domingo, 9 de octubre de 2016

Gilipollas, la palabra que lo dice todo

Para mi amigo Emilio –Emiliet per els bons amics– no existe palabra en la lengua española que sintetice todos los atributos negativos que un ciudadano del mundo pueda adquirir a lo largo de su paso por el mundo.  Y yo estoy de acuerdo con él. Se puede ser pasmado, idiota, imbécil, estúpido en ciertos momentos de la vida, incluso algunas veces podemos comportarnos como verdaderos hijos de puta, pero, ser gilipollas es una condición humana que solamente se alcanza faltándole el respeto absoluto a sus semejantes.

Si usted habita, querido lector, en latitudes hispanoparlantes donde este término no forma parte del vocabulario o trompavulario común de la gente se preguntará a lo mejor qué cosas hay que hacer o decir, para ser considerado por los demás como gilipollas.

Pues bien, el paradigma excelso de la gilipollez lo personifica Donald Trump, el candidato a la presidencia de los Estados Unidos.

Donald Trump es gilipollas a más no poder cuando despotrica contra los migrantes en los Estados Unidos, una nación exclusivamente multirracial y multicultural.  Es gilipollas porque olvida que los 224 millones de blancos que viven en los Estados Unidos son de origen europeo, es decir migrantes, – incluyéndole a él y su familia–, es gilipollas porque pasa por alto que el producto interno bruto de la nación más poderosa del planeta lo generan también los afroamericanos, los asiáticos y los millones de latinoamericanos, la mayoría procedente de México. Sin contar en esta estadística la mano de obra barata e ilegal que también aporta su buen tanto a la economía nacional.

Hay que ser muy gilipollas al pensar que la construcción de un muro a lo largo de la frontera con México resolverá el problema de la inmigración ilegal y el tráfico de drogas. 

Donald Trump es gilipollas al denigrar a las mujeres con comentarios sexistas y machistas en un país donde la población femenina es mayoritaria y es gilipollas al afirmar que el cambio climático es producto de una confabulación china para obtener más cuotas en el mercado internacional.

Ahora bien, hay que diferenciar  entre la calidad de ser un hijo de puta y la de ser un gilipollas. Son variedades distintas del género humano. Tanto es así, que no todos los hijos de puta que habitan el mundo son gilipollas ni tampoco todos los gilipollas son hijos de puta. Aunque hay que admitir la existencia de una variedad híbrida, que bien podría llamarse giliputas. Esto quiere decir, que para triunfar en el mundo moderno no necesariamente hay que ser gilipollas o giliputas, sino que basta con ser un verdadero hijo de puta e ir por el mundo explotando la mano de obra barata para ascender en la jerarquía socio-económica de la sociedad de consumo. Esta variedad de terrícolas–los hijos de puta– es la que Aaron James, profesor de filosofía en la universidad de California, ha desmenuzado en detalle en su libro “La teoría de los hijos de puta” (Assholes – A Theory).


En fin, a Donald Trump, se le pude nombrar de varias formas. Si a usted le apetece, estimado lector, puede nombrarlo “hijo de puta”  o “giliputas” y de antemano le digo que no está equivocado. Soy de la opinión eso sí, que un gilipollas de capirote, como Donald Trump, es además de   vulgar e ignorante, políticamente peligroso.  No obstante, gilipollas es la palabra castiza que define, según mi opinión, la esencia de la personalidad de Donald Trump. Es la palabra que lo dice todo en relación al candidato presidencial norteamericano, aunque usted piense que eso es poco. Créame, no lo es.