lunes, 28 de diciembre de 2020

Permitídme que me presente…..

 

Permitídme que me presente…..

Los humanos me llamáis  desde hace muchos años por mi apodo, “Virus”, que viene del latín antiguo y significa veneno. No me extraña, pues está en vuestra naturaleza  ponerle nombre a todo aquello (la “cosa”, como dicen los filósofos)  material, lo visible o lo invisible, que por ignorancia  o por miedo ancestral no podéis explicar con la razón o el conocimiento. De esta forma, creasteis, sin saberlo, a vuestro propio creador.  Este fenómeno lo explicó el famoso erudito Platón en el libro VII de su tratado filosófico La República con la alegoría de los hombres prisioneros en  una oscura caverna.

Soy  parásito en cualquier célula animal o vegetal  y no me avergüenzo por ello;  para sobrevivir y reproducirme me veo obligado a utilizar  hábilmente el mecanismo de proliferación de la célula, y aunque existo probablemente mucho antes que la misma humanidad,   todavía no sabéis a ciencia cierta  cuales son mis orígenes. Existo, no por que piense, sino porque mi existencia  queda manifiesta en muchas de vuestras patologías. Soy simplemente una partícula de código genético, encapsulada en una vesícula de proteínas.    Ni en los libros sagrados ni en los anales de la ciencia se encuentra alusión alguna con respecto a mi creación. Ni siquiera el hijo del Todopoderoso sabía que ya en aquellos tiempos existía una “cosa” más pequeña que la semilla de mostaza. De haberlo sabido, el relato de  Mateo en 13, 31-32 diría otra cosa. Ignoro si en aquellos parajes mesopotámicos existían ya las orquídeas, pues existe una variedad de estas plantas cuyas semillas son más pequeñas que las de la mostaza. Verás, soy mucho más pequeño que una semilla, incluso  que una  bacteria,  que ya es mucho  decir, puesto que una micra, el tamaño estándar de un bacterium (también los hay más pequeños), equivale a una millonésima parte de un metro. Es decir, que para poder percibirme necesitáis un microscopio electrónico de transmisión (MET).  Soy un “nanonésimo”, es decir, un enano necio, un David moderno, que   derrota a Goliat  produciendo COVID 19.

Soy tan pequeño que vuestros científicos todavía no saben  sí soy materia viva o muerta, tampoco  sí soy un microorganismo o sí fui diseñado en algún momento por vuestro creador. En  Génesis 1:26-27 solo encontrareis como llegó vuestro linaje  a la tierra y en Génesis 2:7  que sois producto de un polvo. Vosotros, los que tenéis fe ya lo sabéis,  sois en definitiva seres de barro. Yo, en cambio, no sé de dónde vengo.  No me encontrareis  en Génesis 1:11 ni en 1:21 ni tampoco en 1:24. ¿Qué seré yo entonces?    ¿Seré tal vez una degeneración celular?  ¿Un extraterrestre?

Ahora bien, no penséis que todos los virus tienen “mala leche” como yo. Por el contrario, la mayoría de mis familiares juegan un rol importante en la evolución de la vida en el planeta tierra. Así pues, no os enfadéis conmigo, pues cuando estoy en vuestros organismos mi única misión y razón de existir es la de neutralizaros  y, sí estáis lo bastante débil para resistir la embestida, aniquilaros. Así de simple es mi función. Por el amor a vuestro creador, no me juzguéis mal por  ello.

Como no sabéis tampoco quien soy y de dónde vengo, permitidme que me presente. Mi nombre es Corona Virus II, así me bautizaron vuestros expertos en virología, para ser más preciso, soy el agente patógeno y secreto  SARS CO V2.  Aunque, a decir verdad, dejé de ser secreto unos días más tarde iniciada la pandemia allá en la provincia china de Wuhan hace casi un año.  Soy un virus de cepa, es decir, con pedigrí. No soy de esos virus que van por ahí presumiendo que son virus de diseño, es decir, de laboratorio.  Todos mis parientes cercanos, los zoonóticos patógenos,  os han causado  hasta la fecha, muchos dolores de cabeza, molestias en las vías respiratorias y otros órganos vitales, como el corazón. Mientras que mis congéneres lejanos son los causantes de la rabia, la poliomielitis, el SIDA, el sarampión, las paperas, la viruela y la varicela, yo, particularmente, ataco, ya lo habéis comprobado,  los bronquios, pulmones y el cerebro en primera instancia. Acerca de las infecciones secundarias o daños colaterales, para utilizar un término militar muy común en vuestro lenguaje, tendréis que ser pacientes hasta que vuestros expertos en patología os esclarezcan  el penumbroso  panorama.  

