domingo, 6 de diciembre de 2020

Réquiem de un agnóstico para Maradona

 Réquiem de un agnóstico para Maradona o El homúnculo que albergamos todos

 

De dioses, semidioses e ídolos está ahíto el mundo moderno de los deportes. Empero el balompié es un mundo especial, además de ser una fábrica universal inagotable de genios, virtuosos, talentos y tataratas (torpes futbolísticamente hablando en El Salvador).

Sin duda alguna, Maradona, “El Pelusa”, dios del futbol, se encuentra ya en el Olimpo. Lo vi jugar en el Ramón Sánchez Pizjuán en su corto paso por el Sevilla FC contra el Real Burgos CF (1-0) cuando ya estaba en el ocaso de su carrera. Aparte de un par de “virguerías” (piruetas o malabares), que provocaron los vítores de la afición, fue muy modesta su participación en el partido, en comparación con el croata Davor Šuker o su compatriota Diego Simeone. 

Aunque Maradona fue el ídolo para muchos futbolistas y aficionados de mi generación, personalmente es muy poco el contenido emocional que guardo de él en mis amígdalas, no las palatinas, sino las cerebrales. Esto se debe al hecho, que en los años en los que Maradona estuvo en su apogeo toda mi atención se centró en la política y en las actividades político-sociales en contra de las dictaduras militares en el Cono Sur organizadas por el estudiantado latinoamericano en Europa.

A raíz de la muerte del astro argentino, Diego Armando Maradona, se ha desatado en la red un vendaval de plegarias, lamentos, notas luctuosas e hiperbólicas, pero también una avalancha de improperios, insultos y una mescolanza de prejuicios moralistas y discriminantes, así como, afortunadamente, comentarios periodísticos serios y ponderados.

Para todos aquellos que se alzan como jueces inmaculados y sin olor a rancios pescados, señalando con dedo acusador el comportamiento y conducta del ciudadano Diego Armando Maradona fuera del terreno de juego y del ámbito deportivo, quiero recordarles que más allá de sus errores, deslices y excesos, nadie tiene el derecho a juzgar, a condenar y a sentenciar de motu proprio a otra persona.  Para esos fines existe el derecho penal.   

Todos los seres humanos, sin excepción alguna, no somos lo que aparentamos ser. Todos albergamos en nuestro interior un homúnculo emocional, es decir, un hombrecillo feo que guarda nuestras más bajas pasiones. Además, y no es justificación a su conducta, clínicamente hablando, Diego Armando Maradona padecía una dependencia severa de la cocaína, según lo establecido por el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5), y, por lo tanto, él era una persona enferma desde hacía ya muchos años, a decir del mismo Maradona, desde 1982. En este sentido, quién esté libre de pecado y no huela a pescado, que lance la primera piedra. 

Ahora bien, para entender y comprender holísticamente el fenómeno deportivo Maradona, principalmente en Argentina y en Nápoles, se requiere, según mi opinión, la intervención de psicólogos, parapsicólogos, sociólogos, antropólogos, semiólogos, toxicólogos, etólogos, fenomenólogos, traumatólogos, demonólogos, criminólogos y, por último, cosmólogos. ¿Cosmólogos, preguntaría Jano Sagan? Claro, para que nos expliquen en cuál dimensión habitó el “Pelusa”, respondería yo. Y, aun así, pienso, la tarea no sería nada fácil. Maradona fue un verdadero fenómeno futbolístico mundial de dimensiones psíquico-sociales, culturales, incluso hasta político-militares, puesto que con los dos goles que le marcó a Inglaterra en el mundial del 86 se convirtió en el “héroe” que restableció moralmente el honor argentino después de la derrota en las Malvinas y, last but not least Maradona fue un producto comercial de alto rendimiento.

 Cuando yo fui niño, el mundo futbolístico se limitaba a las canchas de fútbol polvorientas y populares de mi ciudad natal, San Salvador, vale decir, El Polvorín, La Maestranza, La Guardia Nacional entre otras, vistiendo la camiseta blanca con rayas negras del “Pipiles” de Don Pichinte, zapatero de profesión del barrio Candelaria, el pago donde yo nací, y fomentador del futbol de niños y jóvenes de las barriadas más populares de la capital salvadoreña.

Aunque Pelé fue el rey del futbol en mi infancia y adolescencia nunca lo consideré mi “idolo”.  Ahora bien, pienso que para tener “dioses”, “semidioses” o “ídolos” no hay que ser pagano ni apóstata del dogma de la Santísima Trinidad, sino ser niño o muy jovencito, ya que a esa edad los referentes deportivos son muy importantes y, además, hay que verlos jugar, preferentemente en vivo o en pantalla, de manera regular. Solamente los dioses y santos religiosos se veneran a través de la narración o la lectura.  Un dios verdadero deportivo jamás. Debo aclarar que mi ateísmo abarcó también el deporte.   

En la etapa futbolística de mi vida adolescente jugué en el equipo juvenil de la Universidad Nacional y fue ahí donde conocí a Rafael “Lito” Robles, jugador de la primera división. Con él compartí no solamente minutos de entrenamiento bajo la dirección del chileno Sergio Lecea Fernández alrededor de la cancha del estadio de la Universidad Nacional, sino que también en la casa-club del equipo de la Universidad Nacional en la colonia La Rábida en las cercanías del Liceo Cristiano, jugando al futbolito o contando chistes.  

Por esta razón, el jugador de futbol que llevo en mi corazón no es Pelé ni Maradona, el futbolista que recuerdo desde aquellos años –casi– a diario con mucho cariño, y no estoy exagerando, es Rafael “Lito” Robles, apodado “El Pulmón” por su excelente condición física. Cada vez que salgo a correr por el bosque o a las orillas del rio Dreisam, Lito Robles, me acompaña, recordándome que los dedos pulgares hay que flexionarlos y cubrirlos con los dedos restantes, de tal manera que los músculos de las extremidades superiores no se tensen, contribuyendo así a la expansión de la caja torácica. Esto no me lo enseñó Lito en su momento, es la explicación que yo me doy ahora. Empero, para mejor información sobre riesgos y efectos secundarios, consulte a su preparador físico. En todo caso, el “truco” sigue funcionando.

Yo no sé, sí Maradona fue el mejor jugador de todos los tiempos, tampoco lo comparo con nadie, pues él es único, así como lo fue Pelé o lo es La Pulga Messi. Seguro estoy, eso sí, que durante mucho tiempo el seguirá siendo el primus inter pares en el Olimpo de los dioses del fútbol……

Postdata: Según Maradona, el salvadoreño Jorge Alberto "El Mágico" González, era mejor que él. También un futbolista de la calle y de barriada popular. Un genio que no quiso estar en el Olimpo de los dioses.  

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