jueves, 29 de diciembre de 2011

¿Cuánta metafísica hay en la física cuántica?

“…Yo no sé lo que vendrá: Tampoco soy adivino; pero firme en mi camino, hasta el fin he de seguir: Todos tienen que cumplir, con la ley de su destino…”[El Gaucho Martin Fierro de José Hernández]
Yo tengo un amigo muy culto e ilustrado, que hace un par de años, por el simple hecho de haber cumplido 62 años, la gerencia general de la compañía —una transnacional famosa— le comunicó de manera expedita, que sus jefes no contaban más con él para el año fiscal que se avecinaba. Las negociaciones finiquitales fueron exitosas—desde la perspectiva de mi inteligente amigo—, sin embargo, cuando me comentó los pormenores del litigio, pude percibir en sus palabras un deje de frustración y desazón. Traté de animarlo con todos los recursos psicológicos y parasicológicos a mí alcance—desgraciadamente magros e insuficientes—, y todo fue en vano: mi amigo se encontraba pasando por una F32.0[1] y conociendo bien su afición a lo etílico, temí una F 10.3. 


Así que me dirigí a la cocina con la intención de preparar un mate cebado con cedrón—dicen que es el asesino de las depresiones— y ofrecerle a mi alicaído huésped un par de apetitosos alfajores recién salidos del horno, preparados personalmente con mucho cariño y dedicación y oportunos para endulzar un poco las tristezas en aquella tarde primaveral, aunque tuve la leve sospecha, que mi amigo dudó hasta el último minuto de mis cualidades culinarias. El concierto de Ludwig Van Beethoven en C mayor opus 15, interpretado magistralmente por la genial Martha Argerich, sirvió de trasfondo musical a nuestra aciaga conversación. Después de la “yerba”—me refiero al mate—, degustamos unas copitas de Brandy 1866 Gran Reserva de la Casa Larios, que pacientemente había esperado más de veinte años guardado en una esquina clandestina de una cómoda vieja de madera de cerezo, a que llegara el momento y la ocasión oportuna, para mostrar su suavidad a nuestro paladar. Y ésta se presentó silenciosa y sin anunciarse: Mi amigo había decidido volver—como en el tango de Gardel— a su pago querido en la Provincia de Neuquén, República Argentina, después de 45 años de recorrer el mundo. Era precisamente eso lo que lo acongojaba. Tomó la guitarra y cantó las Coplas de Martín Fierro, como sólo los payadores pamperos lo saben hacer, y su voz sonó esta vez a despedida. Los tragos que nos bebimos, eran los del estribo, como en las canciones del mexicano José Alfredo Jiménez. Antes de marcharse, bajó del coche una caja de cartón con libros y me la entregó, con la seriedad que tienen los académicos, para subrayar la importancia que—algunas veces—le dan a las nimiedades en la vida. Desde entonces, nunca supe nada más de él, hasta hace unos días, cuando recibí una sorpresiva misiva digital con motivo de la navidad, no precisamente de él, sino de otro buen amigo. Recordé entonces el lugar dónde había dejado guardada la caja con los libros y decidí dos cosas: La primera. Limpiar por fin—según la ordenanza número xx de mi querida esposa— la buhardilla y después, hurgar, de una vez por todas, en el regalo heredado de mi amigo.

Debe saber el lector—para comprender mi sorpresa—, que mi amigo, por ser tan culto e ilustrado, jamás creyó ni en santos ni en brujos ni en chamanes indígenas ni en curanderos esotéricos ni Gurús ni en el Ying ni en el Yang; él aseguraba que la verdad estaba en el limbo hermético de Schrödinger, en la ley de Hubble, en el teorema de Gödel y en la lluvia cósmica de quásares. Por eso, mi asombro fue enorme al encontrarme con poemas de Sor Juana Inés de la Cruz, El lugar del hombre en la naturaleza y el Fenómeno humano de Pierre Teilard de Chardin, La Summa Theologiae de Santo Tomás de Aquino, La teoría del cielo de Sir Francis Bacon, Las profecías de Michael Nostradamus y Para leer al Pato Donald del argentino-chileno Ariel Dorfman y el belga Armand Mattelart. 

