¡Cuidado con los cócteles!
En una de mis reflexiones anteriores, hice alusión a la lucha
de clases, desde la perspectiva del proceso de acumulación de fuerzas; actividad
social que yo le he dado el nombre de “política vectorial. Esto quiere decir, que tanto la “izquierdización”
como la “derechización” de partidos o movimientos sociales son fenómenos que
están íntimamente relacionados con la política de alianzas tácticas o estratégicas,
es decir, con la suma de vectores. Ahora bien, hay que estar claros y
conscientes que el sentido de la resultante política en estas alianzas o coaliciones estará siempre
determinado por el vector político de mayor magnitud.
El Salvador está hoy de fiesta y es legítimo que la alegría se desborde. Aún
cuando se sabe que, no será Nayib Bukele quien resolverá todos los problemas de
la lucha de clases.
Esa labor le seguirá correspondiendo al pueblo organizado. Por lo tanto,
más allá de tener a Bukele como primer mandatario de la república es lícito
preguntarse: ¿Cómo se organizará o reorganizará la clase trabajadora
salvadoreña en el futuro?
Los partidos o movimientos de derechas son por definición, vectores que se
desplazan en dirección al Gran Capital, así mismo, los partidos o movimientos sociales
considerados de “izquierdas”, con programas socioeconómicos que favorecen, sin lugar a dudas, a los sectores que se encuentran en los tres
primeros eslabones de la pirámide jerárquica masloviana, pero que no cuestionan
la quintaesencia del modelo económico
capitalista globalizado, también tienden a consolidar el sistema de economía de
mercado. Es decir, avanzan y se desarrollan en la misma dirección.
La melancolía revolucionaria que llevamos dentro nos induce a recordar años
pasados, pero debemos tener conciencia de que se trata de una reacción
emocional, por lo demás natural y humana, pero que en determinadas
circunstancias puede convertirse en irracional, sobre todo cuando tratamos de
repetir mecánicamente las experiencias del pasado.
A mi generación le correspondió enfrentar al estado oligárquico-burgués y a
sus aparatos represivos. La situación
actual, aunque peor, no significa que se tenga que actuar políticamente de la
misma manera ni mucho menos pregonar consignas obsoletas. Tenemos sí, la
experiencia y la madurez necesaria para afirmar con autoridad que la lucha de
clases es, permítaseme el símil, un virus cuyo ARN sigue siendo la
contradicción antagónica capital-trabajo; sin embargo, éste ha ido mutando y se
adapta contínuamente a las condiciones materiales y subjetivas.
Toda época tiene sus particularidades y, por lo tanto, también sus luchas,
sus discursos, sus programas y sus QUEHACERES. Por lo tanto, lo que El Salvador
del siglo XXI necesita no son cabezas de chorlitos ni fosforitos ni incendiarios
aspirantes a bomberos, sino mentes lúcidas y frías de pensamiento, pero con el
calor, amor y los valores humanistas que llevaron a mi generación a ofrendar su
vida por una sociedad salvadoreña, más justa, más culta y libre.
Los partidos políticos, los movimientos sociales, los gremios y sindicatos,
es decir, los organismos que aspiran representar a la sociedad civil y humana, aunque
si bien es cierto, tienen un aspecto formal y legal que es su fundación, lo
fundamental es que nacen a partir de las necesidades materiales y subjetivas de
la sociedad.
De tal manera que, aunque la sociedad salvadoreña es un inmenso laboratorio
político-social e ideológico en el cual las nuevas generaciones harán/están
haciendo sus experiencias, esto no significa que ahora se trate de mezclar un poquito de
socialdemocracia, una pizca de socialcristianismo, una buena porción de
ecologismo, anarquismo, sindicalismo, sexualidad y emancipación femenina, agregarle
unas góticas de marxismo, leninismo y endulzarlo con caramelo teológico liberal; agitar
bien el “zangolote” y servirlo a los ciudadanos en una copa de cristal y en bandeja de plata.
Tendrá que pasar mucho tiempo, puesto que la lucha de clases es larga y
prolongada, hasta que el sabor amargo de casi medio siglo de derrotas se diluya
muy atrás del paladar.
Con los cócteles hay que tener cuidado, sobre todo, con los político-ideológicos
y con los molotov, porque pueden ser un “menjurje peligroso”, obnubilando la
mente del ciudadano y creándole una falsa sensación de seguridad.
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