Si los mortales comunes y corrientes, huelga decir, la mayoría de la población adulta del mundo; los que tenemos que ganarnos el pan diario para poder vivir, aportando con la fuerza de nuestros músculos o nuestra actividad intelectual al desarrollo y crecimiento de nuestras respectivas sociedades, dispusiéramos, además del tiempo necesario, de una buena porción de sindéresis para juzgar el pasado y el presente, de la metodología del estudio y gozáramos de la suficiente formación académica en las ramas de la física de Newton y Einstein, de las matemáticas y otras ciencias naturales y sociales para estudiar—no leer— y entender a los clásicos de la filosofía, la literatura y la economía, y a los grandes maestros del materialismo histórico y dialéctico; y a través de ésa lectura crítica, sintetizar y llegar a conclusiones personales, que sean la expresión inequívoca de un proceso de concientización social, entonces y sólo entonces, podríamos afirmar con certeza, que la voluntad—poder de acción—de las masas populares de transformar la realidad y defender ésas transformaciones, es un acto libre y consciente.
Si lo escrito en el párrafo anterior, fuera una verdad absoluta o una condición sine qua non en la lucha de clases, ninguna revolución socialista hubiera podido haber triunfado, comenzando por la revolución rusa y la china, hasta llegar a la revolución cubana, ya que la mayoría de los sublevados eran analfabetos; mientras que los “Capitanes”—en el lenguaje de Gramsci— de la revolución, fueron en su mayoría cuadros políticos o político-militares con mayor o menor grado de preparación escolar y/o académica. Ahora bien, el más avezado y experimentado “capitán” de ejército (léase partido), sería un elemento inocuo en el combate por el poder político, si no tuviera el apoyo incondicional de ésa masa heterogénea, anónima e “inculta” de individuos, dispuestos a luchar disciplinadamente y con lealtad. Escribo el término inculto entre comillas, porque estoy convencido que no existen los pueblos incultos. La “incultura” es un constructo inventado por la clase dominante desde la época de Platón, que marcó la frontera seudo intelectual entre la masa y la élite. La cultura en su connotación clásica, platónica y aristotélica, tiene un carácter aristocrático y excluyente, y sigue teniéndolo. Las artes manuales, así como los conocimientos y las técnicas de los artesanos y agricultores no estaban consideradas como parte de la cultura. Mientras que el acceso a las bellas artes y al conocimiento de las ciencias naturales, las matemáticas y la filosofía, estaba predestinado a una minoría de iluminados, a una casta gobernante y a una elite religiosa. De manera tal, que el goce de la vida cultural ha sido siempre un privilegio de la clase social dominante en todas las épocas. ¿Quién leía a Tolstoi, Chejov, Dostoievski o quien escuchaba a Tchaikovski en la Rusia zarista? La hegemonía de la clase dominante ha estado siempre basada en la ignorancia de las masas populares y en la fuerza de las armas. ¿Homo politicus versus Brutum politicum?
En octubre de 1917,unos días más tarde del triunfo de la revolución bolchevique, es decir hace casi un siglo, Lenin, el líder indiscutible de la revolución soviética, señaló ante el II Congreso de los sóviets de diputados obreros y soldados de toda Rusia, que la fuerza del pueblo radicaba en la actividad consciente de las masas populares. Un Estado es fuerte—decía Lenin— por la conciencia de las masas. Es fuerte cuando las masas lo saben todo, pueden juzgar sobre todas las cosas y en todo obran conscientemente. Sabias palabras, que no solamente iban dirigidas a los obreros y soldados allí reunidos, sino también a los cuadros del partido bolchevique. ¿Qué significa saberlo todo?
Obviamente, que nadie puede saberlo todo. Cualquier persona, con cinco de dedos de frente, estará de acuerdo con este juicio; y Lenin tenía, sin duda alguna, más de cinco. Él no se refería a la acumulación mecánica de datos y al dominio de la epistemología. No. Lenin pensaba en la cultura revolucionaria, por una parte y por otra, en el carácter estratégico de la información.
Las masas lo saben todo, cuando la información que reciben es verídica, corresponde a los hechos reales y es fácil de comprender. Las masas pueden juzgar sobre todas las cosas, cuando no hay temas tabús y/o censurados, y pueden discutirlos libremente y sin temores ni prejuicios en sus centros de actividad o en los comités de empresa. Solamente así, las masas populares pueden obrar conscientemente. Por otra parte, sólo se puede “saberlo todo”, es decir, “averiguarlo todo”, cuando interpretamos dialécticamente el mundo que nos rodea. Cualquier imposición arbitraria, estatal o partidaria o interpretación mecanicista, conduce a la enajenación y al estancamiento. Las ideas son como el agua; sino fluyen se pudren—Mao Tse Tung—y cuando las ideas se pudren, entonces la disciplina se confunde con obediencia, la crítica con traición, el dogma con teoría y el enriquecimiento teórico marxista con revisionismo.
