Recordando a José Dimas Serrano el “Conejo William”, muerto en las faldas del volcán de San Salvador en 1989
Era abril de 1989 y un calor
endemoniado envolvía la capital salvadoreña, pero afortunadamente, ellos estaban
en la zona occidental del volcán de San Salvador, en cuyas faldas abundaba lo
más variado de la flora y fauna salvadoreña. Ahí, bajo las sombras de los árboles
de pepeto[1],
aguacate y madrecacao, la escuadra de exploración guerrillera se encontraba al
resguardo de las inclemencias del tiempo y supuestamente, de la vigilancia enemiga.
Era una zona principalmente cafetalera y aunque también había árboles frutales,
como los cítricos, la mayoría de las fincas, grandes y pequeñas, se había
especializado desde finales del siglo XIX en el cultivo del café. En el
beneficio de la finca El Jabalí se
recolectaba los granos de café provenientes de Las Margaritas, Las
Granadillas y otras fincas cafetaleras.
De acuerdo a la información de
los insurgentes, en las cercanías del beneficio acampaba una unidad de
rastreadores de un batallón de reacción inmediata. El beneficio de la finca El
Jabalí era, después del beneficio de Chanmico,
el centro agro-industrial más importante de la región. En las enormes pilas de
agua se lavaba el café uva que llegaba diariamente al beneficio en carretas y
camiones en los meses del corte[2].
El proceso de despulpado estaba a cargo de las aspas de madera que por obra y
gracia de la máquina de vapor, cumplían con su importante función. Los volcanes
de pulpa y mucílago eran el biotopo cientos de miles de insectos y millones de bacterias.
Los zanates[3]
volaban alegres de rama en rama, mientras los pijuyos[4]
parloteaban cansinos en el suelo buscando lombrices de tierra y observando
curiosamente a la columna de hombres que se desplazaba con cautela felina en la
quebrada seca. A ambos lados de la pequeña cuenca se levantaban las faldas de
los montes tupidos de bejucos y espeso follaje. Un guarumo[5]
derribado por el viento yacía sobre el cauce de piedras de la vaguada a guisa
de puente. Los cafetales en flor se mecían al compás de la brisa, mientras las
arañas laboriosas tejían sus telarañas en lugares estratégicos para garantizar
las emboscadas. El olor embriagante de la flora tropical, exótica y milenaria, tenía
un efecto sedativo natural en el cerebro de los guerrilleros, así como el té de
tilo. No había nada en el ambiente que implicara peligro alguno, más bien la
diversidad de insectos y bichos raros inhibía en cierta medida el estado de
alerta guerrillero. A pesar de los zumbidos de las abejas obreras, el aleteo de
decenas de libélulas y el croar de las ranas cantoras, en el bosque húmedo reinaba
un silencio embrujador. Era la armonía de la naturaleza interrumpida en esos
instantes por los comandos guerrilleros. Un chupaflor[6]
saltarín y asustado por la presencia guerrillera sacó repentinamente su puntiagudo
pico de los pétalos abiertos de una rosa salvaje. El desnivel abrupto del
terreno se transformaría en pocas semanas como por arte de magia, lo que en esos momentos era solo una pared rocosa, cuando comenzara
la época de las lluvias, en una
hermosa cascada que embellecería aún más el paisaje. Los guerrilleros escalaron
uno a uno la pendiente sin mucho esfuerzo. El pequeño pozo de agua insertado en
la ladera colmó la sed de los exploradores y en pocos minutos el recipiente
natural quedó vacío. Después de la obligada interrupción, los guerrilleros
continuaron la marcha ascendente. El silencio reinó nuevamente. Muchos insectos
volvieron a posarse sobre el verde musgo que bordeaba el pocito de agua. El
ladrido de los chuchos[7]
se escuchaba a lo lejos. La laguna de Chanmico,
un milenario cráter volcánico, reposaba abajo en el valle y solamente el
humo de la chimenea del ingenio se dejaba vislumbrar en la distancia.
La Comandancia General de la
guerrilla había tomado la decisión de llevar la guerra a la ciudad de San
Salvador, es decir, a la retaguardia estratégica enemiga. Y en este plan
ofensivo militar, el volcán de San Salvador, la “guarida” del tigre
oligárquico, jugaría un papel importante. Visto desde el lado de la capital, el
complejo montañoso del volcán de San Salvador se había transformado con el
correr de los años, en el hábitat por
excelencia de la high society
salvadoreña, que también formaba parte de la fauna del volcán de San Salvador. Allí,
en las alturas era donde la oligarquía y la burguesía industrial salvadoreña se
sentían más seguros.
La misión principal de la
escuadra exploradora de las fuerzas especiales selectas, comandada por un
experimentado jefe guerrillero chalateco, era únicamente la de reconocer el
terreno. Tenían órdenes estrictas de evitar cualquier contacto con el enemigo. La
influencia e importancia del cultivo del café en la zona implicaba para los
guerrilleros más riesgos que ventajas, puesto que los campesinos y trabajadores
del campo estaban directamente vinculados al proceso productivo y por lo tanto,
más expuestos a la propaganda “anticomunista” del gobierno y más predispuestos
a colaborar con el ejército salvadoreño. De este modo, la movilización en “terreno
enemigo” era muy difícil y exigía de los guerrilleros más sigilo que en las
montañas de Chalatenango o de Morazán. En estas circunstancias, los
guerrilleros de las fuerzas especiales selectas no podían moverse como peces en
el agua, puesto que en esos cafetales abundaban las pirañas carnívoras humanas.
