sábado, 25 de octubre de 2014

¿Borrón y cuenta nueva?

Que nos olvidemos del pasado nos exigen los politicastros y los ideólogos del sistema de la derecha. Desde lo alto de un púlpito nos sermonea un religioso conspicuo, sugiriéndonos el olvido benevolente de las cosas horripilantes que en El Salvador sucedieron, pues de buenos cristianos es el perdonar a quien nos ha torturado, respetar las tablas de la Ley y aceptar sumisos el status quo vigente. Nos piden hacer tabula rasa, que borremos de nuestras memorias sesenta años del siglo pasado, como si la historia de El Salvador se hubiera detenido el 31 de diciembre de 1931 y continuado recién el 16 de enero de 1992. ¿Borrón y cuenta nueva?, en los tiempos en que por razones de Estado tenemos que olvidar el pasado, obligándonos nosotros mismos a perdernos en las arenas movedizas de la amnesia institucional y de la amnistía constitucional decretada; no olvidar no es aclamar rencor ni venganza, sino simplemente reclamar justicia.

Cuando los apologetas de la concordia y la reconciliación de las clases sociales escuchan esto, saltan enfurecidos de sus cómodas poltronas arguyendo con espuma en la boca, que ya aburrimos con el mismo pregón de antaño y que más daño hacemos a la Patria insistiendo en hechos que ocurrieron hace muchos años.

Pero vayamos despacio, puesto que la historia contemporánea de El Salvador no es un evento de fútbol donde hay que cambiar rápido de partido “porque aquí no ha pasado nada”, como estilaba comentar los encuentros sin goles un locutor deportivo de la radio YSKL, allá por los sesenta del siglo veinte. ¿A cuenta de qué?, si la gran oligarquía viene imponiéndonos desde hace más de 100 años sus ritmos, tiempos y contrapuntos, independientemente del color que tenga el gobierno de turno. ¿Quién se beneficia con el silencio de los corderos de Dios?

Las leyes, cuando favorecen y garantizan los derechos universales del ser humano deben ser promocionadas y defendidas. No así, cuando éstas definitivamente no apoyan sustancialmente al desarrollo de las sociedades. La ley de amnistía general para la consolidación de la paz del 20 de marzo de 1993, también conocida como ley de reconciliación nacional, es un nítido ejemplo de ellas, porque hay una serie de crímenes de lesa humanidad cometidos durante el conflicto armado (1970-1991) que todavía siguen impunes como es el caso del poeta Roque Dalton, asesinado el 10 de mayo de 1975 por la dirección del entonces Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), el de Monseñor Oscar Arnulfo Romero en 1980, el de las hermanas Serrano Cruz en 1982 y el de los sacerdotes Jesuitas en 1989.

Es menester recordar y tener en cuenta, para no perder la cordura, que la derogación de leyes constitucionales antipopulares y antidemocráticas no es una cuestión políticamente fácil en ningún país del mundo, sobre todo cuando la ley cuestionada protege los intereses individuales y/o colectivos de grupos de poder fáctico. La ley de amnistía general para la consolidación de la paz del 20 de marzo de 1993, protege en primera instancia a aquellos miembros y ex miembros de las fuerzas armadas implicados en crímenes de guerra y de lesa humanidad.

Ahora bien, pregunto yo, ¿tiene el pueblo que hacer mutis por el foro y fomentar la amnesia colectiva impuesta por razones de estado y la Santa Iglesia? Creo que ningún ciudadano en su sano juicio cuestionaría la importancia de un compromiso social justo y sostenible que contribuya al desarrollo de la sociedad, pero RECONCILIACIÓN NACIONAL no debe entenderse como el fin de la lucha de clases ni mucho menos como impunidad para los crímenes de lesa humanidad. Por eso, cuando los políticos de izquierda y de derecha alzan la voz inquisidora, sugiriendo que los salvadoreños debemos hacer borrón y cuenta nueva con nuestra historia contemporánea, hay que recordarles siempre que el “borrón y cuenta nueva” sólo vale en los cuadernos de matemáticas, no así en la conciencia y en la memoria histórica de los pueblos.


Las “locas de la Plaza de Mayo”, comentó Eduardo Galeano en algún momento, son un ejemplo de salud mental para la humanidad, porque ellas se negaron a olvidar ─ a las víctimas de la dictadura argentina ─ en los tiempos de la amnesia obligatoria. Y aún siguen preguntando: ¿Dónde están? 

sábado, 4 de octubre de 2014

De la guerra popular prolongada a la paz social negociada y concertada en El Salvador

Hace 30 años se realizó en la Palma/Chalatenango el primer encuentro oficial del FMLN con el gobierno salvadoreño. Un análisis retrospectivo. 



