Se entiende por ciencia el conocimiento obtenido a través de la observación sistemática y metódica de un fenómeno cualquiera, del cual se deducen leyes y principios generales, cuya validez tiene un carácter relativo. Desarrollada en un marco ético-moral, la ciencia tiene como objetivo principal, conocer y entender nuestro mundo interior, el universo que nos rodea, preservar y proteger la vida del reino animal y el medio ambiente. Aunque es bien conocido que hubo culturas prehistóricas que experimentaron con seres humanos, las ciencias naturales modernas perdieron la virginidad durante el periodo oscurantista del nacional-socialismo alemán, en el que la muerte se planificó sistemática-y científicamente.
Natzweiler o Natzwiller1 es una comunidad pequeña, ubicada al noreste de la región de Alsacia/Francia, oculta bajo los frondosos árboles de la cadena montañosa de los Vosgos, históricamente insignificante, sino fuera por la existencia del campo de concentración nazi Struthof durante la segunda guerra mundial. Con el ascenso de Adolfo Hitler al poder y con la obcecada actividad de las hordas salvajes de las SS al mando de Heinrich Himmler y Reinhard Heydrich, las universidades alemanas fueron purgadas y convertidas en antros de propaganda ideológica fascista. La “ciencia alemana nacional-socialista”, se concentró en la investigación y desarrollo de los orígenes de la raza aria, su influencia geográfica en Europa y en la demostración "eugénica" de su superioridad. Los campos de concentración repartidos en el Tercer Reich, se convirtieron en laboratorios de experimentación científica. Es así, como en Dachau se investigó la septicemia, insomnio y los efectos del gas mostaza en seres humanos. Buchenwald se especializó en tifoidea y fertilidad, y Auschwitz en quemaduras, fiebre amarilla, cáncer, genética, esterilización y los efectos del electroshock. También en Natzweiler-Struthof, además de las monstruosidades características de todos los campos de concentración hitlerianos, se hizo “ciencia e investigación”. Tres famosos Professoren se hicieron cargo del proyecto científico: August Hirt, Otto Bickenbach y Eugen Haagen. El doctor Mengele fue un angelito comparado con estos consagrados satánicos científicos.
August Hirt, de origen suizo, nacido en Mannheim/Alemania, estudió medicina en la Universidad de Heidelberg y fue miembro de las SS. El 25 de noviembre de 1942, a las 18 horas, 15 prisioneros, personalmente escogidos por el Professor Hirt, fueron sometidos a brutales y sádicos experimentos. A diez “pacientes” se les aplicó veinte gotas de diferentes tipos de mostaza sulfurada y los cinco restantes recibieron un placebo. Los resultados no fueron satisfactorios, de tal manera, que el Professor ordenó un segundo ensayo con un nuevo producto, el cual fue probado en treinta reclusos y con “lindos resultados”, como lo expresara el mismo August Hirt en su reporte médico2 . El Professor Hirt también estuvo a cargo del proyecto de investigación ósea-anatómica de cadáveres. La colección de cráneos provenientes de todas las etnias y pueblos del mundo, se vio enriquecida con las calaveras de “judíos-bolcheviques” caídos en combate y con las de los diversos prisioneros políticos. En los sótanos del instituto de anatomía de la Universidad de Estrasburgo se encontraron 150 cadáveres al final de la guerra, de los cuales, 60 eran los cuerpos de prisioneros rusos, muertos en el campamento de Mutzig, en las cercanías de Natzweiler. 16 cadáveres fueron identificados, con nombre, apellido y número de reclusión que correspondían a los prisioneros ejecutados en la cámara de gas bajo las órdenes del Professor Hirt. Ellos fueron la materia prima con la que el investigador maquiavélico desarrolló sus estudios. En el periódico Daily Mail del 25 de enero de 1945, el científico tuvo el cinismo y la desvergüenza de argumentar a su favor, alegando que la mayoría de los institutos de anatomía del mundo entero estaban llenos de cuerpos embalsamados.
Por su parte, Otto Bickenbach, militante del partido Nacional-Socialista Alemán y miembro de los comandos paramilitares (SA), se especializó en el estudio científico del gas venenoso Cruz Verde, un compuesto orgánico, formado con cloro y arsénico derivado del ácido cianocloruro. Los experimentos se efectuaron en 12 prisioneros el 15 de junio de 1944. La mayoría de sus víctimas eran alemanes que se encontraban cumpliendo condenas por delitos comunes o sexuales, el resto pertenecía a la etnia sinti y roma (gitanos). La cámara de gas, construida especialmente para esos fines, se encontraba fuera del campo concentración a solo unos pasos del hotel que formaba parte del complejo militar Struthof. Los conejillos de India, alemanes y sintis o romas, permanecían durante 30 minutos en la cámara de gas, en grupos de dos o cuatro personas, caminando en círculos, para evitar la congestión del gas en un solo lugar. Previamente, recibían una dosis de urotropina que los protegía, algo que parece un cínico y cruel chiste de negrísimo humor, contra cualquier infección renal, en el caso que sobreviviera alguno, después de los experimentos con el gas Cruz Verde. Luego de haber ingerido el antibiótico, los prisioneros rompían las ampollas de Cruz Verde arrojándolas al suelo. Cuatro prisioneros murieron a causa de un edema pulmonar grave. Dos de ellos, murieron instantemente, los otros dos, sufrieron atrozmente la agonía de morir tosiendo y escupiendo restos de pulmón. Sus nombres son: Zirko Rebstock (preso nro. 6516), Andreas Hodosy (Nro. 6587), Adalbert Eckstein (nro. 6545) y Josef Reinhardt (nro. 6564). Para impedir que los sobrevivientes saciar la sed, previamente se cerraron las llaves del agua y las puertas de la barraca. Después de dos semanas en estas condiciones, los que quedaron vivos, fueron trasladados al sanatorio del campo de concentración. Todos ellos sufrieron lesiones pulmonares de primer y segundo grado3 .
