miércoles, 25 de septiembre de 2019

De trolles y francotiradores internéticos


De trolles y francotiradores internéticos


Resulta que un día de estos y después de una larga abstinencia internética, la cual, debo precisar, que también tenía una connotación dietética, no me la recetó ningún inter-nista ni dietista, sino que fue autoimpuesta.  Y no porque me considera un internauta ciber dependiente o guatón chatero, sino para ganar una apuesta, y vaya que lo logré. Y aunque no fueron cuarenta días ni cuarenta noches, sino solo un par de semanas, tengo que admitir que no fue fácil vencer las tentaciones de Azazel Guasap, que fueron más de tres. Al principio me sentí, solo, muy solo, como si estuviera en el desierto de Atacama. Así que durante ese lapso me lo pasé leyendo y tomando mate en la cama o en la hamaca.

No tuve resaca después de este particular ayuno realizado en época de vacaciones, pero casi me cago en los pantalones cuando regresé a casa y a la hora del desayuno intenté entrar en la red y Google me respondió que no era posible. El crujiente croissant que tenía en la mano y la taza de café con leche tuvieron que esperar un buen rato. Un problema de conexión, me dije y comencé una rutina de control empezando por el módem, señal wifi y otras medidas que no viene al caso aquí mencionarlas. Pero como no soy experto y aunque mis conocimientos son un poquito más que básicos, no encontré a bote pronto la solución al problema.

Así que tomé el smartphone que por suerte funcionó de puta madre y me metí a uno de esos tantos foros que hay en la red que ofrecen ayuda técnica. Uno me recomendó, llamándome “huevón” de entrada, que me comprara una Apple, porque Windows es pura mierda. Otro que revisara la CPU. Otro me sugirió que borrara este y aquel enlace. Otro que no comunicaba conmigo, sino que, con el fulanito de la CPU, por supuesto, calificándolo de inepto. En fin, el caso es que no lo hice caso a nadie. Al final resultó que el “problema”, era solo de configuración. Pero a estas alturas del partido, el café se había enfriado y el cruasán se lo había zampado mi nieto.

Siempre he sabido de la existencia de trolles y francotiradores internéticos, pero nunca me había divertido tanto con tantas pendejadas o huevadas como dicen los chilenos. Sin embargo, hay que ser bastante leso, para tomar en serio algunas de las recomendaciones de los supuestos técnicos.

Los trolles y los francotiradores han crecido exponencialmente como setas en el bosque cibernético. Ahí se encuentran agazapados estos bichos internautas, que pueden joder más que una ladilla con espuelas, parafraseando a mi amigo el Mejicano.   Como su comportamiento es muy parecido, algunas veces resulta difícil distinguirlos. Sin embargo, a pesar de las características en común, tienen algunas marcadas e importantes diferencias.

El troll, por lo general, es clandestino y oculta su verdadera formación cultural y académica detrás de un lenguaje tosco, vulgar y gramaticalmente rudimentario, mientras que el francotirador, por lo general hace alarde de sus conocimientos en el lenguaje y/o de algún tema en particular en el cual se considera un perito. De ahí, que la función principal del troll se reduce a la provocación y al insulto, mientras que la del francotirador es la de ridiculizar o subvalorar al interlocutor, señalando en detalle los errores cometidos por el que pide ayuda o por el que trata de darla, tanto en el terreno lingüístico como en el de la especialidad de que trata lo escrito. Es decir, el troll no le para bola ni a la forma ni al contenido.

Ahora bien, desde el punto de vista académico un troll es una persona que publica mensajes fuera de lugar o inapropiados en una comunidad en línea, como un foro, un chat o un blog. Así lo define el DUE (Diccionario del uso del español) de la erudita española María Moliner, de quien Gabriel García Márquez escribió en la década de los ochenta del siglo pasado, que había hecho una proeza sin precedentes en la historia de la lengua castellana al escribir sola, en su casa, con su propia mano, el diccionario más completo más útil, más acucioso y divertido de la lengua castellana. Y mucha razón tenía Gabo, quien, al fin y al cabo, era un feliz y documentado escritor.

Mientras que el francotirador internauta es aquella persona apostada en cualquier lugar del planeta frente a la pantalla de un ordenador, tableta, lap top o smartphone presto a disparar virtualmente con su arma de fuego contra cualquier usuario desprevenido.
En este sentido, no me sorprendería en absoluto, sí en el jardín florido de avezados y doctos lectores se encontrara un francotirador leyendo estas líneas presto a presionar el gatillo de su arma con la intención de herir o aniquilar al autor de éstas, ya que esa es la función principal que desempeña todo aquel que presume ser un paladín de la analogía, sintaxis, prosodia y ortografía de la lengua “casteñola”.

A pesar de la incomodidad que pueden provocan estos ftirápteros púbicos y públicos, es decir, todos estos “polizones” del lenguaje y de la ciencia, soy de la opinión que su existencia, vale decir, su razón de ser y estar, es lícita y por supuesto, tienen todo el derecho de merodear por los caminos y las autopistas de internet y emboscar a quien les de la santa gana. Mucha atención deberá tener aquel usuario que utiliza la red para publicar sus pensamientos y opiniones y, por lo tanto, es recomendable que guarde unos estándares mínimos gramaticales, académicos y éticos.  

Entonces, hay que estar prevenido siempre, para que los críticos, sean estos troles, francotiradores o simplemente avezados lectores que practican la crítica constructiva, no lo sorprendan en paños menores o con el trasero al aire. Por eso es útil y recomendable tener siempre a la mano un buen “mataburros”, como el DUE, en la mesita de noche y realizar previamente un trabajo mínimo de investigación literaria.

Y, si al final de cuentas, se le agotan los recursos humanos, no pierda la calma y tenga siempre presente que solamente yerra aquel que escribe.

Así que no hay que amedrentarse y aunque lo que usted escriba le cause prurito al señor Angulo, precisamente ahí, en el lugar donde no llegan los rayos de la luz del saber, habrá que seguir escribiendo.