Dado que mi ilustre amigo se caracterizó siempre por su materialismo ateo y por el rechazo militante a todo aquello que oliera a metafísica, pensé que podría tratarse de una de sus típicas jodas sureñas. Considerando que me llamo Roberto y los enigmas me apasionan, llegué también a pensar, que podría tratarse de un código aún no descifrado al estilo de Dan Brown.

No podía creer, que él, que había arengado a los estudiantes de filosofía con lo de la hermenéutica marxista y el desarrollo del Hombre, con tal vehemencia que daba escalofrió —por la retórica y por el frio del sótano—en el Bar Chez Harzt IV o sería en el ¿Henry IV?, quien había sostenido que la lucha de clases era el motor—diésel o bencinero— de la historia y que había asegurado que la exégesis dialéctica no hegeliana de Federico Engels era la antípoda de la filosofía aristotélica, aquel joven barbado y despeinado a la moda Yé-Yé, el mismo que había recitado los diálogos socráticos mayéuticos no dogmáticos con displicencia y armonía, aquel que había afirmado que la conciencia revolucionaria nace del crisol donde se funde el acero, con el que Pável—el de Nicolai Ostrovski—se hizo hombre; había sido—en resumidas cuentas—, un candidato en ciernes a la apostasía político-ideológica. Toda mi razón—fundamentada en la infalible e indiscutible teoría de la probabilidad—se resistía a considerar como cierta la posibilidad que mi culto e ilustrado amigo, era en efecto un apóstata. ¡Mi amigo Saulo, el científico materialista, convertido en Paulo, el apologeta metafísico!

No podía dar crédito, que mi amigo había cambiado los sótanos por sotanas, pero la carta que recibí con un saludo navideño días atrás por el correo electrónico, de ese otro amigo, tan ilustre y culto como el primero, no dejaba espacio para las dudas. En esa carta me dice—inundado de admiración y complacencia— que lo vio predicar en San Martín de los Andes con una biblia en la mano y un rosario de perlas negras en la otra, y como si esto fuera poco, además anunciaba el fin del mundo para el 21 de diciembre del 2012, al parecer con el mismo fanatismo de antaño.

Debo reconocer que me quedé turulato y bastante asustadillo como un cervatillo tibetano en el zoológico de Basilea. Mi amigo, el remitente, por sí las moscas, así me lo comentó en su carta, se convirtió—de manera profiláctica dice él—al evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. La experiencia política acumulada en los años de revolución, en los que devotamente predicó el evangelio según San Marx y San Lenin, no estuvo de más, pues ahora, él es el nuevo y flamante Pastor de una comunidad mapuche allende de los Andes.
En fin, por el momento estoy entretenido con la “Guía intelectual” para leer al Pato Donald y con la Clasificación Internacional de Enfermedades CIE 10. 

Una de tres: O el Rico Mc Pato, el avaro capitalista, o la esquizofrenia paranoide [F20.0], o un milagro de Dios, es el causante del comportamiento extraño que está padeciendo mi culto, ilustre y sefardita amigo. 

De todos modos, querido lector, olvídese de mi amigo, de las profecías de Nostradamus y las fantasías fabricadas en los estudios cinematográficos de Hollywood. Para usted, un feliz y próspero 2012 en revolución y rebeldía.

Roberto Herrera      29.12.2011


[1] Para mayor información, consúltese: http://www.iqb.es/patologia/e04_002.htm

lunes, 26 de diciembre de 2011

El sectarismo, ¿enfermedad congénita del marxismo-leninismo?


No cabe la menor duda, que fue Lenin el primer político revolucionario del siglo XX, quien se dedicó, entre otras cosas, a diseñar y construir el eslabón organizativo—con toda su genialidad y capacidad intelectual—, que une la teoría de Carlos Marx y Federico Engels con la praxis revolucionaria en el contexto de la lucha por el poder político. El aporte teórico-práctico del revolucionario ruso a la Weltanschauung marxista dio origen a la interpretación marxista-leninista de la historia. Los conceptos políticos de hegemonía, vanguardia, estado y poder enhebrados en ella, están íntimamente ligados al carácter y contenido del partido revolucionario leninista, que sería, según Lenin, la columna vertebral de la organización de la clase obrera. Noción, que dicho sea de paso, no fue compartida por todos los pensadores marxistas y políticos de la izquierda europea de la época y en particular, la rusa. 

