viernes, 14 de octubre de 2011

A Stalin jamás lo absolverá la historia

La verdad es un concepto filosófico que tiene varias acepciones en dependencia de las áreas en que se aplique. Así, en el campo de la ciencia experimental, la verdad sólo puede ser objetiva, es decir, cierta, si a la vez es concreta, comprobable, medible y repetible. Por otra parte, en la vida cotidiana,  la verdad es considerada como una revelación  metafísica o bien, como una manifestación empírica, en dependencia de cual sea el medio utilizado para percibirla. La evidencia es el criterio fundamental de la verdad empírica, mientras que la fe en las cosas que existen o fueron, es la base de la verdad metafísica. En la criminalística toda evidencia física, es en sí, la veracidad de un hecho consumado. En la criminalística contemporánea uno de los métodos más eficientes para identificar al sospechoso, es el análisis de la “huella genética”, es decir, la identificación y determinación de las características particulares de una molécula lineal del ácido desoxirribonucleico. En sentido alegórico, podría afirmarse que la “huella humana” de la historia universal, son  los hechos consumados y realizados por el Homo Sapiens en los últimos 200.000 años.
La historia de los pueblos es la historia de las guerras por el control de los recursos naturales y la ocupación de territorios con carácter estratégico, pero  también es la historia de pactos[1], compromisos,  tratados bilaterales y multilaterales y la consecuente repartición del botín territorial  entre los vencedores o la renuncia explicita, por parte de los vencidos, de  una o varias zonas geográficas.  Por esta razón, muchas ciudades tienen diferentes nombres en concordancia con el idioma del usurpador. Así, la ciudad porteña polaca de Gdynia, fue bautizada con el nombre alemán de Gotenhafen y la famosa ciudad de Gdansk, es conocida en Alemania como Danzig y  Klaipėda  por Memel. Es decir, que desde los tratados de Riga[2], de Brest-Litovsk[3], de Versalles[4] y el de Rapallo[5], el  Pacto de no-agresión entre Alemania y la Unión Soviética[6] fue la continuación lógica y natural de la lucha político-diplomática entre ambos países. 
Para entender lo complejo de la historia de la Rusia Zarista[7] y la Rusia Socialista[8] en los últimos cien años, hay que comenzar dialécticamente, diría yo, con lo más sencillo y simple del asunto. Cualquier análisis histórico que no considere la trascendencia e importancia a nivel mundial de la revolución socialista de octubre en la sociedad capitalista de la época, es, o bien, una  malinterpretación del devenir de la historia a partir de esa fecha o la desvirtuación (falsificación)  del impacto social de la revolución socialista bolchevique, que cambió radicalmente las coordenadas del sistema capitalista mundial. El fantasma del comunismo aterrorizó a la gran burguesía y la oligarquía europea y los gobiernos imperialistas experimentaron en carne propia el peligro de la revolución social a escala mundial. La Rusia socialista se convirtió de la noche a la mañana en el enemigo acérrimo de la humanidad por el simple hecho de haber optado por resolver de manera radical la contradicción esencial del capitalismo, es decir, la propiedad privada de los medios de producción y la explotación de la fuerza de trabajo. Los Bolcheviques rompieron de un tajo el nudo Gordiano: Capital-Trabajo. Desde ese momento la Rusia socialista fue asediada, cercada (“cordon sanitaire”) y atacada por el mundo capitalista. Así de sencilla es, a mi juicio, la explicación sucinta del aislamiento político-económico y diplomático al que se sometió a la Unión Soviética, en el marco de una estrategia contrarrevolucionaria, desde sus orígenes en octubre de 1917. Esto es lo “simple” de la historia. La defensa estratégica de la revolución socialista fue  un proceso complejo a lo largo de más de setenta años y  tuvo diferentes etapas de desarrollo, que estarían íntimamente relacionadas con el máximo dirigente de turno en el partido.   
El 23 de agosto de 1939, se firmó uno de los documentos más importantes y controvertidos a mediados del siglo XX y que puede considerarse como la capsula iniciadora de la segunda guerra mundial[9]: El Pacto de no-agresión entre la Alemania fascista y la Unión Soviética, también conocido como el “Pacto Mólotov-Ribbentrop” o el “Pacto Hitler-Stalin”,  formó parte de un “paquete” de compromisos crediticios, comerciales, políticos y militares.   La hermenéutica ideológica de este hecho histórico, ha generado en el universo comunista mundial, desde su ratificación hasta la fecha,  fuertes discusiones y enfrentamientos entre historiadores de todos los colores ideológicos. El Pacto de no-agresión no hubiera causado mayor escándalo y revuelo en las filas del marxismo revolucionario, si no hubiera estado acompañado del protocolo secreto adicional, que recién en 1989 fue reconocido por la Unión Soviética como parte integral del Pacto de no-agresión, y que  autorizaba a la Unión Soviética a introducir tropas en las repúblicas bálticas (Lituania, Estonia y Letonia), en Polonia, en Besarabia  y en Finlandia. Este anexo secreto entre el gobierno soviético y el gobierno fascista de Hitler, cambió totalmente la interpretación histórica de los hechos previos a la operación “Barbarossa” del 22 de junio de 1941. La agresión nazi contra la Unión Soviética  significó lógicamente el rompimiento del tratado de no-agresión. 
