Hace un mes y medio que comenzó la “corrida” en Libia y aunque han sucedido muchas cosas durante este corto lapso de tiempo, la información acerca de la situación real y objetiva en el teatro de operaciones, sigue siendo caótica y contradictoria. Tal es la coyuntura político-militar, que los medios de comunicación, oficiales y alternativos, se han transformado en una casa de apuestas, en las que los postores más aventados (enemigos confesos del régimen libio), pronostican para los próximos días un descalabro militar en las filas de Gadafi y la ocupación del territorio libio por parte de las fuerzas extranjeras, y los más conservadores (enemigos acérrimos del imperialismo norteamericano y sus aliados), especulan con una guerra pan arábiga popular y prolongada.
Los ataques aéreos de los aliados, según sus boletines militares, han destruido prácticamente la fuerza de combate aérea y antiaérea libia. Sin embargo, ellos mismos reconocen que las unidades de infantería de Gadafi continúan con su ofensiva y cerrando el cerco a los rebeldes. Asumiendo como cierto, que los aviones caza de la OTAN controlan ya el espacio aéreo libio y que los cientos de misiles Tomahawk han destruido hangares y baterías antiaéreas, entonces es válido preguntarse, ¿a qué se debe esta contradicción operativa?
Pienso que no es necesario leer o haber leído a los clásicos de la guerra, para sacar sus propias conclusiones. Los bombardeos por tierra, por aire o por agua tienen la función operativa de ablandar o destruir las posiciones enemigas y detener la ofensiva militar, de tal manera de crear así, las condiciones táctico-operativas que permitan a las unidades móviles terrestres avanzar en el terreno y contraatacar. Ninguna guerra se gana por el aire. Es decir, este tipo de apoyo aéreo-naval, es una especie de “arreador del ganado”. Pero resulta que las “fuerzas rebeldes” alzadas contra el régimen de Gadafi no tienen capacidad de fuego suficiente ni movilidad operativa ágil y efectiva para contraatacar ni mucho menos asediar y poner en peligro al ejército libio. Este es el problema estratégico número uno que tiene la OTAN en estos momentos en el suelo de Libia, el cual no es fácil de resolver. Por eso es que Gadafi continua operando militarmente.
Teóricamente hay varios escenarios para solucionar este contratiempo: a) intervención militar terrestre con tropas de la OTAN b) intervención militar terrestre con fuerzas militares árabes c) apoyar políticamente la constitución de un gobierno paralelo libio, apertrechar masivamente a los rebeldes y dividir el país. Las tres opciones necesitan tiempo para su desarrollo y las tres están plagadas de riesgos incalculables y muchos problemas de orden político-diplomático y de legislación internacional. Mientras tanto, el tiempo corre a favor de Gadafi. Por otra parte, Libia no es Kosovo ni Irak ni Afganistán y last but no least, Alemania, China y Rusia no están por la intervención militar terrestre.
En todo caso, no creo que el final de esta historia sea para Gadafi un vini, vidi, vinci en Bengazi, pero tampoco será como la Alianza del Tratado del Atlántico Norte le gustaría que terminara. Muchos conflictos bélicos, más serios y peliagudos que el de Libia, se han resuelto provisionalmente por la vía político-diplomática. A mí no me sorprendería una eventualidad de este tipo.
Es cierto, hay que reconocer que el toro está tocado, pero, ¿tendrá la OTAN las agallas y testosterona suficiente para propinarle la estocada final?
Roberto Herrera 24.03.2011
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