Hace 30 años se realizó en la Palma/Chalatenango el primer encuentro oficial del FMLN con el gobierno salvadoreño. Un análisis retrospectivo.
Si el conflicto armado salvadoreño fue una guerra popular prolongada o una
guerra de liberación nacional o una guerra de guerrillas o una guerra
revolucionaria o una guerra justa, es para el ciudadano común del mundo un
hecho histórico irrelevante, salvo para los historiadores de las academias
militares donde la doctrina contrainsurgente todavía es un tema de análisis y
estudio. La guerra es por definición solo un medio ─por cierto extremadamente
violento y destructivo ─ en función
de objetivos políticos concretos, y en este sentido entonces, el carácter y
contenido de cualquier tipo de guerra tiene que corresponder al objetivo
político estratégico establecido por los bandos enfrentados.
El término que se impuso internacionalmente para definir los años bélicos
que vivió la sociedad salvadoreña en las décadas de los setenta y de los ochenta
del siglo pasado, a partir de una etapa determinada de desarrollo del conflicto
armado, fue el de “guerra civil”. Dicho concepto implica su contraparte
dialéctica, “la paz social”. Mientras que las otras “guerras” no necesariamente
se desarrollan para lograr la paz, sino que en dependencia de los objetivos
políticos y geopolíticos, éstas pueden llevarse a cabo para destruir o diezmar el
aparato político-militar y económico de un estado o de una organización
político-militar insurgente, situación que no siempre concluye con un acuerdo
de paz social. Es decir, que también hay muchas guerras que se hacen para
evitar la paz, como las del Oriente Medio.
Si la guerra,
como hemos visto, está en función de objetivos políticos, cabe preguntarse: ¿Cuáles
fueron los de la guerra revolucionaria salvadoreña?
Considero que
fueron tres grandes objetivos estratégicos los que la alianza FMLN/FDR planteó
concretamente a lo largo del conflicto armado y que correspondieron
recíprocamente a cada una de las etapas de desarrollo del mismo. Además , es
importante remarcar aquí, que los
esfuerzos político-diplomáticos para conseguir la paz y el desarrollo mismo de
la guerra fueron parte de un proceso dialéctico, cuya dinámica y complejidad se
vio reflejada a nivel táctico-operativo, tanto en el teatro de operaciones
bélico como en la mesa de negociaciones desde el inicio de la guerra en 1981. Estos
fueron:
1.- La plataforma de Gobierno Democrático Revolucionario (GDR) 1980-1983.
Etapa GDR.
2.- La plataforma de Gobierno Provisional de Amplia Participación
(GAP) 1984-1986. Etapa GAP.
3. La solución negociada del fin de la “guerra civil” 1987-1992.
Etapa de la guerra por la paz.
El esquema
periódico planteado aquí es solo una guía cronológica aproximada y los fines
políticos están esbozados escuetamente en sus líneas generales.
El primer
objetivo estratégico (Gobierno Democrático Revolucionario) presuponía la toma del poder político-militar
y económico, es decir, que el conflicto armado estaba orientado a aniquilar, a
destruir o en última instancia a neutralizar las fuerzas armadas salvadoreñas.
El fin político tenía carácter y contenido socialista.
El segundo
objetivo estratégico fue el de fomentar el diálogo y la negociación a través de
la plataforma programática plasmada en el Gobierno Provisional de Amplia Participación
(GAP), el cual no presuponía la toma del poder político-militar y económico ni
la transformación del sistema capitalista ni mucho menos cuestionaba el papel
de las fuerzas armadas salvadoreñas. El conflicto armado funcionó aquí como
instrumento de presión para conseguir la solución política negociada. El
objetivo tenía un carácter y contenido conservador y reconciliador.
El tercer
objetivo estratégico presuponía el reconocimiento previo de una situación de impasse militar y estuvo orientado al establecimiento
de un nuevo orden político y legislativo. Dentro de las exigencias políticas
del FMLN para poner fin a la guerra se destacan las reformas constitucionales,
la incorporación del FMLN a la vida política, la aprobación de la ley de
amnistía (“Ley de Reconciliación Nacional”) y la reforma de las fuerzas armadas.
La intensificación de la guerra sirvió como instrumento para demostrar la
fuerza beligerante del FMLN y para evidenciar el “empate militar”.