Lenin planteó, y defendió a capa y espada, la tesis que el proceso de concientización de clase—para sí—no puede desarrollarse única y exclusivamente a partir de la lucha por las reivindicaciones económicas de la clase obrera, que era el planteamiento de la oposición menchevique representada por Martinov. Lenin era de la opinión, que “…Al obrero se le puede dotar de conciencia política de clase sólo desde fuera,[original en cursivas] es decir, desde fuera de la lucha económica, desde fuera del campo de las relaciones entre obreros y patronos…”[fin de la cita]. Esta función político-inoculadora le correspondía al partido revolucionario, que de acuerdo a Lenin, estaría compuesto por un grupo reducido de cuadros políticos o político-militares altamente especializados en la lucha política, ideológica y organizativa, y que además, eran excelentes propagandistas y agitadores. La organización de los revolucionarios—de carácter conspirativo—en la concepción leninista tenía que ser centralizada y vertical, cuyos integrantes eran cuadros “profesionales de la revolución”, dedicados a tiempo completo a estimular y a catalizar políticamente a la clase obrera para facilitar el proceso de concientización de clase para sí y la toma del poder político-militar. Huelga decir, que estos “profesionales de la revolución”, por el carácter mismo de sus funciones revolucionarias—una especie sui generis de división del trabajo revolucionario—, no podían estar insertos en el sistema laboral común como el resto de la clase obrera. Lo cual significaba, que para poder vivir y desempeñar sus actividades revolucionarias, estos cuadros dependían económicamente del partido. “…Nosotros, los revolucionarios de profesión, —escribió Lenin en su ¿Qué hacer?— debemos dedicarnos, y nos dedicaremos, a ese "estímulo" cien veces más…” “…Los alemanes han alcanzado ya suficiente desarrollo del pensamiento político, tienen suficiente experiencia política para comprender que, sin "una docena" de jefes de talento (los talentos no surgen por centenares), de jefes probados, preparados profesionalmente, instruidos por una larga práctica y bien compenetrados, ninguna clase de la sociedad contemporánea puede luchar con firmeza…”. De más está decir, que fueron controvertidas discusiones y acalorados debates los que tuvo que enfrentar Lenin en la defensa de su concepción de partido.

Cada etapa de la lucha de clases tiene su propia dinámica y su particularidad. Obviamente, la genialidad política de Lenin facilitó la elaboración de una estrategia y táctica revolucionaria para la toma del poder político. El ¿Qué hacer?, escrito en 1902 resume la teoría y la práctica de los revolucionarios rusos en la etapa de la lucha por el poder político. En ésta etapa de la lucha de clases, la consolidación de la “organización de los revolucionarios”, es decir, células de cuadros profesionales, centralizadas y rigurosamente compartimentadas entre sí, con carácter y contenido subversivo fue una tarea estratégica, históricamente necesaria y cuya validez, como el medio idóneo —en el contexto de la lucha de clases de la Rusia zarista—para la toma del poder, quedó demostrada el 23 de octubre de 1917. 

No es mi intención analizar el concepto leninista—ventajas y desventajas— de la “organización de los revolucionarios”, ya que soy de la opinión que el tipo de organización revolucionaria, en un momento histórico determinado, no es un acto voluntarista ni arbitrario ni depende de la brillantez y del talento o genio de un dirigente político, sino que más bien, son las condiciones concretas—objetivas y subjetivas —de la lucha de clases, las que en definitiva determinan los métodos y formas de lucha. No obstante, me parece importante señalar que el “profesionalismo revolucionario” leninista, que se oponía diametralmente a la chapucería politiquera del economicismo sindical, guardaba un peligro latente de desviación ideológica. Por una parte, el carácter subversivo, clandestino, jerárquico y profesional del trabajo político de estos “expertos revolucionarios”, encerraba el peligro inherente a cualquier grupo de especialistas, herméticamente cerrado y desligado de la actividad normal y cotidiana del resto de la sociedad, de convertirse en un grupo “especial” y selecto, dueño de la verdad absoluta, es decir, en una secta política. Quien sino Lenin, combatió y criticó el sectarismo político en el interior del partido bolchevique.