Si el conflicto armado salvadoreño fue una guerra popular prolongada o una guerra de liberación nacional o una guerra de guerrillas o una guerra revolucionaria o una guerra justa, es para el ciudadano común del mundo un hecho histórico irrelevante, salvo para los historiadores de las academias militares donde la doctrina contrainsurgente todavía es un tema de análisis y estudio. La guerra es por definición solo un medio ─por cierto extremadamente violento y destructivoen función de objetivos políticos concretos, y en este sentido entonces, el carácter y contenido de cualquier tipo de guerra tiene que corresponder al objetivo político estratégico establecido por los bandos enfrentados.

El término que se impuso internacionalmente para definir los años bélicos que vivió la sociedad salvadoreña en las décadas de los setenta y de los ochenta del siglo pasado, a partir de una etapa determinada de desarrollo del conflicto armado, fue el de “guerra civil”. Dicho concepto implica su contraparte dialéctica, “la paz social”. Mientras que las otras “guerras” no necesariamente se desarrollan para lograr la paz, sino que en dependencia de los objetivos políticos y geopolíticos, éstas pueden llevarse a cabo para destruir o diezmar el aparato político-militar y económico de un estado o de una organización político-militar insurgente, situación que no siempre concluye con un acuerdo de paz social. Es decir, que también hay muchas guerras que se hacen para evitar la paz, como las del Oriente Medio.

Si la guerra, como hemos visto, está en función de objetivos políticos, cabe preguntarse: ¿Cuáles fueron los de la guerra revolucionaria salvadoreña?
Considero que fueron tres grandes objetivos estratégicos los que la alianza FMLN/FDR planteó concretamente a lo largo del conflicto armado y que correspondieron recíprocamente a cada una de las etapas de desarrollo del mismo. Además , es importante remarcar aquí, que los esfuerzos político-diplomáticos para conseguir la paz y el desarrollo mismo de la guerra fueron parte de un proceso dialéctico, cuya dinámica y complejidad se vio reflejada a nivel táctico-operativo, tanto en el teatro de operaciones bélico como en la mesa de negociaciones desde el inicio de la guerra en 1981. Estos fueron:
1.- La plataforma de Gobierno Democrático Revolucionario (GDR) 1980-1983. Etapa GDR.
2.- La plataforma de Gobierno Provisional de Amplia Participación (GAP) 1984-1986. Etapa GAP.
3. La solución negociada del fin de la “guerra civil” 1987-1992. Etapa de la guerra por la paz.
El esquema periódico planteado aquí es solo una guía cronológica aproximada y los fines políticos están esbozados escuetamente en sus líneas generales.

El primer objetivo estratégico (Gobierno Democrático Revolucionario)  presuponía la toma del poder político-militar y económico, es decir, que el conflicto armado estaba orientado a aniquilar, a destruir o en última instancia a neutralizar las fuerzas armadas salvadoreñas. El fin político tenía carácter y contenido socialista.

El segundo objetivo estratégico fue el de fomentar el diálogo y la negociación a través de la plataforma programática plasmada en el Gobierno Provisional de Amplia Participación (GAP), el cual no presuponía la toma del poder político-militar y económico ni la transformación del sistema capitalista ni mucho menos cuestionaba el papel de las fuerzas armadas salvadoreñas. El conflicto armado funcionó aquí como instrumento de presión para conseguir la solución política negociada. El objetivo tenía un carácter y contenido conservador y reconciliador.

El tercer objetivo estratégico presuponía el reconocimiento previo de una situación de impasse militar y estuvo orientado al establecimiento de un nuevo orden político y legislativo. Dentro de las exigencias políticas del FMLN para poner fin a la guerra se destacan las reformas constitucionales, la incorporación del FMLN a la vida política, la aprobación de la ley de amnistía (“Ley de Reconciliación Nacional”) y la reforma de las fuerzas armadas. La intensificación de la guerra sirvió como instrumento para demostrar la fuerza beligerante del FMLN y para evidenciar el “empate militar”.