Ante el
fracaso de la “Ofensiva Final” del 10 de enero 1981, los dirigentes del
Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), la Resistencia Nacional (RN) y el
Partido Comunista Salvadoreño (PCS) expresaron de inmediato la necesidad de
establecer contacto con los gobiernos de El Salvador y los Estados Unidos, a
fin de alcanzar un acuerdo político y negociar la paz. Estas posiciones
políticas negociadoras fueron respaldadas meses más tarde con la Declaración
Franco-Mexicana en agosto de 1981. En dicha declaración conjunta se reconoció a
la alianza política FMLN/FDR como “fuerza política representativa de la
sociedad salvadoreña dispuesta a asumir las obligaciones y derechos que de ella
se derivan”.
¿Cómo
reaccionó el gobierno salvadoreño? La posición del gobierno siempre fue de
rechazo a la solución política, argumentando que en El Salvador no había ningún
conflicto armado. Dicha posición la mantuvieron hasta el final, a tal punto que
el estado de “conflicto armado” no fue reconocido oficialmente por las
autoridades salvadoreñas. El ejército salvadoreño convencido de antemano de la
improbabilidad de triunfo por parte del otro bando y seguro de su propia
superioridad, también rechazó el diálogo y la negociación. Es más, lanzaron una
feroz contraofensiva contra las “posiciones terroristas”. Sin embargo, el
ejército salvadoreño a pesar de su superioridad en número y armamento, no fue
capaz de romper la moral combativa de las fuerzas rebeldes ni
mucho menos aniquilar las inexpertas y mal equipadas unidades combativas
guerrilleras.
1982 fue un
año de guerra que estuvo caracterizado por la estrategia defensiva guerrillera
de “Resistir, Desarrollarse y Avanzar”, mientras tanto el gobierno salvadoreño
y los Estados Unidos continuaron ignorando los planteamientos negociadores y
reconciliadores del FMLN/FDR. Al menos oficialmente, puesto que los aliados
estratégicos y tácticos de la alianza revolucionaria-democrática pusieron los buenos
servicios diplomáticos a disposición de los revolucionarios.
El año 1983 fue
decisivo y determinante para la metamorfosis gradual de la guerra salvadoreña.
Es del dominio público que al interior del FMLN/FDR no había consenso en
relación al papel estratégico del diálogo y la negociación, y que además, al
interior de las Fuerzas Populares de Liberación (FPL) se desarrollaba una
fuerte lucha político-ideológica por el poder. Más allá de la controversia y la
mitificación en relación al rol histórico de Salvador Cayetano Carpio, el
Comandante Marcial, no se puede negar ni pasar por alto su peso específico en
las filas de las FPL-FM, la organización político-militar numéricamente más
fuerte en la alianza FMLN. Salvador Cayetano Carpio fue no solamente para sus
correligionarios, sino también para muchos salvadoreños e internacionalistas de
izquierda el paladín de la lucha armada y sinónimo de consecuencia e
intransigencia. Si él tenía o no razón con sus planteamientos en relación al
diálogo y a la negociación, y sobre todo con su escepticismo y recelo frente al
papel e influencia de los aliados estratégicos de la revolución salvadoreña en
la conducción de la guerra, es algo que solamente la historia de la lucha de
clases en El Salvador responderá.
Considerando estos aspectos, no es difícil deducir,
que al no concebir Marcial la solución política como la vía para acceder al
poder político-militar, él se convirtió en un serio problema, tanto para la
dirigencia ─ comisión política─ de las Fuerzas Populares de Liberación
Farabundo Martí y el mando único del FMLN, como para los aliados estratégicos
de la revolución salvadoreña.
Los sucesos de
abril 1983 en Managua (asesinato de Mélida Anaya Montes, Comandante Ana María y
suicidio de Salvador Cayetano Carpio, marcaron el fin de la primera etapa de la
guerra y el punto de inflexión de la revolución socialista salvadoreña. A
partir de allí, la revolución tomaría otros derroteros.
A pesar de
estos hechos, el conflicto armado no se detuvo, más bien aumentó su
intensidad. A nivel militar el FMLN había realizado operativos de gran
envergadura, dentro de los cuales cabe destacar la toma y destrucción parcial
del cuartel El Paraíso en Chalatenango en diciembre 1983 y el asalto a la presa
hidroeléctrica del Cerrón Grande en junio 1984. Independientemente de los
resultados parciales o totales de dichas acciones militares, el FMLN demostró
fuerza y capacidad de movilización de tropa en el teatro de operaciones.
El 9 de
febrero de 1984 representa el inicio de una nueva etapa de la revolución
salvadoreña. En esa fecha la alianza FMLN/FDR da a conocer al mundo en
conferencia de prensa en la ciudad de México, la propuesta de un “Gobierno
Provisional de Amplia Participación” (GAP) con el propósito de resolver el
conflicto armado por medio del diálogo y la negociación.