El “Izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo”, escrito en 1920, es el compendio clásico que trata del sectarismo político. Como podemos constatar empíricamente, el sectarismo político deviene por exceso de conocimiento o por su carencia, por fortaleza o debilidad, por soberbia o estupidez.
El sectarismo político inhibe la lucha de clases y dificulta la acumulación de fuerzas revolucionarias y progresistas. Las fuerzas políticas son vectores con una magnitud, dirección y sentido determinado, cuando el vector resultante de la suma o multiplicación dialéctica de estas fuerzas, apunta en la dirección y sentido correcto, entonces es lícito establecer alianzas tácticas y/o estratégicas. Por el contrario, rehusar a formar alianzas políticas por principio o por capricho, sin analizar concienzudamente los pros y los contras, o lo que es peor aún, aceptar alianzas por motivos de oportunismo político, es una irresponsabilidad política imperdonable, que a la larga tiene su costo. 

Respecto a las alianzas, Lenin dijo en “El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo” lo siguiente:”…rechazar los compromisos «por principio», negar la legitimidad de todo compromiso en general, es una puerilidad que es difícil tomar en serio. El político que quiera ser útil al proletariado revolucionario, debe saber distinguir los casos concretos de los compromisos que son precisamente inadmisibles, que son una expresión de oportunismo y de traición, y dirigir contra tales compromisos concretos toda la fuerza de su crítica, todo el filo de su desenmascaramiento implacable y de una guerra sin cuartel, no permitiendo a los socialistas, con su gran experiencia de «maniobreros», y a los jesuitas parlamentarios escurrir el bulto, eludir la responsabilidad, por medio de disertaciones sobre los «compromisos en general»…”

Si la lucha de clases es el motor de la historia, el sectarismo político obtuso es el freno de mano.

Roberto Herrera    25.12.2011

domingo, 18 de diciembre de 2011

Del origen de las especies depredadoras

Cuando los sabios, en cualquier época y en cualquier latitud, osan enfrentar el orden filosófico-teológico establecido, arriesgan hasta las uñas en el intento. Así le sucedió a Galileo Galilei, quien fuera condenado a prisión perpetua por el delito cometido de haber afirmado que la tierra y los demás cuerpos celestes de nuestra galaxia, giran alrededor del sol, salvándose así con ese benevolente veredicto, de morir asfixiado y chamuscado en la pira purificadora, porque a la sazón, el Santo Oficio estaba desarrollando nuevas y modernas formas de torturar a los herejes. La teoría heliocéntrica de Copérnico, defendida por Galileo, dio al traste con el modelo tolemaico, que sostenía que la tierra era el centro del universo.

Años más tarde, Carlos Darwin, influenciado por las ideas evolucionistas del biólogo francés Jean-Baptiste de Lamarck, propuso la teoría de la evolución de las especies, la reacción de la iglesia católica no se hizo esperar. Ésta vez, — ¡habían trascurrido más de tres siglos!— no hubo tribunal ni cárcel ni excomunión ni tortura física ni nada por el estilo. Aunque el delito cometido era gravísimo, ya que Darwin de un plumazo dio muerte a Adán, a Eva y a todas las dóciles, pacientes y despreocupadas bestias que poblaban el Jardín del Edén. La Santa Iglesia Apostólica y Romana se limitó a utilizar su influencia en el ámbito científico, para desprestigiar a Carlos Darwin y hacer de él, el hazmerreír en los círculos sociales y académicos. Poner en tela de juicio la explicación bíblica del origen del Hombre y los animales les pareció, más bien un chiste de mal gusto que una teoría científica. Desde entonces, ha transcurrido mucho tiempo y exceptuando fanáticos religiosos que habitan en los Estados Unidos de Norteamérica, la gran mayoría de los habitantes del planeta sabe que la obra maestra de Darwin, el Origen de las Especies, es decir la teoría de la evolución, dejó de ser teoría y además aceptan, sin avergonzarse, que el homo sapiens, desciende del mono. 

Quien sí dio de verdad un susto y un gran disgusto a la clase dominante y a la elite religiosa en esos años, fue un contemporáneo de Darwin, Carlos Marx. El filósofo alemán con melena de león africano hambriento, los hizo temblar de miedo cuando les contó el cuento del “fantasma rojo que recorría el mundo”, y a pesar que Sigmund Freud todavía era muy chavalillo como para psicoanalizarlos, no pudieron evitar, asociar libremente el relato de Marx con Le Petit Chaperon rouge et le Grand méchant loup y se afligieron más que los tres chanchitos. Más, cuando mencionó el asunto de la drogadicción teológica, la histeria colectiva cundió en el seno de la Iglesia. Moros y cristianos, lanzaron su grito al cielo y lo acusaron de blasfemo. Aunque algunos creyentes, adictos al extracto de semillas de adormidera, rechazaron la analogía botánica de Carlos Marx, alegando que la religión era, a lo sumo, el apio del pueblo, puesto que los efectos del alcaloide son más rápidos y eficientes. Luego, no contentos con haber aterrorizado a la burguesía y a la Iglesia —con lo del fantasma rojo—, ya que el consumo de opio era un privilegio de los ricachones y algunos prelados guatones, a Marx y a Engels se les ocurrió analizar científicamente el devenir y el porvenir de la sociedad. Hito que cambió radicalmente el curso de la historia universal.