Ante el fracaso de la “Ofensiva Final” del 10 de enero 1981, los dirigentes del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), la Resistencia Nacional (RN) y el Partido Comunista Salvadoreño (PCS) expresaron de inmediato la necesidad de establecer contacto con los gobiernos de El Salvador y los Estados Unidos, a fin de alcanzar un acuerdo político y negociar la paz. Estas posiciones políticas negociadoras fueron respaldadas meses más tarde con la Declaración Franco-Mexicana en agosto de 1981. En dicha declaración conjunta se reconoció a la alianza política FMLN/FDR como “fuerza política representativa de la sociedad salvadoreña dispuesta a asumir las obligaciones y derechos que de ella se derivan”.

¿Cómo reaccionó el gobierno salvadoreño? La posición del gobierno siempre fue de rechazo a la solución política, argumentando que en El Salvador no había ningún conflicto armado. Dicha posición la mantuvieron hasta el final, a tal punto que el estado de “conflicto armado” no fue reconocido oficialmente por las autoridades salvadoreñas. El ejército salvadoreño convencido de antemano de la improbabilidad de triunfo por parte del otro bando y seguro de su propia superioridad, también rechazó el diálogo y la negociación. Es más, lanzaron una feroz contraofensiva contra las “posiciones terroristas”. Sin embargo, el ejército salvadoreño a pesar de su superioridad en número y armamento, no fue capaz de romper la moral combativa de las fuerzas rebeldes ni mucho menos aniquilar las inexpertas y mal equipadas unidades combativas guerrilleras.

1982 fue un año de guerra que estuvo caracterizado por la estrategia defensiva guerrillera de “Resistir, Desarrollarse y Avanzar”, mientras tanto el gobierno salvadoreño y los Estados Unidos continuaron ignorando los planteamientos negociadores y reconciliadores del FMLN/FDR. Al menos oficialmente, puesto que los aliados estratégicos y tácticos de la alianza revolucionaria-democrática pusieron los buenos servicios diplomáticos a disposición de los revolucionarios.

El año 1983 fue decisivo y determinante para la metamorfosis gradual de la guerra salvadoreña. Es del dominio público que al interior del FMLN/FDR no había consenso en relación al papel estratégico del diálogo y la negociación, y que además, al interior de las Fuerzas Populares de Liberación (FPL) se desarrollaba una fuerte lucha político-ideológica por el poder. Más allá de la controversia y la mitificación en relación al rol histórico de Salvador Cayetano Carpio, el Comandante Marcial, no se puede negar ni pasar por alto su peso específico en las filas de las FPL-FM, la organización político-militar numéricamente más fuerte en la alianza FMLN. Salvador Cayetano Carpio fue no solamente para sus correligionarios, sino también para muchos salvadoreños e internacionalistas de izquierda el paladín de la lucha armada y sinónimo de consecuencia e intransigencia. Si él tenía o no razón con sus planteamientos en relación al diálogo y a la negociación, y sobre todo con su escepticismo y recelo frente al papel e influencia de los aliados estratégicos de la revolución salvadoreña en la conducción de la guerra, es algo que solamente la historia de la lucha de clases en El Salvador responderá. 

Considerando estos aspectos, no es difícil deducir, que al no concebir Marcial la solución política como la vía para acceder al poder político-militar, él se convirtió en un serio problema, tanto para la dirigencia ─ comisión política─ de las Fuerzas Populares de Liberación Farabundo Martí y el mando único del FMLN, como para los aliados estratégicos de la revolución salvadoreña.
Los sucesos de abril 1983 en Managua (asesinato de Mélida Anaya Montes, Comandante Ana María y suicidio de Salvador Cayetano Carpio, marcaron el fin de la primera etapa de la guerra y el punto de inflexión de la revolución socialista salvadoreña. A partir de allí, la revolución tomaría otros derroteros.

A pesar de estos hechos, el conflicto armado no se detuvo, más bien aumentó su intensidad. A nivel militar el FMLN había realizado operativos de gran envergadura, dentro de los cuales cabe destacar la toma y destrucción parcial del cuartel El Paraíso en Chalatenango en diciembre 1983 y el asalto a la presa hidroeléctrica del Cerrón Grande en junio 1984. Independientemente de los resultados parciales o totales de dichas acciones militares, el FMLN demostró fuerza y capacidad de movilización de tropa en el teatro de operaciones.

El 9 de febrero de 1984 representa el inicio de una nueva etapa de la revolución salvadoreña. En esa fecha la alianza FMLN/FDR da a conocer al mundo en conferencia de prensa en la ciudad de México, la propuesta de un “Gobierno Provisional de Amplia Participación” (GAP) con el propósito de resolver el conflicto armado por medio del diálogo y la negociación.

