jueves, 23 de junio de 2011

De Tlatelolco a la Puerta del Sol

Ciertamente, en política no es fácil determinar el punto de inflexión revolucionario, es decir el momento histórico en que la coyuntura política, económica, social, militar e ideológica de una sociedad determinada, derivada de la lucha de clases, se convierte en una situación revolucionaria. Si los procesos sociales fueran como las matemáticas, el cálculo diferencial e integral sería el método para resolver las incógnitas del futuro. Generalmente los acontecimientos político-culturales más significativos e importantes de los pueblos, independientemente de su importancia geopolítica, se celebran en las Plazas populares. En esos lugares nacen revoluciones, se inician procesos libertarios, se derrotan monarquías o dictaduras o bien las fuerzas represivas celebran verdaderas orgias de sangre, ejecutando a destajo a disidentes y opositores.

Simplemente por una de esas tantas casualidades que se dan en la vida, visité por primera vez con la misma persona, tres de las más emblemáticas Plazas en el mundo iberoamericano: La Plaza de Tlatelolco, también conocida como la Plaza de las Tres Culturas ubicada en la Ciudad de México, la Plaza Cataluña en la bella ciudad de Gaudí y la Puerta del Sol en Madrid. Años más tarde, ya más bien producto de una causalidad, mi querido amigo el Mexicano, versado en las ciencias físicas y matemáticas, me explicó con precisión cartesiana, los hechos históricos de la Plaza de Tlatelolco, en la que en la noche del 2 de octubre de 1968 tuvo lugar una batalla campal, sangrienta y desigual que enlutó a la nación azteca entera. El mitin estudiantil contra el gobierno priísta presidido por Gustavo Díaz Ordaz se convirtió en un infierno dantesco y la lluvia de disparos dejó decenas de cadáveres sobre las baldosas del ágora de Tlatelolco. En la Plaza del Sol, por el contrario, conocimos mi amigo y yo, la alegría de los jóvenes españoles celebrando el fin de la dictadura de Francisco Franco.

La lucha de clases tiene en cada época, en cada continente y en cada nación, sus características específicas y sus particularidades. La ola de protestas en diferentes partes del globo es claramente una respuesta actual a la crisis económica estructural y coyuntural del sistema capitalista y la valoro como expresión importante de la lucha de clases a nivel global. Sin embargo, cada lucha tiene su propio sello, el cual está resumido de una u otra forma, en la plataforma reivindicativa. El movimiento estudiantil “Los Pingüinos” (2006) y las protestas contra la represa hidroeléctrica en la región del alto Bio-Bio en Chile (2008-2009) fueron la antesala de las demandas actuales contra el gobierno de Piñera, en las que se exige reformas al sistema educacional medio y superior, la renacionalización del cobre y la revocación del proyecto hidroeléctrico HidroAysén en la Patagonia. En España, la juventud reclama reformas político-sociales y económicas al modelo neoliberal de desarrollo. Por su parte, los egipcios y tunecinos concentraron sus esfuerzos en la derrota de los regímenes dictatoriales y en la celebración de elecciones libres. En América Latina han surgido en los últimos años de manera casi espontanea, diversos movimientos populares, todos ellos manifestaciones político-sociales de una creciente oposición al modelo neoliberal de desarrollo. En Brasil, el Movimiento los Sin Tierra, señaló uno de los tantos problemas del sistema: la propiedad privada de los latifundios. Los Piqueteros en Argentina por su parte, fueron producto del desempleo y la racionalización de las plantillas laborales. La crisis de la “Tortilla” en México reunió en 2007 a millares de personas protestando contra los precios elevados del maíz y las importaciones de maíz transgénico. Es decir que la lucha popular contra el sistema capitalista se manifiesta de variadas formas y contenidos diferentes.

¿Qué nos dirían los clásicos del marxismo-leninismo, sí les preguntáramos, cuál o cuáles movimientos tienen un carácter revolucionario anticapitalista? Seguramente nos responderían que todos. Y, sí les preguntáramos, ¿cuál o cuáles movimientos podrían desembocar en una situación revolucionaria? La respuesta sería probablemente un rotundo: ¡ninguno! ¿Por qué?