La junta
revolucionaria de gobierno, presidida por José Napoleón Duarte, rechazó de
inmediato la propuesta política del FMLN/FDR. No obstante, el primer encuentro oficial
de la guerrilla (y ya no los terroristas
o subversivos del FMLN) con el gobierno, se realizó en el pueblo de La
Palma/Chalatenango en octubre de 1984. El periódico español El País en su
edición del 18 de octubre del mismo año informó al respecto, entre otras cosas,
lo siguiente:
“Para avanzar
en este sentido, encargaron a la comisión mixta el cometido de humanizar la
guerra, concepto que puede incluir desde el cumplimiento de la convención de
Ginebra en materia de prisioneros hasta el cese de los bombardeos a la
población civil y el sabotaje contra la economía. Duarte explicó en el palacio
presidencial que "no podíamos resolver en horas una guerra de causas tan
profundas". El comandante Fermán Cienfuegos diría, por su parte, en una
conferencia de prensa celebrada durante la madrugada del martes en el
campamento guerrillero de Miramundo que "no ha habido consenso" en
esta materia. En las declaraciones efectuadas por ambos lados destaca un tono
general de respeto al adversario, sin las descalificaciones mutuas que fueron
costumbre hasta hace sólo unos días. Cienfuegos describió el ambiente de la
entrevista como "sereno y respetuoso por ambas partes", que buscaron
con ello la continuidad del diálogo. Las dos partes han reconocido, sin
embargo, que el diálogo está en sus inicios y que será un proceso largo y
complicado. Cienfuegos y el comandante Facundo Guardado no ocultaron que, si
había tenido lugar la entrevista con el Gobierno en un plano de igualdad y sin
deponer las armas, fue precisamente por la fuerza militar que ha adquirido el
Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN). Es lógico, por tanto, que
en los próximos meses los dos bandos, lejos de desarmarse, continúen acumulando
fuerzas para llegar a la mesa negociadora con ventaja.”
El gobierno
salvadoreño y el ejército, indiferentes al fortalecimiento y desarrollo del
ejército efemelenista y el peligro que eso implicaba, ignoraron las propuestas
negociadoras, basadas en la plataforma de Gobierno Provisional de Amplia
Participación (GAP). La actitud beligerante del gobierno de Napoleón Duarte significó
en definitiva el fracaso del proyecto negociador y conciliador del FMLN/FDR. Para
finales de 1986 estaba claro que el conflicto armado había entrado a una nueva
etapa de desarrollo, la última, la cual duraría casi seis años y que culminaría
con la firma de los Acuerdos de Paz en la ciudad de Chapultepec el 16 de enero
1992.
¿Qué llevó a
la prolongación del conflicto armado, a pesar de los esfuerzos y la buena
voluntad del FMLN/FDR de dialogar y negociar a partir de 1981?
En primer
lugar, sería equivocado pensar que la guerra se prolongó debido a la estrategia
de “guerra popular prolongada”, puesto que la estrategia que se impuso al
interior del FMLN no fue precisamente esa. El FMLN al final de cuentas se vio
envuelto en un conflicto armado que con la dinámica misma de las operaciones
militares se fue transformando en una guerra entre dos ejércitos, el uno
irregular, con todas las dificultades logísticas, de avituallamiento y
reclutamiento típicas del carácter irregular y el otro, con todo el apoyo
logístico y asesoramiento por parte del Pentágono.
En El Salvador
no se cumplió el principio fundamental de la Guerra Popular Prolongada que es
la incorporación de “todo” el pueblo a la guerra. Una guerra en la cual “cada”
ciudadano es un combatiente, “cada” hogar una trinchera de lucha, “cada” cantón
o pueblo un cuartel guerrillero. Y por último, pero no menos importante, es el
hecho que al no existir el “partido único marxista-leninista de los obreros y
los campesinos”, la conducción estratégica de la guerra se “militarizó”, lo
cual tuvo como consecuencia la supeditación en la práctica de las estructuras
políticas, por lo demás débiles, a las necesidades de la guerra.
