Réquiem de un agnóstico para Maradona o El homúnculo que albergamos todos
De dioses, semidioses e ídolos está ahíto el mundo
moderno de los deportes. Empero el balompié es un mundo especial, además de ser
una fábrica universal inagotable de genios, virtuosos, talentos y tataratas
(torpes futbolísticamente hablando en El Salvador).
Sin duda alguna, Maradona, “El Pelusa”, dios del futbol, se
encuentra ya en el Olimpo. Lo vi jugar en el Ramón Sánchez Pizjuán en su corto
paso por el Sevilla FC contra el Real Burgos CF (1-0) cuando ya estaba en el
ocaso de su carrera. Aparte de un par de “virguerías” (piruetas o malabares),
que provocaron los vítores de la afición, fue muy modesta su participación en
el partido, en comparación con el croata Davor Šuker o su compatriota Diego Simeone.
Aunque Maradona fue el ídolo para muchos futbolistas y
aficionados de mi generación, personalmente es muy poco el contenido emocional
que guardo de él en mis amígdalas, no las palatinas, sino las cerebrales. Esto
se debe al hecho, que en los años en los que Maradona estuvo en su apogeo toda
mi atención se centró en la política y en las actividades político-sociales en contra
de las dictaduras militares en el Cono Sur organizadas por el estudiantado latinoamericano
en Europa.
A raíz de la muerte del astro argentino, Diego Armando
Maradona, se ha desatado en la red un vendaval de plegarias, lamentos, notas
luctuosas e hiperbólicas, pero también una avalancha de improperios, insultos y
una mescolanza de prejuicios moralistas y discriminantes, así como, afortunadamente,
comentarios periodísticos serios y ponderados.
Para todos aquellos que se alzan como jueces inmaculados y
sin olor a rancios pescados, señalando con dedo acusador el comportamiento y conducta
del ciudadano Diego Armando Maradona fuera del terreno de juego y del ámbito deportivo,
quiero recordarles que más allá de sus errores, deslices y excesos, nadie tiene
el derecho a juzgar, a condenar y a sentenciar de motu proprio a otra
persona. Para esos fines existe el
derecho penal.
Todos los seres humanos, sin excepción alguna, no somos
lo que aparentamos ser. Todos albergamos en nuestro interior un homúnculo emocional,
es decir, un hombrecillo feo que guarda nuestras más bajas pasiones. Además, y no
es justificación a su conducta, clínicamente hablando, Diego Armando Maradona padecía
una dependencia severa de la cocaína, según lo establecido por el Manual
Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5), y, por lo tanto, él
era una persona enferma desde hacía ya muchos años, a decir del mismo Maradona,
desde 1982. En este sentido, quién esté libre de pecado y no huela a pescado,
que lance la primera piedra.
Ahora bien, para entender y comprender holísticamente el fenómeno
deportivo Maradona, principalmente en Argentina y en Nápoles, se requiere,
según mi opinión, la intervención de psicólogos, parapsicólogos, sociólogos,
antropólogos, semiólogos, toxicólogos, etólogos, fenomenólogos, traumatólogos,
demonólogos, criminólogos y, por último, cosmólogos. ¿Cosmólogos, preguntaría
Jano Sagan? Claro, para que nos expliquen en cuál dimensión habitó el “Pelusa”,
respondería yo. Y, aun así, pienso, la tarea no sería nada fácil. Maradona fue un
verdadero fenómeno futbolístico mundial de dimensiones psíquico-sociales,
culturales, incluso hasta político-militares, puesto que con los dos goles que
le marcó a Inglaterra en el mundial del 86 se convirtió en el “héroe” que restableció
moralmente el honor argentino después de la derrota en las Malvinas y, last
but not least Maradona fue un producto comercial de alto rendimiento.
Aunque Pelé fue el rey del futbol en mi infancia y
adolescencia nunca lo consideré mi “idolo”. Ahora bien, pienso que para tener “dioses”, “semidioses”
o “ídolos” no hay que ser pagano ni apóstata del dogma de la Santísima Trinidad,
sino ser niño o muy jovencito, ya que a esa edad los referentes deportivos son
muy importantes y, además, hay que verlos jugar, preferentemente en vivo o en
pantalla, de manera regular. Solamente los dioses y santos religiosos se
veneran a través de la narración o la lectura.
Un dios verdadero deportivo jamás. Debo aclarar que mi ateísmo abarcó también
el deporte.
En la etapa futbolística de mi vida adolescente jugué en
el equipo juvenil de la Universidad Nacional y fue ahí donde conocí a Rafael “Lito”
Robles, jugador de la primera división. Con él compartí no solamente minutos de
entrenamiento bajo la dirección del chileno Sergio Lecea Fernández alrededor de
la cancha del estadio de la Universidad Nacional, sino que también en la casa-club
del equipo de la Universidad Nacional en la colonia La Rábida en las cercanías
del Liceo Cristiano, jugando al futbolito o contando chistes.
Por esta razón, el jugador de futbol que llevo en mi corazón no es Pelé ni Maradona,
el futbolista que recuerdo desde aquellos años –casi– a diario con mucho cariño,
y no estoy exagerando, es Rafael “Lito” Robles, apodado “El Pulmón” por su
excelente condición física. Cada vez que salgo a correr por el bosque o a las
orillas del rio Dreisam, Lito Robles, me acompaña, recordándome que los dedos
pulgares hay que flexionarlos y cubrirlos con los dedos restantes, de tal
manera que los músculos de las extremidades superiores no se tensen, contribuyendo
así a la expansión de la caja torácica. Esto no me lo enseñó Lito en su
momento, es la explicación que yo me doy ahora. Empero, para mejor información
sobre riesgos y efectos secundarios, consulte a su preparador físico. En todo
caso, el “truco” sigue funcionando.
Yo no sé, sí Maradona fue el mejor jugador de todos los tiempos, tampoco lo
comparo con nadie, pues él es único, así como lo fue Pelé o lo es La Pulga
Messi. Seguro estoy, eso sí, que durante mucho tiempo el seguirá siendo el primus
inter pares en el Olimpo de los dioses del fútbol……
Postdata: Según Maradona, el salvadoreño Jorge
Alberto "El Mágico" González, era mejor que él. También un
futbolista de la calle y de barriada popular. Un genio que no quiso estar en el
Olimpo de los dioses.
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