miércoles, 28 de diciembre de 2022

Mi “argentinidad” no es futbolística, es polifacética

 Mi “argentinidad” no es futbolística, es  polifacética

Las personas que me conocen desde hace muchas décadas, saben que mi “argentinidad” no deviene del fútbol. A pesar que en los años sesenta del siglo pasado tuve múltiples razones para volverme hincha del futbol argentino, puesto que llegué a conocer a la crema y nata de las estrellas del balompié gaucho, leyendo la revista deportiva argentina  “El Gráfico” que el padre de un amigo coleccionaba de manera sistemática y prolija. De esta manera, conocí al Rata Rattín, a Roberto Perfumo, a la Bruja Verón, al Petiso Oscar Más, al Loco Gatti  y a Amadeo Carrizo entre otros. Mientras que por el contrario sobre el futbol brasileño, más allá de un par de nombres como Pelé, Garrincha, Zagalo, sabía muy poco. Eso sí, siempre supe que Pelé no era de Tela, ciudad caribeña de la hermana República de Honduras, más allá que los catrachos gritaran a todo gaznate en tono de huasa para convencernos: ¡Pelé es teleño, Pelé es teleño!

Sin embargo, no sé porque razón, en los mundiales siempre iba en primer lugar con Brasil. Pero tampoco aplaudía sí Argentina perdía. Es decir, en realidad mis dos caballitos de pelea fueron siempre Brasil y Argentina. Tal fue así, que en 1966 me enfadé tanto con la expulsión del Rata Rattín durante el partido contra Inglaterra, como si yo fuera el afectado,  la cual según mi opinión en aquellos años de febril juventud fue injusta. Todavía tengo presente la imagen de Rattín haciéndole un gesto al árbitro con las manos simbolizando con ello que le habían dado guita para que la Argentina perdiera ese partido. Con el “tuya-mía” de los gauchos, es decir, jugar a dos toques,  los ingleses no veían el balón.

Mi “argentinidad” surgió en el primer momento en que conocí a principios de la década del setenta del siglo XX en la ciudad alemana de Friburgo a Alberto, no el cantautor, a quien mi fiel amigo Mauricio imitaba a la perfección, sino al dibujante técnico  de apellido Guzmán o Gusman, en su versión judía. Mi “argentinidad” comenzó con la ex monjita porteña, conocida de Alberto, que me hizo cagar de la risa con sus chistes picantes. Mi “argentinidad” se consolidó y se selló con Eduardo, mi amigo y hermano de la vida, nacido en Puerto Esperanza, Corrientes. Después con los años llegaron  Jorge Cafrune, Don Rafael Hernández, Les Luthiers, Juan Ramón Riquelme, Leo  y todo el arraigo cultural argentino, siendo el fútbol, como es conocido, parte importante del acervo cultural de la República Argentina.

Quería y deseaba que Argentina saliera triunfadora en Qatar 2022. En primer lugar, por Leo y en segundo lugar, por Argentina. Leo se merecía ganar esta copa mundial y por otra parte, la selección argentina fue, además, sin lugar a dudas, el mejor colectivo de futbolistas en todo el torneo. Es decir, que ambos, Leo y la selección fueron merecedores de este trofeo. Para los expertos y analistas, Argentina fue al parecer el mejor equipo táctico-estratégico con una gran fortaleza psíquica. Aunque el triunfo fue el resultado de la tanda de penales, en la que la buena  o la mala suerte juegan siempre un papel decisivo. Al final ganó quien lo merecía.  

Desde 1966 hasta 2022, exceptuando 1982, he visto todas las finales del mundial, pero ésta fue la más espectacular, la más peleada, la más estresante a nivel psíquico, tanto para los jugadores como para los espectadores. No fui el único en el mundo que quedó turulato y al borde de un ataque de nervios al final del partido.

Ahora bien, para ser honesto y ponderado, pienso, a nivel muy personal, que sí el futbolista a quien millones de niños y adultos llaman cariñosamente Leo no hubiese formado parte de la selección, por estar lesionado o por cualquier otra circunstancia fortuita, el estrés sufrido durante el partido no hubiese  sido el mismo y una eventual e hipotética derrota de la Albiceleste  en el estadio Lusail contra Francia bajo estas hipotéticas condiciones no hubiese sido dramática ni trágica. Pero con Leo a la cabeza, una derrota hubiera causado una herida profunda y dolorosa en millones de argentinos y argentinófilos en todo el planeta. Afortunadamente eso no sucedió y  Argentina ganó su tercera copa mundial después de 36 años. Muchos años para una potencia futbolística. Y Leo pudo ganar su ansiado trofeo, el último  que le faltaba.

El fútbol no es nada más que un juego, en el cual, al final del corto tiempo que dura el partido hay siempre un ganador y un perdedor. Sin embargo, tanto los triunfos como las derrotas son algo efímero, pasan con el tiempo. Y lo dulce de la victoria o lo agrio de la derrota cuando ya es pasado tienen otro sabor.

Mientras que Leo estará siempre presente a nivel universal para secula seculurum y se le recordará con mucho respeto y cariño no solamente por haber sido un genio del fútbol, o por haber ganado este u otro trofeo, sino porque perseveró con la frente erguida para lograr sus metas.  Se le rememorará además por su humildad, bonhomía y por haber dado el ejemplo a las nuevas generaciones que rendirse no es opción de vida.

Ojalá podamos seguir disfrutando un poquito más de Leo y su genialidad futbolística.

¡Hala campeón!