La junta revolucionaria de gobierno, presidida por José Napoleón Duarte, rechazó de inmediato la propuesta política del FMLN/FDR. No obstante, el primer encuentro oficial de la guerrilla (y ya no los terroristas o subversivos del FMLN) con el gobierno, se realizó en el pueblo de La Palma/Chalatenango en octubre de 1984. El periódico español El País en su edición del 18 de octubre del mismo año informó al respecto, entre otras cosas, lo siguiente:
“Para avanzar en este sentido, encargaron a la comisión mixta el cometido de humanizar la guerra, concepto que puede incluir desde el cumplimiento de la convención de Ginebra en materia de prisioneros hasta el cese de los bombardeos a la población civil y el sabotaje contra la economía. Duarte explicó en el palacio presidencial que "no podíamos resolver en horas una guerra de causas tan profundas". El comandante Fermán Cienfuegos diría, por su parte, en una conferencia de prensa celebrada durante la madrugada del martes en el campamento guerrillero de Miramundo que "no ha habido consenso" en esta materia. En las declaraciones efectuadas por ambos lados destaca un tono general de respeto al adversario, sin las descalificaciones mutuas que fueron costumbre hasta hace sólo unos días. Cienfuegos describió el ambiente de la entrevista como "sereno y respetuoso por ambas partes", que buscaron con ello la continuidad del diálogo. Las dos partes han reconocido, sin embargo, que el diálogo está en sus inicios y que será un proceso largo y complicado. Cienfuegos y el comandante Facundo Guardado no ocultaron que, si había tenido lugar la entrevista con el Gobierno en un plano de igualdad y sin deponer las armas, fue precisamente por la fuerza militar que ha adquirido el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN). Es lógico, por tanto, que en los próximos meses los dos bandos, lejos de desarmarse, continúen acumulando fuerzas para llegar a la mesa negociadora con ventaja.”

El gobierno salvadoreño y el ejército, indiferentes al fortalecimiento y desarrollo del ejército efemelenista y el peligro que eso implicaba, ignoraron las propuestas negociadoras, basadas en la plataforma de Gobierno Provisional de Amplia Participación (GAP). La actitud beligerante del gobierno de Napoleón Duarte significó en definitiva el fracaso del proyecto negociador y conciliador del FMLN/FDR. Para finales de 1986 estaba claro que el conflicto armado había entrado a una nueva etapa de desarrollo, la última, la cual duraría casi seis años y que culminaría con la firma de los Acuerdos de Paz en la ciudad de Chapultepec el 16 de enero 1992.

¿Qué llevó a la prolongación del conflicto armado, a pesar de los esfuerzos y la buena voluntad del FMLN/FDR de dialogar y negociar a partir de 1981?

En primer lugar, sería equivocado pensar que la guerra se prolongó debido a la estrategia de “guerra popular prolongada”, puesto que la estrategia que se impuso al interior del FMLN no fue precisamente esa. El FMLN al final de cuentas se vio envuelto en un conflicto armado que con la dinámica misma de las operaciones militares se fue transformando en una guerra entre dos ejércitos, el uno irregular, con todas las dificultades logísticas, de avituallamiento y reclutamiento típicas del carácter irregular y el otro, con todo el apoyo logístico y asesoramiento por parte del Pentágono.

En El Salvador no se cumplió el principio fundamental de la Guerra Popular Prolongada que es la incorporación de “todo” el pueblo a la guerra. Una guerra en la cual “cada” ciudadano es un combatiente, “cada” hogar una trinchera de lucha, “cada” cantón o pueblo un cuartel guerrillero. Y por último, pero no menos importante, es el hecho que al no existir el “partido único marxista-leninista de los obreros y los campesinos”, la conducción estratégica de la guerra se “militarizó”, lo cual tuvo como consecuencia la supeditación en la práctica de las estructuras políticas, por lo demás débiles, a las necesidades de la guerra.