La historiografía, cuando no es coherente con los verdaderos hechos ocurridos, siempre será fuente de preguntas y cuestionamientos que las futuras generaciones de comunistas revolucionarias tendrán que poner siempre a la orden del día.  Recientemente, un artículo anónimo publicado en el periódico virtual del partido comunista alemán[10], titulado: “José Stalin- tú fuiste el traidor” ha provocado la respuesta inmediata del historiador comunista alemán, Kurt Gossweiler. Como destacado y reconocido defensor a ultranza de la época stalinista de la Unión Soviética, Gossweiler se ha caracterizado en sus análisis ideológicos  por dividir mecánicamente al movimiento comunista mundial en dos bandos: los revisionistas (viejos y modernos), y los que defienden a capa y espada el socialismo al “estilo Stalin”. 
Sin embargo, tanto Gossweiler como el escritor anónimo pecan por defecto o por exceso.  Ambos escritores tienen, a mi modo de ver, una visión parcial y extremista de los hechos históricos. Gossweiler centraliza su defensa, primero en el Tratado de no agresión del 23 de agosto y el tratado de “Amistad y Fronteras[11]” del 28 de septiembre, mientras que al Protocolo secreto adicional y la enmienda posterior del apartado1, no le presta la debida atención que tan  delicado asunto requiere, sobretodo, siendo él un historiador objetivo y crítico. A su vez, el escritor anónimo, se propone llenar con su ponencia las “lagunas histórico-analíticas” que acompañan  la gestación y nacimiento de estos compromisos diplomáticos, algo que a mi juicio no lo logra.  El escritor anónimo no hace un análisis diferencial y confunde el todo con las partes. No se trata de un todo homogéneo y concomitante. Las partes, es decir los tratados por separados, si bien es cierto formaron parte de un “paquete de medidas”, éstos se diferencian diáfanamente entre sí en cuanto al carácter, contenido y sobre todo en los objetivos. Tanto el Tratado de no agresión (sin considerar el Protocolo secreto adicional) y el Tratado crediticio[12] apuntaban a garantizar a la Unión Soviética un tiempo político-económico necesario e importante para prepararse para la eminente guerra. Ahora bien, sí asumimos como cierto que la Unión Soviética no tenía otra salida para romper el aislamiento en que se encontraba, que  tomar medidas inmediatas que garantizarán la seguridad nacional, la firma de los Tratados tenía su razón de ser. Por otra parte, los hechos consumados confirman que Stalin quiso aprovechar lo acordado en el protocolo secreto adicional para expandir su fuerza militar en territorios que históricamente  pertenecieron al imperio ruso[13]. Se puede concluir o suponer entonces, que Stalin quiso matar dos pájaros con un sólo disparo y el tiro le salió por la culata. Stalin, según el historiador Isaac Deutscher, era testarudo,  obcecado y desconfiado, y por ende, nunca tomó en serio las informaciones  del servicio de inteligencia soviético en relación a una eminente agresión alemana y la operación Barbarossa del 22 de junio de 1941 lo sorprendió  en paños menores. La Segunda Guerra Mundial o la Gran Guerra Patria, la desaparición de la Unión Soviética y el fracaso del modelo soviético socialista de desarrollo son  capítulos aparte en la  historia.
