miércoles, 27 de julio de 2011

La revolución bolivariana y las células cancerígenas

La revolución social, por ser un proceso colectivo que se desarrolla en la dimensión tiempo-espacio y por ser un producto del género humano, es indudablemente un fenómeno vivo; una especie de organismo complejo, misterioso y maravilloso, así como lo es la vida misma. Con la diferencia que la existencia y duración de las revoluciones sociales depende esencialmente de la voluntad de los pueblos que las realizan y las defienden, mientras que la vida es un estado finito de la materia organizada, autorregulado por mecanismos internos de desarrollo, transformación y reproducción; funciones estas que determinan el estado vital de los organismos biológicos.

La continuidad de la revolución bolivariana de Venezuela, nolens volens, está íntimamente vinculada al carisma y popularidad de su Presidente Hugo Chávez Frías y el futuro, al parecer, al grado de salud del mandatario. Lógicamente y por razones obvias, la anamnesis y la patología son un secreto de estado, puesto que las células contrarrevolucionarias pitiyanquis y foráneas, sobre todo las que operan tras bambalinas, siguen siendo más peligrosas que las células cancerígenas en el organismo del Presidente Chávez. Un diagnóstico diferencial y público del tumor primario conllevaría a la agitación ideológica contrarrevolucionaria, a la especulación política y a la conspiración parlamentaria.

La historia de la revoluciones está llena de enfermedades y muertes de sus dirigentes, patologías muchas veces inducidas por los enemigos de la revolución y otras tantas veces como el resultado del desgaste natural del cuerpo humano.

Cuando Lenin enfermó de gravedad a principios de los años veinte del siglo pasado, la preocupación fue grande y seria, pues la revolución estaba en pañales y el futuro de la revolución, aunque no pendía literalmente del hálito de vida que le quedaba; él sin lugar a dudas, era una pieza clave y estratégica en la conducción y estabilización del proceso revolucionario. Por una parte, el gobierno ruso enfrentaba una contrarrevolución abierta y descarada en el marco de una crisis económica-social, y por otra, las luchas intestinas por el poder en el partido bolchevique dificultaban más las cosas. En estas condiciones críticas, se requería con urgencia la presencia en el trabajo cotidiano de un Lenin sano y pleno de vida. Para desgracia de la revolución bolchevique y toda la humanidad, Lenin murió demasiado joven.

A diferencia de la incipiente revolución bolchevique, la revolución cubana, al enfermarse Fidel en 2006 y delegar el poder al Vice-Presidente de la Republica Raúl Castro, contaba ya con 47 años de fogueo en el combate antiimperialista y contrarrevolucionario y si bien es cierto que en los primeros meses hubo mucha preocupación y especulación por el devenir de la revolución cubana, la enfermedad de Fidel puso a prueba el nivel político-ideológico y cultural del pueblo cubano y fue sobre todo, un parámetro para medir el nivel de desarrollo y consolidación del partido comunista cubano.

El proceso revolucionario venezolano tiene sus particularidades y características históricas propias de desarrollo, que lo diferencia de los anteriormente mencionados. Probablemente los orígenes de la revolución bolivariana de Venezuela podrían encontrarse en el golpe militar fallido de 1992, encabezado por un grupo de oficiales del ejército venezolano, integrantes todos del Movimiento Bolivariano Revolucionario 200, entre los cuales se destacaba la figura de Hugo Chávez Frías. La revolución bolivariana de Venezuela es una revolución que comenzó desde arriba con el triunfo de Hugo Chávez en las urnas electorales en diciembre de 1998 y que se ha ido consolidando desde entonces en el marco democrático parlamentario de la sociedad capitalista. El pueblo venezolano tiene la suerte de tener en la persona de Hugo Chávez Frías a un político carismático, popular y profundamente humanista, ecléctico muchas veces en su concepción del mundo, pero al fin de cuentas anticapitalista y antiimperialista. El peso específico del Comandante Chávez y su arraigo en las masas populares es un hecho innegable, pero al mismo tiempo es la gran debilidad de la revolución venezolana: Solamente existe un solo Hugo Chávez Frías y no es infinito.

Independientemente del tipo de pronóstico de la enfermedad del Comandante (bueno, malo, moderado, grave o incierto) es un hecho que dicha situación encierra muchas preguntas en relación al sino de la revolución bolivariana. Ojalá el tratamiento terapéutico que recibe en Cuba pueda contrarrestar y mantener a raya a las células cancerígenas o mejor aún, lograr su aniquilamiento definitivo. Por supuesto, todo depende del tipo del tumor maligno y del órgano afectado.

Por el momento, si damos crédito a los informes clínicos publicados y difundidos por el propio Presidente Chávez, la revolución bolivariana estaría a nivel terapéutico, ganándole la batalla a las células cancerígenas y a nivel parlamentario, desmantelando a las células contrarrevolucionarias. Esperemos y deseemos que así sea, por el bien de Venezuela, América Latina y el mundo entero.