Vosotros los humanos sois gigantescos en comparación con mi tamaño, empero en poco tiempo os he señalado vuestras fronteras, límites que ni vosotros mismos conocíais. En poco tiempo he hecho temblar  gobiernos, he puesto en ridículo a un presidente ignorante que pensó que podía combatirme con inyecciones de lejía, he colocado en la picota a políticos y  gobernantes incapaces, he dejado al descubierto las deficiencias de vuestros sistemas sanitarios, he evidenciado la injusticia socio-económica del sistema capitalista, he cuestionado el derecho laboral de vuestra tan cacareada democracia parlamentaria, he puesto patas arriba vuestras costumbres y hábitos, os he desestabilizado el espíritu, habéis perdido por mi culpa amistades y, además  he sembrado el miedo y el pánico en vuestras familias. Vuestra arrogancia y soberbia os había  hecho creer que erais invencibles, que podríais  detenerme  con solo el hecho de negar mi existencia o creyendo que todo este rollo era un invento de las élites de poder en vuestra sociedad de consumo.

Soy el corona virus II y llegué para quedarme por mucho  tiempo. No obstante, debo reconocer, que mi permanencia entre vosotros los humanos no depende de mi voluntad. En vuestras manos está la solución de la crisis. Ya tenéis el antídoto, maldita sea,  pero debo reconocer que os había subestimado. Me quito la “corona” ante vuestros científicos.  Sin embargo, mientras os sigáis comportando como hasta  ahora, es decir, haciendo gala de irresponsabilidad, pasotismo, negacionismo y gillipollez,  os seguiré dando la lata  y metiendo muertos como sardinas en una gigantesca lata. Ya son casi dos millones los que he enviado al Más Allá o al Nirvana. Y la verdad es que me importa un Spike (la proteína que facilita el contagio de la COVID-19), seguir enviando al cielo o al infierno  a justos  o pecadores.

Ahora que sabéis quien soy y el peligro que represento para vuestro bienestar y bienvivir me pregunto: ¿Qué haréis? ¿Seguiréis irrespetando las normativas? ¿Seguiréis con el rayado pregón de la dictadura corona? No lo sé, pero me temo que seguiréis jugando a la ruleta rusa, pues todavía no habéis comprendido la naturaleza de mi juego. Sois una especie de animal muy singular, la más destructiva del medio ambiente después de los dinosaurios. Mientras continuéis con el cachondeo actual, entraré y saldré de vuestros hogares  como Pepe sale de su casa, con el agravante que el  Pepe que yo digo, no regresó nunca más a su lar.

Os tengo de rodillas a todos, sin distinción de edad, sexo,  etnia, nacionalidad,  condición económica y profesional, filiación política o religiosa.

No. No soy yo el culpable de la pandemia. Sois vosotros.

Irrespetuosamente y sin estimación alguna,

vuestro famosísimo agente zoonótico patógeno,

SARS CO V2

 

domingo, 6 de diciembre de 2020

Réquiem de un agnóstico para Maradona

 Réquiem de un agnóstico para Maradona o El homúnculo que albergamos todos

 

De dioses, semidioses e ídolos está ahíto el mundo moderno de los deportes. Empero el balompié es un mundo especial, además de ser una fábrica universal inagotable de genios, virtuosos, talentos y tataratas (torpes futbolísticamente hablando en El Salvador).

Sin duda alguna, Maradona, “El Pelusa”, dios del futbol, se encuentra ya en el Olimpo. Lo vi jugar en el Ramón Sánchez Pizjuán en su corto paso por el Sevilla FC contra el Real Burgos CF (1-0) cuando ya estaba en el ocaso de su carrera. Aparte de un par de “virguerías” (piruetas o malabares), que provocaron los vítores de la afición, fue muy modesta su participación en el partido, en comparación con el croata Davor Šuker o su compatriota Diego Simeone. 

Aunque Maradona fue el ídolo para muchos futbolistas y aficionados de mi generación, personalmente es muy poco el contenido emocional que guardo de él en mis amígdalas, no las palatinas, sino las cerebrales. Esto se debe al hecho, que en los años en los que Maradona estuvo en su apogeo toda mi atención se centró en la política y en las actividades político-sociales en contra de las dictaduras militares en el Cono Sur organizadas por el estudiantado latinoamericano en Europa.

A raíz de la muerte del astro argentino, Diego Armando Maradona, se ha desatado en la red un vendaval de plegarias, lamentos, notas luctuosas e hiperbólicas, pero también una avalancha de improperios, insultos y una mescolanza de prejuicios moralistas y discriminantes, así como, afortunadamente, comentarios periodísticos serios y ponderados.

Para todos aquellos que se alzan como jueces inmaculados y sin olor a rancios pescados, señalando con dedo acusador el comportamiento y conducta del ciudadano Diego Armando Maradona fuera del terreno de juego y del ámbito deportivo, quiero recordarles que más allá de sus errores, deslices y excesos, nadie tiene el derecho a juzgar, a condenar y a sentenciar de motu proprio a otra persona.  Para esos fines existe el derecho penal.   