La clase trabajadora moderna está en general, mejor preparada y protegida que en los años en que Carlos Marx escribió el Capital. Por ejemplo, los niveles de analfabetismo en general han disminuido considerablemente con respecto al pasado y muchos ciudadanos gozamos de mejor formación escolar, profesional, académica y se han decretado leyes sociales y laborales que protegen al trabajador, otorgándole al capitalismo un hálito humanista. Sin embargo, el sistema capitalista, después de más de siglo y medio de existencia no ha sido capaz de resolver el problema humano, puesto que la solución de los problemas existenciales (materiales) de la humanidad, pasa por resolver la contradicción fundamental del sistema capitalista: capital-trabajo. El sistema capitalista no tiene un mecanismo de autodestrucción, que se activará cuando los límites de explotación, pobreza e indigencia hayan desbordado los límites superiores de adaptación y resistencia del organismo humano y los recursos naturales se hayan agotado. Si así fuera, el capitalismo estaría ya en el panteón de la historia, porque ésos márgenes de tolerancia humana hace mucho tiempo que ya han sido rebasados. Sucede todo lo contrario, el capitalismo es una fiera voraz e insaciable que encarna su colmillo explotador, incluso en la materia inerte y que tiene como coto privado de caza todo el planeta tierra.
La sociedad del siglo XXI ha cambiado efectivamente en muchas cosas. No obstante, es válido preguntar, ¿Cuál es el grado de cultura política de la masa crítica de los ciudadanos? ¿Cuál es el nivel de conciencia de clase? ¿Quién tiene tiempo libre y recursos económicos para dedicarse al estudio autodidáctico político-económico? ¿Quién tiene los conocimientos científicos requeridos? o ¿Basta con la intuición, los conceptos universales, la inteligencia emocional, el sentido común, el hambre y la miseria para entender la complejidad de la cosa en sí?
Si la constante experiencia individual y colectiva somato-sensorial, holística y conceptual del mundo en que vivimos, y la percepción particular de las relaciones sociales de producción que determinan nuestra conducta político-social y que influyen de manera determinante en nuestro estado de ánimo y de salud, fueran suficientes para echar andar las ruedas de un proceso de concientización político-social en la sociedad, entonces no habría necesidad de la agitación política y la lucha ideológica. Las transformaciones de la realidad serían, por lo tanto, el resultado de un proceso espontáneo individual y colectivo. La rebelión de las masas en contra del capitalismo, se daría por doquier y la revolución socialista sería la alternativa indiscutible.
El conocimiento de las ciencias naturales, sociales y humanísticas es, sin lugar a dudas, un aspecto importante en la sociedad y entre más y mejor preparado se encuentre el ciudadano, su participación y aporte en el proceso productivo y creativo será más efectivo y determinante. Pero la cultura en general no es garantía absoluta de emancipación y libertad de pensamiento. De ahí la necesidad de crear y construir las bases materiales y subjetivas en la sociedad, para que el ser humano pueda decidir y elegir libremente el sistema político-económico que le permita desarrollarse integralmente como ser humano. El capitalismo, como se ha dicho ya, no puede cumplir éste papel histórico en la humanidad, puesto que se fundamenta en la explotación del hombre-objeto por el hombre-propietario y de lo que se trata en el Manifiesto Comunista es el de socializar el fruto del esfuerzo colectivo. No es posible pues, que en el capitalismo el hombre sea el sujeto de su historia, puesto que el objetivo principal en el modo de producción capitalista, es el beneficio comercial basado en la expoliación del ser humano.
