jueves, 30 de noviembre de 2023

La paz de los cementerios huele a crisantemos

 La paz de los cementerios huele a crisantemos

 

En la época de Karl von Clausewitz, Karl von Moltke y Napoleón Bonaparte, es decir, en la Europa del siglo 19, el teatro de operaciones en el que se desarrollaron batallas estratégicas de gran magnitud y de una dimensión geopolítica trascendental no era más grande que una treintena de canchas de balompié juntas.

El campo de batalla de Waterloo en Bélgica, para dar un ejemplo, abarcó un área aproximada de 3 kilómetros cuadrados. Superficie relativamente pequeña, pero lo suficientemente grande como para dar cabida a los más de 50 mil soldados caídos en combate. Allí, en las cercanías de Waterloo, Wellington derrotó a Napoleón Bonaparte con el apoyo de los prusianos al mando del Mariscal de campo Blücher.  Así fue como el 18 de junio de 1815 se puso fin a la época imperialista napoleónica en Europa. Tras el final de las guerras napoleónicas, se produjo un periodo de relativa paz en la Europa continental, que duró hasta la guerra de Crimea de 1853. Un breve lapso que duró casi 40 años en los que reinó la paz de los cementerios. 

Y así, como Waterloo, podríamos nombrar también las batallas de Austerlitz en la república Checa en 1805, la de Leipzig, Alemania en 1813, la del Álamo/USA en 1836 y sí queremos retroceder bastante en el tiempo, ahí está la famosa batalla de las Termópilas donde el ejército persa obtuvo un pírrico triunfo contra los espartanos en el año 480 antes de nuestra era.

Como Europa está llena de campos de batallas y, por lo tanto, de cementerios extraoficiales, es muy común encontrar lugares a lo largo de las fronteras donde se desarrollaron cruentos combates. Es muy difícil imaginarse los miles de soldados guerreando cuerpo a cuerpo en tan estrechos espacios convertidos en pocas horas, días o semanas en camposantos anónimos.

En la historia moderna en cambio, a partir del siglo XX los campos de batalla han sido mucho más extensos que todos los grandes estadios de fútbol juntos. La Franja de Gaza, 345 km², teatro de operaciones de una guerra en curso, asimétrica y desproporcionada, podría convertirse en el cementerio más grande del mundo ya que el famoso y luctuoso Wadi al-Salam (Valle de la Paz) en Irak, aprox. 6 km², el más grande del mundo en la actualidad, cabría casi 58 veces.  

La guerra y la paz son dos monedas de distintos metales pegadas con diferentes tipos de soldadura. Los mejores soldadores en el universo de las relaciones internacionales entre gobiernos o estados de derecho son los diplomáticos de cartera. Son ellos los que van marcando la pauta en el proceso de negociación, señalando los puntos de unión, limpiando el material de impurezas, calentando o enfriando los metales al compás del son marcial de los cañones de guerra que actúan como electrodos, aumentando o disminuyendo la temperatura de la fragua belicista.

En todas las guerras antiguas y modernas, los estados beligerantes, por lo general, forman alianzas de orden político-militar, político-ideológico, político-comercial, político-económico y político-religioso; y, por tal razón, una de las tareas más importantes de la diplomacia estatal estará enfocada en la preparación de la guerra, en la búsqueda y/o “compra” de aliados tácticos y estratégicos.

Por eso no hay que extrañarse ni sorprenderse que los cuerpos diplomáticos y los órganos de seguridad del estado establezcan conversaciones públicas o privadas con “el enemigo de mi enemigo”, aunque éste sea también mi enemigo. De acuerdo con la máxima árabe de que el “enemigo de mi enemigo es mi amigo” es muy corriente entonces, que cuando se tiene un enemigo en común, lo mejor es unir fuerzas para obtener una victoria conjunta, independientemente de las contradicciones antagónicas o secundarias. A primera vista, pudo parecer paradójico que estados diametralmente opuestos en carácter y contenido político-económico como lo fueron Inglaterra, Estados Unidos y la Unión Soviética, formaran una alianza para enfrentar a los países del Eje (Alemania, Japón e Italia).

Ha habido muchos compromisos y acuerdos “paradójicos” en la política y en la guerra. Pero esta aparente paradoja, se desvanece como pompa de jabón, cuando los hechos concretos o bien el descubrimiento o develación de documentos o acuerdos “secretos” entre bandos contrapuestos, revelan la “verdad” verdadera o la verdadera verdad.

Tal fue el caso del acuerdo secreto firmado entre la Alemania de Hitler y la Unión Soviética de Stalin. Este documento conocido como Pacto Mólotov-Ribbentrop, constó de dos partes: Una oficial y otra secreta. La oficial, es decir, la publicada, era un pacto de no agresión mutua. El segundo, era la parte secreta que comprendía la tácita partición de Polonia en dos partes a lo largo de los ríos Narev, Vístula y San. Es preciso aclarar, que este pacto de no agresión mutua tuvo vigencia hasta el 18 de diciembre de 1940, fecha en que Hitler ordenó la “Operación Barbarroja”, vale decir la declaración de guerra contra la Unión Soviética. Empero el acuerdo secreto se ejecutó al 100 por cierto. Alemania invadió Polonia el uno de septiembre de 1939 y la Unión Soviética el 17 de septiembre del mismo año, tal y como lo estipulaba el Pacto Mólotov-Ribbentrop.

Siguiendo este mismo esquema o modus operandi, el gobierno de los Estados Unidos apoyó y alentó durante la guerra en Afganistán en los años setenta del siglo pasado al grupo terrorista y yihadista Al Qaeda de Bin Laden en su lucha contra el ejército soviético.  

Algo parecido sucedió en Gaza, donde el grupo terrorista y yihadista Hamás, también fue apoyado en sus orígenes (1987) por el estado israelí con el propósito de desgastar y debilitar al movimiento palestino.  Israel jamás se imaginó que Hamás desarrollaría una fuerza militar con capacidad operativa, según se lee en la prensa oficial y extraoficial, para llevar a cabo el 7 de octubre del corriente año la “Operación Inundación de Al-Aqsa”, que comprendió el ataque a bases militares y el asesinato de   civiles en las comunidades israelíes vecinas y la masacre de más de 260 jóvenes en el festival de música “Tribe of Nova” cercano a la frontera con la Franja de Gaza. Acción terrorista ocurrida, casualmente dos días antes de la conmemoración del 56 aniversario de la muerte del Che Guevara en la Higuera, Bolivia. Operación militar-miliciana destinada a matar civiles y sembrar el terror en la ciudadanía israelí, comparable a los atentados de Al Qaeda del 11 de septiembre del 2001 en los Estados Unidos, al atentado yihadista del 11 de marzo 2004 en el metro de Madrid y al ataque de gas sarín en el metro de Tokio el 20 de marzo 1995 perpetrado por la secta religiosa apocalíptica conocida como Aum Shinrikyō.