Según mi opinión, el tratado de no agresión fue urgente y necesario, puesto que el aislamiento político-ideológico de la Unión Soviética en el umbral de la segunda guerra mundial, estaba causando mucho daño en el gobierno soviético y debilitando a la revolución socialista. A esta situación se sumaba la crisis económica interna,  derivada, entre otras cosas, de planteamientos estratégicos macro y microeconómicos  equivocados en la industria y la agricultura. Estos fueron los factores externos e internos que obligaron al gobierno de José Stalin a tomar muy en serio los planteamientos del gobierno hitleriano y a considerar una alianza con Alemania, como una alternativa táctica, viable y concreta. Por otro lado, el acercamiento del gobierno alemán fascista con el  imperialismo japonés,  presagiaba una alianza estratégica militar en contra del gobierno soviético. Este hecho, sumado al comportamiento ambivalente de Francia e Inglaterra, no dejó otra alternativa a los bolcheviques que pactar  con Alemania. De lo contrario, la Unión Soviética se hubiera visto sola y amenazada en dos frentes de guerra. Cualquier dirigente político bolchevique de la época con cinco dedos de frente o cualquier jefe del gobierno soviético, hubiera actuado como lo hizo Stalin. Frente a estas circunstancias históricas concretas, con una economía endeble y con una correlación de fuerza militar desfavorable, hubiera sido un acto de irresponsabilidad política, cobardía y deslealtad al pueblo no haber firmado el tratado de no agresión. En este sentido, le doy la razón a Gossweiler. Muchos de sus argumentos planteados en defensa del “Tratado de no agresión”, son repeticiones de las tesis sostenidas por el historiador soviético V.J.Sipols en su libro “El preámbulo del Tratado de no agresion soviético-alemán” (Título de la traducción oficial en alemán: Die Vorgeschichte  des deutschen-sowjetischen Nichtangriffsvertrags, Editorial Progreso Moscú 1981). La primera vez que el mundo se enteró de la existencia de un protocolo secreto adicional al Pacto de no agresión soviético-alemán, fue durante las sesiones del proceso judicial contra los criminales de guerra del nacional-socialismo llevado a cabo por el Tribunal de Núremberg en 1946[14]. Es de suponer, que el historiador soviético V.J.Sipols no tenía conocimiento de estos hechos históricos, puesto que no menciona en su libro absolutamente nada referente al protocolo secreto. Tampoco Kurt Gossweiler menciona en su ¿Quo vadis, DKP[15]? el protocolo secreto adicional y no por desconocimiento de causa. Gossweiler también conoce el tema, pero lo aborda con guantes de seda. En el capítulo “Observaciones acerca del tratado alemán-soviético de 1939[16]” de su libro “Contra el revisionismo”, Gossweiler, refiriéndose al Protocolo secreto adicional, comenta que no hay duda alguna que ningún Estado puede arrogarse el derecho de decidir el destino de otra naciones.  El historiador comunista  relativiza la responsabilidad de la Unión Soviética e implícitamente la de José Stalin, en cuanto que recurre en su argumentación al  acuerdo de Múnich entre Inglaterra, Francia, Italia y Alemania en septiembre de 1938, por medio del cual, Alemania recibió carta libre para solucionar el conflicto del país de los  Sudetes (población mayoritaria de origen alemán), lo cual implicaba una invasión a Checoslovaquia. Dicho en otras palabras, si los otros lo hacen (invadir a otros pueblos), porque Stalin no. Para Gossweiler “hubiera sido deseable, que todos los pormenores de las negociaciones [con Alemania] en su momento hubieran sido hechas públicas”. Una manera muy suave y condescendiente de criticar el carácter secreto del protocolo adicional. Es decir, Kurt Gossweiler nos presenta una versión descafeinada y endulzada del protocolo secreto adicional. ¿Por qué? Porque Kurt Gossweiler considera que, a pesar de la falta de trasparencia y métodos antidemocráticos para tomar decisiones estratégicas (no se consultó al Soviet Supremo ni al Buró Político), Stalin hizo históricamente lo correcto. Está demás decir que  no comulgo con esta interpretación histórica.
Como si se tratara de un problema de semántica, Gossweiler en su artículo respuesta ¿“Quo vadis, DKP?, distingue entre el término “tratado” (Vertrag) y “pacto” (Pakt), pero el hecho consumado es, trátese de un tratado o pacto, que lo firmado por ambos gobiernos en el protocolo secreto adicional y en el Tratado de “Amistad y Fronteras”, era/es incompatible con la ética y la moral comunista. 
