El 10 de diciembre de 1948, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó y proclamó la Declaración Universal de Derechos Humanos, que consta de 30 artículos. El primero reza así: Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.
Pero la realidad es otra. No nacemos iguales. Cada ser humano es algo único en el universo. Las experiencias psíquicas y somáticas vividas en el periodo intrauterino le imprimen un sello particular a cada individuo.
Sí, somos iguales, en cuanto que pertenecemos a una misma especie. Todos somos el resultado de la división celular somática en 23 pares de cromosomas (filamentos condensados de ácido desoxirribonucleico). Veinte y dos autosomas (cromosomas no sexuales) y un par de cromosomas sexuales, dos X en el caso de las mujeres y un cromosoma X y un Y, en el caso de los varones.
Sí, los seres humanos somos iguales, en cuanto que nuestras células están compuestas de aminoácidos, enzimas, biomoléculas como el carbono, nitrógeno, oxígeno y somos capaces de crecer y reproducirnos por medio de procesos metabólicos.
Sí, somos iguales, en cuanto que nacemos y morimos, como las amibas y los bonobos. Hasta aquí las igualdades biológicas de los seres vivientes en el planeta. Esto quiere decir, que excluyendo patologías congénitas y aberraciones cromosomales graves, todos los hombres nacemos por lo tanto con todas las estructuras orgánicas necesarias e indispensables para poder sobrevivir y reproducirnos en el planeta.
El ser humano nace con un cerebro que muestra rasgos morfológicos, fisiológicos y bioquímicos manifiestos de inmadurez. Siendo el lóbulo frontal uno de los cuatro lóbulos de la corteza cerebral humana que alcanza su completo desarrollo y madurez entre los quince y veinticincos años, en dependencia del entorno social y las condiciones de vida. En estas áreas corticales, es donde están representadas las máximas capacidades cognitivas del hombre, incluyendo el lenguaje. El lóbulo frontal es la estructura neuronal responsable de regular y controlar el comportamiento social, la planificación y organización de actividades, análisis y síntesis, determinados aspectos del lenguaje, control de la actividad motórica y la memoria operativa. Es decir, todas aquellas facultades cognitivo-sociales que el ser humano necesita para intervenir activamente en el proceso de desarrollo de la sociedad, las cuales no se desarrollan automáticamente, sino que solamente con la estimulación neuronal que brinda el estudio, la formación y la actividad corporal recreativa. Esto nos diferencia del resto de las especies animales.
¡Cada cabeza es un mundo!, reza el dicho popular. Aunque más exacto sería decir que cada cerebro es un mundo. No pueden existir dos cerebros iguales, ni siquiera en el caso de gemelos monocigóticos. La masa cerebral humana se desarrolla con el contacto directo del hombre en la naturaleza, percibiéndola sensorialmente como un todo y desde la subjetividad individual.
Por lo tanto, basándonos en el principio dialéctico del desarrollo desigual y combinado, es evidente que los desarrollos individuales están supeditados a condiciones ambientales, sociales y de maternidad, que pueden ser las mismas, pero que son percibidas y asimiladas por el feto de manera particular.
Las experiencias vividas por el feto dentro del útero materno y las extrauterinas a partir del momento determinado de nuestro nacimiento, marcarán la arquitectura cultural, social, política y espiritual de nuestros cerebros y este hecho nos hace diferentes en el universo de los seres humanos. En este sentido, afirmar que los hombres no nacemos en igualdad de condiciones no es desatinado.
El principio de desarrollo dialéctico desigual nos ayuda a entender que en todo proceso, los ritmos de sus partes son desiguales. Esto quiere decir, que no todos los individuos en una sociedad determinada, tienen que tener de manera obligatoria el mismo desarrollo. Por lo tanto, desiguales serán sus interpretaciones y comportamientos con respecto a la sociedad y sus expresiones culturales, socio-espirituales, ético-morales, político-ideológicas y sexuales.
La no aplicación de este principio, la interpretación mecanicista de la noción de igualdad y la reducción del concepto de igualdad solamente a las necesidades somáticas, condujeron en el pasado, a desviaciones político-ideológicas en los experimentos socialistas del siglo XX, como podría ser el igualitarismo. Doctrina político-social que tiene como meta buscar nivelar y erradicar las desigualdades (materiales) existentes entre los individuos en la sociedad revolucionada. El socialismo o comunismo no debe concebirse como una sociedad igualitarista, puesto que los hombres y las mujeres, por las razones expuestas al principio, jamás podrán ser iguales. La igualdad del hombre y la mujer, se refiere, según mi opinión, aparte del derecho universal de vivir dignamente, al derecho que tiene todo individuo de optar a las oportunidades de desarrollo personal que la sociedad ofrece y al derecho inalienable de los ciudadanos a ser tratados por iguales frente a la ley.
Ahora bien, tener el “derecho de” es una cara de la moneda, tener los “medios materiales para conseguirlo” es la otra. Y aquí radica precisamente la contradicción antagónica en el capitalismo. El sistema capitalista no puede garantizar la realización plena de las grandes mayorías. Esta es la gran tarea del socialismo: crear las condiciones materiales y subjetivas en la sociedad, de manera tal, que todos los individuos de la sociedad, de acuerdo a la individualidad de sus capacidades, puedan desarrollarse integralmente, sin que primen privilegios clasistas, racistas, sexistas o partidistas. En esto radica la igualdad comunista del hombre.
Los hombres, ciertamente, no nacemos en igualdad de condiciones, por eso, pienso yo, que luchar por la libertad, la dignidad, el derecho a la vida digna y la igualdad social vale la pena.
¿Verdad que sí?
Roberto Herrera 13.02.2011
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