció por decreto imperial y más del 80% de las tierras fueron
redistribuidas a los antiguos aparceros. Italia realizó expropiaciones mediante
indemnización a los antiguos propietarios, desarrolló infraestructura en el
campo, recuperó áreas degradadas y construyó casas para los campesinos.
En fin, hay que leer la historia político-económica de los países desarrollados
para comprender y entender que el desarrollo integral de una nación comienza
con la redistribución de la tierra, como conditio sine qua non. La
cuestión agraria es un debate central para el desarrollo político y
socioeconómico de cualquier país que aspire a convertirse en una nación
soberana y con igualdad social. El instrumento concreto de esa reorganización
agraria se llama reforma agraria.
Sí a Nayib Bukele se le atribuye tanto poder político-militar es de esperar
que su cruzada por el bienestar de la sociedad salvadoreña no se limite solo al
encarcelamiento, desmantelamiento y aniquilación de las bandas criminales, sino
que también tenga la valentía política de tocarle los ijares a las clases
económicas dominantes.
El Salvador es, en efecto, un lindo país, pero como lo explicó Roque Dalton
en su poema “El Salvador será”, el Pulgarcito de América todavía tiene muchos
desniveles, muchas shuquedades (suciedades), llagas y fracturas
causadas por la guerra, muchos desengaños y sin sabores, mucha decepción y
desesperanza.
Todavía tengo mis dudas políticas y recelos ideológicos con relación a
Nayib Bukele. En el fondo de las cosas, no creo que sea el Mesías o el político
que salvará a El Salvador. Mientras tanto, espero con mucha expectativa el
momento en que él toque a degüello por Twitter, Instagram, Tik Tok or what ever y ordene
a sus ministros y al pueblo entero ir a por ellos, a por los oligarcas.