viernes, 10 de septiembre de 2010

LA PELIGROSA FUTILIDAD DEL FANATISMO

Según Immanuel Kant, el filósofo alemán del siglo XVIII, el fanatismo es la transgresión de los límites de la razón humana, emprendida según principios devenidos de facultades o poderes supuestamente “superiores”. El dogma es un postulado sintético derivado de conceptos a priori, elevados a la categoría de verdad absoluta, es decir, proposiciones que no proceden de la vivencia empírica de nuestra naturaleza y no admiten el pensamiento analítico y sintético, que es el método racional para entender el comportamiento del ser humano.

Si admitimos, que la toma de conciencia y conocimiento de nuestra existencia material y espiritual, se deben al desarrollo morfológico de la masa cerebral del homo sapiens, producto éste de la interrelación dinámica (trabajo) del hombre con el medio ambiente, tendríamos que concluir, que cualquier estímulo externo, percibido por las redes neuronales, influirá en el desarrollo o en el retroceso y estancamiento individual y por ende, de la sociedad en general.

Independientemente si el cerebro es el resultado de la creación o de la evolución de la especie humana, lo tenemos para utilizarlo creativamente, para aprovecharlo como fuente de reflexión e inspiración y en función del desarrollo de la humanidad.

Sin embargo, diariamente estamos viendo y viviendo, como muchos de nuestros congéneres, políticos o religiosos, utilizan otras partes del cuerpo humano para gobernar y conducir a sus feligreses.

La quema de libros, sean éstos sagrados o profanos, no es nada nuevo en la historia de la humanidad. ¿Qué persona en el mundo con cinco dedos de frente, puede creer que lanzando El Corán, La Santa Biblia o El Talmud a la pira purificadora se pondrá fin al pensamiento religioso? Estos actos irracionales son solamente una provocación a la espiritualidad de los grupos en cuestión.

El 11 de septiembre de 1973 en Chile, un oscuro y fanático general conjuró contra el Presidente Salvador Allende y erigió, con el apoyo del gobierno de los Estados Unidos, una brutal y criminal dictadura militar, sin parangón en Latinoamérica. Pinochet también ordenó la quema de libros.

El 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, fanáticos religiosos cometieron un horrendo crimen de lesa humanidad con el ataque a las torres gemelas.

Actitudes como la del pastor evangélico Terry Jones y la de los terroristas fundamentalistas que pilotearon los aviones, no contribuyen al acercamiento y entendimiento entre las diferentes culturas, sino todo lo contrario. El terrorismo, cualquiera que sea su forma y expresión, no tiene justificación alguna. ¿Quién se beneficia entonces con la polarización de un conflicto seudo religioso?

La coyuntura actual mundial, donde la verborrea fanática ocupa cada vez un papel preponderante en el quehacer político de gobernantes y partidos políticos, tanto del mundo occidental como del Oriente Medio, requiere el análisis sobrio y frio de los acontecimientos. Detrás del dogma político-religioso se esconde el verdadero leitmotiv de las guerras santas. No se trata pues, de la rivalidad religiosa entre musulmanes, cristianos y judíos, sino de intereses económicos y geo-políticos en una región del mundo, donde el islamismo es mayoría. Aquí radica precisamente el peligro de la fomentación del fanatismo político-religioso. Es decir en la propagación de un dogma, rígido e inamovible, donde el hereje está a priori determinado e identificado en el libro sagrado correspondiente. En la medida que seamos capaces de reconocer y aceptar el derecho que tiene toda persona a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión, entonces entenderemos que la solución de los problema existenciales de la humanidad no está ni en el Corán ni en la Biblia ni en el Talmud, sino en nuestra actitud frente a la vida, es decir en nosotros mismos, cosa que por lo demás no niega la existencia de los libros sagrados.


Roberto Herrera 10.09.2010

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