Cuando Salvador Allende Gossens
ganó las elecciones presidenciales el 4 de septiembre de 1970, lo hizo con un
margen de votos bastante estrecho. Jorge Alessandri Rodríguez, candidato
independiente de derecha, obtuvo 1.036.278 de los votos escrutados, mientras
que el candidato de la Unidad Popular logró 1.075.616, es decir, treintainueve
mil trecientos treintaiocho votos más.
En febrero de 1990 se celebraron
elecciones presidenciales en Nicaragua en las cuales el proyecto histórico del
Frente Sandinista para la liberación Nacional (FSLN) fue derrotado en las urnas
por la coalición de centro-derecha “Unión Nacional Opositora” (UNO), presidida
por Violeta Chamarro.
Tanto la Unidad Popular como el
Frente Sandinista accedieron al poder estatal por vías de lucha diametralmente
opuestas, los chilenos por medio de las urnas y los nicaragüenses a través de
las armas. Ambos gobiernos populares sucumbieron ante la estrategia
político-militar contrarrevolucionaria del imperialismo norteamericano en
América Latina.
La historia de la derrota
estratégica de la Unidad Popular y de la involución Sandinista, aunque ya relativamente
lejanas, siguen siendo el paradigma político-militar contrarrevolucionario en
Latinoamérica, que expresa de modo propio la capacidad de reacción de la clase
social dominante, apoyada por la “pequeña burguesía”, la “clase media arribista”
y por supuesto, por el gobierno de los Estados Unidos. Cuando la clase económica
dominante ve peligrar su hegemonía político-económica se comporta como bestia
herida, importándole un bledo el marco constitucional estipulado en la carta
magna.
Las elecciones en el sistema
democrático parlamentario son – en mayor o menor medida – un parámetro para
medir el grado de respaldo o rechazo hacia una estrategia político-económica
cualquiera, o bien, para cuantificar la indiferencia de una parte de la
población frente a cuestiones relevantes que se debaten en la sociedad y que
atañen a los derechos de la ciudadanía en general. En Venezuela, casi el ochenta por
ciento de los ciudadanos con derecho a voto acudió a las urnas el pasado
domingo 14 de abril para apoyar o rechazar el proyecto histórico del
“Socialismo del siglo XXI”; poniendo en evidencia una vez más, el gran interés político-social
de las venezolanas y venezolanos – 16 procesos electorales en 15 años – de participar
en la democracia parlamentaria y reflejando así, diáfanamente, la polarización de
la lucha de clases que se está librando en Venezuela. Todo lo contrario sucede
en los Estados Unidos, ”paladín de la democracia representativa”, donde los
niveles de participación ciudadana en las elecciones presidenciales dejan mucho
que desear.
El margen estrecho de los
resultados ha originado una coyuntura político-social que los enemigos de la revolución
pretenden aprovechar para desestabilizar al gobierno y al proceso
revolucionario. Su actuación es contradictoria, oportunista y truculenta. Por un lado recurren a las leyes electorales y
por otra parte, intentan subvertir el orden social y la paz ciudadana. Ambas tácticas
no son más que un ardid politiquero y una clara provocación. La alta burguesía
venezolana y la Casa Blanca saben perfectamente que perdieron las elecciones,
pero quieren inducir al gobierno de Nicolás Maduro a cometer errores tácticos o
estratégicos. Andan a la búsqueda de motivos para justificar el ansiado zarpazo.
Al no poder blandir los sables como
lo hicieron los momios chilenos en 1973,
la burguesía venezolana – con sus aliados – sacará sus cacerolas de teflón y gritará
en las calles que la población se está muriendo de hambre.
El momento histórico que está
viviendo el pueblo venezolano requiere de mucha sindéresis, juicio y cordura por
parte de la dirigencia revolucionaria, a fin de contrarrestar la ofensiva de
los sectores de la extrema derecha fascista.
Mucho guillo Venezuela, que la
bestia cebada tiene sed de venganza y muerte.
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