El hombre moderno, según Francis Fukuyama, es el último hombre y con él se termina la historia de las guerras y las revoluciones sociales. Los hombres volverán a su estado natural animal y la sociedad que habitarán será como el Edén, antes del pecado original, y la muerte de Abel a manos de Caín. La lucha mortal entre Caín y Abel, nos la explicaría Fukuyama desde la perspectiva platónica del estado de ánimo del hijo mayor de Adán y Eva. De acuerdo al génesis 4, versículo 1, Abel hizo una ofrenda a Yavé, sacrificando un par de corderos recién nacidos y Caín para no quedarse atrás, ofreció al Señor un surtido de ricas frutas cultivadas en su huerto. Por razones que no se explican en la Biblia, a Yavé le agradó más Abel y su ofrenda, mientras que Caín no le cayó muy bien y los frutos, al parecer, no le apetecían. Caín también buscaba y necesitaba el reconocimiento del Creador, argüiría Fukuyama, y al verse rechazado, se puso de tan mala leche, que horas más tarde le destrozó la cabeza a su hermano Abel con una quijada de burro que casualmente encontró en el suelo. Esta fue la primera batalla sangrienta que se libró en la tierra y de acuerdo a Fukuyama, representaría el momento en que el hombre comenzó a hacer historia. No vamos a entrar aquí en polémicas si Yavé tuvo la culpa de esta desgracia o sí Caín carecía de autoestima o falta de cariño de sus padres, pues al faltarnos la sindéresis necesaria para juzgar estos enredos religiosos, el riesgo de tergiversar la historia es muy grande.
Influenciado fuertemente por el filósofo idealista hegeliano ruso, Alexander Koschewnikow, más conocido por A.Kojève, Fukuyama sacó la analogía del perro saciado y satisfecho, que echado al suelo y gozando el calor que brinda el sol, no se hace ningún problema sí existen otros perros que tienen mejor o peor suerte que la suya. Es decir, que para Fukuyama a partir “del fin de la historia” los hombres vivirán en paz y concordia gozando una vida de perros. Pero ese destino canino solamente lo alcanzarán las sociedades posthistóricas, es decir, las verdaderas democracias liberales como la de los Estados Unidos de Norteamérica y Europa Central. Las sociedades atrasadas económicamente y con un bajo nivel científico-cultural, es decir, el resto del mundo, continuará preso en la redes de la historia y los hombres seguirán guerreando, sacándose la cresta como perros y gatos. A decir de Fukuyama, los chinos y los rusos se encontrarían en una etapa de transición a la posthistoria.
Para Fukuyama, el fin de la historia es el fin de la lucha de clases de Carlos Marx. Y ese momento se dio, según él, con la caída de la Unión Soviética y el campo socialista. Las diferencias de clases seguirán existiendo en la sociedad democrática liberal, solo que los habitantes de ese paraíso terrenal vivirán en perfecta harmonía y en concordia, porque todos estarán satisfechos y conformes de ser lo que son, desde un Mastín Danés de pura raza hasta Do-Re-Mi, el perro sin pedigrí de Joaquín Sabina. Hasta aquí el sueño idealista de Francis Fukuyama, pues una vez despierto, revela la quintaesencia del hombre y descubre que mientras haya injusticia(diferencias sociales y económicas), siempre habrá alguien dispuesto a rebelarse y a luchar por la justicia social. Es decir, según Fukuyama, el hombre necesita la injusticia, para que nazcan en él los sentimientos más nobles. Esta paradoja, dice Fukuyama, es inherente a la condición humana. Fukuyama relativiza entonces sus planteamientos idealistas y reconoce la disponibilidad del hombre de luchar por sus derechos hasta las últimas consecuencias, y en ese sentido, deja abierta la posibilidad que el hombre continúe haciendo historia. Con esta afirmación, él mismo destruye, sin proponérselo, el débil andamiaje teórico con el cual pretendía refutar la teoría marxista de desarrollo de las sociedades y el axioma marxista que la historia de las sociedades es la historia de la lucha de clases. Mientras la sociedad continúe dividida en clases y aunque el siervo moderno tenga la “libertad” de conducir un coche como el de su amo, la historia seguirá siendo larga e infinita. Sí de historias fantásticas se trata, prefiero la de Michael Ende que es interminable y más interesante.
Es más probable que el hombre deje de hacer historia por las consecuencias de catástrofes como la de Fukushima o conflictos nucleares o las provocadas por la caída un meteorito de grandes dimensiones que por la fantasía e idealismo de Francis Fukuyama.
Roberto Herrera 19.05.2011
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