Concluyendo,
la prolongación del conflicto armado salvadoreño se debió, por una parte, a que
la oligarquía salvadoreña y los sectores más intransigentes dentro de las
fuerzas armadas salvadoreñas ─ apoyadas y asesoradas por el gobierno de los
Estados Unidos ─ consideraron siempre, incluso después de la demostración de
fuerza del FMLN en noviembre de 1989, que la probabilidad de derrotar
militarmente al FMLN estaba a su favor. Lo cual los llevó a sobrevalorar su
fuerza y a tener una actitud negativa, reticente y soberbia frente al diálogo y
la negociación. Y por otra parte, debido a que el FMLN, a pesar de su poder de
convocatoria, la capacidad de agitar y de movilizar a las “masas”, no fue capaz
de “insurreccionar política y militarmente” a la mayoría de la población civil
salvadoreña en las coyunturas político-militares más significativas, sobre todo
en las grandes ciudades, ni de paralizar económicamente al país. A pesar del
control relativo sobre parte del territorio ─ los frentes de guerra ─, la
capacidad de concentración y movilización de sus unidades militares, el FMLN no
logró “convencer” al pueblo salvadoreño de las posibilidades reales del triunfo
de la revolución. Por eso es que la esperada y soñada “insurrección
salvadoreña” no se llevó a cabo. La mayoría de la clase obrera y del
campesinado se mantuvo al margen del conflicto.
En El Salvador
no se dio realmente una “situación revolucionaria” ni al inicio de la guerra
abierta en 1981 ni durante la “Ofensiva hasta el tope” en 1989, tal y como la
planteara Lenin en 1915 en la víspera de la revolución bolchevique. La
oligarquía salvadoreña mantuvo su dominio en forma inmutable en todo momento
del conflicto. La clase dominante “continuó viviendo como hasta entonces”.
Tampoco el país se encontraba en una situación de crisis económica en la cual
la miseria y la pobreza de las clases oprimidas hiciera “imposible seguir
viviendo” en tales condiciones. Lo que si se dio en El Salvador fue una
intensificación considerable de la actividad política de las masas en los años
previos a la ofensiva final de 1981.
Entonces, si
la “vanguardia revolucionaria salvadoreña” (FMLN) no logró insurreccionar a las
masas populares ni en los años de clímax revolucionario político (1979-1981) ni
durante la demostración de fuerza militar revolucionaria sui géneris en la “Ofensiva hasta el tope” (1989), surgen varias
preguntas: ¿Por qué razón la población civil no se insurreccionó en esos
momentos y por qué la clase trabajadora no paralizó la economía nacional? ¿Una
valoración equivocada de la voluntad insurreccional del pueblo? ¿Fue un error
de la estrategia político-militar? ¿Un análisis erróneo de la lucha de clases a
nivel nacional e internacional? ¿Militarización por parte del FMLN en la
conducción global de la guerra? ¿La ausencia de un partido único de la clase
obrera y el campesinado salvadoreño?
¿Quién tuvo la razón revolucionaria?
Ha sido la propia
historia de la lucha de clases en El Salvador a partir de la década del sesenta
del siglo pasado hasta nuestros días, que ha ido respondiendo dialécticamente las
preguntas en cuestión. A ninguna personalidad, por muy brillante y carismática
que sea o hubiera sido, podría atribuírsele haber tenido la razón absoluta en
el debate político e ideológico y concluir por ello, que sus argumentos fueron
absolutamente verdaderos. Conclusión falsa por cierto, puesto que lo “absoluto”
no existe y por otra parte, las cosas políticas
en si tienen siempre carácter relativo y pasajero. ¡Lo que hoy es
verdadero, mañana puede ser falso! ¡Lo que en Viet Nam fue posible, en El
Salvador no lo fue!
En los
primeros años la guerrilla salvadoreña adoptó mecanismos de guerra tipo popular
prolongada, es decir, guerra de
guerrillas combinada con estrategias insurreccionales, foquistas y
conspirativas militares, un tipo de guerra muy particular ─ por lo reducido del
teatro de operaciones ─ que con el correr del tiempo y la dinámica del
conflicto se fue transformando en una guerra, en la cual el fin estratégico del
ejército gubernamental era el desgaste de la guerrilla, mientras que la del ejército
rebelde de resistir. Es decir, que la guerra revolucionaria en su
transformación dejó de ser un medio en función de alcanzar la “liberación nacional”
y la justicia político-social y económica de las grandes mayorías populares
hasta convertirse en un “asunto bélico a negociar”.
