domingo, 4 de junio de 2023

Entre la democracia, la demosgracia y la desgracia.

 

Entre la democracia, la demosgracia y la desgracia.

La participación ciudadana en los eventos electorales, sean éstos presidenciales, regionales o comunales, depende en cierta medida, sí el voto, aparte de ser un derecho y un deber civil, es además obligatorio y en algunos casos particulares implicando sanciones.  En la actualidad solamente 27 países contemplan en sus códigos legislativos el sufragio obligatorio, siendo la pequeña Bélgica el abanderado de estas naciones, puesto que fue el primer Estado en implementarlo en el siglo XIX.

En Europa, salvo Bélgica, Chipre, Bulgaria, Luxemburgo, Liechtenstein, el sufragio es voluntario. Mientras que en América Latina son once los países en los cuales el voto es obligatorio, siendo éstos: Argentina, Bolivia, Brasil, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Honduras, México, Panamá, Paraguay, Perú, Uruguay y Chile, país en el cual se restableció recientemente una vez más el voto obligatorio.

La obligatoriedad y la penalización son medidas legislativas, cuya finalidad es a todas vistas “sensibilizar”, “motivar” u obligar a la ciudadanía a votar, puesto que sí el sufragio universal es considerado la piedra angular en la democracia, es obvio que entre más ciudadanos participan en el proceso electoral, más democrático es el sistema. Este paradigma democrático electoral sería considerado en la lógica formal como una falacia de la verdad a medias. Ya que, en definitiva, en una sociedad equitativa e igualitaria la verdadera democracia no se mide por la cantidad de gente que vota o no, sino más bien, sí la ciudadanía considera el sufragio universal como la vía real y concreta para garantizar la construcción de una sociedad justa y ponderada, en la cual la meta principal de las políticas económicas de los gobiernos sea la de garantizar el desarrollo integral de la sociedad y no el enriquecimiento de unos pocos.

De acuerdo con un estudio de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) en 2019, únicamente el 45% de la ciudadanía confiaba en su gobierno, en dependencia de factores culturales, económicos y sociales entre los países. A sí mismo, la participación ciudadana en los procesos electorales ha descendido considerablemente a nivel mundial. También se constata en este informe la poca participación de los votantes jóvenes, ya que alrededor del 43% de los jóvenes de 25 años o menos votaron en elecciones nacionales en 2016.

¿Cuáles podrían ser las causas de este “rechazo” o “apatía” electorera?  ¿El programa electoral? ¿Simpatía o aversión a una persona determinada? ¿Desencanto o hartazgo político-ideológico? Pienso que son muchas las variables que intervienen en este complejo fenómeno; pero mientras no exista un incremento sustancial en la cultura política de las sociedades modernas muy difícil será que la ciudadanía participe activa y ampliamente en los procesos democráticos, mediante la discusión y el debate sobre temas cruciales y sustanciales que atañen a la sociedad, en general, y , en particular a las capas sociales menos favorecidas; tarea que tradicionalmente  han desempeñado y desarrollado los partidos políticos, personalidades o instituciones religiosas. Es decir, que mientras no haya participación pública en el proceso de desarrollo de una sociedad cualquiera, difícilmente se puede hablar de democracia.

Entonces resulta que hay países, en los cuales la situación socioeconómica, política y psico-emocional ha sido tan crítica, grave y profunda en el pasado, como en El Salvador, que el ciudadano común, el de a pie, está apoyando sin rechistar las medidas represivas del gobierno de Nayib Bukele en su “guerra” contra las maras, en algunos casos, al margen de los cánones democráticos. De tal manera, que una gran mayoría del pueblo salvadoreño aplaude y agradece las medidas político-militares (militarización de la Policía Nacional) del presidente Bukele. Es decir, que la ciudadanía está más a favor de la demosgracia  à la Nayib  que de la democracia à la classique.

En España, por su parte, con la ultra derechización de las derechas y la atomización de las fuerzas de izquierda al Partido Socialista Obrero Español (PSOE) el ciudadano común, culturalmente apolítico y con el agravante de tener las antiojeras históricas rojas y azules, herencia de la guerra civil y la dictadura franquista,  ha sido susceptible a la manipulación explícita y a la subliminal de los medios de comunicación  análogos y digitales, los cuales se han dedicado única y exclusivamente a descuartizar, metafóricamente hablando, a líderes políticos de izquierda, así como a sus respectivos partidos y, además, sacando del baúl de los recuerdos   a la organización político-militar del país vasco, ETA, que en 2018 declaró públicamente su autodisolución. La extrema derecha, neofascista y nacionalista, sabe utilizar el miedo, el terror y la mentira como armas para influir en la mente del ciudadano votante; haciéndole creer que entre más se castigue a las izquierdas más prosperidad y democracia reinará en la monarquía española.

Tanto en España como en otras partes del planeta hay ciudadanos que botan la basura en su lugar, y son buenos; pero hay otros que, lamentablemente, en lugar de botarla votan por ella.  Así, de esta manera, los americanos votaron a Donald Trump, los brasileños, en su momento, a Bolsonaro, los italianos a Giorgia Meloni y los madrileños a Isabel Diaz Ayuso.

Con estos antecedentes podemos hablar, más que de democracia, de una auténtica desgracia.