Cabe distinguir y resaltar aquí, para marcar distancias entre la lucha revolucionaria marxista del siglo XX en América Latina y los atentados terroristas del mismo siglo y del presente, que la lucha antimperialista del Guerrillero heroico, comandante Guevara, estuvo enfocada única y exclusivamente a derrotar a los ejércitos de los respectivos gobiernos en los países donde combatió, es decir en Cuba, Congo y Bolivia. El Che jamás hubiera hecho u ordenado lo que Hamás hizo: Atacar militarmente a la población civil indefensa y utilizar a hombres, mujeres, niños y ancianos como escudo protector.

Ahora bien, como no soy activista en pro ni en contra de las partes beligerantes y para que no haya malentendidos: Criticar el modus operandi de ambos contendientes en esta asimétrica y desproporcionada guerra irregular, no me convierte per se, en un anti palestino o en un antisemita. Simplemente soy un ciudadano del mundo que busca en medio del caos informativo encontrar una explicación histórica integral, ecuánime, ponderada y justa, y quien, además, se solidariza con las víctimas civiles de ambas partes más allá de las edades, credos y nacionalidades. 

De estos sucesos verídicos se pueden sacar dos lecciones históricas que se han repetido a lo largo de la humanidad. La primera de carácter político-militar y diplomática, que, detrás de todos los acuerdos de paz o los pactos de agresión entre naciones o grupos político-militares o político-religiosos aparentemente antagónicos, está omnipresente la lucha por el poder político-económico mundial o regional. La segunda de carácter refranero popular: “Cría cuervos y te sacaran los ojos” en algún momento de tu vida.

Resumiendo, se puede afirmar y confirmar que toda guerra o conflicto militar es un fenómeno típicamente humano en función de alcanzar, mantener o imponer el poder, cueste las vidas que cueste. ¡Never forget Hiroshima and Nagasaki!

El conflicto armado en el Cercano Oriente es extremadamente complejo como para señalar quién es el bueno y quién es el malo. Los conflictos por lo general no son blanco y negro, sino cromáticos y multicausales. Por lo demás, ninguna guerra, sea ésta “justa” o “injusta”, “santa o impía”, “sucia” o “limpia”, “high tec” o “clásica”, “fría” o “caliente” trae consigo la paz plena e integral.

Es difícil imaginarse una paz plena y duradera en el Cercano Oriente mientras los tambores de la guerra estén sonando permanentemente.  Por lo demás, cuando la “paz”, a secas, es el resultado de una negociación parcial e inconclusa, en la cual la solución final del meollo del problema se posterga para el futuro, es una paz adornada con crisantemos, es decir, una paz de cementerio.

domingo, 4 de junio de 2023

Entre la democracia, la demosgracia y la desgracia.

 

Entre la democracia, la demosgracia y la desgracia.

La participación ciudadana en los eventos electorales, sean éstos presidenciales, regionales o comunales, depende en cierta medida, sí el voto, aparte de ser un derecho y un deber civil, es además obligatorio y en algunos casos particulares implicando sanciones.  En la actualidad solamente 27 países contemplan en sus códigos legislativos el sufragio obligatorio, siendo la pequeña Bélgica el abanderado de estas naciones, puesto que fue el primer Estado en implementarlo en el siglo XIX.

En Europa, salvo Bélgica, Chipre, Bulgaria, Luxemburgo, Liechtenstein, el sufragio es voluntario. Mientras que en América Latina son once los países en los cuales el voto es obligatorio, siendo éstos: Argentina, Bolivia, Brasil, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Honduras, México, Panamá, Paraguay, Perú, Uruguay y Chile, país en el cual se restableció recientemente una vez más el voto obligatorio.

La obligatoriedad y la penalización son medidas legislativas, cuya finalidad es a todas vistas “sensibilizar”, “motivar” u obligar a la ciudadanía a votar, puesto que sí el sufragio universal es considerado la piedra angular en la democracia, es obvio que entre más ciudadanos participan en el proceso electoral, más democrático es el sistema. Este paradigma democrático electoral sería considerado en la lógica formal como una falacia de la verdad a medias. Ya que, en definitiva, en una sociedad equitativa e igualitaria la verdadera democracia no se mide por la cantidad de gente que vota o no, sino más bien, sí la ciudadanía considera el sufragio universal como la vía real y concreta para garantizar la construcción de una sociedad justa y ponderada, en la cual la meta principal de las políticas económicas de los gobiernos sea la de garantizar el desarrollo integral de la sociedad y no el enriquecimiento de unos pocos.

De acuerdo con un estudio de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) en 2019, únicamente el 45% de la ciudadanía confiaba en su gobierno, en dependencia de factores culturales, económicos y sociales entre los países. A sí mismo, la participación ciudadana en los procesos electorales ha descendido considerablemente a nivel mundial. También se constata en este informe la poca participación de los votantes jóvenes, ya que alrededor del 43% de los jóvenes de 25 años o menos votaron en elecciones nacionales en 2016.

¿Cuáles podrían ser las causas de este “rechazo” o “apatía” electorera?  ¿El programa electoral? ¿Simpatía o aversión a una persona determinada? ¿Desencanto o hartazgo político-ideológico? Pienso que son muchas las variables que intervienen en este complejo fenómeno; pero mientras no exista un incremento sustancial en la cultura política de las sociedades modernas muy difícil será que la ciudadanía participe activa y ampliamente en los procesos democráticos, mediante la discusión y el debate sobre temas cruciales y sustanciales que atañen a la sociedad, en general, y , en particular a las capas sociales menos favorecidas; tarea que tradicionalmente  han desempeñado y desarrollado los partidos políticos, personalidades o instituciones religiosas. Es decir, que mientras no haya participación pública en el proceso de desarrollo de una sociedad cualquiera, difícilmente se puede hablar de democracia.

Entonces resulta que hay países, en los cuales la situación socioeconómica, política y psico-emocional ha sido tan crítica, grave y profunda en el pasado, como en El Salvador, que el ciudadano común, el de a pie, está apoyando sin rechistar las medidas represivas del gobierno de Nayib Bukele en su “guerra” contra las maras, en algunos casos, al margen de los cánones democráticos. De tal manera, que una gran mayoría del pueblo salvadoreño aplaude y agradece las medidas político-militares (militarización de la Policía Nacional) del presidente Bukele. Es decir, que la ciudadanía está más a favor de la demosgracia  à la Nayib  que de la democracia à la classique.

