sábado, 21 de julio de 2018

Entre el recurso del discurso y el curso de la política real de las izquierdas en el poder


“Ay, Nicaragua, Nicaragüita, la flor marchita de mi querer”


Los medios de comunicación recurren usualmente a la generalización del concepto político “derechas” e “izquierdas, cuando se trata de diferenciar las diversas corrientes y posiciones   político-económicas e ideológicas existentes en el mundo. Esta costumbre se remonta a los días de la revolución francesa, en la que los diputados que estaban por los cambios políticos y sociales se posicionaron arbitrariamente a la izquierda  del presidente de la Asamblea Legislativa y los que querían mantener el statu quo se ubicaron a la derecha.  Al centro se sentaron todas aquellas fuerzas políticas que no tenían un proyecto o agenda política propia.  Debido a esta reducción de conceptos, no es extraño, pues, encontrar en el saco de “izquierdistas” a partidos políticos con programas de gobierno esencialmente de “derechas”, es decir, con agendas político-económicas que contribuyen al mantenimiento y a la consolidación del modo económico capitalista globalizado.

La retórica revolucionaria es tan elástica como una goma de mascar y con ella se puede insuflar burbujas de fantasías y hacer pompas del quehacer político. Pero no siempre coincide la teoría revolucionaria con la práctica de la política real, porque, entre el recurso del discurso y el curso de la política real de las izquierdas en el poder, casi siempre encontramos un desfase, una incoherencia y en algunos casos, hasta contradicciones antagónicas.

 ¿Cuál es la vara entonces, en el sentido marxista, con que se debería medir el verdadero “izquierdismo” de las “izquierdas” a nivel global y, en particular, en Latinoamérica?

En primer lugar, el contenido del programa de gobierno y el carácter social (popular o antipopular) de la distribución de la riqueza del país y de los recursos que el aparato económico produce anualmente. Es decir, cuáles son los beneficios reales y concretos que recibe la gran mayoría de la clase trabajadora. En segundo lugar, cuáles son los poderes fácticos que están representados en la supraestructura e infraestructura del Estado, es decir, cuál es la clase dominante en la sociedad.

Analizadas, así las cosas, se llega irremediablemente a la conclusión que en el conjunto de países latinoamericanos denominados “izquierdistas”, el único estado y gobierno realmente de izquierdas es el de la República de Cuba. Pero esa harina o azúcar, es de otro costal.

En los últimos cuatro meses he leído muchos artículos acerca de la situación actual en Nicaragua y he escuchado muchas opiniones relacionadas con la crisis política que viven los nicaragüenses.  También me ha tocado leer la serenata de “puteadas” que fieles furibundos orteguistas han lanzado contra aquellos “traidores”, “vende patrias” y “renegados” que han osado criticar a San Daniel y a Santa Chayo, es decir al binomio Daniel Ortega y Rosario Murillo.

Sin embargo, hay dos artículos que me han llamado mucho la atención en los últimos días. Primero por ser sus autores, dos conocidos escritores latinoamericanos de renombre en el ámbito de la izquierda latinoamericana y, en segundo lugar, por la forma en que ambos intentan a toda costa, revivir o mantener vivos, consciente o inconscientemente, a dos cadáveres históricos: El FSLN y la Revolución Sandinista.

Me refiero al chileno Manuel Cabieses Donoso, director de la revista Punto Final, quien fuera   secretario general del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) tras la muerte de Miguel Enríquez, el 5 de octubre de 1974 en Santiago de Chile y al argentino Atilio Borón, doctor en ciencias políticas y catedrático de la Universidad de Buenos Aires.

“No quiero que mi voz se confunda con los rugidos del imperio o con los ladridos de sus perritos falderos”, escribe Donoso en la introducción de su artículo La lección de Nicaragua, de lo cual se infiere que el autor no quiere ser catalogado de ser un “traidor” o “renegado” de la causa revolucionaria marxista, por su crítica al ”binomio Ortega-Murillo”.  

Y sobradas razones tiene Donoso, pues todavía en estos días del siglo XXI se sienten los síntomas inhibidores de lo que yo denomino “el síndrome del Décimo Congreso del partido comunista ruso marzo 1921”. En dicho congreso se aprobó la moción planteada por Lenin como una medida provisoria para salvaguardar la unidad del partido y defender así la revolución bolchevique.  A partir de esa fecha la formación de fracciones y, por lo tanto, la crítica constructiva y el debate político-ideológico al interior del partido y en la sociedad quedaron prohibidos.  Stalin se basó en esta resolución, después de la muerte de Lenin, para reprimir todo tipo de oposición contra la línea del partido, es decir, su propia visión de la revolución y de la lucha ideológica.  Para Stalin, las cosas eran en blanco o en negro. O se está con la línea del partido o se está en contra. No había espacio para ningún matiz.

Por eso, durante muchos años del siglo pasado, cualquier crítica que se hiciera a los gobiernos socialistas o a sus respectivos partidos y dirigentes, despertaba una ola de resquemores en la ortodoxia militante y dogmática, y en muchos casos, hasta dudas acerca de la “lealtad” revolucionaria del escritor o del militante disidente. Por eso encuentro valiente la actitud de Donoso al presagiar el derrumbe del gobierno sandinista, y además por señalar, sin pelos en la lengua, que ese es “el destino que la historia reserva a los revolucionarios que traicionan sus principios”.

El Binomio Ortega/Murillo me hace recordar a la pareja Robert Mugabe y Grace Mugabe. Más allá de las diferencias, sobre todo las étnicas, hay muchas similitudes en el quehacer político y en el estilo de gobernar de este cuadrinomio de políticos ávidos de poder.

Atilio Borón, por su parte, en su artículo Nicaragua, la revolución y la niña en el bote, parte del supuesto que Daniel Ortega es el protector o vigilante de la revolución sandinista. ¿A qué revolución se refiere Borón? La “niña” que adoptó Daniel Ortega en las elecciones presidenciales 2006, ya en aquel entonces no era la “niña linda que nació en León”, sino una vieja arrugada e infectada de neoliberalismo hasta la médula.

¿Cómo salvar a la niña?, se pregunta Atilio Borón. ¿Botando el timonel (Ortega y Murillo) al Gran Lago de Nicaragua y dejando que se hunda el bote (el estado y el gobierno que lo administra) para que se los coman los tiburones?  Esa “niña” que nació de la sangre derramada contra la dictadura de Anastasio Somoza en julio 1979, fue descuartizada por el tiburón imperialista vigilante del Gran Caribe durante la contrarrevolución de los años ochenta del siglo pasado.

En el artículo de Atilio Borón, él sugiere de manera sibilina la política “del mal menor”. Es mejor que Daniel continue en el timón del barco –argumenta el académico argentino – puesto que no se sabe, sí lo que vendrá será peor para los nicaragüenses. Después de la derrota electoral de los 90, se sucedieron en la presidencia de la República Violeta Chamorro, Arnoldo Alemán y Enrique Bolaños, tres gobiernos derechistas y, la verdad es que no sé cuál fue la diferencia cualitativa entre la situación actual que se vive en Nicaragua y la que se vivió en esos años de gobiernos de derechas. No lo sé. Atilio Borón, recomienda, además, sí no sería más productivo que toda la flota de botes en esa zona del Caribe y Centroamérica se apresten a ayudar al desastrado (yo diría más bien desastroso) timonel Ortega para que corrija el azimut “revolucionario”. ¿La fragata salvadoreña Farabundo Martí? ¿El barco petrolero de Maduro?  ¿Quién, podría lograr entonces que Daniel de un giro de 180 grados?

La metáfora utilizada por Borón, para describir la situación actual en Nicaragua es un intento melancólico de revivir a la “niña revolucionaria”, la flor más linda de nuestro querer que Nicaragua fue en el siglo pasado y que muchos apoyamos y defendimos, pero que se marchitó y dejó de existir hace ya mucho tiempo atrás.  Si de metáforas se tratará para describir lo que en Nicaragua está ocurriendo o, mejor dicho, lo que le sucede a Daniel, pienso que el cuento de hadas del danés Hans Christian Andersen, El Rey desnudo, es más apropiado; aunque hay que decir que Daniel de pasmado no tiene ni pizca y no se ha dejado engatusar por nadie, ni siquiera por Rosario Murillo. Pero al parecer sí, por el poder y la vanidad, porque éstos pueden deslumbrar y dejar ciego a cualquier gobernante.  

Tanto Manuel Cabieses Donoso como Atilio Borón, en sus respectivas apelaciones, parten de dos premisas falsas. Ni el actual FSLN es un partido político marxista revolucionario ni la sociedad nicaragüense se encuentra inmersa en un proceso revolucionario. Tanto el FSLN histórico como la revolución sandinista ya no existen. Ya no son. Dejaron de ser lo que fueron. El FSLN, aquel que Carlos Fonseca fundó con otros compañeros en la década de los sesenta, siguiendo el ejemplo de la revolución cubana, el que derrotó a la dictadura de Tacho Somoza y el que hizo todo lo posible por derrotar a la contrarrevolución planificada y financiada por el gobierno de Ronald Reagan, no es el mismo FSLN que dirigen Daniel Ortega y Rosario Murillo. Lo único que ha quedado son las cuatro siglas y la foto del General de Hombres Libres, Augusto Cesar Sandino. Hasta el color de la bandera lo cambiaron. Lo único que le ha quedado a Daniel Ortega de su época revolucionaria es el recurso del discurso antiimperialista, pero el “bote” que timonea ya no está navegando en los ríos de leche y miel de los que retóricamente anotara en su diario Tomás Borge en sus años de guerrillero encarcelado ni tampoco creo que el velero “Chayo Murillo” atraque en el puerto que Sandino soñó. 

Obviamente, la situación en Nicaragua es muy compleja y tiene muchos matices, como para facilitar un diagnóstico diferencial político acabado a distancia que se aproxime tendencialmente a lo que ahí está sucediendo. Desde afuera, lo que se ve es una “inmensa montaña verde” a la Omar Cabezas[1]  y desde cerca, lo único que se ven son muchos árboles amontonados. La lucha de clases en Nicaragua se está transformado o ya se transformó en un rio revuelto, en el cual todo el mundo político quiere sacar provecho.

El devenir del proceso político-social y económico que está viviendo el pueblo nicaragüense dependerá en gran medida de la correlación de fuerzas de las partes políticas en contienda; pero sobre todo de la actitud de la gente, de la gran masa anónima que apoyará o le dará la espalda a Daniel y a Rosario.

En todo caso, no será ni la solidaridad ni la antipatía que se tenga con Daniel y Rosario en el extranjero la que determinará el futuro del país hermano. Nicaragua, según parece, está diciendo no al “sandinismo” de Ortega y Murillo.


[1]Omar Cabezas: comandante guerrillero, autor de la novela testimonio La montaña es algo más que una inmensa montaña verde.

domingo, 15 de julio de 2018

Recordando a Eladio Velásquez, Chocolate


Recordando a Eladio Velásquez, Chocolate


En la década de los sesenta del siglo pasado existió en San Salvador un célebre payaso que llevaba por nombre artístico Chocolate. Por lo general, cuando se es niño uno no se pregunta, sí el artista en cuestión tiene nombre de pila y apellido, mucho menos reflexiona acerca de los porqués del seudónimo. Ahora, 58 años más tarde, recordando a Eladio Velásquez, Chocolate, se me antoja pensar que, a Eladio en su niñez, el heladio que más le gustaba era precisamente el de chocolate, y en barquillo. Aunque en realidad, probablemente fue la gente que le puso ese sobrenombre por el color achocolatado de su rostro. En la idiosincrasia del salvadoreño los apodos son el aderezo en las comunicaciones sociales. Uno conoce a los amigos y enemigos más bien por el mote que por su nombre de bautismo.  Recuerdo a un amigo de la infancia a quien llamábamos “Pijuyo[1]” por el tinte negro carbón de su piel. Cuando la pandilla de niños que éramos, íbamos a su casa a buscarle para jugar al futbol o beisbol, su madre enfadada salía a sermonearnos que su hijo tenía nombre propio. Una vez que nos había puesto a parir, gritaba desde la puerta: ¡” Pijuyo”, te busca “Cariño”, “Kike Cabra” y “Caramelo”!  La gente en mi país de origen es muy creativa en poner apodos.

El Circo Chocolate era itinerante, pero netamente salvadoreño. Era un circo pobre en el que la variedad del programa también lo era, ya que Chocolate, quien al mismo tiempo era artista múltiple y dueño, tenía que desempeñar varios roles: desde vender las entradas, director de escena, musico, malabarista y desde luego payaso.  

En aquellos días se podía jugar por las tardes o por las noches Mica[2] o Escondelero[3] en plena calle, sin temor a ser atropellado por un vehículo ligero o pesado. Jugando “Mica” la mejor entre las niñas era mi hermana menor, a quien por su rapidez en las piernas era muy difícil atraparla. Entonces, sucedía que cuando llegaba el circo Chocolate al barrio, en la 20 avenida norte no había niño ni niña jugando en la calle. Todos estábamos presenciando el espectáculo circense de Chocolate.

Chocolate no podía competir con los circos itinerantes de la talla del colombiano “Royal Dumbar” o el de los hermanos mexicanos Atayde que de vez en cuando llegaban al país. Obviamente, de mejor calidad, con más varieté y por supuesto, mucho más caro.  Así que para los niños, jóvenes y adultos de la Colonia La Rábida sin muchos recursos económicos, Chocolate era siempre una atracción y una opción económicamente cómoda para los padres de familia.

Sobre todo, lo que más le gustaba a mi cuadrilla eran los porros del colombiano José María Peñaranda que cantaba Chocolate. Flipábamos con estas canciones, que  por lo general, estaban escritas con  “doble sentido”, algunas de ellas eran tan explícitamente sexistas, como la Inyección, cuyo texto habla de una muchacha que sufría del corazón y para curar ese mal, Peñaranda le receta una inyección. “¿Quién me la pone?”  – pregunta preocupada la niña. “No te preocupes mi hijita, esa te la pongo yo – responde José María”.  Una clara alusión al acto sexual.

El circo se instalaba en un predio baldío en el pasaje Pinto y 20 avenida norte. Los niños siempre nos las arreglábamos para ver el espectáculo de manera gratis. Una vez iniciada la función nos metíamos debajo de la carpa y así, como que no quiere la cosa, en pocos minutos nos encontrábamos sentados en las bancas. Como mi hermanita era tan rápida como Speedy González, ella era una de las primeras en entrar al circo sin pagar. Según ella, nuestro padre ignoraba las visitas ilícitas al circo. Él nunca nos prohibió ir al circo, más bien se divertía en silencio escuchando nuestras mentirillas y excusas. 

Un día de tantos, regresa mi hermana a casa feliz y sonriente entonado   la Panadera de Peñaranda. “¿De dónde vienes?” – preguntó mi padre, poniendo cara de Juan Vendémela Laconserva[4].
“De hacer los deberes donde Gladys” –respondió ella y siguió cantando.
“Y también estaba con ustedes “Teresa la panadera” haciendo las tareas” – ripostó mi papá, dejando entrever una pícara sonrisa.

Nunca se me ocurrió preguntarle a mi hermana si sabía de lo que iba el texto de la canción. En cualquier caso, nunca escuché a mi hermana cantar con tanto gusto y salero las canciones que aprendió escuchando al payaso. No se sí todavía las recuerda, pero yo, como sí hubiera sido ayer.

Gracias, Chocolate, in memoriam, por haber hecho reír a carcajadas a tantos niños pobres y por repartir tanta alegría por tan poco dinero.



[1] Pijuyo: Pájaro de plumaje negro carbón. Crotophaga sulcirostris.
[2] Mica: Juego que consiste en que un niño o niña debe perseguir y tocar a los demás para pasarles la mica, al que lo toque ese será el nuevo que andará la mica y deberá perseguir a los demás.
[3] Escondelero. Jugar a las escondidas
[4] Poner cara de incrédulo o de tonto

domingo, 8 de julio de 2018

Hablar del fútbol “europeo” es una verdadera gansada


Hablar del fútbol “europeo” es una verdadera gansada


Todavía tengo grabadas las imágenes del histórico partido Alemania-Inglaterra en el mundial del 66 del siglo pasado; así como la violenta entrada de Joao Morais, el defensa portugués, al “Rey del futbol”:  Edson Orantes Do Nascimento, Pelé. Luego, vino México 70 y Brasil dedicó al mundo del balompié, el 21 de junio en el Estadio Azteca la Tercera Sinfonía futbolística Jules Rimet en Sol Mayor, lo más excelso y elegante que mis ojos habían contemplado en una cancha de fútbol hasta ese momento. Esa obra maestra futbolística, interpretada por doctos en el arte de acariciar el balón como si se tratara de un Stradivarius y de meter goles como si de una batería de Katiuskas se tratara, fue el producto de la mejor escuadra brasileña de fútbol, según mi opinión, de todos los tiempos. 

Casi medio siglo después de aquel fabuloso concierto en el Estadio Azteca, confieso que casi me quedé dormido en el sofá presenciando el futbol tipo “armario IKEA” de los ingleses y los suecos esta tarde de julio. Pero, según el dicho, en cuestión de gustos no hay nada escrito, y para mi vecina, quien ni es inglesa ni sueca, este partido soporífico le pareció uno de los mejores en lo que va del campeonato.

Más allá de la interpretación personal del futbol que se tenga, coloreada muchas veces por las banderas y los sentimientos patrióticos que un partido de futbol pueda generar o de los conocimientos técnicos futbolísticos que se dominen, está el hecho concreto que el deporte en general y el futbol en particular, se han transformado en una moderna y lucrativa industria.

Sí en 1970 todos los integrantes del equipo brasileño que jugaron el torneo pertenecían a equipos nacionales, en 2018 todos, los jugadores con excepción de Fagner, que Tite, el entrenador de la Canarinha, envío a la cancha, están fichados actualmente por clubes europeos. Cuando Argentina quedó campeón en 1978 solamente Mario Kempes formaba parte de la plantilla de un equipo extranjero (Valencia CF/España). Por el contrario, en este campeonato de los 21 jugadores argentinos convocados por Jorge Sampaoli, solamente 4 jugadores juegan en Argentina.

La balanza futbolística entre Europa y Latinoamérica a nivel de campeonatos mundiales desde 1930 hasta 2018 se inclina sin lugar a duda, a favor de Europa. Este hecho no se debe a que el fútbol “europeo” sea mejor que el otro, sino más bien, así lo veo yo, a que en Europa está concentrado el poder económico-financiero. No solo es la técnica, la táctica, la condición física y ni siquiera la política lo que determina hoy en día la superioridad futbolística de una u otra nación. En gran medida es el capital y la mercadotecnia.   Los europeos tienen la supraestructura y la infraestructura necesarias para hacer del fútbol élite un producto altamente rentable.

Los futbolistas actuales son empleados altamente cualificados de una empresa que bien puede llamarse Federación de Fútbol XYZ o Barcelona FC, Real Madrid, PSG o Manchester United, tal como lo es un ingeniero electrónico o un ingeniero industrial extranjero en Mercedes Benz, FIAT o Peugeot.

Ahora bien, efectivamente el mejor fútbol en su conjunto es el europeo, porque ahí está concentrada la Crème de la Crème del fútbol mundial, porque en un momento de la globalización del capitalismo, Europa sedujo con los euros a los mejores futbolistas, y a padres de muchos niños y jóvenes talentosos.

Por eso me parece, que hablar de fútbol “europeo” es una verdadera gansada.