Todos los seres humanos, sin excepción alguna, no somos lo que aparentamos ser. Todos albergamos en nuestro interior un homúnculo emocional, es decir, un hombrecillo feo que guarda nuestras más bajas pasiones. Además, y no es justificación a su conducta, clínicamente hablando, Diego Armando Maradona padecía una dependencia severa de la cocaína, según lo establecido por el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5), y, por lo tanto, él era una persona enferma desde hacía ya muchos años, a decir del mismo Maradona, desde 1982. En este sentido, quién esté libre de pecado y no huela a pescado, que lance la primera piedra. 

Ahora bien, para entender y comprender holísticamente el fenómeno deportivo Maradona, principalmente en Argentina y en Nápoles, se requiere, según mi opinión, la intervención de psicólogos, parapsicólogos, sociólogos, antropólogos, semiólogos, toxicólogos, etólogos, fenomenólogos, traumatólogos, demonólogos, criminólogos y, por último, cosmólogos. ¿Cosmólogos, preguntaría Jano Sagan? Claro, para que nos expliquen en cuál dimensión habitó el “Pelusa”, respondería yo. Y, aun así, pienso, la tarea no sería nada fácil. Maradona fue un verdadero fenómeno futbolístico mundial de dimensiones psíquico-sociales, culturales, incluso hasta político-militares, puesto que con los dos goles que le marcó a Inglaterra en el mundial del 86 se convirtió en el “héroe” que restableció moralmente el honor argentino después de la derrota en las Malvinas y, last but not least Maradona fue un producto comercial de alto rendimiento.

 Cuando yo fui niño, el mundo futbolístico se limitaba a las canchas de fútbol polvorientas y populares de mi ciudad natal, San Salvador, vale decir, El Polvorín, La Maestranza, La Guardia Nacional entre otras, vistiendo la camiseta blanca con rayas negras del “Pipiles” de Don Pichinte, zapatero de profesión del barrio Candelaria, el pago donde yo nací, y fomentador del futbol de niños y jóvenes de las barriadas más populares de la capital salvadoreña.

Aunque Pelé fue el rey del futbol en mi infancia y adolescencia nunca lo consideré mi “idolo”.  Ahora bien, pienso que para tener “dioses”, “semidioses” o “ídolos” no hay que ser pagano ni apóstata del dogma de la Santísima Trinidad, sino ser niño o muy jovencito, ya que a esa edad los referentes deportivos son muy importantes y, además, hay que verlos jugar, preferentemente en vivo o en pantalla, de manera regular. Solamente los dioses y santos religiosos se veneran a través de la narración o la lectura.  Un dios verdadero deportivo jamás. Debo aclarar que mi ateísmo abarcó también el deporte.   

En la etapa futbolística de mi vida adolescente jugué en el equipo juvenil de la Universidad Nacional y fue ahí donde conocí a Rafael “Lito” Robles, jugador de la primera división. Con él compartí no solamente minutos de entrenamiento bajo la dirección del chileno Sergio Lecea Fernández alrededor de la cancha del estadio de la Universidad Nacional, sino que también en la casa-club del equipo de la Universidad Nacional en la colonia La Rábida en las cercanías del Liceo Cristiano, jugando al futbolito o contando chistes.  

Por esta razón, el jugador de futbol que llevo en mi corazón no es Pelé ni Maradona, el futbolista que recuerdo desde aquellos años –casi– a diario con mucho cariño, y no estoy exagerando, es Rafael “Lito” Robles, apodado “El Pulmón” por su excelente condición física. Cada vez que salgo a correr por el bosque o a las orillas del rio Dreisam, Lito Robles, me acompaña, recordándome que los dedos pulgares hay que flexionarlos y cubrirlos con los dedos restantes, de tal manera que los músculos de las extremidades superiores no se tensen, contribuyendo así a la expansión de la caja torácica. Esto no me lo enseñó Lito en su momento, es la explicación que yo me doy ahora. Empero, para mejor información sobre riesgos y efectos secundarios, consulte a su preparador físico. En todo caso, el “truco” sigue funcionando.

Yo no sé, sí Maradona fue el mejor jugador de todos los tiempos, tampoco lo comparo con nadie, pues él es único, así como lo fue Pelé o lo es La Pulga Messi. Seguro estoy, eso sí, que durante mucho tiempo el seguirá siendo el primus inter pares en el Olimpo de los dioses del fútbol……

Postdata: Según Maradona, el salvadoreño Jorge Alberto "El Mágico" González, era mejor que él. También un futbolista de la calle y de barriada popular. Un genio que no quiso estar en el Olimpo de los dioses.