En España, por su parte, con la ultra derechización de las derechas y la atomización de las fuerzas de izquierda al Partido Socialista Obrero Español (PSOE) el ciudadano común, culturalmente apolítico y con el agravante de tener las antiojeras históricas rojas y azules, herencia de la guerra civil y la dictadura franquista,  ha sido susceptible a la manipulación explícita y a la subliminal de los medios de comunicación  análogos y digitales, los cuales se han dedicado única y exclusivamente a descuartizar, metafóricamente hablando, a líderes políticos de izquierda, así como a sus respectivos partidos y, además, sacando del baúl de los recuerdos   a la organización político-militar del país vasco, ETA, que en 2018 declaró públicamente su autodisolución. La extrema derecha, neofascista y nacionalista, sabe utilizar el miedo, el terror y la mentira como armas para influir en la mente del ciudadano votante; haciéndole creer que entre más se castigue a las izquierdas más prosperidad y democracia reinará en la monarquía española.

Tanto en España como en otras partes del planeta hay ciudadanos que botan la basura en su lugar, y son buenos; pero hay otros que, lamentablemente, en lugar de botarla votan por ella.  Así, de esta manera, los americanos votaron a Donald Trump, los brasileños, en su momento, a Bolsonaro, los italianos a Giorgia Meloni y los madrileños a Isabel Diaz Ayuso.

Con estos antecedentes podemos hablar, más que de democracia, de una auténtica desgracia.

sábado, 25 de marzo de 2023

El lado opaco de Nayib

 

El lado opaco de Nayib

A modo de introducción.

La Asamblea Legislativa de la República de El Salvador aprobó el 27 de marzo de 2022 el decreto 333 en el cual se declara el "RÉGIMEN DE EXCEPCIÓN" en todo el territorio nacional, por el plazo de treinta días, debido a las graves perturbaciones del orden público por grupos delincuenciales (las maras o pandillas) que atentan contra la vida, la paz y la seguridad de la población. De los 71 diputados ahí presentes (84 en total) 67 votaron a favor y cuatro se abstuvieron. Eso significó luz verde para el inicio de la campaña político-militar y propagandística contra las maras, en el marco de una guerra caracterizada como “total” y sin tregua. Razia que desde décadas era necesaria, puesto que los gobiernos anteriores de ARENA y del FMLN estuvieron más preocupados en mantener sus cuotas de poder, sacrificando la paz y seguridad pública, el orden y la tranquilidad de la ciudadanía.  A tal grado, que las pandillas criminales se convirtieron con el devenir de los años en un poder fáctico político-paramilitar paralelo al gobierno.

La “paz” negociada entre ARENA y el FMLN en 1992 representó, de hecho, solo el final del conflicto armado y de la disolución del FMLN como estructura militar. Pero esto no conllevó ningún cambio significativo a nivel socioeconómico para las grandes mayorías populares. Es decir, el statu quo que fue la causa principal de la guerra civil sigue vigente.  Por lo tanto, el ciudadano de a pie en El Salvador continuó viviendo en la zozobra y en la pobreza y la “calle”, dominada por los mareros, se convirtió en una especie de ruleta rusa salvatrucha. Una “guerra” social con características nuevas y diferentes que generó un estrés psíquico-emocional extremo añadido al cotidiano.  ¡Y vaya que los salvadoreños estamos acostumbrados a la violencia!  Pero es sumamente difícil vivir o sobrevivir así, en un clima de permanente violencia y con el agravante de altos niveles de pobreza. Condiciones de vida inhumanas que deshumanizan más a la sociedad. Nos acostumbramos a vivir de acuerdo con la consigna: ¡Sálvese quien pueda!

Estado de sitio “M”

El “régimen de excepción” o estado de sitio es un concepto jurídico internacional que equivale al de estado de guerra, y por ello se concede a las fuerzas armadas y a la policía, facultades extraordinarias en cuanto a la administración de jurisdicción y resguardo del orden público, pero también para hacer uso de la violencia institucional.

Nayib Bukele haciendo gala de su maestría con el manejo de los medios de comunicación modernos (YouTube, Twitter y otros) ha sabido promover y vender “su guerra total” a nivel nacional e internacional. La antología de videoclips con la que diariamente alimenta él o su equipo y seguidores a los youtuberos y tuiteros nacionales y extranjeros bien debería llamarse Estado de Sitio “M” (de maras).

La imagen pública que se tiene del presidente salvadoreño es la de un joven pulcro, aséptico, de buenos modales, elegante, sano, deportista, bien nutrido y muy catrín, seguro de sí mismo, ducho en la retórica y de alguien quien además se ducha mucho. Ese es el Bukele, el sunnyboy, marca registrada, como salido de un catálogo de moda. No obstante, del lado opaco de Nayib nada se sabe.

En El Salvador los videoclips han sido bien recibidos por la audiencia internáutica y es evidente que la guerra total contra las Maras la está ganando el gobierno. Tanto es así, que Nayib Bukele ni corto ni perezoso no pierde oportunidad alguna para colocarse a motu proprio, medallas y galardones que le permiten aumentar en la ciudadanía la popularidad, la simpatía y el apoyo electoral de cara al futuro.

No así en el extranjero, especialmente en Europa y los Estados Unidos, donde las opiniones son controvertidas y más bien negativas. Aunque hay que reconocer que el guion del “corto metraje”, Estado de Sitio “M”, ha sido bien concebido, así como la bien lograda puesta en escena con todo lujo de detalles; sobresale la actuación magistral del personaje principal  (Nayib Bukele) y la de los actores secundarios (Ministro de Seguridad Pública y el Director o Subdirector de la “Mega-Cárcel” en Tecoluca (lugar de búhos en Náhuatl) y, last but no least , salta a la vista la auténtica, patética y original actuación de los miles de extras, es decir, la mara anónima “M”. En fin, se tiene la impresión de estar viendo una película de Hollywood. A pesar del éxito promocional, no creo que la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas le otorgue al director cinematográfico guanaco, Nayib Bukele, algún premio óscar. Ni Bukele es Costa-Gavras, el nonagenario director cinematográfico griego, ni “M” es “Z” (la mejor película de habla no inglesa en 1969). Ya quisiéramos que toda la violencia que vive El Salvador desde hace muchos años fuera ficción.  Desgraciadamente no es así. Es la cruda realidad.

Viendo en los videoclips la tendalada (cantidad) de mareros en fila india corriendo con la cabeza gacha y escuchando los comentarios oficiales de las autoridades, uno tiene la sensación de que los policías (los supuestos “buenos”) estuvieran arreando a los mareros (los realmente malos) como si de ganado vacuno o porcino se tratara. Más allá de los crímenes y atrocidades cometidas por los malos en nombre de las pandillas, el hecho es que no podemos dejar de considerar que se trata de seres humanos por muy atroces y aberrantes que hayan sido sus crímenes.

