sábado, 13 de junio de 2015

De sorbo en sorbo ahogando a Sorbas

Durante muchos años la figura ficticia de Alexis Sorbas en la película Zorba, el griego del cineasta greco-chipriota Michael Cacoyannis†, sirvió de “estereotipo” del ciudadano griego común y silvestre, es decir, un hombre que va resolviendo y sobreviviendo el día a día de acuerdo a los dictámenes de su mundo emocional y al mismo tiempo, utilizando la astucia y perspicacia aprendida en el liceo de la calle y de los montes. Sin embargo, Alexis Sorbas es más que eso. Filosóficamente hablando, Sorbas es una mezcla de Epicuro de Esparta y Sócrates. Él efectivamente vive la vida, pero sin caer en el pasotismo, es decir, vivir por vivir, sino que a través de la observación aguda de su entorno social, Sorbas reflexiona –algunas veces con ironía– y analiza acerca de la naturaleza humana y por consiguiente, se conoce a sí mismo, que es la base del saber vivir.

El final del largometraje es una tragicomedia griega, en la cual los personajes principales –Alexis y Basil– terminan bailando Sirtaki, una danza “inventada” ad hoc para la película, a pesar del rotundo fracaso del proyecto nacido de una idea espontánea de Sorbas. Hasta aquí la ficción y el romanticismo de la película inspirada en la novela del escritor griego Nikos Kazantzakis.
Suponiendo que todos los griegos fuesen como Sorbas, habría que suponer que Alexis Tsipras, primer ministro del país heleno y Yanis Varoufakis, ministro de finanzas, no toman en serio los problemas económicos de la nación y lo que es más grave aún, pareciera que los interlocutores europeos –la ex troika– lo único que provocan en los políticos de Syriza es una risa sardónica à la Anthony Quinn.

Pero las apariencias, así como los “clichés”, “prejuicios” y “estigmas” engañan y/o manipulan al ciudadano. En la película, ni Sorbas sabe de minería ni el inglés está realmente interesado en la explotación de lignito, una variedad de carbón mineral. En la Grecia de la zona Euro, la cosa es muy distinta, ya que Varoufakis sí sabe de economía y Alexis Tsipras no es un político bisoño; y los europeos, por su parte, están –sospechosamente– demasiado interesados en Grecia.

El interés europeo por Grecia nunca fue económico, sino esencialmente geopolítico. El nivel de desarrollo industrial de Grecia es el más bajo en la Unión Europea. La crisis financiera mundial de 2008 y las políticas económicas erradas de la Unión Europea de cara a los países menos industrializados (Grecia, España y Portugal), con exceso de austeridad y falta del apoyo necesario al desarrollo industrial, provocaron una caída importante del desarrollo industrial en estos países, sobre todo en Grecia.

¿Es posible promover en Grecia políticas económicas que promuevan un desarrollo industrial suficiente para garantizar la salida de la crisis, el empleo, salarios dignos y mejoras sociales? Según algunos expertos en economía, entre ellos el ministro de finanzas griego, Yanis Varoufakis, eso es posible. No obstante, las instituciones financieras (Fondo Monetario, Banco Mundial y la Comisión Europea) se mantienen en la línea férrea de la austeridad y recortes de prestaciones sociales. A esto hay que añadir la corrupción en las instituciones públicas griegas y la evasión fiscal, dos males endémicos que debilitan enormemente la economía nacional. El problema de Grecia no es la deflación (caída de los precios de bienes y servicios), sino la deuda.

La deuda pública griega es impagable. Eso es una verdad irrefutable y matemáticamente comprobable. Entonces, es válido preguntarse: ¿Por qué tanta alharaca en torno a los paquetes de rescate? ¿Quién rescata a quién?

A juicio de Joseph E. Stiglitz, premio nobel de economía y uno de los economistas contemporáneos más críticos con las políticas de austeridad exigidas por la Unión Europea a Grecia y con las políticas neoliberales aplicadas en los países capitalistas menos desarrollados; los “paquetes de rescate” de Grecia representan en realidad una protección de los bancos europeos, especialmente de los bancos alemanes. Si es sabido y reconocido entonces, que la famosa “ayuda financiera” tiene como objetivo principal rescatar a los bancos europeos, ¿por qué se presiona y se difama al gobierno de Syriza? ¿Por qué no se invierte en el desarrollo industrial griego?


Pienso que lo que se persigue –sin pretender ser “Pitoniso” del templo de Delphi– es ir acorralando a Syriza de tal manera hasta lograr una situación política de “callejón sin salida”. Si las encuestas griegas no se equivocan, la mayoría de la ciudadanía estaría –a pesar de todos los problemas que acarrea el euro– a favor de permanecer en la Eurozona. Esto significa que la única salida realista y pragmática –más bien forzada– que le quedaría al gobierno de Alexis Tsipras, sería entonces la celebración de nuevas elecciones. En este nuevo escenario electoral es probable que se dé un desplazamiento a favor de las fuerzas políticas de centro-derecha, más permeables y abiertas a las políticas de austeridad impuestas por la Unión Europea, ya que Syriza está sufriendo un evidente desgaste político. Mientras tanto, el crítico espectador de este montaje o desmontaje político-económico moderno tiene la impresión que la Unión Europea lentamente, de sorbo en sorbo, está ahogando a Sorbas, el griego.