lunes, 30 de agosto de 2010

Desmitificando el vellocino de oro

Abordan sus naves los temerarios viajeros, alimentando la esperanza de encontrar en otras latitudes, el futuro perdido en sus tierras. Ante sí, el negro y tenebroso telón, de un mar violento y bravío. Atrás dejan mujeres, ancianos y niños, que de ser posible, también arriesgarían sus vidas, pero en el reducido espacio de la patera, sólo caben los sueños y la ilusión. En algún lugar lejano, allá en la distancia, detrás del horizonte, está la tierra prometida, donde encontrarán bonanza y fortuna.

Y zarpan atrevidos en las improvisadas barcas, porque quedarse, significa morir todos juntos de inanición. Partir, una boca menos que llenar y la fata morgana de un mañana venturoso. Si mueren, otros más lo intentarán, total, entre morir bajo el sol calcinante del desierto o perecer en las aguas frías del océano, la única diferencia es la temperatura.

El número exacto de los inmigrantes ilegales que arriban a costas europeas es desconocido, como también lo son las cifras de las personas que perecen en el intento. Algo parecido sucede en la frontera México-Estados Unidos, donde se calcula, que medio millón de personas cruzan anualmente el límite fronterizo.

El hambre y la falta de trabajo siguen siendo la causa principal de la inmigración ilegal en Europa y los Estados Unidos de Norteamérica.

En el próximo mes de septiembre, los líderes del mundo se reunirán otra vez en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York para analizar los avances, evaluar los obstáculos y las brechas existentes, y acordar estrategias y acciones concretas para alcanzar los ocho Objetivos de Desarrollo del Milenio para 2015.
De acuerdo a la organización para la Agricultura y Alimentación de las Naciones Unidas (FAO, siglas en inglés) alrededor de 9 millones de seres humanos mueren anualmente por falta de alimento y 840 millones están mal nutridos, de los cuales 200 millones son niños menores de cinco años.

Mientras en los países pobres y periféricos las personas mueren como moscas, en el capitalismo altamente desarrollado, el despilfarro y el desecho diario de insumos, verdaderas montañas de alimentos, ha alcanzado límites vergonzosos. Lo cual no significa, que la población en su totalidad esté abastecida y bien alimentada.
Según el Ministerio para la Agricultura de los Estados Unidos en su informe publicado el 2008, relacionado con la Seguridad de Alimentación establecida de acuerdo a los cánones de la FAO, subsisten en el país más rico del mundo, 49 millones de ciudadanos con problemas para conseguir la alimentación necesaria, de los cuales, 17 millones en extrema pobreza. De no ser por los programas estatales de subvención de alimentos y otras instituciones caritativas, los niveles de miseria física podrían competir perfectamente con los de África y la India. En Europa la situación no es tan grave como en América, sin embargo la tendencia apunta en esa dirección.

Si la nación capitalista más poderosa es incapaz de alimentar a la séptima parte de su población, cómo lo harán aquellas, donde el hambre y la miseria, solamente son el último eslabón en la larga cadena de penurias, a la que habría que sumarle el desempleo, indigencia, analfabetismo, subdesarrollo e insalubridad.
Sin embargo, los Estados Unidos continúan empecinados en profundizar los conflictos armados y en llevar la guerra a todos los rincones del planeta, invirtiendo cantidades astronómicas de dinero en la muerte y destrucción. Escandaloso y vergonzoso el comportamiento de un gobierno, que se jacta de ser el paladín y representante de los más altos valores ético-morales de la especie humana.

El capitalismo se encuentra sumergido en la peor de sus crisis desde 1929. Ésta se expresa de forma multifactorial: problemas medio ambientales, guerras de expansión en zonas ricas en materia prima no renovable, hambruna mundial, recesión y choque financiero. Se trata pues, de una crisis estructural del sistema, el cual ha demostrado su incapacidad por resolver los problemas existenciales de la humanidad.

Si las causas profundas del hambre son de orden político-económico, ¿por qué no entonces impulsar y desarrollar medidas políticas económicas correctas y bien pensadas?
¿Por qué no mejor aniquilar el analfabetismo en el mundo, en lugar de seres humanos?

Mientras tanto, las pateras y las balsas continuarán flotando por los siete mares con sus tripulantes a bordo, en busca del vellocino de oro, que jamás lo encontraran, pues sólo es un espejismo...

Roberto Herrera 30.08.2010

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