La deshumanización de la humanidad

El fin primario de todos los conceptos humanistas que han existido hasta nuestros días, desde el humanismo renacentista hasta el humanismo marxista, ha sido el desarrollo integral de los valores del ser humano. Es decir, hacer más humana a la humanidad. Sin embargo, cuando vemos las imágenes de El Salvador y del mundo entero, comprobamos que el hombre se deshumaniza cada vez más. Que los mareros estén en la cárcel por los crímenes y delitos cometidos con el salvajismo típico de personas deshumanizadas es lógico y comprensible. Sin lugar a duda, han violado las leyes de El Salvador y la justicia los condenará. No puede ni debe haber perdón. Lo más preocupante es que observo un proceso de deshumanización desde el presidente de la república, Nayib Bukele, hasta el salvadoreño de a pie. Entiendo y comprendo la rabia, el odio y el deseo de venganza contra las pandillas criminales. Pero ni la autorización legislativa ni el apoyo popular mayoritario puede significar la legalización y legitimación de la deshumanización en un estado de derecho.

Nayib Bukele tendría aquí la oportunidad de demostrarle al pueblo salvadoreño y al mundo entero que es un dirigente de altura, un fuera de serie manifestando sabiduría, cordura y ecuanimidad. Pues todo dirigente político que quiera realmente el bienestar y el desarrollo integral de la sociedad debería saber que los valores ético-morales son tan importantes como el derecho a la educación, a la salud, al trabajo, a la libertad, a la vivienda, es decir, el derecho a vivir con dignidad; son tan importantes como las autovías, los puertos y aeropuertos, las computadoras y celulares. Entonces, cuando el gobernante se pone como meta estratégica humanizar a su sociedad no debería seguir los consejos del Príncipe de Maquiavelo, puesto que el camino maquiavélico conduce siempre a un callejón sin salida. La historia antigua y contemporánea está plagada de gobernantes amados y temidos simultáneamente, quienes al final de sus días fueron asesinados por las masas enfurecidas.

Ni dictaduras ni dictablandas

Nayib no es un cara dura y tampoco tiene la fisonomía típica del “hombre fuerte de mano dura”, más bien tiene pinta de rapero cool norteamericano al estilo de Common o de Will Smith. No obstante, para gobernar con “mano dura” no es requisito ser y comportarse como un gorila al estilo Pinochet o Fulgencio Batista. Empero es preciso señalar aquí, que ni Pinochet ni Batista fueron elegidos democráticamente ni contaban con el respaldo de las grandes mayorías populares. Es decir, que sí Bukele sigue siendo presidente más allá del 2024 y se metamorfosea maquiavélicamente en dictador, perpetuándose en el poder, será por obra y gracia de un golpe de estado con el apoyo de un pueblo que lo venera e idolatra como a un héroe o a un dios. Pues solamente así, con un Putsch, se puede revocar el Art.248 de la Carta Magna salvadoreña que prohíbe la reformas de los artículos de la Constitución que se refieren a la forma y sistema de gobierno, al territorio de la república y a la alternabilidad en el ejercicio de la presidencia de la república.

Con la deshumanización del hombre  se pierden valores y virtudes importantes como la empatía, la solidaridad, la concordia, la prudencia, el espíritu de trabajo, la generosidad , la honradez, la decencia y confianza en el futuro. Entonces, cuando estas cualidades, propias del homo sapiens sapiens, desaparecen en una sociedad cualquiera, no puede haber diferencias entre el hombre y el resto de los animales.

Bertolt Brecht en su poema “La pregunta sobre el bien”, nos confronta con el bien y el mal en el ser humano: “…Escúchanos: sabemos que eres nuestro enemigo. Por ello te pondremos frente al muro. Pero en consideración a tus méritos y buenas cualidades te pondremos frente a un buen muro y te dispararemos con una bala buena de un arma buena y te enterraremos con una pala buena en la buena tierra…”

¡Ojalá la humanidad no llegue a tales extremos! Parece algo utópico, pero hay que hacerle empeño.

martes, 14 de marzo de 2023

De maras y de maras intramuros

 

De maras y de maras intramuros

 

De maras buenas y maras malas

Para todos los salvadoreños nacidos en los años cincuenta del siglo pasado, el término genérico “Mara” siempre estuvo asociado a un grupo de personas relacionadas entre sí, ya sea por vivir en el mismo barrio o colonia o por estudiar en un establecimiento determinado. De tal manera y en sentido general, todo salvadoreño perteneció en un momento dado de su vida a una “mara” en particular.

No obstante, el ser de una “mara” o estar en una “mara” en aquellos años previos al conflicto armado de la década de los ochenta del siglo pasado, nunca tuvo, semióticamente hablando, un sentido connotativo ni denotativo alguno, es decir, nunca fue un signo o símbolo representativo de algo. Luego entonces, ser de la “mara” de La Rábida (colonia popular de San Salvador) o ser de la “mara” del Liceo o del “Externado” (dos colegios elites de El Salvador no implicaba “militancia” ni “pertenencia virtual o abstracta” a una mara determinada. Nadie se definía a sí mismo, por lo tanto, diciendo: Soy de la “mara” del Instituto Nacional Francisco Menéndez (colegio popular con alto nivel educativo o soy de la “mara” de San Jacinto (barrio sansalvadoreño también muy popular). En resumidas cuentas, la expresión “mara”, utilizada preferentemente por la juventud salvadoreña en aquellos años, tenía la misma connotación que la castiza “turba”, que la “bola” popular mexicana o que la “gallada” chilena. 

¿Cuál es el origen de la expresión “Mara” en El Salvador?

La palabra “mara” en El Salvador es simplemente la apócope de MARABUNTA, nombre con el que se define en zoología comúnmente a una agrupación de cierto tipo de hormigas carnívoras endémicas de regiones tropicales, pertenecientes a la subfamilia de artrópodos Eciton Buchelii. Especie que se distingue de sus otros familiares del orden de los himenópteros, entre otras cosas, por su carácter depredador, por su alto grado de organización y por su agresividad guerrera.

Sin embargo, no creo que ese término se haya popularizado a nivel nacional y arraigado en el pueblo salvadoreño a lo largo del tiempo, debido a razones entomológicas. Tampoco es de mi conocimiento que historiadores, antropólogos y arqueólogos, nacionales o extranjeros, hubieran encontrado alguna correlación entre la idiosincrasia guanaca y estos himenópteros guerreros Eciton B.  Más allá del éxiton (en su desarrollo y proliferación en California) que tuvieron las maras modernas salvadoreñas, mundialmente famosas hoy en día, es decir, las bandas criminales que se formaron de manera espontánea en el sur de Los Ángeles en la década de los noventa del siglo XX, al calor de la dinámica típica de los guetos norteamericanos al mejor estilo del musical West Side Story de Leonard Bernstein.