Porque las reivindicaciones de estos movimientos son expresiones parciales y aisladas de la crisis estructural y coyuntural del sistema, que por sí solas, no son capaces de encender la llama de la revolución social, puesto que el sistema económico tiene el poder y la capacidad suficiente para responder parcial y paliativamente a las demandas y por otra parte, la fuerza social, real y considerable, que estos movimientos representan, no necesariamente está dirigida a la destrucción del eje fundamental de rotación, que no es más que el poder político-económico del capital industrial y financiero. Siendo estos movimientos sociales heterogéneos en su composición, ideológicamente inocuos y apartidistas, no representan en sí una alternativa real al poder hegemónico capitalista. Aunque las grandes mayorías no quieren seguir viviendo como hasta ahora, las minorías dominantes todavía pueden sostener el statu quo social y material.

El peligro real de un movimiento social cualquiera, bien podría medirse según el carácter y fuerza con que la clase dominante reacciona ante las protestas populares. En Tlatelolco, la fuerza centrípeta tenía un carácter netamente político, puesto que las reivindicaciones eran políticas. Los estudiantes y trabajadores cuestionaron el poder: liberación de presos políticos, disolución del cuerpo de granaderos, destitución del alcalde la ciudad de México y del jefe de la seguridad del Estado, y aunque la composición ideológica y organizativa del movimiento estudiantil era heterogénea, la ola de protestas estaba influenciada considerablemente por el carácter anticapitalista y antiimperialista de la época: Cuba, Viet Nam y los Movimientos de Liberación Nacional.

En todo caso, la importancia de la existencia de la lucha reivindicativa en cualquier rincón del planeta es innegable, necesaria e inevitable. La izquierda revolucionaria tradicional, incapaz de canalizar y acumular esta fuerza político-social para conducirla en una sola dirección, juega hoy en día en estas luchas populares desgraciadamente sólo un papel secundario. La nueva generación de jóvenes revolucionarios es la llamada a dar respuestas a las exigencias de la lucha de clases del siglo XXI, pero también a cuestionarse acerca del carácter y contenido de la lucha y en este sentido, tarde o temprano, tendrá que plantearse la pregunta fundamental de Lenin: ¿Qué hacer?

Roberto Herrera 23.06.2011

martes, 21 de junio de 2011

De la verborrea imperialista a la diarrea popular

En los anales de la medicina moderna se puede leer que las enfermedades diarreicas producidas por bacterias escogen la vía oral para reproducirse y, en la mayoría de los casos, la vía anal para evacuar los efectos provocados por los microorganismos. Los galenos suelen dividir las diarreas bacterianas en dos grupos principales, no invasivas e invasivas, en dependencia de la capacidad de los microorganismos de destruir o no las células de las mucosas intestinales. También las hay de tipo mixto. Al primer grupo, pertenece la famosa escherichia coli enterotoxigeno(ECPE), que es la causante de la “venganza de Moctezuma”, es decir, la típica diarrea del turista que después de haber degustado unos ricos y sabrosos tacos de carne deshilachada con mole en un chiringuito aledaño a las pirámides de Teotihuacán, México, busca desesperado un retrete y desgraciadamente no lo encuentra. La salmonelosis producida por los diferentes tipos de salmonella, por el contrario, es invasiva y por lo tanto destruye el tejido celular intestinal. El escherichia coli entero hemorrágico (ECEH), que es la bacteria responsable de la colitis hemorrágica y que ha causado más de una treintena de muertos en el norte de Alemania, ha acaparado la atención de los rotativos más importantes de Europa Central, a tal grado, que la intervención militar de la OTAN y los bombardeos diarios en Trípolis y alrededores han pasado a un plano secundario. A pesar de la “exactitud” de las coordenadas y de la tecnología militar utilizada en la intervención militar invasiva en Libia, los daños colaterales, es decir los muertos civiles, aumentan cada día. Las disculpas del secretario general de la Organización del tratado del Atlántico Norte, Anders Fogh Rasmussen, tienen un sabor amargo y cínico. Así como las bacterias invasivas que destruyen el tejido intestinal, las fuerzas militares de la OTAN están destruyendo la infraestructura libia y los más trágico, vidas humanas.