Mientras tanto, a revisar las políticas estratégicas partidarias, a sumar fuerzas revolucionarias, consolidar las alianzas de clase y sobretodo, profundizar en la política de cuadros.

Roberto Herrera 27.07.2011

jueves, 7 de julio de 2011

El dilema de Vladimir Ilich Uliánov

Diógenes Laercio, fue un historiador de la antigua Grecia, quien además de cumplir con las tareas rústicas y cotidianas de la sociedad en que vivía, dedicó gran parte de su vida al estudio de los filósofos más ilustres de la cultura griega y romana. Entre ellos, Empédocles, el de la leyenda de la sandalia abandonada en el volcán Etna, a quien me imagino ascendiendo con paso lento y cansino, no por porque anduviera en pedo, sino tal vez por los cascajos y piedrecillas alojadas en el rústico calzado que le causaban dolores. Empédocles a decir de Aristóteles, fue el inventor de la retórica y Zenón de Elea de la dialéctica.

A Zenón de Elea se le atribuye el famoso dilema del verdugo, quien haciendo gala de su poder omnímodo y letal, propone a su futura víctima, en un trato funesto, la forma en que deberá morir: si el juicio que emites es verdadero ─dijo el verdugo─ serás decapitado, y si lo que dices es falso, entonces serás ahorcado ─sentenció macabro. Lo que el torturador ignoraba, era el hecho que tenía ante sí a un hombre de racionamiento lógico excepcional, cualidad muy fomentada en la escuela de los estoicos y que a fin de cuentas le salvó la vida. Y Usted querid@ lector@, ¿qué le hubiera respondido al verdugo?

La retórica y la dialéctica, así como el racionamiento lógico son instrumentos de trabajo en el quehacer político y podrían ser considerados, según las enseñanzas de Platón, como un arte en la actividad humana. Lenin y Trotsky fueron dos artistas de la política revolucionaria, quienes se conocieron personalmente hace casi 110 años en octubre de 1902 en Londres. La relación política entre ambos fue como un paisaje salvaje surrealista, en el que las frías tundras subpolares de la lucha clandestina se interponían entre las honduras y cumbres borrascosas de la hermenéutica particular marxista de la revolución rusa. Más allá de las muchas divergencias táctico-operativas entre ambos líderes revolucionarios, tanto Lenin como Trotsky, fueron brillantes políticos revolucionarios que utilizaron la retórica, la dialéctica y su enorme capacidad intelectual con maestría en la lucha por el poder político-militar. En los turbulentos días del mes de octubre de 1917, Trotsky hizo gala de sus cualidades de orador agudo y persuasivo en los momentos en que asumió el liderazgo de la revolución bolchevique y le corresponde a él, en gran parte, el mérito del éxito de la insurrección armada en la cual no se disparó una sola bala. Las salvas del buque Aurora fueron una artimaña de Trotsky para confundir al enemigo.

La historia de la política en general, es decir la lucha de clases, y en particular la que se dio a principios del siglo XX en Rusia, está plagada de antinomias y dilemas que los historiadores antiguos y contemporáneos han rescatado en los compendios de historia universal y en las biografías y autobiografías de los líderes políticos rusos de primera línea de la época; documentos de lectura indispensables para entender y comprender el desarrollo de la revolución rusa, las condiciones políticas y militares en que se vieron envueltos los dos dirigentes en las diferentes etapas del proceso revolucionario y como fueron resolviendo los entuertos de la lucha de clases; historia escrita con sangre que muestra inequívocamente, que la construcción de la sociedad comunista no es una función lineal y que los hombres que marcan el curso de la historia son seres humanos con sus vicios y virtudes, simples criaturas finitas que el día menos pensado dejan de existir físicamente. La solución de los múltiples problemas a que se vieron sujeto los célebres dirigentes revolucionarios rusos, fue en la gran mayoría de los casos, una tarea muchísimo más difícil que el dilema del verdugo de Zenón de Elea, que no supo qué hacer cuando el condenado al patíbulo le respondió que moriría ahorcado.

Uno de las encrucijadas con que se vieron confrontados ambos líderes los primeros tres años después de la toma del poder, fue cumplir con la promesa de darle al pueblo Paz, Tierra y Pan en circunstancias en que la economía rusa estaba al borde de la quiebra y los tambores de guerra se escuchaban en todos los rincones. Solamente un milagro semejante al de la multiplicación del pan y los peces podía resolver la hambruna reinante. Dado que Trotsky y Lenin no creían en milagros, trataron de resolver el problema del hambre y la miseria con propuestas pragmáticas y concretas dirigidas a reactivar la economía y elevar la productividad. Algunos de los proyectos fueron fuertemente criticados en el seno del partido bolchevique, como el de la militarización de la industria, que contradecía a todas luces los principios de la democracia proletaria y que afortunadamente fue rechazado por la mayoría del partido bolchevique. La Nueva Economía Política propuesta por Lenin y aprobada en marzo de 1921 en el X Congreso del partido Bolchevique también fue un intento de resolver la crisis económica.