Soy más bien de la opinión, que la película de horror de Hollywood The Naked Jungle, Marabunta en El Salvador, interpretada por Charlton Heston y Eleanor Parker y filmada en Florida en 1953, fue lo que dio origen, a la apócope Mara. Por lo tanto, pienso que, el término “mara” vio la luz en El Salvador en 1954.

Ahora bien, los mareros que llegaron deportados a El Salvador en la década de los noventa del pasado siglo, especialmente los de Los Ángeles, California, lo menos que tenían era de angelitos. Con la llegada de las pandillas criminales autodenominadas Barrio 18 (por la calle 18) y Marasalvatrucha 13 (MS-13) y su propagación y explosiva expansión en todo el territorio nacional al mejor estilo de los himenópteros Eciton Buchelii, el inicuo y colegial término de “mara” de mi niñez y adolescencia quedó sepultado en el cementerio de La Bermeja (el camposanto de los pobres más pobres de San Salvador y del mundo).

De maras intramuros

En El Salvador, en la actualidad, ni siquiera en broma se puede mencionar en público el nombre de “mara”. Es una palabra maldita, un tabú que solo se pronuncia muy en privado. Es algo parecido al Valdemort de Harry Porter.  Dado que, por el régimen de excepción vigente desde marzo de 2022, expedito y sin preguntar te pueden meter entre los muros de la mega cárcel en Tecoluca; estés tatuado como un Yakuza nipón o tengas el cuero limpio e inmaculado como en un anuncio publicitario de Nivea. Pues, tanto en la policía como en el ejército no hay tutía que valga en el combate contra las maras.

Para muchos connacionales y para la mayoría de los extranjeros, los muros, contramuros y vallas en El Salvador, así como las Maras criminales, son hijos putativos de la guerra. La verdad, sin embargo, sí se quiere tener una visión realista de la situación actual, habría que buscarla en su historia política-económica y social. Es allí donde se encuentran las respuestas a las asimetrías sociales y económicas actuales imperantes en El Salvador. Las “maras” criminales, sí bien es cierto son un subproducto del conflicto armado, en el sentido que la crisis político-militar de los ochenta provocó la migración masiva de salvadoreños hacia los Estados Unidos, los que tarde o temprano pasaron a militar en las maras MS-13 o B-18.

No obstante, cabe señalar que la causa primaria de la guerra civil o guerra revolucionaria fue precisamente la pobreza e injusticia social en El Salvador. Es decir, que tanto el crimen organizado al estilo marero, la delincuencia y el marco violento del vivir, convivir y sobrevivir al que se ha acostumbrado o habituado la ciudadanía salvadoreña, son expresiones directas del sistema político-económico y social que reina en El Salvador desde más de 200 años. Dado que el poder económico sigue estando en las manos, metafóricamente hablando, de una o varias clases económicas dominantes, la violencia y la pobreza son un mal endémico en El Salvador, desde su independencia del imperio español en 1821 hasta nuestros días.

Mientras  los medios de comunicación del mundo entero, sobre todo, los de los continentes americano y europeo, protestan vivamente contra la violación de los Derechos Humanos de los mareros y los vejámenes antidemocráticos  cometidos por el flamante y engominado presidente del pequeño país centroamericano, Nayib Bukele, en su cruzada contra las  bandas criminales, gran parte de la ciudadanía salvadoreña, aprueba y aplaude la construcción de la Mega-Cárcel  con capacidad para 40000 reos, rodeada de un muro perimetral de 2,1 kilómetros, y que será vigilada día y noche por 600 soldados y 250 policías.

Todas estas medidas jurídicas no son exabruptos autócratas o dictatoriales del ciudadano Bukele, sino que se encuentran legalmente plasmadas en la constitución política salvadoreña. Comenzando por el artículo 131 que le otorga a la Asamblea Legislativa, entre otras cosas, suspender y restablecer las garantías constitucionales de acuerdo con el Art. 29 (Régimen de excepción), pasando por la suspensión temporal (30 días) de los artículos 7,12, 13 hasta llegar al artículo 24 que tiene que ver con toda clase de correspondencia entre personas y la prohibición explícita de intervenir e interferir las comunicaciones telefónicas.

La suspensión temporal del articulo 24 es, según mi opinión, el dardo letal que apunta al corazón de la estructura paramilitar de las maras. Sin comunicaciones de ningún tipo tanto de adentro como hacia afuera o viceversa, las maras, Marasalvatrucha MS-13 y Barrio-18, más temprano que tarde desaparecerán (como estructuras) en el terreno de operaciones criminales. Sin comunicaciones y con el asedio permanente de los tres poderes estatales, estas bandas criminales (MS-13 y B-18) tienen sus días contados.

¿Desaparecerán entonces el crimen, la delincuencia y la violencia en El Salvador con las maras intramuros?

Lo dudo. Sí todavía existe en los países más desarrollados del globo terráqueo la delincuencia, el crimen organizado y la violencia en general y, en especial la de genero como en España.    ¿Cómo pretender que estas lacras desaparezcan metiendo a los delincuentes en una cárcel por muy grande que esta sea?  Claro, se mata al perro rabioso, pero no se elimina el virus que provoca la enfermedad. Sin embargo, se requiere mucho más que cárceles y penitenciarias para combatir la violencia y el crimen organizado en un país tan pobre, turbulento, violento y subdesarrollado como El Salvador.

“…Hace poco fui a Japón…”‒relataba Nayib Bukele al cuerpo diplomático ‒ y “…es un país impresionante, limpio, ordenado…ahí la gente camina a las tres de la mañana en la calle…sí tienen policía es porque tienen que tener, porque casi ni lo necesitan, es una cosa increíble…”

Claro, él no se reunió con ninguna de las maras niponas conocidas como Yakusa.  Y, en Paris, no creo que haya dado un paseíto por el 19e Arrondissement.  

¿Qué hicieron Japón, Francia, Inglaterra y otros países en el pasado para estar dónde están?

Hicieron efectivamente cambios estructurales importantes y radicales. Así, diversos países de economías centrales realizaron reformas agrarias, empezando por Francia e Inglaterra. A lo largo del siglo XX, por ejemplo, Japón implementó una de las reformas agrarias más profundas en Asia a partir de la segunda guerra mundial. De 1945 a agosto de 1950, el sistema de terratenientes desapareció por decreto imperial y más del 80% de las tierras fueron redistribuidas a los antiguos aparceros. Italia realizó expropiaciones mediante indemnización a los antiguos propietarios, desarrolló infraestructura en el campo, recuperó áreas degradadas y construyó casas para los campesinos.