A partir de ahí, el capitalismo se ha empeñado en cambiar su imagen. Por este motivo, los ideólogos y economistas apologetas de la economía de mercado se quiebran la cabeza tratando de encontrar nuevas y mejores formas de explotación. Desde la revolución industrial en Inglaterra hasta nuestros días, el capitalismo se ha ido transformando en apariencia. Tanto la máscara como el disfraz, pretenden ocultar la verdadera esencia del sistema. 

El capitalismo negro—por la importancia del carbón en la maquinaria— de finales del siglo XVIII y principios del XIX, fue el prototipo de las nuevas relaciones de producción, basadas en la propiedad privada de los medios de producción. Luego hizo su aparición hacia principios del siglo XX, el capitalismo rosa—por el rojo desteñido de la socialdemocracia—, como respuesta a la revolución bolchevique. A pesar que los proletarios estaban muy lejos de llevar una vie en rose, los logros de la humanización del capitalismo, contribuyeron a mejorar las condiciones salariales, labores y por ende, el nivel de vida de los asalariados. Luego esta especie de capitalismo “más humano”, hizo aguas en los años veinte y la crisis económica golpeó los centros principales de concentración de capital—Estados Unidos, Europa y Japón— y el capitalismo marrón—por el kaki de los uniformes y la caca de la ideología—, con Adolfo Hitler y Benito Mussolini a la vanguardia, puso a marchar a la clase obrera con paso de ganso y echó andar la noria de la industria militar y de este modo, el capitalismo marrón de estado, mató más obreros y campesinos que los dos especímenes anteriores. 

Dado que los recursos naturales se agotan y la tierra se vuelve cada vez menos habitable, el capitalismo ha decidido vestirse de verde. El capitalismo verde—por el color del dólar— se presenta en todos los foros del medio ambiente y Cumbres Internacionales sobre el cambio climático, como la solución ad hoc para el siglo XXI y como el salvador del mundo.

Por su parte, el capitalismo amarrillo—por el color de la piel de sus inventores—, también conocido como COMULISMO, hibrido de comunismo y capitalismo, hace de tripas corazón y está empecinado en conquistar el mercado mundial y dar el gran salto al comunismo, sin tomar en cuenta que los clásicos del marxismo-leninismo se retuercen en sus tumbas. 

Si aquellos políticos y economistas que intentan modificar, reformar o transformar la esencia del capitalismo, supieran un poco de genética, biología y marxismo, es decir, si pensaran como los dos grandes Carlos, comprenderían que es imposible resolver la contradicción fundamental del capitalismo con reformas o cruces político-económicos. El origen de todas las especies del capitalismo se encuentra en la información “genética”—propiedad privada del capital—almacenada en la médula espinal del capitalismo y en las condiciones histórico-sociales de desarrollo del mismo, basadas en la explotación de la fuerza de trabajo individual y colectivo, determinando así el carácter depredador de cualquier “fenotipo” de capitalismo. 

Roberto Herrera       18.12.2011

martes, 13 de diciembre de 2011

El fundamento del socialismo científico es la cultura revolucionaria

                                                                        “Ser cultos es el único modo de ser libres” José Martí


Si los mortales comunes y corrientes, huelga decir, la mayoría de la población adulta del mundo; los que tenemos que ganarnos el pan diario para poder vivir, aportando con la fuerza de nuestros músculos o nuestra actividad intelectual al desarrollo y crecimiento de nuestras respectivas sociedades, dispusiéramos, además del tiempo necesario, de una buena porción de sindéresis para juzgar el pasado y el presente, de la metodología del estudio y gozáramos de la suficiente formación académica en las ramas de la física de Newton y Einstein, de las matemáticas y otras ciencias naturales y sociales para estudiar—no leer— y entender a los clásicos de la filosofía, la literatura y la economía, y a los grandes maestros del materialismo histórico y dialéctico; y a través de ésa lectura crítica, sintetizar y llegar a conclusiones personales, que sean la expresión inequívoca de un proceso de concientización social, entonces y sólo entonces, podríamos afirmar con certeza, que la voluntad—poder de acción—de las masas populares de transformar la realidad y defender ésas transformaciones, es un acto libre y consciente. 