La logorrea es una “especie” de diarrea verbal, enfermedad que padecen los líderes políticos de las naciones capitalistas que quieren imponer su voluntad imperialista al resto del mundo. Haciendo uso de la verborrea imperialista que los caracteriza, prometen el progreso, la concordia, la paz, el cielo y la tierra y una sarta de mentiras sin inmutarse un sólo instante, al mismo tiempo que ordenan arar los campos con bombas “inteligentes” y convencionales, sin importarles un comino que allí donde caen los artefactos explosivos, ya sea por un “error técnico” o por frio cálculo táctico-operativo, hay niños y adultos que lo único que quieren es vivir en paz.

Si la verborrea imperialista fuera una enfermedad del aparato digestivo, habría que aplicarle a David Cameron y a Barack Obama, un enema extrafuerte de sal inglesa, mezclado con jugo de limón californiano y reforzado con una pizca doble de ají puta parió, a lo mejor así dejan de seguir hablando tanta bobería indigesta.

Roberto Herrera 20.06.2011

domingo, 12 de junio de 2011

El día en que Lenin fue canonizado

Cuenta José Stalin en sus escritos que, cuando conoció personalmente al “águila de la montaña”, quedó profundamente desilusionado. Stalin, muy propenso a utilizar analogías y alegorismos, utilizó este sobrenombre para resaltar la audacia, osadía, rapidez y el hábitat celestial del líder de la revolución rusa, Vladimir Ilich Ulianov, Lenin. En el mundo de sus fantasías, el “águila de la montaña” se asemejaba a un gigante, no solamente en tamaño, sino en gallardía y altivez. Cuando tuvo ante sí al Lenin real, el 5 de diciembre de 1905 en la ciudad finlandesa de Tammerfors, su decepción fue enorme. El Lenin de carne y hueso era un hombre común y corriente, extraordinariamente polifacético, inteligente y carismático, pero por sobre todo, una persona modesta, quien rechazó en vida cualquier forma de endiosamiento y glorificación. Es muy poco probable que Stalin conociera el pensamiento filosófico del escritor y poeta cubano José Martí, de lo contrario hubiera comprendido desde entonces, que toda la grandeza y gloria que un ser humano pueda alcanzar, caben con holgura infinita en un grano de maíz.

Al parecer fue Lenin uno de los pocos intelectuales revolucionarios de esa época, tal vez el único, que impresionó profundamente a Stalin y a quien él le “perdonó” su linaje. Los orígenes sociales de Stalin fueron muy diferentes al de la mayoría de los dirigentes de la vieja guardia bolchevique. Tanto Nicolai Bucharin como Lev Kamenev o Anatoli Lunatscharski, provenían de la pequeña burguesía acaudalada y gozaban de formación académica universitaria. Stalin, por el contrario, educado y formado socialmente dentro del régimen de vida característico de la servidumbre del periodo feudal zarista, conoció por experiencia propia el significado real y práctico del hambre, la miseria material e intelectual y la expoliación esclavista. La extracción social de Stalin no era ni proletaria ni campesina ni mucho menos pequeño-burguesa. Stalin era hijo de siervos y aunque su padre buscó la independencia económica como zapatero, jamás logró alcanzar ese objetivo. La historia del zapatero que busca empleo en la fábrica de zapatos de Adelchanov in Tiflis, a la que recurre Stalin cuando explica la teoría materialista de Carlos Marx, es la historia de Vissarion Ivanovitsch Dshugasvili, su padre. La relación de Stalin con los intelectuales pequeño-burgueses estuvo contaminada con prejuicios sociales, políticos e ideológicos desde sus primeros pasos como revolucionario marxista en la clandestinidad. Comprendió sí, al parecer racionalmente, el papel que puede jugar la pequeña burguesía a nivel político en el marco de la revolución socialista, pero emocionalmente desconfió siempre de ella y de los intelectuales. No sería aventurado suponer aquí, que en el mundo creado en su mente, convirtió a Trotsky en una idea fija negativa. Lenin lo sublime, Trotsky lo ruin. Tampoco sería descabellado sospechar en él un sentimiento de celo y envidia. Trotsky era un excelente escritor y literato y un talentoso orador, además de ser un estudioso de la teoría marxista como lo era Lenin; todas facultades intelectuales que Stalin no tenía. A un cuando eran de la misma edad, Trotsky, a diferencia de Stalin, era “irreverente y hereje”, aparte de tener la capacidad intelectual suficiente para debatir y contradecir al Genio de la Revolución. Stalin al estar consciente de sus insuficiencias, reforzó sus mecanismos de compensación, lo que no contribuyó a la superación de sus deficiencias. Con esa actitud, Stalin nunca logró comprender la verdadera dimensión dialéctica entre la teoría y la práctica, el trabajo intelectual y la acción revolucionaria, la táctica y la estrategia, y lo que es más importante desde el punto de vista político, el significado de la crítica y la autocrítica. Asumió como verdades absolutas la teoría de Marx, Engels y Lenin y apostilló de charlatanería político-ideológica todo aquello que, según su interpretación, no correspondía al Canon revolucionario.