No me cabe la menor duda que en este tratado bilateral secreto se plantea lisa y llanamente la repartición manu militari de naciones débiles y pequeñas, pero soberanas. Los hechos consumados, es decir la invasión a Polonia, días después de haberse firmado este tratado, corresponden a los acuerdos firmados por Ribbentrop y Molotov. Sin embargo, Gossweiler en sus “Observaciones”, apartado “Acuerdo de amistad y Fronteras” del 28 de septiembre de 1939 entre la URSS y Alemania, justifica las maniobras militares del ejército rojo en Polonia y legitima la recuperación de los territorios del oeste de Bielorrusa y de Ucrania, además,  le atribuye al desplazamiento de las unidades militares comunistas un carácter de reacción-respuesta, cuasi abúlico, al movimiento del ejército nazi a lo largo de la Línea Curzon. Ciertamente el Protocolo secreto adicional y el Tratado de “amistad y fronteras”  firmado el 28 de septiembre de 1939, es decir, 27 días más tarde  de iniciada la operación nazi “Caso Blanco” (“Operativo Fall Weiss” en alemán) contra Polonia, dificulta de manera capital la asunción de una estrategia defensiva político-militar-económica y diplomática, acorde con la ética y moral comunista revolucionaria. Si bien es cierto, que el teatro de operaciones táctico-operativo había cambiado radicalmente con la invasión nazi a Polonia, el tratado de “Amistad y Fronteras” fue de facto una división territorial y la repartición de una nación soberana al más puro y destilado estilo imperialista. Esto es, según mi punto de vista profano, un comportamiento político-ideológico inaceptable e injustificable de un comunista. A Stalin jamás lo absolverá la historia. 
Kurt Gossweiler recomienda  en términos escolásticos  que no solamente los comunistas, sino también todas las personas con pensamiento crítico  deben  analizar una cuestión determinada no sólo por su nombre (él se refiere aquí al “acuerdo de amistad y fronteras alemán-soviético” del 28 de septiembre de 1939), ni por su envoltorio, sino por su contenido. Forma y contenido tienen una relación dialéctica  entre sí y se condicionan mutuamente.  Pero, ¿los sucesos de Katyn en abril y mayo de 1940, como debemos analizarlos?  ¿De acuerdo a su forma (la fosa común)? o ¿Según su contenido(los cadáveres)? ¿Se puede justificar algo semejante? ¿Hasta qué punto son válidos  los argumentos estratégicos militares? ¿Hasta dónde debemos predicar las “verdades históricas”? Lo ocurrido en los bosques de Katyn[17], valga la aclaración, se llevó a cabo en el contexto histórico de la ocupación en Polonia acordada en el protocolo secreto adicional soviético-alemán y corroborada con el Tratado de “Amistad y Fronteras”. 
Por otra parte, focalizar en la persona de José Stalin y su camarilla (Molotov, Schdanov, Voroschilov y Mikojan) toda la responsabilidad histórica de estos hechos es una reducción absurda. El autor anónimo al acusar de traición sólo a José Stalin y su camarilla, incurre, consciente o inconscientemente, en un error histórico, puesto que  al identificar a José Stalin como el chivo expiatorio, en esa misma medida absuelve a una parte de la colectividad del gobierno y del partido de una responsabilidad compartida en los hechos. Difícil resulta imaginarse que sólo Stalin y su camarilla tenían conocimiento de las gestiones político-diplomáticas, por lo tanto, es de suponer que debió haber existido un grupo de dirigentes, grande o pequeño, a lo mejor una camarilla más numerosa de iluminados, que estaba enterada de los pormenores subscritos en secreto en agosto y septiembre de 1939. Stalin y sus cuatro fieles camaradas no pudieron haber actuado solos.
Hay muchos historiadores y especialistas que van por el mundo pregonando sui generis la verdad histórica.  Para los simples mortales, los que no sabemos de historiografía ni epistemología ni tenemos tiempo para escudriñar en los anales y  cotejar datos en las polvorientas y blanco-amarillentas páginas, no tenemos más  alternativa que creer en lo que nos dicen los expertos o bien, hacer uso del derecho  a la duda. Muchas veces, debo reconocer, no basta con el sentido común para entender la complejidad de los acontecimientos históricos y se hace necesario remitirse a la historia escrita. Mientras haya guerras de rapiña y expansión, habrá tratados, acuerdo y compromisos públicos y secretos. Estos forman parte de la gestión político-diplomática entre las naciones. Lamentablemente siguen habiendo guerras  y seguro estoy que desgraciadamente las habrá en el futuro. Si existe una Ética y una Moral revolucionaria, entonces también existe un límite máximo que  los comunistas y revolucionarios en cualquier contexto histórico jamás deben de sobrepasar. En este sentido, deberíamos concluir que la máxima de Nicolás Maquiavelo de que “el fin justifica los medios”, tiene desde el punto de vista revolucionario una validez relativa. Poco entiendo de razones estatales y cabildos diplomáticos, lo único que deseo es que cuando a los comunistas y revolucionarios les corresponda parlamentar con el enemigo de clase, no olviden que son los valores ético-morales comunistas, en esencia,  los que marcan las diferencias. 

Roberto Herrera        14.10.2011


[15] DKP: Partido Comunista Alemán