Si lo escrito en el párrafo anterior, fuera una verdad absoluta o una condición sine qua non en la lucha de clases, ninguna revolución socialista hubiera podido haber triunfado, comenzando por la revolución rusa y la china, hasta llegar a la revolución cubana, ya que la mayoría de los sublevados eran analfabetos; mientras que los “Capitanes”—en el lenguaje de Gramsci— de la revolución, fueron en su mayoría cuadros políticos o político-militares con mayor o menor grado de preparación escolar y/o académica. Ahora bien, el más avezado y experimentado “capitán” de ejército (léase partido), sería un elemento inocuo en el combate por el poder político, si no tuviera el apoyo incondicional de ésa masa heterogénea, anónima e “inculta” de individuos, dispuestos a luchar disciplinadamente y con lealtad. Escribo el término inculto entre comillas, porque estoy convencido que no existen los pueblos incultos. La “incultura” es un constructo inventado por la clase dominante desde la época de Platón, que marcó la frontera seudo intelectual entre la masa y la élite. La cultura en su connotación clásica, platónica y aristotélica, tiene un carácter aristocrático y excluyente, y sigue teniéndolo. Las artes manuales, así como los conocimientos y las técnicas de los artesanos y agricultores no estaban consideradas como parte de la cultura. Mientras que el acceso a las bellas artes y al conocimiento de las ciencias naturales, las matemáticas y la filosofía, estaba predestinado a una minoría de iluminados, a una casta gobernante y a una elite religiosa. De manera tal, que el goce de la vida cultural ha sido siempre un privilegio de la clase social dominante en todas las épocas. ¿Quién leía a Tolstoi, Chejov, Dostoievski o quien escuchaba a Tchaikovski en la Rusia zarista? La hegemonía de la clase dominante ha estado siempre basada en la ignorancia de las masas populares y en la fuerza de las armas. ¿Homo politicus versus Brutum politicum?

En octubre de 1917,unos días más tarde del triunfo de la revolución bolchevique, es decir hace casi un siglo, Lenin, el líder indiscutible de la revolución soviética, señaló ante el II Congreso de los sóviets de diputados obreros y soldados de toda Rusia, que la fuerza del pueblo radicaba en la actividad consciente de las masas populares. Un Estado es fuerte—decía Lenin— por la conciencia de las masas. Es fuerte cuando las masas lo saben todo, pueden juzgar sobre todas las cosas y en todo obran conscientemente. Sabias palabras, que no solamente iban dirigidas a los obreros y soldados allí reunidos, sino también a los cuadros del partido bolchevique. ¿Qué significa saberlo todo?
Obviamente, que nadie puede saberlo todo. Cualquier persona, con cinco de dedos de frente, estará de acuerdo con este juicio; y Lenin tenía, sin duda alguna, más de cinco. Él no se refería a la acumulación mecánica de datos y al dominio de la epistemología. No. Lenin pensaba en la cultura revolucionaria, por una parte y por otra, en el carácter estratégico de la información.

Las masas lo saben todo, cuando la información que reciben es verídica, corresponde a los hechos reales y es fácil de comprender. Las masas pueden juzgar sobre todas las cosas, cuando no hay temas tabús y/o censurados, y pueden discutirlos libremente y sin temores ni prejuicios en sus centros de actividad o en los comités de empresa. Solamente así, las masas populares pueden obrar conscientemente. Por otra parte, sólo se puede “saberlo todo”, es decir, “averiguarlo todo”, cuando interpretamos dialécticamente el mundo que nos rodea. Cualquier imposición arbitraria, estatal o partidaria o interpretación mecanicista, conduce a la enajenación y al estancamiento. Las ideas son como el agua; sino fluyen se pudren—Mao Tse Tungy cuando las ideas se pudren, entonces la disciplina se confunde con obediencia, la crítica con traición, el dogma con teoría y el enriquecimiento teórico marxista con revisionismo. 