Concluyendo, la prolongación del conflicto armado salvadoreño se debió, por una parte, a que la oligarquía salvadoreña y los sectores más intransigentes dentro de las fuerzas armadas salvadoreñas ─ apoyadas y asesoradas por el gobierno de los Estados Unidos ─ consideraron siempre, incluso después de la demostración de fuerza del FMLN en noviembre de 1989, que la probabilidad de derrotar militarmente al FMLN estaba a su favor. Lo cual los llevó a sobrevalorar su fuerza y a tener una actitud negativa, reticente y soberbia frente al diálogo y la negociación. Y por otra parte, debido a que el FMLN, a pesar de su poder de convocatoria, la capacidad de agitar y de movilizar a las “masas”, no fue capaz de “insurreccionar política y militarmente” a la mayoría de la población civil salvadoreña en las coyunturas político-militares más significativas, sobre todo en las grandes ciudades, ni de paralizar económicamente al país. A pesar del control relativo sobre parte del territorio ─ los frentes de guerra ─, la capacidad de concentración y movilización de sus unidades militares, el FMLN no logró “convencer” al pueblo salvadoreño de las posibilidades reales del triunfo de la revolución. Por eso es que la esperada y soñada “insurrección salvadoreña” no se llevó a cabo. La mayoría de la clase obrera y del campesinado se mantuvo al margen del conflicto.

En El Salvador no se dio realmente una “situación revolucionaria” ni al inicio de la guerra abierta en 1981 ni durante la “Ofensiva hasta el tope” en 1989, tal y como la planteara Lenin en 1915 en la víspera de la revolución bolchevique. La oligarquía salvadoreña mantuvo su dominio en forma inmutable en todo momento del conflicto. La clase dominante “continuó viviendo como hasta entonces”. Tampoco el país se encontraba en una situación de crisis económica en la cual la miseria y la pobreza de las clases oprimidas hiciera “imposible seguir viviendo” en tales condiciones. Lo que si se dio en El Salvador fue una intensificación considerable de la actividad política de las masas en los años previos a la ofensiva final de 1981.

Entonces, si la “vanguardia revolucionaria salvadoreña” (FMLN) no logró insurreccionar a las masas populares ni en los años de clímax revolucionario político (1979-1981) ni durante la demostración de fuerza militar revolucionaria sui géneris en la “Ofensiva hasta el tope” (1989), surgen varias preguntas: ¿Por qué razón la población civil no se insurreccionó en esos momentos y por qué la clase trabajadora no paralizó la economía nacional? ¿Una valoración equivocada de la voluntad insurreccional del pueblo? ¿Fue un error de la estrategia político-militar? ¿Un análisis erróneo de la lucha de clases a nivel nacional e internacional? ¿Militarización por parte del FMLN en la conducción global de la guerra? ¿La ausencia de un partido único de la clase obrera y el campesinado salvadoreño?

¿Quién tuvo la razón revolucionaria?
Ha sido la propia historia de la lucha de clases en El Salvador a partir de la década del sesenta del siglo pasado hasta nuestros días, que ha ido respondiendo dialécticamente las preguntas en cuestión. A ninguna personalidad, por muy brillante y carismática que sea o hubiera sido, podría atribuírsele haber tenido la razón absoluta en el debate político e ideológico y concluir por ello, que sus argumentos fueron absolutamente verdaderos. Conclusión falsa por cierto, puesto que lo “absoluto” no existe y por otra parte, las cosas políticas en si tienen siempre carácter relativo y pasajero. ¡Lo que hoy es verdadero, mañana puede ser falso! ¡Lo que en Viet Nam fue posible, en El Salvador no lo fue!

En los primeros años la guerrilla salvadoreña adoptó mecanismos de guerra tipo popular  prolongada, es decir, guerra de guerrillas combinada con estrategias insurreccionales, foquistas y conspirativas militares, un tipo de guerra muy particular ─ por lo reducido del teatro de operaciones ─ que con el correr del tiempo y la dinámica del conflicto se fue transformando en una guerra, en la cual el fin estratégico del ejército gubernamental era el desgaste de la guerrilla, mientras que la del ejército rebelde de resistir. Es decir, que la guerra revolucionaria en su transformación dejó de ser un medio en función de alcanzar la “liberación nacional” y la justicia político-social y económica de las grandes mayorías populares hasta convertirse en un “asunto bélico a negociar”.

