sábado, 21 de noviembre de 2020

Y todavía siguen contando….

 

Y todavía siguen contando….

 

Ya me temía yo que el culebrón electoral estadounidense duraría más tiempo que lo usual. Aunque, a decir verdad, los acontecimientos post electorales no deberían sorprender a nadie, puesto que el mismo presidente Trump se encargó de preparar el escenario.

Curándose en salud, y haciendo las de Casandro, auguró el “fraude” electoral, por una parte y, por otra, haciendo las de Pandoro, abrió el cofrecito en el que se encontraban guardadas todas las “debilidades” y “falencias” del sistema electoral en los Estados Unidos.  

Pareciera, pues, que estamos frente a una mística profecía autorrealizada. Sin embargo, desde mi punto de vista, no se trata de esto. El “fantasma de la manipulación” de las elecciones en los Estados Unidos no es novedad alguna. Por lo general, demócratas y republicanos se acusan mutuamente de haber adulterado las cifras, antes y después de las elecciones, en dependencia de los resultados.  Ahora bien, el fraude electoral es un fenómeno universal y aunque existen formas y técnicas para evitarlo, de facto no siempre es posible garantizar cómputos inmaculados, sobre todo en países en los que el fraude es parte del folclore electoral. A este selecto grupo de naciones pertenece la República Federal Constitucional conocida como los Estados Unidos de América.

Y, por si acaso hubiera un gringófilo incrédulo leyendo críticamente estas líneas, y furibundo me acusase de embadurnar con estiércol la tierra de los hombres libres y cuna de los valientes, con respeto lo invito a echarle una ojeada al libro del periodista norteamericano “How to Steal an Election in 9 Easy Steps” (Nueve formas fáciles de robar una elección), también titulado como “Billionaires & Ballot Bandits” (Multimillonarios y ladrones de votos).

A lo mejor, debido a esta –mala– costumbre, muy bien aprendida desde el nacimiento de la república, es que Donald Trump está exigiendo –por la vía jurídica – el recuento de los votos en algunos estados. Y hasta hoy siguen contando los votos con el digitus, pues el método digital, al parecer no es de fiar, confabula el perdedor.

Sí ya está claro que Joe Biden resultó ser el ganador en las elecciones presidenciales y, además, que no se ha encontrado ninguna irregularidad grave y de importancia hasta la fecha que justifique la anulación del evento, me pregunto entonces: ¿Qué pretende el ciudadano Trump? ¿La maquinación de un master piece electoral para el 2024? ¿Demostrar invulnerabilidad? ¿Qué lo elija a él el Colegio Electoral sin tomar en cuenta los votos emitidos? ¿Continuar desgobernando a raja tabla?

A mi juicio, detrás de toda esta parafernalia mediática y jurídica se esconde el cuadro clínico de un hombre con un severo y grave desorden de personalidad. El comportamiento socioemocional, histriónico y narcisista de Donald Trump, su reacción inmadura y poco profesional frente a los escrutinios –técnicamente– concluidos (solamente falta la confirmación oficial de las respectivas instancias federales) y, finalmente, el manejo irresponsable y chapucero de la pandemia, son síntomas manifiestos de trastornos mentales.  La actitud de Trump frente a la derrota se parece a la del enano saltarín, Rumpelstizchen, en el famoso cuento de los hermanos Grimm, quien al constatar que la reina conocía su verdadero nombre, montó en cólera y pataleando con rabia hundió la pierna derecha en el suelo hasta la cintura y luego tomó con ambas manos la pierna izquierda hasta partirse en dos.  Así se encuentra en estos momentos el colérico Trumpeltizchen, pataleando enfurecido y hundiéndose cada vez más en las arenas movedizas de la historia política de los Estados Unidos.  