La clase trabajadora moderna está en general, mejor preparada y protegida que en los años en que Carlos Marx escribió el Capital. Por ejemplo, los niveles de analfabetismo en general han disminuido considerablemente con respecto al pasado y muchos ciudadanos gozamos de mejor formación escolar, profesional, académica y se han decretado leyes sociales y laborales que protegen al trabajador, otorgándole al capitalismo un hálito humanista. Sin embargo, el sistema capitalista, después de más de siglo y medio de existencia no ha sido capaz de resolver el problema humano, puesto que la solución de los problemas existenciales (materiales) de la humanidad, pasa por resolver la contradicción fundamental del sistema capitalista: capital-trabajo. El sistema capitalista no tiene un mecanismo de autodestrucción, que se activará cuando los límites de explotación, pobreza e indigencia hayan desbordado los límites superiores de adaptación y resistencia del organismo humano y los recursos naturales se hayan agotado. Si así fuera, el capitalismo estaría ya en el panteón de la historia, porque ésos márgenes de tolerancia humana hace mucho tiempo que ya han sido rebasados. Sucede todo lo contrario, el capitalismo es una fiera voraz e insaciable que encarna su colmillo explotador, incluso en la materia inerte y que tiene como coto privado de caza todo el planeta tierra.

La sociedad del siglo XXI ha cambiado efectivamente en muchas cosas. No obstante, es válido preguntar, ¿Cuál es el grado de cultura política de la masa crítica de los ciudadanos? ¿Cuál es el nivel de conciencia de clase? ¿Quién tiene tiempo libre y recursos económicos para dedicarse al estudio autodidáctico político-económico? ¿Quién tiene los conocimientos científicos requeridos? o ¿Basta con la intuición, los conceptos universales, la inteligencia emocional, el sentido común, el hambre y la miseria para entender la complejidad de la cosa en sí? 

Si la constante experiencia individual y colectiva somato-sensorial, holística y conceptual del mundo en que vivimos, y la percepción particular de las relaciones sociales de producción que determinan nuestra conducta político-social y que influyen de manera determinante en nuestro estado de ánimo y de salud, fueran suficientes para echar andar las ruedas de un proceso de concientización político-social en la sociedad, entonces no habría necesidad de la agitación política y la lucha ideológica. Las transformaciones de la realidad serían, por lo tanto, el resultado de un proceso espontáneo individual y colectivo. La rebelión de las masas en contra del capitalismo, se daría por doquier y la revolución socialista sería la alternativa indiscutible.


El conocimiento de las ciencias naturales, sociales y humanísticas es, sin lugar a dudas, un aspecto importante en la sociedad y entre más y mejor preparado se encuentre el ciudadano, su participación y aporte en el proceso productivo y creativo será más efectivo y determinante. Pero la cultura en general no es garantía absoluta de emancipación y libertad de pensamiento. De ahí la necesidad de crear y construir las bases materiales y subjetivas en la sociedad, para que el ser humano pueda decidir y elegir libremente el sistema político-económico que le permita desarrollarse integralmente como ser humano. El capitalismo, como se ha dicho ya, no puede cumplir éste papel histórico en la humanidad, puesto que se fundamenta en la explotación del hombre-objeto por el hombre-propietario y de lo que se trata en el Manifiesto Comunista es el de socializar el fruto del esfuerzo colectivo. No es posible pues, que en el capitalismo el hombre sea el sujeto de su historia, puesto que el objetivo principal en el modo de producción capitalista, es el beneficio comercial basado en la expoliación del ser humano.