El Herr Professor, Eugen Haagen, alemán nacido en Berlín, quien lejos de cualquier grado de conciencia de sus actos criminales, expresó al final de la guerra: “Sí los franceses no me hubieran tomado preso, a mí me hubieran dado el Premio Nobel”
¿Qué méritos científicos acumuló este animal salvaje y alemán virólogo, para creerse merecedor de tan preciado galardón?
Haagen estudió la complejidad de la enfermedad producida por la Salmonella typhi (bacilo de Eberth), o la Salmonella paratyphi A, B o C, conocida como fiebre tifoidea o fiebre entérica. El 14 de diciembre de 1943 recibió un lote de 89 gitanos en buenas condiciones y aptos para los experimentos, ya que los 100 que le habían enviado en noviembre de ese mismo año procedentes de Auschwitz, se encontraban en deteriorables condiciones. Tan deplorables y míseros estaban, que no servían ni siquiera para experimentar en ellos los efectos mortales de la tifoidea. Simplemente morirían en algún momento, sin que la intervención experimental y científica del ambicioso y soñador del Premio Nobel fuera necesaria. Siguiendo el método que se utiliza con los animales de experimentación, método también digno de criticar, los reclusos recibían una dosis de la vacuna anti tifoidea experimental y luego recibían una cantidad determinada del virus Salmonella typhi. Como es usual en el campo de la ciencia, los investigadores que quieren dar a conocer sus trabajos a nivel mundial, publican los resultados de su investigación. El Professor Haagen, creyéndose estar en la vanguardia de la medicina y sin inmutarse en lo más mínimo, reconoció el 14 de diciembre de 1944 en una revista especializada alemana, haber inoculado el virus de la tifoidea a 40 gitanos que no estaban vacunados contra el flagelo4 .
De los tres macabros Professoren, dos fueron rehabilitados y después de unos años se integraron a la sociedad, como si nada hubiera ocurrido. Tanto Otto Bickenbach como Eugen Haagen, estaban convencidos de haber contribuido con sus experimentos al desarrollo de la ciencia. August Hirt, quien se consideró él mismo, como el principal representante de la ciencia experimental nacional-socialista, se suicidó el 2 de junio de 1945 en el pueblo de Schönenbach en la Selva Negra. Un oscuro sitio para un alma oscura.
Cuando se ha tenido la oportunidad de visitar estos lugares luctuosos, como Dachau, Auschschwitz, Buchenwald, Bergen-Belsen o Natzweiler-Struthof y ver con los propios ojos las cámaras de torturas, los crematorios y las cámaras de gases, uno llega a la conclusión que la ciencia, cuando se pone al servicio de la ideología o de intereses clasistas, se transforma en una pesadilla que ni siquiera la mejor novela de ciencia ficción puede aproximarse a esa realidad. La obsesión y el fanatismo convierte al investigador y por lo tanto a la ciencia, en un instrumento de muerte y tortura.
La farmacología y las ciencias físicas aplicadas a las tecnologías, bien pueden ser un bálsamo o una ayuda para el ser humano, pero se debe recordar para mantener la cordura y el sano juicio, que la ciencia no es garantía de validez absoluta. Lo que hoy se cree que es bueno para la salud y el bienestar de la sociedad, mañana puede comprobarse que es un veneno capaz de destruirnos. La lista de medicamentos y pócimas curativas que a largo plazo han sido peor que la misma enfermedad es larga. Fukushima es también el ejemplo actual que nos confronta con esta triste realidad.
La obstinación del hombre que ejerce la ciencia para comercializarla, en su vano afán por encontrar el elixir de la vida, diseñar la forma más elegante y cómoda de vivir aquí en la tierra o más allá de las estrellas o desarrollar la mejor arma ofensiva-defensiva estratégica, ha conducido a la humanidad a un tobogán sin fondo.
Así, convertida en harapo sanguinolento, la ciencia es pura fijación, estéril y letal.
Roberto Herrera 19.03.2010
1:Robert Steegmann, Campo de concentración Natzweiler-Struthof
2:Archivo federal I, 419 AR 178/65, Tomo II, páginas: 255-260
3:Robert Steegmann: Campo de concentración Natzweiler-Struthof, Capítulo 12, Experimentos médicos.
4:Ibídem
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