Allan Lichtman, el reconocido profesor de historia de la Universidad de Washington D.C., autor del libro “Keys to the White House” (Las llaves de la Casa Blanca) predijo la derrota de Donald Trump.  Basándose en su modelo de predicción de las “trece llaves”, creado en colaboración con el geólogo ruso Vladimir Keilis-Borok, ha acertado desde la reelección de Ronald Reagan en 1984 todas las elecciones presidenciales celebradas hasta las del 3 de noviembre recién pasado. Según el modelo de Lichtman, cuando por lo menos seis de los indicadores claves no favorecen al partido que preside la Casa Blanca, el candidato pierde la elección. En el caso de Donald Trump fueron 7. 

Nombro aquí, como colofón, solamente tres que suscribo con ojos cerrados:

1) Falta de carisma político (Trump es un showman) 2) el manejo irresponsable de la pandemia y 3) el malestar social

Ahora bien, sí Donald Trump lograra continuar de inquilino en la Casa Blanca, a pesar de todo, esto significaría el suicidio de la democracia estadounidense, puesto que ese hipotético y catastrófico escenario presupondría la destrucción de las instituciones constitucionales y, como escribiera Hannah Arendt en los “Orígenes del totalitarismo”, el comienzo de la tiranía….

sábado, 7 de noviembre de 2020

Pintad de blanco un manicomio, ingresad a Trump y decirle que es la Casa Blanca

 
Pintad de blanco un manicomio, ingresad a Trump y decirle que es la Casa Blanca
 

Escribo estas líneas horas, días o a lo mejor semanas antes de que se sepa oficialmente quién ha resultado el vencedor en la disputa por la presidencia en los Estados Unidos y, por lo tanto, quién habitará en los próximos cuatro años la mansión conocida como la Casa Blanca.

No niego que me daría satisfacción leer y ver la noticia en los titulares de la prensa nacional e internacional escrita en grandes letras de molde, adornada con una foto del Tío Sam señalando a Donald con su índice derecho: “YOU’RE FIRED”

Empero, más allá de cualquier sentimiento negativo que gran parte de la humanidad pueda albergar en su fuero interno en contra de Donald Trump, es un hecho que hay que esperar hasta que se cuente el ultimo voto o hasta que uno de los candidatos alcance la cifra mágica de 270 o más miembros electores o gane por litigio. Es decir, la suerte todavía no está echada. Aún ninguno de los candidatos ha atravesado el Rubicón, aunque parece ser un vacilón trumpiano o trumpada de ahogado acusar de fraude al contrincante solo por el temor de perder la batalla electoral, con el agravante de no tener prueba alguna que justifique la presunta sospecha. Ahora bien, la receta del “fantasma del fraude” que está proponiendo Trump, es la misma que el Departamento de Estado ha practicado durante décadas en América Latina detrás de bambalinas. Cada vez que un candidato presidencial llegó al poder por la vía del voto popular y éste no tuviera el visto bueno y no cuajara en el menú geopolítico estratégico de los Estados Unidos, la acusación de fraude no se hizo nunca esperar. No reconocieron nunca los escrutinios finales y en muchos casos actuaron manu militari para evitar el ascenso del candidato triunfante, organizando y financiando crímenes o golpes militares. ¿Podrá tener éxito la misma receta casera en la propia cocina?

Raya en lo ridículo cuando Trump acusa a Biden de ser socialista o bien, que el “camarada Joe” va a permitir la penetración del comunismo chino en los Estados Unidos.  Esta acusación más que cinismo o chiste panfletario electoral de muy mal gusto, es simplemente una gilipollez del supuesto archimillonario neoyorquino. Solo los “Hillbillys” pueden creer tales sandeces. Es como creer en la existencia de la Ciguanaba, el Cipitío o el Cadejo, figuras fantásticas en el ideario mitológico de los salvadoreños.  Esto ya parece cosa de locos.

Donald Trump ha hecho de la política un espectáculo y está haciendo de las elecciones un verdadero culebrón televisivo. Recomiendo pues a los norteamericanos, que pinten de blanco un manicomio cualquiera en Washington D.C, ingresen en camisa de fuerza al ciudadano Trump y háganle creer que es la Casa Blanca.