Desgraciadamente, a pesar de los horrores y los desastres que el capitalismo ocasiona, el socialismo no está en la mente de la mayoría de los ciudadanos ni tampoco en la agenda de los partidos políticos de la izquierda parlamentaria. A raíz del fracaso del modelo soviético-socialista de gestión económica, conocido como socialismo real, y del desmembramiento de la antigua Unión Soviética, la revolución socialista dejó de ser un planteamiento político racional y necesario. Exceptuando el socialismo cubano—China y Viet Nam son casos particulares que merecen un estudio exhaustivo—, no existe ningún país en el mundo que apueste por el socialismo. Es evidente que el triunfo de la contrarrevolución en el campo socialista debilitó sustancialmente a las fuerzas de la izquierda revolucionaria mundial. Hoy en día, los votos de la ciudadanía no se ganan con idearios políticos en los que la construcción del socialismo sea el eje principal de la política partidaria. Esta situación es general, y estimula el reformismo, el oportunismo electorero y la real politik de los partidos políticos de centro-izquierda. El “malestar social o mal vivir”, que no es más que la consecuencia directa de la explotación y de la crisis económica del sistema, sumado a la indignación frente a la prepotencia imperialista de los países más desarrollados, a la falta de perspectiva futura para las nuevas generaciones, a la sobre explotación de los recursos naturales, a la contaminación del medio ambiente, a la falta de respeto a los derechos más elementales del ser humano, a las guerras de rapiña y de ocupación, ha generado olas de protestas y demostraciones multitudinarias en todos los continentes, muchas veces de carácter espontáneo y voluntarista. 

No obstante, todas estas acciones callejeras, masivas o no, son expresiones diversas de la lucha de clase y en este sentido, sería un error político del movimiento comunista nacional e internacional no sumarse al descontento popular y salir a la calle a multiplicar fuerzas con estos movimientos sociales. Aunque es importante señalar y tener en cuenta, que a pesar que el sistema capitalista es cuestionado por estos movimientos políticos de manera sistemática, organizada y/o caótica, por unos y por otros, la superestructura hegemónica, sobre la cual descansa el poder político-económico y militar de la clase dominante, sigue siendo un tabú político en la gran mayoría de éstas acciones (plantones, sentadas, ocupaciones, marchas, etc.).


Europa está viviendo actualmente un renacimiento de la derecha fascista, precisamente en los momentos en que el movimiento comunista se encuentra política e ideológicamente debilitado. La crisis económica es el caldo de cultivo en cual se cuecen los sentimientos más nacionalistas y conservadores de los sectores sociales con menos recursos culturales; ciudadanos con poca formación política que a la larga se transforman en la materia prima humana con la que se edifican los regímenes fascistas. Por eso no es casual, que en los últimos años hayan surgido líderes populistas como Le Pen y su hija en Francia, Geert Wilders en Bélgica, Timo Soini en Finlandia, Siv Jensen en Noruega, Toni Brunner en Suiza, quienes ya no necesitan disfrazar su racismo y xenofobia. 

Dentro de este marco político-ideológico adverso, la lucha ideológica por recuperar los espacios político-sociales perdidos, se torna un objetivo estratégico de primer orden, así como la intensificación de la cultura revolucionaria en las organizaciones partidarias y en los movimientos sociales. La cultura revolucionaria tiene que convertirse, desde ya, en el elemento catalizador y aglutinador en la sociedad moderna, lo cual presupone la negación de consignas dogmáticas y prácticas partidarias caducas y obsoletas. Ni mística ni misticismo, el revolucionario moderno tiene que ser un hombre culto.
 

No se trata por lo tanto, cuando hablamos de cultura revolucionaria, que las masas populares comprendan, en primer lugar, el teorema de Gödel, la teoría general de la relatividad o la teoría del valor-trabajo de Carlos Marx. Se trata en definitiva de romper la hegemonía cultural de la clase dominante y contrarrestar su influencia ideológica, integrando dialécticamente las experiencias sociales del pasado a las condiciones actuales de la lucha de clases y desarrollar nuevas formas de organización y participación en la lucha política, y finalmente, de enriquecer el marxismo-leninismo con los valiosos aportes teórico-prácticos de muchos revolucionarios en el mundo. 

Federico Engels, en un pasaje de su ensayo “Del Socialismo utópico, al Socialismo científico”, planteó que “…Sólo siguiendo la senda dialéctica, no perdiendo jamás de vista las innumerables acciones y reacciones generales del devenir y del perecer, de los cambios de avance y de retroceso, llegamos a una concepción exacta del Universo, de su desarrollo y del desarrollo de la humanidad, así como la imagen proyectada por ese desarrollo en las cabezas de los hombres…”

La cultura en general y más concretamente, la cultura revolucionaria, desempeña un papel decisivo en el proceso de transformación de la realidad material y subjetiva de la sociedad. Como fuente de liberación intelectual, la cultura, tiene un carácter emancipador y cohesionador en la sociedad.

Una sociedad sin dogmas y prejuicios no es una Utopía.



Roberto Herrera          13.12.2011