La razón, la sinrazón y la zurrazón[1] en los tiempos del Covid-19
En los tiempos de grave peligro, como en las guerras y en las epidemias, el
pánico es el peor aliado de Eros y el mejor consejero de Thanatos.
Sin duda alguna que estamos frente a una pandemia y, por lo tanto, frente a
una enfermedad que se propaga rápidamente y de manera exponencial. No es la
primera que azota a la población mundial, ni tampoco será la última. Aunque más
de algún zelote religioso ande armando el despelote en las redes sociales
anunciando el Armagedón, la realidad es que todavía no
estamos de espaldas al paredón.
Ahora bien, esto no quiere decir que hay que restarle importancia al
asunto, pues está claro que no se trata de una bagatela. Por el contrario, hay
que tomarlo muy en serio, ya que las tasas de mortalidad según la OMS (Organización
Mundial de la Salud) parecen ser de tres a veinte veces más altas que la de la gripe
común y de la pandemia de gripe A (H1N1) de 2009-2010.
Por otra parte, más allá del aumento potencial de la información falsa en
relación con el Covid-19, la ciudadanía se ve confrontada también con teorías
conspirativas que recuerdan mucho a lo ocurrido en la década de los ochenta del
siglo pasado, cuando se conoció la existencia del virus HIV (Virus de la
inmunodeficiencia humana). El gobierno de Ronald Reagan guardó un mudo silencio
frente al asunto, yo diría que más bien fue por ignorancia que por negligencia.
Mientras tanto, las iglesias y los sectores más conservadores de la
sociedad norteamericana no perdieron el tiempo en buscar explicaciones biológicas
y calificaron ipso facto la “extraña enfermedad” de venganza divina contra la “peste”
homosexual. Fue precisamente en esos turbulentos años, en que el gobierno de
Ronald Reagan se enfrentó al dilema político-económico de facilitar recursos económicos
para la investigación de la etiología del SIDA y su curación o, sí
dar más apoyo logístico y financiero a la contrarrevolución sandinista.
Por su parte, el gobierno del Vaticano, presidido por Juan Pablo II, también
mostró poco interés por la patología del HIV, pero sí mucha perseverancia en su
lucha contra la teología de la liberación. Simbólico el gesto inquisidor del
Papa cuando amonestó a Ernesto Cardenal en el aeropuerto internacional de
Managua Augusto Cesar Sandino. Asimismo, los “enemigos” del imperialismo norteamericano
no perdieron la oportunidad de achacar al gobierno de los Estados Unidos la
creación de un arma biológica.
Fue así como, Jakob Segal, biólogo y profesor de la Universidad Humboldt de
Berlín (RDA), planteó la teoría conspirativa que el virus HIV, no procedía de África,
como suponían algunos científicos norteamericanos y europeos occidentales, sino
que de un laboratorio militar situado en Fort Detrick in Maryland. Es decir, el
HIV era obra satánica de ingenieros genéticos norteamericanos. Hoy en día se
sabe y además está comprobado a través de análisis moleculares y epidemiológicos
que el virus provino de primates africanos. El virus más común, el HIV-1-M, es
un embrión de un virus de chimpancé que a principios de del siglo XX contagió a
una persona. El virus llegó a Haití a mediados de la década de los sesenta del
siglo pasado y un par de años más tarde entró por vía aérea a los Estados Unidos
de Norteamérica en el cuerpo infectado de un tripulante de aviación.
En algunos videos que circulan en las redes sociales con información
conspirativa se señala a China, Francia y Canadá de ser los “creadores” o “inventores”
del SARS-CoV-2 en un laboratorio biológico secreto situado en Wuhan, la capital
de la provincia de Hubei. Se trataría de un arma, no precisamente con fines
militares como en el caso del HIV, si no que más bien de una con fines políticos,
financieros y demográficos. Es decir, en esta teoría conspirativa se especula y
se acusa a multinacionales, sin presentar prueba alguna, de crear un arma biológica
para desatar artificialmente una crisis política-económica y financiera con
fines de lucro. No obstante, por muy descabelladas que sean estas teorías
conspirativas, siempre habrá una cantidad no despreciable de personas que seguirán
creyendo en ellas, a pesar de que con el tiempo se demuestre lo contrario.
Lo que sí se sabe a ciencia cierta en la actualidad, es que existen 7
coronavirus patógenos zoonóticos, es decir, trasmisores de enfermedades que
comienzan en animales infectados y que luego por contacto o ingestión infectan a
las personas. Pero solamente los tres nombrados a continuación pueden provocar
infecciones graves y mortales de las vías respiratorias como la pulmonía: 1) La
enfermedad, cuyo nombre internacional es Covid-19 trasmitida por el virus SARS-CoV-2 en 2019/2020, 2) El síndrome respiratorio
agudo grave (SARS) transmitido por el virus SARS-CoV-1 en 2002 y 3) El síndrome
respiratorio de Oriente Medio (MERS) trasmitido por el virus el MERS-CoV en
2012.
Hay que reconocer que en la época moderna resulta muy difícil mantener la continencia,
la ponderación y la ecuanimidad, ya que todos estamos expuestos al bombardeo
mediático, tanto por las vías análogas informativas como por las digitales. Tan
excesiva es la información contaminada de “medias verdades” o mentiras camufladas,
que al final de cuentas la población civil termina empachada y con una sensación
de inseguridad y desconfianza, que son el ambiente propicio para que se desarrolle
miedo y pánico.
No se necesita ser sabio, culto o competente para entender racionalmente la
gravedad del problema y comprender la razón de muchas medidas profilácticas. Pienso
que todas las medidas que a nivel mundial se están tomando están basadas en la
razón y entendimiento científico actual, en la experiencia real y concreta con
otras enfermedades parecidas.
Pienso, que sí se actúa con razón y sentido común, no hay razón alguna para
caer en la sinrazón ni en el pánico social que puede provocar, bajo ciertas
circunstancias, una zurrazón viral y literalmente anal.
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