La personalidad de Stalin. ¿Un caso clínico?

El desarrollo de la personalidad de Stalin estuvo fuertemente influenciado y condicionado por el entorno social en que vivió su niñez y su juventud, a la presión del trabajo clandestino en sus años mozos y a los continuos encarcelamientos a los que se vio sometido en el marco de la revolución rusa. Su comportamiento fue siempre reactivo y compensatorio, utilizando para ello la sagacidad, la astucia y el coraje con que encubrió su complejo de inferioridad.

De acuerdo a los manuales de psiquiatría, la paranoia se desarrolla por lo general en la edad madura, es decir después de los cuarenta o cuarenta y cinco años y afecta con mayor frecuencia a la población masculina. Según los especialistas y las estadísticas clínicas, los primeros síntomas de esta enfermedad afectan el comportamiento y el carácter de la persona, la cual muestra una tendencia a la sobrevaloración de la propia personalidad, la excesiva confianza en sí misma, la intransigencia en aceptar ideas ajenas e incluso rechazarlas con desprecio y grosería, la extrema sensibilidad frente a todo aquello que daña su exagerado amor propio y la tendencia a interesarse por una idea, que puede alcanzar grados de fanatismo. La paranoia es una enfermedad de iniciación lenta, cuyo diagnóstico diferencial y sintomático es tarea de especialistas. Dado que el enfermo puede desarrollar sus actividades laborales con eficiencia y eficacia, el delirio pasa desapercibido; debido a que no pierde el sentido de la realidad, sabe guardar silencio absoluto, evitando así comunicar sus ideas delirantes, para no ser considerado enfermo psíquico. El delirio sistematizado de grandeza alcanza todos los rincones de la personalidad del enfermo y toda la actividad intelectual y creativa está determinada y en función del sistema psíquico delirante. Después de un lapso de tiempo más o menos largo, de tres a cinco años, el paranoico toma conciencia que las personas que lo rodean no aprueban sus ideas o proyectos. Si el enfermo no recibe un tratamiento psicoterapéutico adecuado, su mente genera la idea morbosa que el mundo que lo rodea está en contra de él e incluso llega a pensar que se le quiere aniquilar. Poco a poco esta idea se va consolidando y adquiriendo un carácter definido de delirio de persecución. El delirio de grandeza y el delirio de persecución pueden convivir durante muchos años, declinando en intensidad a medida que el enfermo envejece. Dado que la paranoia no tiene ningún síntoma corporal o neurológico, resulta más difícil para un observador profano detectar un comportamiento anómalo. Es de suponer entonces, que nadie al interior del partido bolchevique estaba capacitado para diagnosticar la enfermedad de Stalin. Cuando ésta se manifestó claramente, habían transcurrido muchos años, los ríos de leche y miel en la tierra prometida de la que tanto habló, se habían convertido en un inmenso mar rojo con la sangre de los “enemigos” de la revolución, los verdaderos, los políticamente “inventados” por la propaganda y los creados en el interior de su mente enferma. El culto a la personalidad fue probablemente el bálsamo que alivió las heridas emocionales del alma de Soselo-Koba-Stalin.

Cuando Lenin se dio cuenta del poder que Stalin había concentrado en sus manos, ya era demasiado tarde. Enfermo de gravedad, a causa de los derrames cerebrales, el líder histórico de la revolución rusa había perdido el control del partido y de la situación. Stalin era miembro del buró político y secretario general del partido y por lo tanto, tenía bajo su control toda la estructura partidaria. También era responsable de las relaciones bilaterales con los estados federados y además controlaba las organizaciones obrero-campesinas. El testamento de Lenin era de facto letra muerta. Todas sus advertencias fueron tardías y estériles. ¿Por qué? ¿Cómo pudo suceder algo semejante?

