Chile y El Salvador fueron en un momento determinado de su
historia paradigmas revolucionarios marxistas en la lucha por el socialismo. La
revolución democrática de la Unidad Popular y la guerra revolucionaria del
Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional. El equilibrio relativo de
las fuerzas político-militares en contienda se rompió de manera violenta en
Chile con el golpe militar el 11 de septiembre de 1973 y en El Salvador, el 10
de enero de 1981 con el inicio de la primera gran ofensiva guerrillera.
Después de trece años de dictadura militar en Chile, el
gobierno de los Estados Unidos, presidido por Ronald Reagan llegó en 1986 a la
conclusión, que el régimen militar de Augusto Pinochet se había transformado en
un factor negativo casi absoluto y polarizador en la coyuntura
político-económica chilena. No obstante, la transición a la democracia
parlamentaria no se vislumbraba en esos años ni fácil ni exenta de riesgos. Por
una parte, Pinochet no estaba dispuesto a abandonar el poder y por otra parte,
el incremento de la lucha armada revolucionaria a partir de 1983 “preocupaba
mucho” al Departamento de Estado norteamericano.
En Centroamérica, la coyuntura geopolítica a mediados de los
ochenta no presagiaba buenos augurios. Era evidente que la guerra civil salvadoreña
se había transformado en el elemento desestabilizador clave en la sociedad
salvadoreña y que además, ninguno de los bandos militares estaba en capacidad
de alzarse con la victoria. Esta situación de impasse militar, a pesar del
asesoramiento y ayuda militar por parte del gobierno de los Estados
Unidos a las Fuerzas Armadas salvadoreñas, solamente podía romperse con la
intervención directa del Departamento de Estado
norteamericano. Así como en Chile, la opción del presidente Ronald Reagan
en El Salvador – por muy contradictorio que pudiera parecer – fue la de apoyar y fortalecer la salida política.
No se trata aquí de comparar uno a uno ambos procesos,
puesto que son fenómenos históricos muy distintos. Sin embargo, sendos
conflictos político-militares tienen un denominador común: Su origen – la lucha de clases – y la solución política
final de los mismos. En los dos países se aplicó exitosamente la fórmula del
diálogo y la negociación.
Las fuerzas políticas de izquierda y centro-izquierda, tanto
las de Chile – con la excepción del partido comunista chileno y el movimiento
de izquierda revolucionario (MIR) – como las de El Salvador, se comprometieron
a cohesionarse en torno a un programa de transición específico aceptable para
los militares, los insurgentes, los políticos, las oligarquías y por supuesto, el
gobierno de los Estados Unidos.
Es precisamente en esta coyuntura histórica donde la izquierda
moderada responde a las exigencias concretas del momento, con el planteamiento
de una política paliativa que se
expresó, en el caso chileno, en la alianza política conocida como la Concertación de partidos políticos por la
democracia en 1989, constituida por el Partido Socialista, el Partido por
la Democracia, el Partido Radical Socialdemócrata y el Partido Demócrata Cristiano.
En el caso salvadoreño, la fundación notarial del FMLN en partido político el 1
de septiembre de 1992, significó dos cosas: Primero, la puesta en marcha de un
proyecto político que estaba en consonancia con los acuerdos de paz firmados en
Chapultepec en enero del mismo año, con los que se puso fin a doce años de
guerra y segundo, la muerte simbólica del FMLN histórico, integrado por las
Fuerzas Populares de Liberación Farabundo Martí, el Partido Comunista, el
Ejército Revolucionario del Pueblo, el Partido Revolucionario de los
Trabajadores y la Resistencia Nacional.
Transformada la alianza estratégica
guerrillera en partido político, según lo establecido por la Constitución
Política, el nuevo FMLN se comprometió a impulsar la unidad nacional, la
reconciliación de las clases sociales antagónicas y a fortalecer el diálogo y
la concertación para resolver las diferencias sociales, económicas y políticas.