En fin, hay que leer la historia político-económica de los países desarrollados para comprender y entender que el desarrollo integral de una nación comienza con la redistribución de la tierra, como conditio sine qua non. La cuestión agraria es un debate central para el desarrollo político y socioeconómico de cualquier país que aspire a convertirse en una nación soberana y con igualdad social. El instrumento concreto de esa reorganización agraria se llama reforma agraria.

 

Sí a Nayib Bukele se le atribuye tanto poder político-militar es de esperar que su cruzada por el bienestar de la sociedad salvadoreña no se limite solo al encarcelamiento, desmantelamiento y aniquilación de las bandas criminales, sino que también tenga la valentía política de tocarle los ijares a las clases económicas dominantes.

El Salvador es, en efecto, un lindo país, pero como lo explicó Roque Dalton en su poema “El Salvador será”, el Pulgarcito de América todavía tiene muchos desniveles, muchas shuquedades (suciedades), llagas y fracturas causadas por la guerra, muchos desengaños y sin sabores, mucha decepción y desesperanza. 

Todavía tengo mis dudas políticas y recelos ideológicos con relación a Nayib Bukele. En el fondo de las cosas, no creo que sea el Mesías o el político que salvará a El Salvador. Mientras tanto, espero con mucha expectativa el momento en que él  toque a degüello por Twitter,  Instagram, Tik Tok or what ever y ordene a sus ministros y al pueblo entero ir a   por ellos, a por los oligarcas.

viernes, 20 de enero de 2023

Marinaleda, el sueño de unos y la pesadilla del duque Íñigo de Arteaga y Martín

 

Marinaleda, el sueño de unos y la pesadilla del duque Íñigo de Arteaga y Martín
 

Marinaleda es un pueblecito español perteneciente a la provincia de Sevilla, ubicado en la Sierra Sur a 110 kilómetros de Sevilla, capital de Andalucía. Mi compañera y yo habíamos dejado atrás a Córdoba, Sevilla y Cádiz en nuestro corto periplo por la España del Flamenco, la muletilla, la manzanilla y los corceles. Aquella que le sirvió de telón a Julio Romero de Torres cuando pintó a la mujer morena, la del bordado mantón, la de la alegre guitarra. En fin, la España de las fantasías infantiles, las mías y las de mis hermanas.

Marinaleda, en un principio, no estaba contemplada en nuestro itinerario. Nos encontrábamos en la carretera que conduce de Cádiz a Ronda, cuando de repente y no sé por qué razón  me vino a la memoria aquel pueblo andaluz de cuyo nombre no pude acordarme en esos momentos, pero del cual se había escrito hace algunos años en la prensa alemana tanto de izquierdas como de derechas. Para unos, Marinaleda representaba a escala municipal la Utopía revolucionaria socialista y para otros, se trataba de una aberración y un anacronismo socioeconómico.    ¡Marinaleda!, exclamó mi copilota y está cerca de Ronda, añadió, sugiriendo así, meta comunicativamente, que podíamos agregarla a nuestro plan de viaje.

No fue fácil encontrar la carretera que nos condujera a Marinaleda a esas horas de la madrugada. La aplicación Google maps estaba más loca que la cabra instructora de Ferdinando, el Muria  quien en la película infantil no quería ir al ruedo. Después de haber dado muchas rondas por las recurrentes rotondas de Ronda, constatamos que estábamos más perdidos que el chupete del niño. Finalmente, encontramos a un grupo de hombres. Se trataba de una batería de obreros de la construcción que se aprestaba para comenzar su ardua, pesada y mal pagada labor cotidiana en los alrededores de Ronda.            

¿Cómo podemos llegar a Marinaleda?, pregunté a uno de ellos. ¿Marina…qué?, contestó taciturno, pero sus ojos delataron un: ¡Ni puta idea! Mientras que sus buenos modales le impidieron expresarlo con esas palabras. Marinaleda, repetí, como queriendo decir: ¿Pero no conocéis Marinaleda? Ese pueblo es muy famoso en Alemania, subrayé poniendo cara de asombro. Pero no hubo caso. Nadie parecía tener la más mínima idea de la existencia de Marinaleda.  Por el contrario, cuando le pregunté a un chaval en Cádiz sí conocía a un salvadoreño que en la década de los ochenta del siglo pasado había jugado en el Cádiz Club de Fútbol ni corto ni perezoso disparó raudo y expedito: ¡El Mágico González!   

Después de cruzar la cordillera llegamos a Marinaleda, el sueño de unos y la pesadilla del duque Infantado. Todos los condes o duques del mundo tienen algo en común: Son unos chupasangre, como el transilvano Vlad III «El Empalador», popularmente conocido como Drácula en el ámbito cinematográfico del siglo XX. Al duque Íñigo de Arteaga y Martín (jefe de la casa del Infantado) no le clavaron una estaca de madera en el corazón ni tampoco lo decapitaron ni le llenaron la boca con ajos. De haber sido así, en la actualidad habría un platillo en el bar de la cooperativa con el nombre: Criadillas del duque al ajillo.

 Al final de cuentas, al aristócrata en cuestión no se le expropió nada, puesto que la Junta de Andalucía compró en 1991 a precio de mercado las 1.250 hectáreas que los jornaleros de la Finca El Humoso habían ocupado en 1988 bajo el lema “La tierra para quien la trabaja”. Es decir, que El Humoso es propiedad pública. No obstante, es preciso recalcar que el proceso de ocupación y “expropiación” de estas tierras y su culminación (la compra-venta de la finca) en definitiva fue el resultado de la lucha sin tregua por parte de los jornaleros organizados en el Sindicato de Obreros del Campo (COC).

Y allí estaba Marinaleda, la “Utopía hacia la paz”, esperándonos con los brazos virtuales abiertos. ¿Dónde está el mural del Che Guevara?, pregunté a un vendedor de lotería.  En el bar de la cooperativa, indicó con la mano. Una vez en el bar nos dimos cuenta de que el “numerito de lotería” que nos vendió el de la ONCE ((Organización Nacional de Ciegos Españoles) resultó nulo, pues en el local, había solamente una foto pequeña de Fidel Castro. Quisimos entrar en conversación con el camarero del bar, pero éste, parco de palabras y bastante receloso, nos hizo saber que no era “bueno para hablar” y que lo mejor sería que fuéramos a la alcaldía. Nos dijo que allí nos darían más información acerca del pasado, presente y futuro de Marinaleda. Pagué dos euros por los dos cafés consumidos y tuve la buena intención de dejar propina, pues el precio me pareció tan bajo que hasta tuve un poco de vergüenza. Mi vergüenza aumentó un par de grados más, cuando el señor rechazó mi oferta con vehemencia y un pelín ofendido. Pensé fugazmente en el café con leche degustado en la ciudad de Basilea, Suiza. En realidad, más que en la bebida, pensé en los 5 Francos suizos (5 euros o 5,43 $) que tuvo que desembolsar  mi amigo Lencho, otro soñador utópico empedernido.

