Cuando Salome, hija de Herodías, después de haber embelesado con su danza sensual al rey Herodes y a sus invitados, en un opíparo banquete celebrado en Galilea en conmemoración de su onomástico, éste, fascinado por el movimiento bamboleante de las caderas de la bailarina, sin pensar siquiera un momento en las consecuencias, exclamó: “pídeme lo que quieras y te lo daré”. Salome, siguiendo el consejo de su madre respondió, según el apóstol Marcos: “Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan Bautista”. Y, ¡qué decir del deleite de los romanos! , que gozaban contemplando el momento en que los cristianos eran cercenados por los filudos dientes de los hambrientos leones. La muerte de Osama Bin Laden, ficticia o real, pertenece a esta categoría de espectáculo.
La imaginaria frontera entre la sociedad occidental, también conocida como cultura Euroatlántica y el resto de las civilizaciones, todas en sí diferentes, no es geográfica, sino ideológica. Muchos de los habitantes del continente americano, Australia, Nueva Zelandia, Suráfrica y Europa Central, están convencidos de pertenecer a una civilización superior, más desarrollada, más libre, más sabia y más justa. No obstante, olvidan que el camino de la cultura occidental está pavimentado con millones de cadáveres pertenecientes a diversas etnias, creencias religiosas, edades y sexo, y esta historia de crímenes y barbaridades de lesa humanidad no tiene fin, puesto que mientras el Hombre occidental u oriental siga siendo esclavo de sus instintos animales y de la codicia, la muerte será testigo mudo de la barbarie de la humanidad.
Ciertamente Osama Bin Laden declaró la guerra santa al mundo occidental y en ese sentido, corría el riesgo de perder la vida en cualquier momento, de acuerdo a las leyes naturales de las guerras, sean santas o paganas, justas o injustas. En la estrategia militar-religiosa de Bin Laden, el terrorismo es el instrumento táctico-operativo por excelencia para practicar la yihad. El terrorismo individual, colectivo o estatal, sea este blanco, negro, marrón o rojo, es un método de lucha que niega en sí cualquier objetivo, ya fuera por razones político-económicas, religiosas o de cualquier índole, puesto que el terrorismo se basa en la muerte indiscriminada e innecesaria de civiles, es decir no combatientes. La lista de los ejemplos es interminable. La muerte provocada por torturas, secuestros, las ejecuciones extrajudiciales, las cárceles clandestinas, las persecuciones como en la época del senador norteamericano Joseph McCarthy, son algunas de las expresiones y recursos que tiene el terrorismo de estado. Esto, dicho sea de paso, es una actividad que el imperialismo norteamericano y sus aliados también realizan de manera constante a lo largo y ancho del planeta.
Cuando la muerte de un ser humano es causa de satisfacción e incluso motivo de alegría, es irrelevante el hecho, desde el punto de vista ético-moral, sí se trata de un terrorista como Osama Bin Laden o de un criminal de guerra como fue Adolf Eichmann. La forma en que se dio muerte a Bin Laden no nos muestra en absoluto la supuesta superioridad de la civilización occidental, sino todo lo contrario, puesto que deja al desnudo lo más bajo y perverso de nuestra sociedad. La operación comando que acabó con la vida de Osama Bin Laden y otras personas, recuerda más bien al lejano y salvaje oeste, donde los Marshalls y Sheriffs, protegidos por la ley y en su nombre, liquidaban asesinos y putativos malhechores a diestra y siniestra. Por otra parte, los modernos paladines de los valores morales de la civilización euroatlántica, protegen y defienden al terrorista confeso, Luis Posada Carriles y mantienen a los 5 héroes antiterroristas cubanos, Fernando González, Rene González, Gerardo Hernández, Ramon Labañino y Antonio Guerrero, recluidos injustamente en sus cárceles.
Así como en el tiempo del imperio romano, en el que los cristianos servían sólo para los leones, así gozan hoy en día algunos líderes políticos del mundo occidental con la muerte de sus enemigos. Cuando la muerte se convierte en diversión, la decadencia de la civilización es incontenible.
Roberto Herrera 08.05.2011
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