Es decir, el nuevo FMLN se convirtió en una estructura partidaria electoral en
busca de cuotas de poder burgués.
Mientras la Concertación
chilena gobernó durante veinte años (1989-2009), la Concertación efemelenista
entró en una profunda crisis político-ideológica a partir de 1994, en la que
las divisiones, expulsiones, marginaciones y descalificaciones eran la tónica
que se impuso en las estructuras orgánicas. En la actualidad, la columna
vertebral dirigente del partido político FMLN está integrada en su mayoría –
salvo excepciones contables con la mano izquierda y/o la derecha – por ex
cuadros de dirección de las antiguas Fuerzas Populares de Liberación Farabundo
Martí (FPL-FM) y miembros del antiguo Partido Comunista Salvadoreño (PCS). De
manera metafórica podría decirse que el hijo
prodigo volvió al lecho materno, puesto que las FPL-FM históricas nacieron
en el vientre del partido comunista salvadoreño.
La política paliativa marxista,
entendida ésta como una válvula de alivio de presión y temperatura política,
impulsada en su momento por la Concertación
chilena y el FMLN fue la única alternativa viable para resolver el entuerto
de la dictadura pinochetista y de la guerra civil salvadoreña. En este sentido
es importante señalar y remarcar que los dirigentes políticos hicieron lo
correcto al optar en esos momentos por lo concreto
posible y no por lo históricamente
necesario, que en el caso chileno, hubiera sido la derrota político-militar
de la dictadura y en El Salvador, el triunfo de la guerra revolucionaria
socialista. Lo contrario hubiera significado más muerte y represión en Chile, y
la vietnamización, con todas sus
consecuencias, en El Salvador.
¿En
qué momento se convierte la política paliativa marxista en un analgésico
político?
En el momento en que la izquierda marxista parlamentaria se
dedica a tiempo completo a planificar y a impulsar únicamente las “batallas por
los votos” y cuando se sustituye el contenido clasista de la lucha política por
las cuotas de poder en el Estado burgués.
Un conocido comunista salvadoreño de los años sesenta y setenta
del siglo pasado dijo:
…Y es que el dolor de
cabeza de los comunistas se supone histórico, es decir que no cede ante las
tabletas analgésicas sino sólo ante la realización del Paraíso en la tierra…Así
es la cosa…
Así filosofaba, Roque Dalton, el escritor y poeta
salvadoreño en “El dolor de cabeza de los
comunistas”[1],
poema en el cual, “el comunismo será,
entre otras cosas, una aspirina del tamaño del sol”.
Científicos de diversos países del mundo desarrollado
aseguran que el consumo excesivo de analgésicos o antiinflamatorios durante
varios años, conlleva un aumento del riesgo de padecer un infarto de miocardio
o un derrame cerebral. En política ocurre algo parecido. Precisamente en el
abuso y mal uso de la política paliativa
marxista radica su mayor riesgo.
En el 2009 el pueblo chileno “le pasó la cuenta” a la Concertación
de partidos políticos por la democracia cuando eligió al candidato de la
derecha como presidente de la república.
Schafik Handal, comunista salvadoreño contemporáneo de
Dalton, expresó durante la campaña electoral para la presidencia en septiembre
del 2004 un pensamiento que bien podría interpretarse como propagandístico,
pero que encierra uno de los peligros más grandes que corren muchos antiguos guerrilleros
cuando parlamentan con los representantes del Gran Capital: “…abandonamos las armas, entramos en el
sistema, para cambiar el sistema, no para que el sistema nos cambie a
nosotros.”[2] Y
vaya que son muchos los antiguos guerrilleros en América Latina que han sufrido
una metamorfosis político-ideológica en los últimos años.
El 17 de noviembre de este año se celebrarán en Chile elecciones
presidenciales y el 2 de febrero del 2014 en El Salvador. Esperemos que la
izquierda parlamentaria chilena y la salvadoreña hayan aprendido la lección.
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