No pudimos conversar directamente, por motivos de salud,  con el alcalde Juan Manuel Sánchez Gordillo, el alcalde más antiguo en España (dirige el ayuntamiento desde 1979), pero afortunadamente el teniente-alcalde, es decir, su sustituto se ofreció atentamente para recibirnos en el despacho oficial de la alcaldía.

Efectivamente, la Utopía existe, aunque a una escala muy pequeña y con las limitaciones que implica convivir con el Gran Capital, el neoliberalismo y la globalización. Sí Cuba Socialista es una isla, Marinaleda, más allá de que su nombre conlleve a pensar en 7 mares, el pequeño pueblo agrícola no es nada más que un islote o un atolón rodeado de tiburones y otro tipo de alimañas marinas.

Pero ahí está, Marinaleda, con sus aciertos, sus errores y no menos importante, con los beneficios y servicios para los ciudadanos, demostrando en la práctica que la Utopía no es una meta, sino solamente es algo que está en el horizonte, un sueño tal vez, es decir, parafraseando a Eduardo Galeano, la Utopía es aquello que nunca alcanzaremos, pues sí lo lográramos, dejaríamos de caminar.

Allí atrás se quedó Marinaleda, que le da al visitante utópico y soñador la sensación que la lucha de los pueblos, aquí y allá, no ha sido en vano.

El mural de Salvador Allende con los lemas: El futuro es de los pueblos, no del capital” “Viva la clase obrera” y el del Che en el estadio de futbol mirando siempre altivo al horizonte nos dijeron no un adiós, sino un hasta siempre.

miércoles, 28 de diciembre de 2022

Mi “argentinidad” no es futbolística, es polifacética

 Mi “argentinidad” no es futbolística, es  polifacética

Las personas que me conocen desde hace muchas décadas, saben que mi “argentinidad” no deviene del fútbol. A pesar que en los años sesenta del siglo pasado tuve múltiples razones para volverme hincha del futbol argentino, puesto que llegué a conocer a la crema y nata de las estrellas del balompié gaucho, leyendo la revista deportiva argentina  “El Gráfico” que el padre de un amigo coleccionaba de manera sistemática y prolija. De esta manera, conocí al Rata Rattín, a Roberto Perfumo, a la Bruja Verón, al Petiso Oscar Más, al Loco Gatti  y a Amadeo Carrizo entre otros. Mientras que por el contrario sobre el futbol brasileño, más allá de un par de nombres como Pelé, Garrincha, Zagalo, sabía muy poco. Eso sí, siempre supe que Pelé no era de Tela, ciudad caribeña de la hermana República de Honduras, más allá que los catrachos gritaran a todo gaznate en tono de huasa para convencernos: ¡Pelé es teleño, Pelé es teleño!

Sin embargo, no sé porque razón, en los mundiales siempre iba en primer lugar con Brasil. Pero tampoco aplaudía sí Argentina perdía. Es decir, en realidad mis dos caballitos de pelea fueron siempre Brasil y Argentina. Tal fue así, que en 1966 me enfadé tanto con la expulsión del Rata Rattín durante el partido contra Inglaterra, como si yo fuera el afectado,  la cual según mi opinión en aquellos años de febril juventud fue injusta. Todavía tengo presente la imagen de Rattín haciéndole un gesto al árbitro con las manos simbolizando con ello que le habían dado guita para que la Argentina perdiera ese partido. Con el “tuya-mía” de los gauchos, es decir, jugar a dos toques,  los ingleses no veían el balón.

Mi “argentinidad” surgió en el primer momento en que conocí a principios de la década del setenta del siglo XX en la ciudad alemana de Friburgo a Alberto, no el cantautor, a quien mi fiel amigo Mauricio imitaba a la perfección, sino al dibujante técnico  de apellido Guzmán o Gusman, en su versión judía. Mi “argentinidad” comenzó con la ex monjita porteña, conocida de Alberto, que me hizo cagar de la risa con sus chistes picantes. Mi “argentinidad” se consolidó y se selló con Eduardo, mi amigo y hermano de la vida, nacido en Puerto Esperanza, Corrientes. Después con los años llegaron  Jorge Cafrune, Don Rafael Hernández, Les Luthiers, Juan Ramón Riquelme, Leo  y todo el arraigo cultural argentino, siendo el fútbol, como es conocido, parte importante del acervo cultural de la República Argentina.

Quería y deseaba que Argentina saliera triunfadora en Qatar 2022. En primer lugar, por Leo y en segundo lugar, por Argentina. Leo se merecía ganar esta copa mundial y por otra parte, la selección argentina fue, además, sin lugar a dudas, el mejor colectivo de futbolistas en todo el torneo. Es decir, que ambos, Leo y la selección fueron merecedores de este trofeo. Para los expertos y analistas, Argentina fue al parecer el mejor equipo táctico-estratégico con una gran fortaleza psíquica. Aunque el triunfo fue el resultado de la tanda de penales, en la que la buena  o la mala suerte juegan siempre un papel decisivo. Al final ganó quien lo merecía.  

Desde 1966 hasta 2022, exceptuando 1982, he visto todas las finales del mundial, pero ésta fue la más espectacular, la más peleada, la más estresante a nivel psíquico, tanto para los jugadores como para los espectadores. No fui el único en el mundo que quedó turulato y al borde de un ataque de nervios al final del partido.

Ahora bien, para ser honesto y ponderado, pienso, a nivel muy personal, que sí el futbolista a quien millones de niños y adultos llaman cariñosamente Leo no hubiese formado parte de la selección, por estar lesionado o por cualquier otra circunstancia fortuita, el estrés sufrido durante el partido no hubiese  sido el mismo y una eventual e hipotética derrota de la Albiceleste  en el estadio Lusail contra Francia bajo estas hipotéticas condiciones no hubiese sido dramática ni trágica. Pero con Leo a la cabeza, una derrota hubiera causado una herida profunda y dolorosa en millones de argentinos y argentinófilos en todo el planeta. Afortunadamente eso no sucedió y  Argentina ganó su tercera copa mundial después de 36 años. Muchos años para una potencia futbolística. Y Leo pudo ganar su ansiado trofeo, el último  que le faltaba.