Desgraciadamente, a pesar de los horrores y los desastres que el capitalismo ocasiona, el socialismo no está en la mente de la mayoría de los ciudadanos ni tampoco en la agenda de los partidos políticos de la izquierda parlamentaria. A raíz del fracaso del modelo soviético-socialista de gestión económica, conocido como socialismo real, y del desmembramiento de la antigua Unión Soviética, la revolución socialista dejó de ser un planteamiento político racional y necesario. Exceptuando el socialismo cubano—China y Viet Nam son casos particulares que merecen un estudio exhaustivo—, no existe ningún país en el mundo que apueste por el socialismo. Es evidente que el triunfo de la contrarrevolución en el campo socialista debilitó sustancialmente a las fuerzas de la izquierda revolucionaria mundial. Hoy en día, los votos de la ciudadanía no se ganan con idearios políticos en los que la construcción del socialismo sea el eje principal de la política partidaria. Esta situación es general, y estimula el reformismo, el oportunismo electorero y la real politik de los partidos políticos de centro-izquierda. El “malestar social o mal vivir”, que no es más que la consecuencia directa de la explotación y de la crisis económica del sistema, sumado a la indignación frente a la prepotencia imperialista de los países más desarrollados, a la falta de perspectiva futura para las nuevas generaciones, a la sobre explotación de los recursos naturales, a la contaminación del medio ambiente, a la falta de respeto a los derechos más elementales del ser humano, a las guerras de rapiña y de ocupación, ha generado olas de protestas y demostraciones multitudinarias en todos los continentes, muchas veces de carácter espontáneo y voluntarista.
No obstante, todas estas acciones callejeras, masivas o no, son expresiones diversas de la lucha de clase y en este sentido, sería un error político del movimiento comunista nacional e internacional no sumarse al descontento popular y salir a la calle a multiplicar fuerzas con estos movimientos sociales. Aunque es importante señalar y tener en cuenta, que a pesar que el sistema capitalista es cuestionado por estos movimientos políticos de manera sistemática, organizada y/o caótica, por unos y por otros, la superestructura hegemónica, sobre la cual descansa el poder político-económico y militar de la clase dominante, sigue siendo un tabú político en la gran mayoría de éstas acciones (plantones, sentadas, ocupaciones, marchas, etc.).
Europa está viviendo actualmente un renacimiento de la derecha fascista, precisamente en los momentos en que el movimiento comunista se encuentra política e ideológicamente debilitado. La crisis económica es el caldo de cultivo en cual se cuecen los sentimientos más nacionalistas y conservadores de los sectores sociales con menos recursos culturales; ciudadanos con poca formación política que a la larga se transforman en la materia prima humana con la que se edifican los regímenes fascistas. Por eso no es casual, que en los últimos años hayan surgido líderes populistas como Le Pen y su hija en Francia, Geert Wilders en Bélgica, Timo Soini en Finlandia, Siv Jensen en Noruega, Toni Brunner en Suiza, quienes ya no necesitan disfrazar su racismo y xenofobia.
Dentro de este marco político-ideológico adverso, la lucha ideológica por recuperar los espacios político-sociales perdidos, se torna un objetivo estratégico de primer orden, así como la intensificación de la cultura revolucionaria en las organizaciones partidarias y en los movimientos sociales. La cultura revolucionaria tiene que convertirse, desde ya, en el elemento catalizador y aglutinador en la sociedad moderna, lo cual presupone la negación de consignas dogmáticas y prácticas partidarias caducas y obsoletas. Ni mística ni misticismo, el revolucionario moderno tiene que ser un hombre culto.
No se trata por lo tanto, cuando hablamos de cultura revolucionaria, que las masas populares comprendan, en primer lugar, el teorema de Gödel, la teoría general de la relatividad o la teoría del valor-trabajo de Carlos Marx. Se trata en definitiva de romper la hegemonía cultural de la clase dominante y contrarrestar su influencia ideológica, integrando dialécticamente las experiencias sociales del pasado a las condiciones actuales de la lucha de clases y desarrollar nuevas formas de organización y participación en la lucha política, y finalmente, de enriquecer el marxismo-leninismo con los valiosos aportes teórico-prácticos de muchos revolucionarios en el mundo.
Federico Engels, en un pasaje de su ensayo “Del Socialismo utópico, al Socialismo científico”, planteó que “…Sólo siguiendo la senda dialéctica, no perdiendo jamás de vista las innumerables acciones y reacciones generales del devenir y del perecer, de los cambios de avance y de retroceso, llegamos a una concepción exacta del Universo, de su desarrollo y del desarrollo de la humanidad, así como la imagen proyectada por ese desarrollo en las cabezas de los hombres…”.
La cultura en general y más concretamente, la cultura revolucionaria, desempeña un papel decisivo en el proceso de transformación de la realidad material y subjetiva de la sociedad. Como fuente de liberación intelectual, la cultura, tiene un carácter emancipador y cohesionador en la sociedad.
Una sociedad sin dogmas y prejuicios no es una Utopía.
Roberto Herrera 13.12.2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario