sábado, 11 de febrero de 2012

Cuando el dinero y la fama no lo es todo en la vida

El dinero y la fama, cuando menos te lo esperas, vuelan como efímeras golondrinas pasajeras y desaparecen tras las nubes de fantasía de la vanidad humana, dejando al descubierto la cruda verdad de la ley de la vida: Tanto ricos como pobres, famosos o desconocidos, somos todos iguales en la hora de la muerte. Los seres inmortales, es decir los dioses, existen solamente en las mitologías, cuentos y leyendas, y en la vida moderna, en el deporte. Aunque, cada vez estoy más convencido, que el único dios verdadero sigue siendo para mucha gente—como dijera el maestro Francisco de Quevedo en el siglo XVII—el poderoso caballero Don Dinero.

Don Dinero controla y decide todo en nuestra sociedad. Diariamente leemos en la prensa nacional e internacional, que fulanito de tal, un deportista conocido con cache internacional, para alcanzar la gloria deportiva tuvo que doparse con sustancias ilícitas y que menganito tiene que devolver los laureles olímpicos después de haberse comprobado que todas las marcas establecidas fueron el resultado de un fraude continuo y sistemático y que aquel exitoso zutanito ciclista,—colóquele la nacionalidad que desee, da lo mismo— que juró y perjuró con cara de querubín que la Tour de France la había ganado con la fuerza de sus músculos, de su intelecto y con el apoyo de su escuadrilla, ha sido sancionado con guantes de seda por el Tribunal Arbitral del Deporte(TAS), si comparamos su sentencia con la sanción impuesta al juez español, Baltazar Garzón, quien procesó al dictador chileno Augusto Pinochet e intentó esclarecer los crímenes cometidos durante la dictadura encabezada por el general Francisco Franco. Allí, vistiendo la toga judicial, está oculto Don Dinero.

Los rotativos nos muestran a hijos acusando a sus padres de mal versión de fondos, a padres ambiciosos con pies de atleta, proyectados en las vidas y éxitos de sus hijos, alimentados con pelotas de tenis. Detrás de todas estas historias—falsas o verdaderas—, créanme, está la mano del poderoso caballero Don Dinero. Y mientras esto sucede—es decir la venta diaria de la noticia—las compañías exploradoras y explotadoras de talentos—talents scouters—continúan en la sombra, buscando nuevos ídolos mediáticos del mañana. El deporte, en todas sus modalidades, sin excepción alguna, es una poderosa fábrica de hacer dinero.
Hoy la finalidad del deporte ya no es como lo enunciara el poeta latino Juvenal: “Mens sana in corpore sano”, sino que más bien, se ha transformado en “Más lana en corporación bancaria” y si Nicolás Maquiavelo hubiese sido un ciclista del Giro de Italia, diría que el poder de Don Dinero—como el único fin en el deporte—justifica el clembuterol y cualquier cóctel de hormonas.

El fútbol—como paradigma del deporte de las masas populares—es, a escala universal una fuente inagotable de ídolos de hojalata, oropel, diamante y brillantina, y por consecuencia, de astronómicas sumas de dinero. El partido de futbol de la liga española de los domingos, transmitido por vía satélite a todos los rincones del mundo, es sólo la punta visible de la chimenea de la fábrica de dinero. El mercadeo de la parafernalia dominical—derechos de transmisión, publicidad, etcétera—y la indumentaria deportiva vestida y calzada por los ídolos de barro, son la fuente de inmensurables ganancias. Según estadísticas financieras deportivas, Cristiano Ronaldo sería el futbolista mejor pagado en la actualidad, seguido por el inglés Wayne Rooney y el argentino Lionel Messi. No menciono aquí las exorbitantes sumas, porque los salarios brutos o netos que devengan los profesionales del deporte élite, son simplemente una vergüenza y una falta de respeto a quienes con su trabajo diario, contribuyen al bienestar de la sociedad. En tiempos de crisis global financiera, de hambruna y falta de perspectiva socio-económica para las grandes mayorías populares del planeta, que son precisamente las que consumen el deporte, es simplemente perverso que un jugador de fútbol gane 1500 € por hora, si se considera que el salario mínimo en España es aproximadamente de 3,90 € la hora. Cristiano Ronaldo no es un caso particular, ni mucho menos la excepción de la regla. Y ojo, que no culpo a los trabajadores del deporte profesional, puesto que la mayoría de ellos es de origen humilde y muchas veces, también ellos son víctimas de la maquinaria deportiva.

Si de excepciones se trata, trasladémonos en el tiempo al puerto de Cádiz, cuando Camarón de la Isla aún vivía y el Curro Romero hacía de las suyas en los ruedos y un tal Rafael de Paula con su capote, bordaba Verónicas de fantasía. La década de los ochenta del siglo pasado comenzaba a florecer y un flaco y mágico jugador de fútbol, de cuna muy humilde y oriundo de El Salvador, intentaba hacer pinitos en el mundo futbolístico español. Y como por arte de magia, en poco tiempo puso patas para arriba al universo de los gaditanos y los embrujó.

El „Mágico” González fue la excepción de la regla en el mundo del fútbol profesional moderno, porque Jorge Alberto “El Mágico” González fue la antítesis del futbolista mediático y metrosexual tipo David Beckham y la negación de la negociación contractual. Jugaba por placer y pasión, por amor al arte, como juegan los chavales en los potreros, en los callejones, en las calles de la periferia capitalista. Su filosofía de la vida—hedonista-epicúrea—le ocasionó más de algún entuerto con el stablishment profesional deportivo y judicial. Y es de suponer, que “El Mágico” González con su actitud “vale-verguista-salvadoreña”, una variante mesoamericana del pasotismo español, perdió mucho dinero, pero no su dignidad. Según mi padre, Jorge Alberto González, fue junto a Diego Armando Maradona, uno de los grandes del futbol mundial—por favor, que nadie se sienta ofendido, pues el amor al ídolo a veces va más allá  que el análisis frio y objetivo, a quien, ni su mismísima santa madre que lo parió—lo confiesa él mismo—, pudo ponerle freno y bozal. Jorge Alberto “el Mágico” González, un bendecido por los dioses del Olimpo, fue como el pelo en la sopa mercantilista del fútbol profesional, porque lo que realmente le apasionaba desde chico era jugar al fútbol, no ganar dinero.

Basta con leer, ver y escuchar cualquiera de sus entrevistas para darse cuenta que Jorge Alberto “El Mágico” González era lo que dijo ser. En su sencillez meridiana se percibe la convicción de un hombre humilde, para quien jugar al futbol fue más importante que la fama y quien no se dejó seducir por las promesas y los encantos del poderoso caballero Don Dinero. 

Roberto Herrera      10.02.2012