“La pregunta es lo que
nos impulsa” (Trinity, en Matrix)
Según el evangelio de San Juan (20:24-29), el apóstol Tomás, en un momento aciago,
dudó de las palabras de los otros apóstoles, cuando éstos le contaron que
habían visto a Jesús redivivo. No creeré hasta que no meta mis dedos en el
lugar de los clavos, respondió categórico el incrédulo Tomás.
Desde aquellos días del imperio romano hasta nuestra época del capitalismo globalizado,
el dicho popular de “Ver para creer” expresa desconfianza y recelo a todo aquello
que no percibimos con nuestro propio sentido de la vista. Aunque en la
actualidad está científicamente comprobado que la realidad no es todo lo que
vemos, todavía hay mucho ingenuo que solo se fía en lo que ve.
El miedo, la fantasía, el afán de lograr fama y lucro son, por lo general, el
material básico con que se elaboran las historias más inverosímiles en todas
las culturas. Así han surgido las leyendas de Big Foot, Yeti, Ameranthropoides
loysi, Loch Ness y otras más.
Un caso curioso que mantuvo ocupada por un tiempo a la ciencia y a la
psicología a principios del siglo XX fue el famoso caballo alemán “Juan, el
inteligente” (Hans der Kluge) el que, según su dueño, sabía aritmética y poseía
otras facultades intelectuales, como decir la hora o el día de la semana, por
supuesto no con relinchos ni con lenguaje humano, sino con coces. Y
efectivamente, el cuadrúpedo Juan, “sabía” sumar, restar y multiplicar. Tanto fue el alboroto en torno al corcel que
se formó una comisión de expertos, entre ellos el psicólogo experimental Oskar
Pfungst, para observar el fenómeno y poner a prueba las aptitudes matemáticas de
Juan, el caballo inteligente.
Finalmente, Oskar Pfungst develó el misterio de la bestia inteligente.
Detrás de todo estaban las consecuencias directas de un fenómeno, hasta ese
momento desconocido por la psicología experimental, al que Pfungst bautizó como
el efecto “Clever Hans”, que consiste en la posibilidad de contaminación
involuntaria por parte del experimentador de los resultados en un experimento cualquiera
mediante gestos, tonos de voz y lenguaje corporal.
A pesar de haberse demostrado científicamente que Juan no sabía nada de
aritmética, su dueño, Wilhelm von Osten, un profesor de matemáticas y
entrenador de caballos, siguió mostrándolo a grandes y chicos. Ahora bien,
aunque Juan no dominaba ninguna de las técnicas culturales de los humanos que
se le atribuían, tan burro no era, pues había que tener algo de “inteligencia” para
interpretar correctamente el estado anímico de su dueño y su comunicación verbal
y no verbal. Entre Wilhelm von Osten y su caballo, el más inteligente era
obviamente von Osten, quien continuó cautivando a incautos con su potro
superdotado y por supuesto, ganando mucho dinero con el espectáculo circense.
Estos ejemplos mencionados son solo una pequeña muestra de cómo la mente
del ser humano se ha visto expuesta, desde tiempos remotos, a ser manipulada de
manera directa o subliminal, análoga o digitalmente por individuos, grupos de
personas, agencias de mercadotecnia, partidos políticos o servicios de
inteligencia estatales, ya sea para alcanzar un fin religioso, cultural, comercial,
político, ideológico o para hacer reír, o simplemente para tomarle el pelo a la
gente.
La posibilidad de “ser tomado por tonto” es proporcional a la cantidad y
calidad de la información recibida. Entre más refinado sea el engaño y entre
más gente propague el bulo, mayor será la probabilidad de proliferación. Nadie se escapa de caer en algún momento en
las trampas digitales que abundan en la red. Así como en el mundo de las
comunicaciones digitales modernas existe lo que se conoce como “filtro spam”, todos
los seres humanos adultos poseemos un “filtro” natural basado en la experiencia
individual y colectiva conocido como el sentido común. Pero hay que tener siempre presente, que el
sentido común, en primer lugar, no es un sentido sensorial estrictamente
hablando y, en segundo lugar, no sustituye, en ningún caso, el análisis crítico
e integral de los acontecimientos en la sociedad. Es decir, que el sentido
común no es un vademécum para resolver todas las vicisitudes de la vida, pero
si puede servir, cuando se utiliza de manera racional, como herramienta
rudimentaria para juzgar las cosas que suceden en el entorno social y familiar.
Sin embargo, pareciera ser que a medida que la humanidad se adentra en la
selva digital del siglo XXI, el “sentido común” se va convirtiendo en el menos
común de los sentidos. Según el reporte 2017 de We are social y Hootsuite
un 37 % de la población mundial (2.789 millones de usuarios) utilizó para la
comunicación interpersonal vía internet las plataformas sociales Facebook, FB Messenger,
What’ App, You Tube entre otras.
¿Quién domina el mundo digital?
En la película Matrix de los hermanos Wachoswki son las máquinas las que
gobiernan el mundo y en Ready Player One de Steven Spielberg es la virtualidad de
Oasis la que marca la pauta.
Ahora bien, hablando en sentido figurado, no es equivocado afirmar que, en
la actualidad, gran parte de la población mundial está siendo dominada por las
maquinas. No es extraño ver en el bus o en el tranvía a un adulto mayor leyendo
los mensajes de What’s App o en casa mirando la tele y al mismo tiempo el
display del IPhone. Y, ¿qué decir de la juventud moderna con sus consolas de
juegos cibernéticos?
No pongo en duda la importancia y necesidad del desarrollo de los sistemas
digitales. La digitalización es necesaria para el desarrollo de la ciencia, la
técnica y la tecnología, aparte de ser una variable importante en la industria,
el comercio y la educación. Es casi imposible imaginar el futuro del ser humano
exento de la electrónica digital. El
problema no es la digitalización de la sociedad moderna en sí. Más bien radica en
el abuso y manipulación que hace el usuario de ella en el mainstream mediático.
Soy de la opinión que, si los usuarios de la red utilizáramos un poco más
el sentido común y nos planteáramos tres preguntas esenciales: ¿Qué quiero
saber? ¿Qué objetivos persigue el mensaje? ¿Qué hacer con la información?, evitaríamos
así, la propagación viral de mensajes basura de carácter sexista, racista y xenófobo
y la divulgación de información manipulada, es decir, los llamados fake news.
Pero todo parece indicar, según las estadísticas, que la pelea del siglo
entre el sentido común versus What’ App y Facebook la está perdiendo por puntos,
sin lugar a duda, el sentido común.
La derrota del sentido común es lenta, pero segura. Más no pierdo la
esperanza que en un futuro cercano salgan al mercado nuevos dispositivos
electrónicos con nuevos algoritmos que permitan configurar individualmente
diferentes tipos de filtración de ripio digital.
¿No piensa usted , estimado lector, que sería una buena solución?
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