El fútbol no es nada más que un juego, en el cual, al final del corto tiempo que dura el partido hay siempre un ganador y un perdedor. Sin embargo, tanto los triunfos como las derrotas son algo efímero, pasan con el tiempo. Y lo dulce de la victoria o lo agrio de la derrota cuando ya es pasado tienen otro sabor.

Mientras que Leo estará siempre presente a nivel universal para secula seculurum y se le recordará con mucho respeto y cariño no solamente por haber sido un genio del fútbol, o por haber ganado este u otro trofeo, sino porque perseveró con la frente erguida para lograr sus metas.  Se le rememorará además por su humildad, bonhomía y por haber dado el ejemplo a las nuevas generaciones que rendirse no es opción de vida.

Ojalá podamos seguir disfrutando un poquito más de Leo y su genialidad futbolística.

¡Hala campeón!

jueves, 10 de marzo de 2022

Todas las guerras siempre huelen a podrido

 Todas las guerras siempre huelen a podrido  

Pienso que para entender holísticamente el conflicto geopolítico desatado en Ucrania con la intervención militar de Rusia hace unos días y aproximarse un poco al intríngulis ucraniano, habría que estudiar la historia de Rusia desde el año 867 con Oleg Nóvgorod, a la cabeza, pasando por Pedro I, Iván el Terrible, Lenin, Stalin hasta llegar a Mijaíl Gorbachov en 1991.

Esto significa, por supuesto, analizar minuciosamente la dimensión histórica y política de las relaciones entre Rusia y Ucrania, los convenios y acuerdos firmados entre los países occidentales y Rusia una vez desaparecida la Unión Soviética en 1991 y, ante todo, el papel histórico de la revolución bolchevique en octubre de 1917 (el fantasma del comunismo a nivel mundial). Esto último es muy importante tenerlo muy en cuenta, puesto que la “historia” no tuvo su fin con la caída y derrota de la Unión Soviética en 1991, por mucho que Francis Fukuyama intentara en vano en 1989 convencer al mundo occidental con las tesis político-históricas expresadas en su libro “El fin de la historia y el último hombre”. Puesto que el proceso dialéctico e integral de desarrollo de las fuerzas productivas con carácter socialista todavía sigue en marcha en China, Rusia, Cuba, Viet Nam y Corea del Norte, países en los cuales prima el capitalismo de estado, más allá de los errores y horrores cometidos por los respectivos partidos comunistas.

Según mi modesta opinión, el conflicto en Ucrania es tridimensional: histórico-político, geopolítico y last but not least, económico-comercial, sí tomamos en cuenta, que más del 60% de las reservas de gas natural se encuentran en Rusia y el Medio Oriente. Europa depende de Rusia, al menos por el momento, entre otros productos comerciales, del gas natural. Por lo tanto, diría yo, que este es el aspecto más fácil para entender y para comprender la tibia y hasta tímida respuesta de los gobiernos europeos en contra de la intervención militar en Ucrania. De hecho, más allá de la verborrea diplomática, el bombardeo mediático para satanizar la figura de Putin y las sanciones comerciales contra Rusia, tanto de los Estados Unidos como de la Unión Europea no han podido contener ni ralentizar la intervención militar rusa en Ucrania.

Ahora bien, sí únicamente nos conformamos con la información del main stream y de los medios de comunicación del mundo occidental, obviamente llegamos a la conclusión que Vladimir Putin es un malnacido y un desequilibrado mental, o bien, dicho a la salvadoreña, con un patín napoleónico que lo empecina a querer revivir la antigua Unión Soviética.

Haciendo un poco de historia contemporánea y limitándonos a los últimos 60 años (para no hilvanar fino) encontraremos muchos casos de intervenciones militares de fuerzas extranjeras en países en los cuales no existía vínculo directo ni étnico ni cultural ni político entre el “invasor” y el “invadido”. La pequeña isla de Granada ubicada en el Gran Caribe fue invadida en 1983 (Operación Furia Urgente) por el ejército de los Estados Unidos. ¿Cuáles fueron las verdaderas causas que motivaron la urgente invasión en Granada? Probablemente geopolíticas, puesto que, en el Gran Caribe, por lo visto, solo puede nadar el gran tiburón blanco norteamericano, parafraseando al salsero panameño, Rubén Blades.  Pero Maurice Bishop no era Putin ni la pobre Granada nunca ha tenido importancia estratégica, al menos para los europeos. En aquel entonces nadie dijo ni pío por Granada. Y, ¿qué pasó con la guerra de las Malvinas en 1982?

La intervención militar en Libia en 2011 autorizada por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, con las abstenciones de China, Rusia, Alemania, Brasil e India, y ejecutada por las fuerzas militares de la OTAN, hizo polvo las arenas del desierto y finalizó, simbólicamente con la muerte de Muamar el Gadafi.  ¿Quién se indignó entonces por el pueblo libio?

Es decir, como dijera el escritor y pensador español Don Ramón de Campoamor y Campoosorio que en “este mundo traidor, nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira”.

Putin o mejor dicho Rusia, ha demostrado en Ucrania su poder político-militar y su peso específico en la política internacional. Tal y como los Estados Unidos de Norteamérica lo vienen haciendo en el mundo desde 1848 cuando California, Nevada, Utah, Nuevo México y Texas, todos territorios de México, pasaron a formar parte de la gran nación Norteamérica.

No obstante, esto no significa bajo ningún punto de vista que aplaudo la intervención militar de Rusia en Ucrania. Sin embargo, es importante recordar que en 1989 los “cantos de sirena” del Gran Capital occidental se escucharon en Europa Oriental. Desde entonces, una parte de la clase política ucraniana de derechas ha tenido siempre, como objetivo estratégico, en su agenda política formar parte de los países que conforman el “cordón sanitaire” político-militar (OTAN) y económico (neoliberalismo) en torno a Rusia. Pues bien, desde entonces comenzaron a sonar los tambores de guerra. Pero Vladimir Putin no es Boris Jelzin ni tampoco es más hijo de putin que otros políticos en funciones en la palestra internacional.

Todas las guerras, “justas e injustas”, religiosas o comerciales siempre huelen muy mal y cuando las potencias muestran su poder, sea este político-militar o económico, la bocanada expelida de sus fauces siempre tiene un olor fétido, como el del mercaptano, grupo funcional químico mezcla de azufre e hidrogeno muy parecido al de los huevos podridos, que se suele encontrar en los gases liberados por la materia orgánica en descomposición.

Mientras que el mal aliento en los humanos, es decir la halitosis o el patín, como se dice en mi tierra, puede tratarse con remedios, la halitosis de las potencias o de los imperios es por desgracia incurable.