Lamentablemente Lenin murió el 21 de enero de 1924 sin haber resuelto el dilema político-ideológico más peliagudo en la historia de la revolución socialista rusa: el rumbo histórico del partido bolchevique después de su muerte y por ende, de la revolución socialista rusa. Lenin estaba consciente de la gravedad de su enfermedad y presintió que no le quedaba mucho tiempo para resolver la cuestión de la dirección futura del partido. ¿Quién debería asumir el mando?

En su “testamento político” Lenin menciona nominalmente a Stalin, Trotsky, Zinoviev y a Kamenev, todos cuadros de la vieja guardia y a dos jóvenes miembros del Comité Central: Bujarin y Piatakov. Según se puede leer en la “carta-testamento” escrita el 24 de diciembre de 1922 y dirigida al Congreso del Partido Bolchevique, Lenin no recomienda tácitamente a ninguno de los seis mencionados para asumir la conducción del partido, pero el análisis escueto del perfil político-ideológico y humano que hace de cada uno de estos dirigentes tampoco se puede considerar como un argumento definitorio en su contra, salvo el inequívoco comentario hecho en el suplemento a la carta del 24 de diciembre escrito el 4 de enero de 1923, en el cual Lenin sugiere destituir a Stalin de su cargo como Secretario General del partido y adjudicarle otras funciones de dirección. En este sentido, Lenin conocedor de las virtudes y los defectos de sus camaradas no se decanta en su “testamento” por ninguno de ellos, sino más bien expresa diáfanamente sus dudas. Lenin, ante la disyuntiva y sabiendo que el partido bolchevique y la revolución no podían prescindir en esos momentos de crisis de los seis cuadros dirigentes y del resto del Comité Central, propone de facto el camino a seguir, convencido que sería la solución definitiva del problema. Si en los tiempos de la lucha clandestina Lenin abogó por la compartimentación extrema, el centralismo democrático rígido y la centralización del poder en un grupo reducido de revolucionarios, en su “testamento”, Lenin expresa con claridad meridiana que el partido bolchevique, siendo el representante de la clase obrera y el campesinado pobre, las dos clases sociales llamadas históricamente a construir la sociedad socialista, no se puede permitir el lujo de la escisión por disputas intestinas y personales. La garantía de la construcción del socialismo y la defensa de la revolución socialista de octubre tenía que ser un partido bolchevique menos conspirativo y más democrático. Lenin reafirma nuevamente su vocación democrática y deposita su confianza en la dirección colectiva y en la democracia proletaria al interior del partido, y propone lo siguiente: “Lo primero de todo coloco el aumento del número de miembros del CC hasta varias decenas e incluso hasta un centenar. Creo que si no emprendiéramos tal reforma, nuestro Comité Central se vería amenazado de grandes peligros, caso de que el curso de los acontecimientos no fuera del todo favorable para nosotros (y no podemos contar con eso). Por lo que se refiere al primer punto, es decir, al aumento del número de miembros del CC, creo que esto es necesario tanto para elevar el prestigio del CC como para un trabajo serio con objeto de mejorar nuestro aparato y como para evitar que los conflictos de pequeñas partes del CC puedan adquirir una importancia excesiva para todos los destinos del Partido. Opino que nuestro Partido está en su derecho de pedir a la clase obrera de 50 a 100 miembros del CC, y que puede recibirlos de ella sin hacerla poner demasiado en tensión sus fuerzas. Esta reforma aumentaría considerablemente la solidez de nuestro Partido y le facilitaría la lucha que sostiene, rodeado de Estados hostiles, lucha que, a mi modo de ver, puede y debe agudizarse mucho en los años próximos. Se me figura que, gracias a esta medida, la estabilidad de nuestro Partido se haría mil veces mayor”.

La tragedia del dilema de Lenin radica en el hecho que para ese entonces, los derroteros del partido bolchevique y por lo tanto de la revolución rusa ya estaban trazados. El mismo Lenin y el resto de los miembros del Comité Central habían adoptado en 1921 medidas políticas que contradecían la democracia proletaria partidaria y además en ese entonces, Stalin ya había alcanzado demasiado poder e influencia en las estructuras partidarias. Lenin no pudo resolver en la práctica el dilema político-estructural porque la enfermedad no se lo permitió, pero sí dejó a las nuevas generaciones de revolucionarios comunistas la solución al problema de la conducción del partido y de la revolución en tiempos de guerra, paz y de duelo, independientemente del carisma y la brillantez de los líderes políticos, considerados muchas veces como cuadros insustituibles. El desarrollo dialéctico de la revolución socialista cubana y del partido comunista cubano es un buen ejemplo de la aplicación idónea del principio leninista de la dirección democrática y colectiva. Hecho que no solamente es motivo de alegría y satisfacción, sino que también es una luz de esperanza y confianza en el futuro socialista.

Roberto Herrera 07.07.2011