El jefe de la escuadra de
exploración decidió interrumpir la marcha y ordenó a los guerrilleros
internarse en la montaña y descansar unas horas. Se quitó la boina negra y se
dio con ella un par de golpes en el muslo derecho. Tan calada de sudor estaba
la boina, que una mancha oscura quedó grabada en el pantalón de campaña. El
cielo comenzó a oscurecerse. A lo lejos, el volcán de Izalco y el de Santa Ana,
también conocido como Llamatepec, parecían tomarse de la mano. Abajo, el valle
de Zapotitán y a un costado las ruinas de San Andrés, un sitio precolombino
donde los historiadores suponen la capital de un cacicazgo maya. El cielo
estaba claro y desanublado, señal de que la noche estaría colmada de estrellas.
En el ambiente tropical del volcán se respiraba una mezcla de aire fresco con
olor a café recién tostado y a humus viejo de bosque encantado. Los
guerrilleros, considerándose fuera de peligro, hicieron un pequeño fogón.
Tenían hambre y decidieron comer caliente.
– Ya vuelvo – dijo el jefe
guerrillero colocándose la boina al estilo del Che, y se marchó con el fusil
automático M-16 terciado sobre el pecho.
De pronto se escuchó una ráfaga de
fusil y luego, un silencio sepulcral.
El jefe guerrillero no tuvo
tiempo de defenderse. Una unidad militar antiguerrillera lo sorprendió en el
momento en que se disponía a cortar unas hojas de loroco[8],
con las que sazonaría la sopa de pollo con fideos Maggi que no alcanzó a
disfrutar, porque ésta vez, la bala enemiga no le perdonó la vida como en Nueva
Trinidad.
Allí, en algún lugar del volcán
de San Salvador, quedó el cuerpo inerte de aquel valiente y experimentado jefe guerrillero.
Cuentan los cortadores de café, que todas las tardes, antes que anochezca,
llega una “guacalchía de altura[9]”
al lugar luctuoso, volando desde las montañas chalatecas, trayendo en su piquito
una orquídea salvaje para adornar la tumba inexistente de aquel guerrillero
heroico.
[1] Inga
vera
[2] Cosecha
del café uva
[3] Pájaro
ictérido, de plumaje negro con visos pavonados. La hembra es de color café.
[4] Ave
salvadoreña del orden de las Cuculiformes, pequeña, de plumaje negro con visos
azules en las alas. Su graznido se asemeja al vocablo pijuyo.
[5] Árbol
artocárpeo cuyas hojas producen efectos tónicos sobre el corazón.
[6] Colibrí
[7] Perros
[8] Hierba silvestre
comestible
[9] Campylorhynchus
zonatus. Ave endémica de las montañas de Chalatenango (La Cañada)
Excelente Camarada! Este es el tipo de relatos que debemos desempolvar para rendirles tributo y homenaje a los hombres y mujeres, campesinos y campesinas, estudiantes y obreros que le metieron el hombro a la guerra y que ahora están olvidados... Entiendo que "El Conejo William" fue exhumado en enero de este año y sus restos trasladados a Chalatenango.
ResponderEliminarGracias Darío. Según relata Mauricio Tejada en su nota: http://www.contrapunto.com.sv/index.php/cpcultura/item/6306-homenaje-a-william-conejo, los restos de William fueron trasladados a Chalate el 7 de marzo 2014, días después de haber sido exhumados.
EliminarSoy un joven que creció en la ciudad y vio el sufrimiento que vivió nuestro país en los 70 y 80 me interesa bastate que no se olvide nuestra memoria histórica y relatos como estos atizan mas y reviven a esos héroes reales de nuestra guerra por la libertad de nuestro amado país ,gracias por lo que hicieron y las vidas ofrendadas por esta causa !
ResponderEliminarEstimado Papicaso, gracias por su comentario. En eso estamos, atizando aquí y allá, las cenizas de la llama revolucionaria de aquellos días, para que no se enfría la memoria histórica de nuestro pueblo. Fueron muchos los héroes, quienes como "El Conejo" William o "Medardo", quienes ofrenderon su vida para que los salvadoreños vivieran en paz y prosperidad. Mantener la memoria histórica es un deber de las nuevas generaciones, los viejos aportaremos con nuestros recuerdos. y con nuestra lucha cotidiana encontra del sistema capitalista, allí donde nos ha tocado vivir.
EliminarHonor y gloria a nuestros héroes por su consecuencia moral .Ejemplo para nuevas generaciones de luchadores.Hoy en Chile, la protesta nacional esta encendida y estos ejemplos son la brújula que espero ilumine el camino hasta la victoria.
ResponderEliminarPorque su muerte no fue en vano, estarán siempre en la memoria de los pueblos que siguen luchando por un mundo mejor. Hasta la victoria siempre!
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