lunes, 14 de abril de 2014

Sushi à la Tablet

Sushidió que después de varios meses de resistencia numantina, finalmente cedí a los ruegos insistentes de amigos íntimos, todos ya pasaditos de los sesenta y algunos tirando pa’ los setenta, para que los acompañara a cenar en un restaurante japonés. Menciono a propósito la edad aproximada de mis acompañantes, ya que en dicho establecimiento los pedidos se realizan vía iPad y, aunque cosmopolitas todos, el uso de la tecnología digital aplicada a la gastronomía nos era hasta el día de ayer algo extraño aún.
No me detendré aquí a explicar en detalle el mecanismo de funcionamiento de este tipo de restaurantes, púes parto de la base que es conocido y su utilización en la venta de tacos y enchiladas mexicanas, en las tapas españolas o en las pupusas salvadoreñas no me sorprendería en absoluto. Muchos de estos establecimientos promocionan el sistema, además, seduciendo al cliente con la propaganda de all you can eat, coma todo lo quiera, hasta reventar o quedar como un Makimono Hosomaki extra large de bonito y aguacate.

Entramos al local con la inseguridad típica del novicio, con la piel pálida y fría de calamar de las costas peruanas y con los ojos saltones como los de un pez Chimbolo del río Acelhuate en San Salvador. Fuimos recibidos gentilmente y a la usanza japonesa por un joven alemán, quién inclinó la cabeza mecánica o automáticamente. Con nuestra presencia la edad promedio de los clientes aumentó considerablemente de inmediato.

Ke te sako, ¿Una especialidad nipona?

Luego de las necesarias explicaciones técnicas y la exposición detallada de las reglas del juego, me quedó claro lo que nos sacarían al final de la cena: La aventura culinaria tipo buffet, costaría 30 Euros por estómago excluyendo las bebidas. Cada 12 minutos teníamos la opción de hacer un pedido máximo de cinco bocadillos por persona y una multa de 2 Euros por cada porción de comida que no fuéramos capaces de ingerir finalmente. Nadie nos obligó a aceptar las condiciones del contrato. Voluntariamente inclinamos nuestras testas más de treinta grados en señal de disposición al sacrificio.

Comenzamos “La gran comilona” con Maguro Nigiri y aprovechando la rima, les hablé a mis amigos acerca de Nicolás Maduro y sobre la situación en Venezuela que cada día es sazonada con wasabi contrarrevolucionario por la prensa internacional, argumentando que Maduro ni dirige ni deja dirigir. Seguidamente llegaron los Alaska y California Maki y uno de mis acompañantes, quien no solamente gusta de disfrutar de la comida asiática, sino que también de la historia universal, nos recordó que Alaska perteneció en su momento al imperio ruso y que por un puñado de dólares (7 millones de dólares americanos) fue comprada al Zar Alejandro II en 1867. Así llegamos al conflicto actual en Ucrania y a la anexión de Crimea a Rusia por parte de los “hijos” de Putin y a la de California en 1848 por parte de los “hijos” de James Monroe, quien sí fue un verdadero hijo de su madre. Pero de estos territorios anexados en el pasado ya casi nadie habla hoy en día y muchas veces el ciudadano de la calle olvida que el imperialismo es como un gigantesco octópodo que extiende sus tentáculos a todos los puntos cardinales de la tierra, o como el Tiburón de Rubén Blades, que hambriento surca el Gran Caribe en busca de presa fácil. La tercera ronda, estuvo conformada por una ración de suculentos sushis, dentro de los cuales se destacaron los “Tako Karaage” – pulpo al horno – y la sopa Misoshiru de aleta de tiburón.

Después de un análisis de costos de producción más en broma que en serio, calculamos a grosso modo que cada sushi costaría – incluyendo los costos fijos – un máximo de 25 centavos y llegamos a la conclusión que para aproximarnos modestamente al umbral de rentabilidad, el famoso “Break Even Point” inglés, cada uno de nosotros debería consumir la friolera de 120 sushis para compensar más o menos los costos de la cena. Es decir, que para masticar y/o tragar dicha cantidad necesitábamos ¡24 horas! Al final de la cuarta y a mitad de la quinta ronda, de tanto sushi nigiri y makimono, comenté en voz alta y en japoñol: ¡Toi Ke Mekago Toito! A lo que mi carnal Marcelo respondió: ¡Tapudo Wanako Kiosikon!

No cabía la menor duda, habíamos perdido el combate ni más ni menos que por Ippon.

Así que, entre risas, chistes, tomaduras de pelo, con la sensación de haber caído en las redes como sardinas y además con la mala conciencia por haber degustado especies en peligro de extinción, abandonamos las instalaciones niponas, con la convicción militante de no volver nunca más. En el mundo moderno, globalizado y neoliberal, la tecnología está aparentemente en función del progreso y la comodidad de la gente. Sin duda alguna muchas aplicaciones digitales cumplen con esos objetivos. Pero no nos engañemos, la sociedad en que vivimos gira en torno al beneficio. Y es precisamente en función de este objetivo sublime de la economía de mercado que la ciencia, la tecnología y la mercadotecnia se prostituyen.

En todo caso, los sushis me seguirán gustando y por supuesto, los seguiré degustando. ¡Pero à la carte! y por supuesto, solo de vegetales.


