San Salvador en los años del Rock and Roll
“Sometimes I get the feeling, I was back in the old days, long ago. When we were kids when
we were young things seemed so perfect, you know” Queen
La primera vez que
vi bailar rock and roll en vivo y en directo todavía no cumplía los 7 años. No
fue, como podría suponerse, en una fiesta, en el cine o en la televisión, sino que
en la propia casa de Tuco y Tico. ¿Alguien recuerda a esa pareja de bailarines?
No sé si serían hermanos o simplemente fueron dos buenos cheros – amigos –; pero bailando parecían gemelos. El sentido del ritmo y de la música rocanrolera
les corría por las venas.
“The
days were endless, we were crazy we were young, the sun was always shining we
just lived for fun”
Tuco y Tico eran
famosos en el barrio Candelaria. Vivían al frente de la casa de mi abuela, situada
a unos metros del cuartel antiguo de la Guardia Nacional en la calle Modelo. En realidad la casa no era ni de mi abuela ni
de mi tío, ellos vivían de alquiler. Tener casa en aquellos días era un lujo
asiático. ¿Pero de quien eran esas casas? , me pregunto yo ahora. Era una casa grande, estilo español con un
jardín al centro y muchas plantas tropicales, y, además, con agua potable y luz
eléctrica. El jardín me fascinaba. Era mi “selva privada”. Ahí entre los
helechos gigantes y los “Pies de León”, me pasaba las horas jugando con mi
camioncito de tolva, abriendo hoyos y construyendo carreteras de fantasía hasta
que escuchaba la voz de un niño exclamando en el parlante: “See you later Alligator”. Entonces salía corriendo como Speedy
González a ver ensayar los números artísticos de Tuco y Tico. Yo no era el
único mocoso que admiraba las piruetas y los pasos de aquellos formidables
artistas en ciernes al compás de Bill Haley y sus Cometas.
“The
bad things in life were so few”
En la vecindad se
respiraba la pobreza, pero la gente hacía de todo, vendía de todo, se reparaba todo
para que en la mesa no faltara la comida.
Claro que también había tacuaches
– ladrones de poca monta – en las esquinas, sin embargo, las muertes por homicidio,
que sí las hubo, eran pocas– en comparación con la situación actual – que
cuando ocurrían, eran noticia de primera plana en los tres periódicos más
importantes del país. En esos días del
rock and roll, la única violencia organizada existente era la de la Guardia
Nacional, la de la Policía Nacional y la de la Policía de Hacienda. Más tarde
entraron al terreno de operaciones la organización paramilitar conocida por sus
siglas, ORDEN (Organización Democrática Nacionalista), y la Agencia Nacional de
Seguridad Salvadoreña (ANSESAL). Estos eran los encargados de mantener la “paz
y el orden” heredados de la dictadura de Maximiliano Hernández Martínez en la
década de los 30 y la de vigilar a la “subversión comunista” y, dado el caso,
eliminarla físicamente en nombre de la democracia oligárquica cafetalera. Sin
embargo, quienes salían de su casa por diversión, por trabajo o simplemente a
vagar sin rumbo, estos no lo hacían con el miedo o con el temor a no regresar
sanos y salvos.
“Those
days are all gone now.”
Como un “Tom Sayer” criollo salía a recorrer mi
barrio y los alrededores sin compañía alguna. Mi “Misisipi” fue el rio Acelhuate. Ahí me
divertí lanzándole piedras a los ávidos Zopes
– zopilotes–que se peleaban entre sí por las tripas de un cadáver de perro callejero
sin pedigrí. Así conocí las calles y los callejones de la Colonia Ferrocarril, las
del barrio El Calvario y las de La Vega, lugares donde hoy en día la vida vale menos
que un comino. En aquellos días andar a pie, además de ser un buen ejercicio
corporal, era también una forma de conocer la capital y por supuesto, un método
de ahorro muy efectivo, sobre todo tratándose del bolsillo de un niño
comenzando la edad del pavo. Eso sí, había que estar siempre en guardia y muy alerta
para detectar a los malandrines. En aquel entonces todavía no existía el crimen
organizado y las “maras antiguas” eran
simplemente un grupo de imberbes que trataban de imitar a las bandas juveniles
gringas al estilo de “Rebelde sin Causa”
o “West Side Story”. Ni siquiera las “maras
antiguas” más agresivas, como la de San Jacinto, la del barrio La Vega, la de Mejicanos,
la de Villa Delgado o la del barrio Santa Anita con sus “puntas” (navajas),
“manoplas” y “aspirómetros” (cable de acero), ni todas juntas, alcanzaron el
grado de criminalidad y letalidad de las actuales.
Los días de la “paz
relativa oligárquica” en El Salvador se fueron, sin darnos cuenta, con la
guerra civil y el surgimiento de las pandillas criminales y el narcotráfico, así
se fue también nuestra infancia, niñez y juventud. Lo que quedó después fue una tendalada de
cadáveres, la rabia amarga y la tristeza profunda.
“Because
these are the days of our lives. They have flown in the swiftness of time. These
days are all gone now but some things remain. When I look and I find no change.”
El Salvador del
siglo XXI ha cambiado mucho en relación al paisito aquel que me vio nacer y
crecer. Hay muchas carreteras nuevas y los centros comerciales al estilo
americano crecen como hongos tropicales, pero para alguien que vivió su
infancia y adolescencia en lo que hoy en día es el centro de la vorágine de la
violencia marera, las cosas poco han cambiado sustancialmente en la nación
cuscatleca.
Más no crea,
estimado lector, que estas líneas las escribe un melancólico sexagenario que
sueña con el pasado y que además lo idealiza. El problema en El Salvador es
que, objetivamente, la correlación de fuerzas socio-económicas no está a favor
de Juan Pueblo. A él, con tantos malls y high ways, le han colocado un
traje de smocking primermundista que
le oculta los “cánceres, caspas,
shuquedades, llagas, fracturas, tembladeras y tufos”, que hace décadas
diagnosticó Roque Dalton en su poema: El
salvador será”. La violencia es solo
uno de esos cánceres. Los “Tom Sawyer”
o los “Oliver Twist” son una enfermedad endémica en las sociedades donde reina
la injusticia social. En esto El Salvador no ha cambiado mucho; pareciera como
si el tiempo se hubiera detenido.
“Those days are all gone now but one
thing is still true. When I look and I find I still love you.”
A pesar de todas
las vicisitudes vividas en aquellos años, cuando se estilaba el bucle
engominado a lo Elvis Presley, el balance es positivo. Ya no podemos hacer la “caída de la hoja” de Tuco y Tico, pues
cualquier intento, atentaría contra la salud. Sin embargo, el recuerdo de San
Salvador en los años del Rock and Roll todavía siguen tan fresco y colorido
como el “Tutti Frutti” de Ricardito.
Roque Dalton
escribió lo siguiente en su poema Todos: “Todos
nacimos medios muertos en 1932, sobrevivimos, pero medios vivos.” Y yo diría,
parafraseando al poeta, que los salvadoreños renacimos en los 60, crecimos en
los 70, nos desarrollamos en los 80 y
volvimos a nacer medios muertos en 1992, sobrevivimos, pero medios vivos. ¿Cuándo
volveremos a renacer?
Y aquí me tienen ahora,
pues, con una matata – morral– al
hombro llena de tiempos y espacios, asumiendo la vejez como un proceso natural,
pero todavía rodando optimista por la montaña rusa de la vida, like
a Rolling Stone, para que el moho del conformismo, conservadurismo y
pasotismo no nos corroa el alma y el pensamiento.
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