Ahora bien, dejando atrás la ironía y el sarcasmo que me provoca el magnate norteamericano, quiero ponerme serio y astringente. En este sentido, lo importante es preguntarse: ¿Existe alguna diferencia esencial o fundamental político-económica e ideológica entre Donald Trump y Joe Biden? 

En mi opinión, tanto Trump como Biden son caras de la misma moneda imperial norteamericana. La diferencia entre ambos está en que Trump es un tipo prosaico, inculto, mal educado y racista declarado y Joe Biden no lo es.  Por lo tanto, me da lo mismo, políticamente hablando, quien sea finalmente el ganador.

Mientras tanto, seguiré a la espera del escrutinio final, ya que el espectáculo que está ofreciendo Donald Trump es algo inédito en la historia política y diplomática de los Estados Unidos.

domingo, 1 de noviembre de 2020

Retrumping forbidden better for Biden

Retrumping forbidden better for Biden

A tres días de las elecciones presidenciales en los Estados Unidos, todas las encuestas que circulan en los medios de comunicación a nivel mundial le dan una clara ventaja al candidato demócrata Joseph Robinette „Joe“ Biden, Jr., sin embargo,  la reciente experiencia electoral  en ese país  demostró que sí es posible que un sujeto político dado por muerto electoralmente resucite al tercer día y se declaré con bombos y platillos presidente de la nación más poderosa del planeta tierra, habiendo logrado un número menor de votos que su contrincante.  Este hecho provocó hilaridad en el vencedor y mucha tristeza, en Hilaria Clinton.

No obstante, esta “particularidad” norteamericana en el proceso electoral radica en el hecho que la elección presidencial en EE. UU. es una votación indirecta, es decir, los candidatos no son elegidos directamente por el voto de los ciudadanos. Este procedimiento está contemplado en el artículo II de la Constitución Política de los Estados Unidos de 1787. En realidad, lo que los votantes eligen con su voto, es el llamado Colegio Electoral que está compuesto por 538 electores provenientes de todos los estados. Lo cual significa que el candidato que reúna la mitad más uno, es decir, 270 electores es declarado vencedor de los comicios.

Ahora bien, no todos los estados federales tienen el mismo peso específico, puesto que la importancia y relevancia entre los mismos depende del número de electores que a cada estado le corresponde. El número de los electores es proporcional a la población y a la cantidad de congresistas que lo representan, tanto en la Cámara de Representantes como en el Senado. De tal manera que, verbigracia, el estado de California, Texas o Florida cuentan con 55, 38 y 29 electores respectivamente. Mientras que Alaska, por ejemplo, tiene solamente 3 electores. Es por esta razón que los candidatos concentran tradicionalmente su estrategia electoral en los estados de mayor importancia.  

Más allá de la complejidad del proceso electoral norteamericano que data del siglo XVIII y que está íntimamente ligado a los orígenes históricos de los EE. UU. la pregunta clave es: ¿Qué pasará sí Donald Trump pierde las elecciones?

Sí se toma en serio las bravuconadas del presidente expresadas en las últimas semanas, habría que esperar un escenario caótico y beligerante a nivel político, social y constitucional nunca visto en la historia del país. Según mi opinión, este hipotético escenario no ocurrirá. Y, en el caso que así fuera, sería síntoma inequívoco del declive y deterioro de la sociedad norteamericana y de la putrefacción de los poderes del estado, solo comparable con las “repúblicas bananeras” del siglo pasado en América Latina.

Hace cuatros años el mundo entero vio en el histriónico y egocéntrico magnate norteamericano Donald Trump a un payaso mediático. Hoy, esto no cabe la menor duda: Trump es un auténtico payaso y un político peligroso.

Honestamente ignoro sí Joe Biden es el candidato idóneo para asumir la presidencia de la nación, pienso, eso sí, que de resultar ser él el nuevo presidente de los Estados Unidos, hará muy feliz a gran parte de la humanidad. Aunque solo sea por un brevísimo momento.

Por eso pienso que es mejor votar por Biden y evitar así la reelección de Donald Trump.

 ¡Retrumping forbidden better vote for Biden!