¡Por la boca muere el pez!

martes, 1 de abril de 2014

La hora de la pequeña-burguesía izquierdista salvadoreña

En el lenguaje de la ultraizquierda mundial, el término “pequeña-burguesía” sigue teniendo hoy en día un contenido semántico negativo, peyorativo e insultante. Es como si se tratara de un “pecado original” que no solo se hereda generacionalmente, sino que además se adquiere como una enfermedad contagiosa. Pero la “extracción de clase” no es obstáculo alguno para defender teórica- y prácticamente los intereses de la clase obrera. Allí están los ejemplos en los libros de historia, comenzando por Marx, Engels, Lenin, Fidel, Allende, Guevara y muchos otros más.

Desde el punto de vista científico social marxista, la pequeña burguesía es una clase social intermedia entre la gran burguesía y el proletariado; las dos clases antagónicas por antonomasia, a decir de Carlos Marx y Federico Engels. En el sentido marxista es que se utiliza aquí el concepto de “pequeña-burguesía”, es decir, como parte complementaria de la sociedad burguesa moderna que oscila dialécticamente entre la burguesía y el proletariado. Es un estrato socio-económico ondulante y ambivalente, cuya participación político-ideológica – reaccionaria o revolucionaria –, dependerá de la coyuntura política nacional concreta, de una situación de crisis económica específica o de otras circunstancias fortuitas; factores externos que actúan sobre este estamento social como un resorte político-económico, social e ideológico. Así pues, la influencia de la pequeña-burguesía en el contexto de la conducción de la lucha política, reivindicativa y revolucionaria, aumentará o disminuirá dialécticamente en dependencia de la fuerza o debilidad organizativa y sobretodo, del nivel de conciencia de clase para sí de la clase obrera.

Un sector social importante dentro de la “pequeña-burguesía” desde el punto de vista político, es la llamada “intelligenzija”, término ruso que se utiliza, tanto para referirse a la élite intelectual – personas con alta formación profesional y cultural ─, como para designar a todos los ciudadanos con preparación académica que no están directamente vinculados al proceso productivo.

La historia de los últimos cincuenta años en América Latina – se puede ir más lejos, si se quiere – ha estado marcada por la influencia política de la pequeña-burguesía. Tanto de la reaccionaria como de la izquierdista. A partir de la experiencia exitosa de la revolución cubana en 1959, se desarrolló en El Salvador una fuerte e intensiva lucha político-ideológica al interior del partido comunista salvadoreño (PCS). El cuestionamiento a la vía parlamentaria con el fin de obtener cuotas de poder en el Estado burgués, fue uno de los temas neurálgicos, entre otros, que provocó la ruptura orgánica de siete militantes comunistas con el partido, entre los cuales se encontraba el obrero Salvador Cayetano Carpio, a la sazón secretario general. En la concepción político-militar de Carpio, a la clase obrera le correspondía el rol histórico de conducir la lucha de clases en El Salvador.

Salvador Cayetano Carpio, fundador de las Fuerzas Populares de Liberación-Farabundo Martí (FPL-FM) el 1 de abril de 1970, era panificador, pero no pacificador de la lucha de clases salvadoreña. Así lo expresó él mismo en una entrevista con la socióloga chilena Marta Harnecker en 1982: “Yo surgí como dirigente, producto de la propia lucha de clases... Para mí el concepto de combatividad de los obreros es un concepto que estaba ligado a la lucha ilegal. En ese tiempo, tal vez lo que nos favoreció fue que no existía ninguna ley favorable al movimiento obrero, no había Código de Trabajo ni había nada… De manera que todo había que hacerlo a la fuerza, había que cerrar las fábricas a la fuerza. Dentro de ese contexto fue que yo surgí. Mi escuela de lucha de clases era la combatividad. Y desde entonces fuimos arrancando a la patronal y al gobierno, con lucha y con violencia de masas, cada una de las leyes que favorecían al movimiento obrero”.

El nuevo gobierno salvadoreño, presidido por los antiguos comandantes de las FPL-FM, Salvador Sánchez Cerén y Oscar Ortiz, decidirá el futuro político-social y económico del pueblo salvadoreño en los próximos cinco años. Según informa la prensa salvadoreña, dos antiguos miembros de las FPL formarán parte del futuro gobierno. Se trata de Hugo Martínez como Ministro de Relaciones Exteriores y Hato Hasbún, quien fungirá como Secretario para el Diálogo Político, Social y Económico, es decir, el interlocutor oficial con la gran burguesía salvadoreña. El actual Ministro de Obras Públicas, Gerson Martínez, también ex comandante de las FPL, es otro de los candidatos que podría ocupar una cartera en el nuevo gobierno salvadoreño.

Vistas así las cosas, la hora de la pequeña burguesía izquierdista salvadoreña llegará en primavera. Ojalá sea un buen augurio para el pueblo trabajador salvadoreño, que aquellos mismos hombres y mujeres que en la década de los setenta del siglo pasado, cuando todavía eran jóvenes románticos y soñadores de futuros de leche y miel para “los tristes más tristes del mundo”, tengan hoy por fin, la oportunidad de demostrar que los ideales de su generación no fueron “masturbaciones político-ideológicas” juveniles.

No se le pide milagros al nuevo gobierno. Ni la destrucción del estado burgués ni la erradicación de todos los males que genera el capitalismo. Pero si, que lleve a cabo – por lo menos– las medidas mínimas “concretas y posibles” para mitigar la pobreza, el desempleo y la violencia organizada, pensando en la clase obrera salvadoreña, en el campesinado pobre, en los que no tienen nada que comer, en los héroes y mártires de la revolución salvadoreña y en los más de setenta y cinco mil muertos que dejó la guerra revolucionaria. Es más, lo exige la parte del pueblo que votó por el FMLN.


Esa será la vara histórica con que se medirá la gestión del primer gobierno compuesto por ex guerrilleros marxistas en América Latina.