Estimado lector, si usted es ducho en la materia, no piense que despotricaré
aquí en contra de la tecnología moderna o que desparramaré estiércol con
ventilador sobre la generación digital híper cibernética del siglo XXI o que levantaré
el dedo inquisitorio contra las comunidades virtuales. No es esa mi intención.
Me referiré única y exclusivamente a tres vicios que surgen como consecuencia de
la creación de las redes sociales: La bazofia-, la anonimidad-y la adicción
virtual.
Entre la “bazofia virtual”, que no es lo mismo que el correo basura o spam, y la anonimidad del usuario, existe
una relación concomitante. El anonimato condiciona y potencia la “capacidad
productora” de porquería virtual del usuario. A diferencia de los desechos del
proceso de transformación de insumos en la economía agrícola e industrial, la bazofia
virtual es generada por los propios usuarios y ésta es evacuada por lo general compulsivamente
de manera visual y/o escrita.
El hombre como ente social tiene la necesidad innata de relacionarse con
sus semejantes y de comunicar. La comunicación digital acelera el proceso de
comunicación entre los individuos, a tal punto que en cosa de segundos con solo
apretar un botón se puede contactar simultáneamente a varias personas en
diferentes partes del mundo. Internet transformó virtualmente el planeta tierra
en una “aldea global”, término utilizado por el filósofo canadiense Herbert
Marshall McLuhan, en su libro “La Galaxia de Gutenberg”, para explicar
metafóricamente el efecto emocional que tiene la “comunicación virtual” en las
personas que, activa o pasivamente, intervienen en el proceso informativo.
Con la irrupción en 1997 de la red social (Six Degrees of separation) cambió
radicalmente el universo de las
comunicaciones virtuales interpersonales de nuevo tipo. A partir de ahí, el
número de comunidades virtuales abiertas se multiplicó vertiginosamente hasta
llegar a Facebook, YouTube, Google, Twitter y otras. Sin duda alguna FB es la
que más usuarios atrae y su popularidad es por el momento indiscutible.
¿Face to face or Facebook?
“El hábito no hace al monje”, reza el dicho popular que es más viejo que
internet y todo el boom digital de los últimos años y no estaría mal que los
usuarios de las redes globales tuviéramos el hábito de repetirlo cada vez que nos
conectamos a la red, de lo contrario corremos el riesgo de caer tontamente en
una trampa visual, corroborando de esta manera el principio de Herbert Marshall
McLuhan: “Somos lo que vemos”.
Es importante saber que el hábito a la red actúa sobre las estructuras neuronales
del mismo modo que cualquier droga química o biológica conocida. La “adicción a
lo virtual” también tiene consecuencias graves mediatas e inmediatas y lamentablemente
éstas no son virtuales: Depresión, aislamiento social, miedos y pérdida del
control. Dado que la habituación es un proceso neurofisiológico hormonal de acostumbramiento
a la exposición a un estímulo cualquiera, y ésta no está sujeta a mecanismos de
autocontrol. Esto quiere decir, que una vez “enganchados en la red” perdemos el
control del tiempo y del espacio; pareciéndonos lo más natural del mundo navegar
horas enteras en el inmenso océano del internet. Alcanzado este punto de
adicción, el proceso neurofisiológico de habituación-sensibilización se
convierte en un círculo vicioso. La reacción-respuesta frente a la exposición
al mismo estímulo refuerza el mecanismo de dependencia y a la vez disminuye la
capacidad de autodefensa. En el momento en que el cibernauta se encuentra ya atrapado
en las invisibles hebras de la red, éste pierde el control sobre “la
herramienta” y se transforma, independientemente del grado de su cultura o
incultura, en un esclavo de la misma; cumpliéndose así el segundo principio de
Marshall: “Formamos nuestras herramientas y luego éstas nos (de─)
forman”.
Las relaciones sociales que surgen a través de las redes sociales reales,
tales como los clubes deportivos, centros culturales y artísticos, grupos de
trabajo, etc., por ser reales, es decir face to face (contacto directo), son
sin duda alguna más integrales y más sanas, porque actúan holísticamente en el
desarrollo natural de la personalidad y del comportamiento social, sobre todo en
los niños y en los jóvenes.
Troll, el enmascarado cibernético.
La anonimidad en la red global se presta para la difamación, la perfidia, las
perversiones sexuales, la discriminación sexual, étnica y de género, el
racismo, la enajenación social, el pasotismo, el fanatismo político y
religioso, la holgazanería, la violencia verbal, la falsedad, la trampa, el
chantaje, la mentira y hasta el crimen, es decir, para dar rienda suelta a todas
las bajas pasiones propias del ser humano, por tanto no es extraño que muchos
jóvenes usuarios sufran de soledad, depresión y angustia, tres de los
estresores más dañinos para el organismo humano.
Pero el anonimato también tiene sus ventajas, y la principal de ellas está
íntimamente relacionada a los aspectos de seguridad personal, tanto para lo
“bueno” como para lo “malo”. Por lo general, resulta fácil detectar las intenciones
del “Troll”, a partir de la forma y del contenido de su participación en el
foro. Aunque algunas veces los comentarios de un Troll pueden brillar y
tener el color del oro, éstos suelen ser vacuos y disgregantes.
¿Cómo evitar el contacto con el excremento virtual?
Felizmente, las redes sociales virtuales abiertas ofrecen muchas opciones para
evitar untarse con las evacuaciones compulsivas de algún cibernauta con verborrea.
Una de ellas consiste en bloquear al defecador de turno o suspender la suscripción.
También existe la posibilidad de navegar cómodamente en aguas conocidas y familiares,
es decir, en redes sociales cerradas.
¿To be online or not to be?! That is not the question!
Nada tengo en contra de lo moderno y pienso que las “herramientas” que
produce el homo sapiens deberían ser instrumentos en función de algo útil para
la sociedad, jamás un fin en sí mismo. Lo más importante, al menos para mí, es
saber por qué y para qué estoy conectado a internet. Las redes sociales
virtuales no son cárceles de alta seguridad. Son simplemente un medio rápido y
útil de comunicación. Pero muchas veces olvidamos que tanto el ingreso (o
salida) a una red social es un acto voluntario.
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