No cabe duda
alguna que el pueblo salvadoreño quería el fin de la guerra y el acuerdo de paz
de Chapultepec 1992 fue la respuesta lógica del FMLN, y aunque el gobierno
derechista de ARENA se opuso a la negociación de la paz hasta el último momento,
la administración de George Bush Sr. ya no estaba a favor de la estrategia
militar de contrainsurgencia en El Salvador. Pero no porque consideraran que
dicha estrategia hubiera fracasado, sino que ya no era necesaria. El FMLN/FDR
había dado muestras claras y sin ambivalencias, que su objetivo político
estratégico ya no era el de subvertir el sistema capitalista, sino el de
participar en la reconstrucción del país, aceptando las reglas de la democracia
parlamentaria. Así como la dictadura del general Augusto Pinochet en Chile se
vio obligada a aceptar el plebiscito en 1988, la oligarquía salvadoreña también
se “vio obligada” en diciembre 1991 a negociar la paz. El FMLN por su parte,
sabía que no podía desarmar completamente al ejército salvadoreño y el gobierno
de ARENA y las fuerzas armadas tuvieron que reconocer que desarmar al FMLN por
medios bélicos significaba la prolongación de la guerra y por lo tanto, pagar
un “precio excesivo”. Además, Washington ya no tenía interés en seguir
financiando la costosa guerra. La consecuencia de este análisis
político-económico y militar por ambas partes fue la firma de los acuerdos de
paz en 1992.
Karl von
Clausewitz argumenta en su obra “De la guerra”, que existen dos motivos
principales para plantear y/o hacer la paz: el primero es la improbabilidad del
éxito y el segundo el precio excesivo a pagar por él. Por otra parte, tan
pronto como el gasto de fuerza sea tan grande que el objetivo político ya no
sea equivalente, este objetivo deberá ser abandonado y el resultado será la
paz.
El camino que
tuvo que andar el pueblo salvadoreño, a partir de la guerra popular prolongada hasta
llegar a la paz social negociada y concertada en Chapultepec, está adornado
luctuosamente con 75 mil cruces que son el estigma del alto precio que pagó el
pueblo salvadoreño por las reformas democrático-burguesas alcanzadas con la
firma de los acuerdos.
¿Hubiera habido
guerra?, si al pueblo salvadoreño, al menos a la parte de la población que se
alzó en armas ─ especialmente la juventud rebelde ─ se le hubiera preguntado en
los inicios de la revolución, si estarían dispuestos a dar su vida por la reformación
del estado de derecho. Yo estimo que no hubiera habido guerra. Y, si se quiere
hilvanar más fino e ir más lejos: ¿Qué hubiera pasado?, si en los años en que
los comandantes de la revolución, sabiendo que la guerra era un callejón militar
sin salida, le hubieran preguntado a sus respectivas tropas, si estarían
dispuestas a continuar guerreando por objetivos que ya no eran en aras de la revolución
socialista. Pienso que muchos de los comandantes no hubieran sobrevivido la
pregunta. ¿Y usted qué opina?, estimado lector.
En un estudio
de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (1998) acerca de “La
violencia en El Salvador en los años noventa. Magnitud, costos y factores
posibilitadores”, se afirma que: “Los
Acuerdos de paz no sólo terminaron con el conflicto armado, sino que además
fueron planteados como un mecanismo para la construcción de una nueva sociedad;
frente a esto, muchos salvadoreños crearon expectativas muy grandes con
respecto al futuro nacional, sobre todo en el orden socioeconómico. Sin embargo,
pasada la alegría del logro de paz, los salvadoreños empezaron a acusar un
elevado nivel de frustración por la falta de resolución de sus viejos problemas
y, sobre todo, por la permanencia de un modelo de exclusión social y económica.
Los tratados de paz resolvieron el problema de la marginación política, pero al
final no fueron capaces de resolver los problemas de exclusión socioeconómica”.
Todavía está por verificarse si la sentencia de Schafik Jorge Handal en
septiembre 2004 fue un pronóstico político realista o simplemente una profecía
esperada, pues hasta el momento el sistema capitalista neoliberal en El
Salvador se resiste ─ con mucho éxito ─ a cualquier cambio y más bien da la
impresión de que es precisamente el sistema ─ capitalista ─ el que está
cambiando al FMLN. Además, aún está por demostrarse si el FMLN es efectivamente
el verdadero representante de la clase trabajadora salvadoreña y por lo tanto, la
única fuerza política marxista que lucha por la verdadera paz social en El Salvador,
vale decir, el socialismo salvadoreño .
Roque Dalton, quien no fue profeta ni Mesías sino un poeta visionario y
soñador de Utopías, tenía toda la razón al decir: “El Salvador será un lindo y (sin
exagerar) serio país cuando la clase obrera y el campesinado lo fertilicen lo
peinen lo talqueen le curen la goma histórica lo adecenten lo reconstituyan y
lo echen a andar. El problema es que hoy El Salvador tiene como mil puyas y cien mil
desniveles quinimil callos y algunas postemillas cánceres cáscaras caspas
shuquedades llagas fracturas tembladeras tufos”.
Ojalá las nuevas generaciones de salvadoreños y salvadoreñas sepan
embellecer el país, sin la necesidad de recurrir al machete y a la pólvora.
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