Mi “argentinidad” no es futbolística, es polifacética
Las personas que me conocen desde hace muchas décadas, saben que mi “argentinidad”
no deviene del fútbol. A pesar que en los años sesenta del siglo pasado tuve múltiples
razones para volverme hincha del futbol argentino, puesto que llegué a conocer a
la crema y nata de las estrellas del balompié gaucho, leyendo la revista deportiva
argentina “El Gráfico” que el padre de
un amigo coleccionaba de manera sistemática y prolija. De esta manera, conocí
al Rata Rattín, a Roberto Perfumo, a la Bruja Verón, al Petiso Oscar Más, al
Loco Gatti y a Amadeo Carrizo entre
otros. Mientras que por el contrario sobre el futbol brasileño, más allá de un
par de nombres como Pelé, Garrincha, Zagalo, sabía muy poco. Eso sí, siempre
supe que Pelé no era de Tela, ciudad caribeña de la hermana República de
Honduras, más allá que los catrachos gritaran a todo gaznate en tono de huasa
para convencernos: ¡Pelé es teleño, Pelé es teleño!
Sin embargo, no sé porque razón, en los mundiales siempre iba en primer
lugar con Brasil. Pero tampoco aplaudía sí Argentina perdía. Es decir, en
realidad mis dos caballitos de pelea fueron siempre Brasil y Argentina. Tal fue
así, que en 1966 me enfadé tanto con la expulsión del Rata Rattín durante el
partido contra Inglaterra, como si yo fuera el afectado, la cual según mi opinión en aquellos años de
febril juventud fue injusta. Todavía tengo presente la imagen de Rattín haciéndole
un gesto al árbitro con las manos simbolizando con ello que le habían dado
guita para que la Argentina perdiera ese partido. Con el “tuya-mía” de los
gauchos, es decir, jugar a dos toques, los
ingleses no veían el balón.
Mi “argentinidad” surgió en el primer momento en que conocí a principios de
la década del setenta del siglo XX en la ciudad alemana de Friburgo a Alberto, no
el cantautor, a quien mi fiel amigo Mauricio imitaba a la perfección, sino al dibujante
técnico de apellido Guzmán o Gusman, en
su versión judía. Mi “argentinidad” comenzó con la ex monjita porteña, conocida
de Alberto, que me hizo cagar de la risa con sus chistes picantes. Mi “argentinidad”
se consolidó y se selló con Eduardo, mi amigo y hermano de la vida, nacido en
Puerto Esperanza, Corrientes. Después con los años llegaron Jorge Cafrune, Don Rafael Hernández, Les
Luthiers, Juan Ramón Riquelme, Leo y todo
el arraigo cultural argentino, siendo el fútbol, como es conocido, parte importante
del acervo cultural de la República Argentina.
Quería y deseaba que Argentina saliera triunfadora en Qatar 2022. En primer
lugar, por Leo y en segundo lugar, por Argentina. Leo se merecía ganar esta copa
mundial y por otra parte, la selección argentina fue, además, sin lugar a
dudas, el mejor colectivo de futbolistas en todo el torneo. Es decir, que
ambos, Leo y la selección fueron merecedores de este trofeo. Para los expertos
y analistas, Argentina fue al parecer el mejor equipo táctico-estratégico con
una gran fortaleza psíquica. Aunque el triunfo fue el resultado de la tanda de penales,
en la que la buena o la mala suerte
juegan siempre un papel decisivo. Al final ganó quien lo merecía.
Desde 1966 hasta 2022, exceptuando 1982, he visto todas las finales del
mundial, pero ésta fue la más espectacular, la más peleada, la más estresante a
nivel psíquico, tanto para los jugadores como para los espectadores. No fui el único
en el mundo que quedó turulato y al borde de un ataque de nervios al final del
partido.
Ahora bien, para ser honesto y ponderado, pienso, a nivel muy personal, que
sí el futbolista a quien millones de niños y adultos llaman cariñosamente Leo no
hubiese formado parte de la selección, por estar lesionado o por cualquier otra
circunstancia fortuita, el estrés sufrido durante el partido no hubiese sido el mismo y una eventual e hipotética derrota
de la Albiceleste en el estadio Lusail
contra Francia bajo estas hipotéticas condiciones no hubiese sido dramática ni trágica.
Pero con Leo a la cabeza, una derrota hubiera causado una herida profunda y
dolorosa en millones de argentinos y argentinófilos en todo el planeta. Afortunadamente
eso no sucedió y Argentina ganó su
tercera copa mundial después de 36 años. Muchos años para una potencia futbolística.
Y Leo pudo ganar su ansiado trofeo, el último que le faltaba.
El fútbol no es nada más que un juego, en el cual, al final del corto tiempo
que dura el partido hay siempre un ganador y un perdedor. Sin embargo, tanto los
triunfos como las derrotas son algo efímero, pasan con el tiempo. Y lo dulce de
la victoria o lo agrio de la derrota cuando ya es pasado tienen otro sabor.
Mientras que Leo estará siempre presente a nivel universal para secula seculurum y se le recordará con
mucho respeto y cariño no solamente por haber sido un genio del fútbol, o por
haber ganado este u otro trofeo, sino porque perseveró con la frente erguida
para lograr sus metas. Se le rememorará además
por su humildad, bonhomía y por haber dado el ejemplo a las nuevas generaciones
que rendirse no es opción de vida.
Ojalá podamos seguir disfrutando un poquito más de Leo y su genialidad
futbolística.
¡Hala campeón!
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