En las circunstancias históricas de aquella época (guerra civil, levantamiento armado de la izquierda radical y anarquista en la ciudad de Kronstadt en marzo de 1921, el descontento general a causa de la crisis económica, etcétera) el partido revolucionario bolchevique decidió tácticas político-económicas inmediatas, sin profundizar sobre las consecuencias negativas a largo plazo. A nivel económico se impulsó la Nueva Economía Política (NEP) en sustitución del “comunismo de guerra” que comprendía una serie de reformas en la economía nacional, concebidas y elaboradas principalmente por Lenin, con el objetivo de desarrollar una economía mixta. A nivel político se tomaron dos medidas drásticas, que según mi opinión, fueron el germen de la enfermedad del movimiento comunista conocida como el estalinismo. La primera, fue la prohibición de la oposición al interior del partido bolchevique en 1921 y la segunda, la creación en 1922 de una comisión central de control, encargada de velar por la conducta moral de los dirigentes del partido. En un principio se trataba de hacer participar democráticamente al pueblo en la valoración integral de los dirigentes del partido. De esta manera se pretendía reprender las conductas incorrectas y los errores cometidos por los dirigentes o en casos más graves, exigir la expulsión del partido. Pero esta comisión de control que por su carácter y contenido tenía que ser independiente de las instancias de dirección partidaria (comité central y buró político), por circunstancias fortuitas pasó a depender indirectamente del secretario general del partido. Después de la muerte de Lenin, esta comisión central de control fue la encargada de purgar al partido de todos los cuadros políticos que Stalin consideraba enemigos de la revolución.

La primera medida política aprobada en el X Congreso del partido podría explicarse en estos términos e incluso comprenderse: Según los estatutos del partido bolchevique, es miembro del partido todo aquel que asume como suyo el programa del partido y trabaja en función de la consecución de los objetivos tácticos y estratégicos. La existencia de oposición político-ideológica organizada y contraria al programa al interior de un partido político es paradójica y en este sentido la prohibición fue una medida necesaria. El problema grave fue que esta medida frenó también la discusión político-ideológica e inhibió el debate democrático al interior del partido bolchevique, que era lo que había caracterizado hasta ese momento histórico al partido revolucionario de Lenin y que él había concebido como el instrumento necesario para la revolución y la construcción del comunismo. Lo trágico es que fueron Lenin, el mismo Trotsky y el resto de la vieja guardia bolchevique los que tomaron la decisión. La organización de cuadros dinámicos, pensantes y dialécticamente creativos se fue transformando lentamente en un partido de cuadros “linieros”, rígidos, burócratas y dogmáticos. El instrumento útil y fino para la modelación de la obra comunista bajo estas condiciones, se transformó en las manos de un enfermo, en un aparato rudimentario y tosco que al fin y al cabo destruyó la revolución de octubre de 1917 el 25 de diciembre de 1991.

Lenin murió el 21 de enero de 1924 y Stalin se encargó de darle las exequias correspondientes para un santo. El día en que Lenin fue canonizado, el marxismo-leninismo, se convirtió en camisa de fuerza del proletariado y en el bozal de la intelectualidad revolucionaria. Con el poder en la mano y una “misión divina” en la mente, Stalin se propuso conducir a la federación rusa al comunismo. Stalin se sintió elegido y llamado a cruzar el río de aguas turbulentas y como pudo, fue de salto en salto, de piedra en piedra, salvando obstáculos de distintas dimensiones, tomando decisiones in situ, girando muchas veces a la derecha y otras tantas a la izquierda y logró llegar a la otra orilla y el pueblo lo siguió. Pero lo triste de la historia es que para llegar a la tierra prometida no basta con cruzar un solo río.

En el camino al socialismo no solo hay ríos, sino también lagos, mares y océanos que atravesar y en ellos no hay piedras sobre las cuales se puede dar brincos. Pero esto Stalin jamás logró entenderlo y se aferró a la idea que el comunismo era posible construirlo en un solo país. Stalin murió convencido que condujo a su pueblo, como Moisés, a la tierra prometida. Que no fue así, eso lo sabemos nosotros ahora. No obstante, a pesar del fracaso, el ¿Qué hacer? de Lenin es vigente y el partido revolucionario sigue siendo el instrumento para la toma del poder y la construcción del comunismo a escala mundial, pero sólo si es un instrumento democrático.

Roberto Herrera 12.06.2011