El complejo universo de las relaciones sociales
Recordando
al Gordo Regalado y a Foncho Rico
Motivado por un
mensaje corto recibido vía WhatsApp,
en el cual se me transmitía la nueva dimensión del ser y estar de un amigo
común, entré expedito a la aplicación Facebook
Messenger, para felicitarlo por el
ingreso al Club de los Abuelos Chochos. Su respuesta llegó tan rápida como la
luz. Y así, gracias a la tecnología digital del siglo XXI, mi amigo y yo
pudimos mantener una corta conversación de voz y video. Él en New Jersey y yo en la precordillera de
la Selva Negra.
Mi viejo amigo y yo
teníamos décadas de no vernos las caras, los contornos, en fin, todo aquello
material, corruptible que merma con el implacable pasar del tiempo. Ni él ni yo
podíamos ocultar las huellas de la vida vivida en nuestros cuerpos. Solo su
mirada seguía siendo la misma, esa que siempre transmitió alegría, confianza y
respeto. Viéndolo hablar pausadamente, así como hablan los hombres cuando se ponen
mayores, pude constatar que él siempre habló así, es decir, como un hombre
maduro.
Los bayuncos[1]
y jodarrias[2] en la
adolescencia temprana y madura fuimos otros. Foncho Rico era uno de los más talentosos
en la materia y yo nunca me quedé atrás. Nuestro amigo, el bueno de Sancho
Panza, nuestro querido Gordo Regalado nos aguantaba y toleraba todo con la
paciencia infinita que solo los abuelos pueden tener con sus nietos.
Solo fueron dos o
tres minutos lo que duró la conversación, pero toda una vida pasó por mi mente.
Comprendí entonces la sutil diferencia entre viejos amigos, amigos viejos y
viejos conocidos que nunca llegaron a ser verdaderos amigos.
Pensando en el
Gordo y el Flaco, la famosa pareja dispareja de cómicos del cine mudo de los
años veinte del siglo pasado, llegué a la conclusión que la amistad es una
categoría especial en el complejo universo de las relaciones sociales y que los
mejores dúos, tríos, cuartetos o quintetos son aquellos en los que las
cualidades, virtudes y características individuales de cada uno de los integrantes se suman y se
complementan dialécticamente.
En los tiempos de
la guerra revolucionaria en el paisito que me vio nacer, entre guindas[3]
y tareas político-militares, aprovechaba el tiempo lucubrando ideas y
pensamientos acerca de las relaciones sociales del hombre en sociedad. Pensaba
entonces – y sigo pensando– que la amistad,
la verdadera, es el resultado final de un proceso dialéctico de desarrollo social
entre los humanos. Cuando los hombres interactúan, establecen para bien o para
mal, relaciones sociales con características particulares.
Las relaciones
pueden ser parciales, integrales, armónicas o discrepantes, siendo común a todas,
la capacidad y voluntad de dar y recibir de los sujetos en cuestión; es decir,
la asunción tácita de una “win-win situation”
o del principio económico de quid pro
quo. Definía entonces el término de Relación Integral, en aquellos días de
paz en la guerra, como la relación social, en la cual convergen intereses
comunes tales como la satisfacción de necesidades materiales, emocionales, deportivas,
culturales, adicciones, utopías, planes de vida, conceptos de vida o visiones
del mundo.
Así como no es posible
ser hombre en la soledad absoluta, tampoco es posible alcanzar la armonía
absoluta. Sin embargo, la construcción de las relaciones interpersonales
solamente puede darse en convivencia, aunque ésta lleve consigo los problemas
propios al compartir el espacio-tiempo con otras personas.
La armonía relativa
no implica necesariamente ausencia de contradicciones en el dinámico mundo de
las relaciones sociales. Puesto que siendo las relaciones entre los humanos uno
de los procesos sociales más complejos existentes, las contradicciones forman
parte de la dialéctica misma del desarrollo de las relaciones sociales. Y esa
realidad no debería asustarnos ni sorprendernos. Ahora bien, una relación social no puede
llamarse integral cuando existe en alguno de sus niveles (sexual, político,
social, ideológico, intelectual, económico, religioso, personal, etc.) una contradicción antagónica o también en el
caso cuando no reine un equilibrio ponderado, es decir, donde la asimetría en
la relación es tal, que la balanza tiende a inclinarse permanentemente hacia un
lado.
Por otra parte, una
relación de amistad que no sea integral o que no sepa resolver las
contradicciones secundarias o terciarias a tiempo, está condenada, inevitablemente,
a desaparecer. Por el contrario, toda relación integral con capacidad cognitiva
y emocional para resolver los conflictos, es decir, tener la valentía de decir
lo siento o pedir perdón, tiene todas las probabilidades y posibilidades de desarrollarse
y mantenerse viva en el tiempo-espacio. En todo caso no está demás reiterar que
la amistad – la verdadera– presupone simpatía, empatía, solidaridad,
sinceridad, transparencia, honestidad, respeto y cariño mutuo, y, además, una
porción XXL de paciencia, aceptación y
tolerancia.
Por eso no es de
extrañar, que en el camino vayan quedando atrás amistades que no germinaron y se
marchitaron con el correr del tiempo. De esta manera, vamos dejando atrás a
vecinos que creíamos amigos y a viejos conocidos que creíamos amigos y a viejos
amigos que creíamos amigos, no pocas veces con lágrimas en los ojos y tristeza
en el corazón. Algunas amistades experimentan con los años, meses, semanas e
incluso días, su punto
de ruptura . Pero así es la vida y nadie se muere por eso.
La amistad,
entendida ésta como una dimensión especial de las relaciones sociales, no puede
ni debe ser forzada ni someterse a reglas o reglamentos pre establecidos por
las partes en cuestión. En este sentido, mis amigos son como árboles gigantes
que han ido creciendo libres en el sendero común recorrido, sin corsés ni
ataduras ni condiciones ni expectativas de ninguna clase.
Y ahí están, mis
queridos viejos amigos de aquí y de allá, embelleciendo mi jardín. Y por ahí y
por allá están brotando nuevas buganvilias y nuevos almendros valencianos.
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