Entre la democracia, la demosgracia y la desgracia.
La participación ciudadana en los eventos electorales, sean éstos
presidenciales, regionales o comunales, depende en cierta medida, sí el voto,
aparte de ser un derecho y un deber civil, es además obligatorio y en algunos
casos particulares implicando sanciones. En la actualidad solamente 27 países
contemplan en sus códigos legislativos el sufragio obligatorio, siendo la
pequeña Bélgica el abanderado de estas naciones, puesto que fue el primer Estado
en implementarlo en el siglo XIX.
En Europa, salvo Bélgica, Chipre, Bulgaria, Luxemburgo, Liechtenstein, el
sufragio es voluntario. Mientras que en América Latina son once los países en
los cuales el voto es obligatorio, siendo éstos: Argentina, Bolivia, Brasil,
Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Honduras, México, Panamá, Paraguay, Perú,
Uruguay y Chile, país en el cual se restableció recientemente una vez más el
voto obligatorio.
La obligatoriedad y la penalización son medidas legislativas, cuya
finalidad es a todas vistas “sensibilizar”, “motivar” u obligar a la ciudadanía
a votar, puesto que sí el sufragio universal es considerado la piedra angular
en la democracia, es obvio que entre más ciudadanos participan en el proceso
electoral, más democrático es el sistema. Este paradigma democrático electoral sería
considerado en la lógica formal como una falacia de la verdad a medias. Ya que,
en definitiva, en una sociedad equitativa e igualitaria la verdadera democracia
no se mide por la cantidad de gente que vota o no, sino más bien, sí la
ciudadanía considera el sufragio universal como la vía real y concreta para
garantizar la construcción de una sociedad justa y ponderada, en la cual la
meta principal de las políticas económicas de los gobiernos sea la de garantizar
el desarrollo integral de la sociedad y no el enriquecimiento de unos pocos.
De acuerdo con un estudio de la Organización de Cooperación y Desarrollo
Económicos (OCDE) en 2019, únicamente el 45% de la ciudadanía confiaba en su gobierno,
en dependencia de factores culturales, económicos y sociales entre los países. A
sí mismo, la participación ciudadana en los procesos electorales ha descendido considerablemente
a nivel mundial. También se constata en este informe la poca participación de
los votantes jóvenes, ya que alrededor del 43% de los jóvenes de 25 años o
menos votaron en elecciones nacionales en 2016.
¿Cuáles podrían ser las causas de este “rechazo” o “apatía” electorera? ¿El programa electoral? ¿Simpatía o aversión a
una persona determinada? ¿Desencanto o hartazgo político-ideológico? Pienso que
son muchas las variables que intervienen en este complejo fenómeno; pero mientras
no exista un incremento sustancial en la cultura política de las sociedades
modernas muy difícil será que la ciudadanía participe activa y ampliamente en
los procesos democráticos, mediante la discusión y el debate sobre temas
cruciales y sustanciales que atañen a la sociedad, en general, y , en
particular a las capas sociales menos favorecidas; tarea que tradicionalmente han desempeñado y desarrollado los partidos políticos,
personalidades o instituciones religiosas. Es decir, que mientras no haya
participación pública en el proceso de desarrollo de una sociedad cualquiera, difícilmente
se puede hablar de democracia.
Entonces resulta que hay países, en los cuales la situación socioeconómica,
política y psico-emocional ha sido tan crítica, grave y profunda en el pasado,
como en El Salvador, que el ciudadano común, el de a pie, está apoyando sin
rechistar las medidas represivas del gobierno de Nayib Bukele en su “guerra”
contra las maras, en algunos casos, al margen de los cánones democráticos. De
tal manera, que una gran mayoría del pueblo salvadoreño aplaude y agradece las
medidas político-militares (militarización de la Policía Nacional) del presidente
Bukele. Es decir, que la ciudadanía está más a favor de la demosgracia à la Nayib que de la democracia à la classique.
En España, por su parte, con la ultra derechización de las derechas y la
atomización de las fuerzas de izquierda al Partido Socialista Obrero Español
(PSOE) el ciudadano común, culturalmente apolítico y con el agravante de tener las
antiojeras históricas rojas y azules, herencia de la guerra civil y la
dictadura franquista, ha sido susceptible
a la manipulación explícita y a la subliminal de los medios de
comunicación análogos y digitales, los
cuales se han dedicado única y exclusivamente a descuartizar, metafóricamente hablando,
a líderes políticos de izquierda, así como a sus respectivos partidos y,
además, sacando del baúl de los recuerdos a la organización
político-militar del país vasco, ETA, que en 2018 declaró públicamente su autodisolución.
La extrema derecha, neofascista y nacionalista, sabe utilizar el miedo, el terror
y la mentira como armas para influir en la mente del ciudadano votante; haciéndole
creer que entre más se castigue a las izquierdas más prosperidad y democracia
reinará en la monarquía española.
Tanto en España como en otras partes del planeta hay ciudadanos que botan
la basura en su lugar, y son buenos; pero hay otros que, lamentablemente, en
lugar de botarla votan por ella. Así, de
esta manera, los americanos votaron a Donald Trump, los brasileños, en su momento,
a Bolsonaro, los italianos a Giorgia Meloni y los madrileños a Isabel Diaz Ayuso.
Con estos antecedentes podemos hablar, más que de democracia, de una auténtica
desgracia.