No cabe duda alguna que el pueblo salvadoreño quería el fin de la guerra y el acuerdo de paz de Chapultepec 1992 fue la respuesta lógica del FMLN, y aunque el gobierno derechista de ARENA se opuso a la negociación de la paz hasta el último momento, la administración de George Bush Sr. ya no estaba a favor de la estrategia militar de contrainsurgencia en El Salvador. Pero no porque consideraran que dicha estrategia hubiera fracasado, sino que ya no era necesaria. El FMLN/FDR había dado muestras claras y sin ambivalencias, que su objetivo político estratégico ya no era el de subvertir el sistema capitalista, sino el de participar en la reconstrucción del país, aceptando las reglas de la democracia parlamentaria. Así como la dictadura del general Augusto Pinochet en Chile se vio obligada a aceptar el plebiscito en 1988, la oligarquía salvadoreña también se “vio obligada” en diciembre 1991 a negociar la paz. El FMLN por su parte, sabía que no podía desarmar completamente al ejército salvadoreño y el gobierno de ARENA y las fuerzas armadas tuvieron que reconocer que desarmar al FMLN por medios bélicos significaba la prolongación de la guerra y por lo tanto, pagar un “precio excesivo”. Además, Washington ya no tenía interés en seguir financiando la costosa guerra. La consecuencia de este análisis político-económico y militar por ambas partes fue la firma de los acuerdos de paz en 1992.

Karl von Clausewitz argumenta en su obra “De la guerra”, que existen dos motivos principales para plantear y/o hacer la paz: el primero es la improbabilidad del éxito y el segundo el precio excesivo a pagar por él. Por otra parte, tan pronto como el gasto de fuerza sea tan grande que el objetivo político ya no sea equivalente, este objetivo deberá ser abandonado y el resultado será la paz.
El camino que tuvo que andar el pueblo salvadoreño, a partir de la guerra popular prolongada hasta llegar a la paz social negociada y concertada en Chapultepec, está adornado luctuosamente con 75 mil cruces que son el estigma del alto precio que pagó el pueblo salvadoreño por las reformas democrático-burguesas alcanzadas con la firma de los acuerdos.

¿Hubiera habido guerra?, si al pueblo salvadoreño, al menos a la parte de la población que se alzó en armas ─ especialmente la juventud rebelde ─ se le hubiera preguntado en los inicios de la revolución, si estarían dispuestos a dar su vida por la reformación del estado de derecho. Yo estimo que no hubiera habido guerra. Y, si se quiere hilvanar más fino e ir más lejos: ¿Qué hubiera pasado?, si en los años en que los comandantes de la revolución, sabiendo que la guerra era un callejón militar sin salida, le hubieran preguntado a sus respectivas tropas, si estarían dispuestas a continuar guerreando por objetivos que ya no eran en aras de la revolución socialista. Pienso que muchos de los comandantes no hubieran sobrevivido la pregunta. ¿Y usted qué opina?, estimado lector.

En un estudio de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (1998) acerca de “La violencia en El Salvador en los años noventa. Magnitud, costos y factores posibilitadores”, se afirma que: “Los Acuerdos de paz no sólo terminaron con el conflicto armado, sino que además fueron planteados como un mecanismo para la construcción de una nueva sociedad; frente a esto, muchos salvadoreños crearon expectativas muy grandes con respecto al futuro nacional, sobre todo en el orden socioeconómico. Sin embargo, pasada la alegría del logro de paz, los salvadoreños empezaron a acusar un elevado nivel de frustración por la falta de resolución de sus viejos problemas y, sobre todo, por la permanencia de un modelo de exclusión social y económica. Los tratados de paz resolvieron el problema de la marginación política, pero al final no fueron capaces de resolver los problemas de exclusión socioeconómica”.

Todavía está por verificarse si la sentencia de Schafik Jorge Handal en septiembre 2004 fue un pronóstico político realista o simplemente una profecía esperada, pues hasta el momento el sistema capitalista neoliberal en El Salvador se resiste ─ con mucho éxito ─ a cualquier cambio y más bien da la impresión de que es precisamente el sistema ─ capitalista ─ el que está cambiando al FMLN. Además, aún está por demostrarse si el FMLN es efectivamente el verdadero representante de la clase trabajadora salvadoreña y por lo tanto, la única fuerza política marxista que lucha por la verdadera paz social en El Salvador, vale decir, el socialismo salvadoreño .

Roque Dalton, quien no fue profeta ni Mesías sino un poeta visionario y soñador de Utopías, tenía toda la razón al decir: “El Salvador será un lindo y (sin exagerar) serio país cuando la clase obrera y el campesinado lo fertilicen lo peinen lo talqueen le curen la goma histórica lo adecenten lo reconstituyan y lo echen a andar. El problema es que hoy El Salvador tiene como mil puyas y cien mil desniveles quinimil callos y algunas postemillas cánceres cáscaras caspas shuquedades llagas fracturas tembladeras tufos”.

Ojalá las nuevas generaciones de salvadoreños y salvadoreñas sepan embellecer el país, sin la necesidad de recurrir al machete y a la pólvora.