domingo, 2 de junio de 2019

¡Cuidado con los cócteles!


¡Cuidado con los cócteles!

En una de mis reflexiones anteriores, hice alusión a la lucha de clases, desde la perspectiva del proceso de acumulación de fuerzas; actividad social que yo le he dado el nombre de “política vectorial.  Esto quiere decir, que tanto la “izquierdización” como la “derechización” de partidos o movimientos sociales son fenómenos que están íntimamente relacionados con la política de alianzas tácticas o estratégicas, es decir, con la suma de vectores. Ahora bien, hay que estar claros y conscientes que el sentido de la resultante política en estas   alianzas o coaliciones estará siempre determinado por el vector político de mayor magnitud.

El Salvador está hoy de fiesta y es legítimo que la alegría se desborde. Aún cuando se sabe que, no será Nayib Bukele quien resolverá todos los problemas de la lucha de clases.  
Esa labor le seguirá correspondiendo al pueblo organizado. Por lo tanto, más allá de tener a Bukele como primer mandatario de la república es lícito preguntarse: ¿Cómo se organizará o reorganizará la clase trabajadora salvadoreña en el futuro?

Los partidos o movimientos de derechas son por definición, vectores que se desplazan en dirección al Gran Capital, así mismo, los partidos o movimientos sociales considerados de “izquierdas”, con programas socioeconómicos que favorecen,  sin lugar a dudas,  a los sectores que se encuentran en los tres primeros eslabones de la pirámide jerárquica masloviana, pero que no cuestionan la quintaesencia  del modelo económico capitalista globalizado, también tienden a consolidar el sistema de economía de mercado. Es decir, avanzan y se desarrollan en la misma dirección.  

La melancolía revolucionaria que llevamos dentro nos induce a recordar años pasados, pero debemos tener conciencia de que se trata de una reacción emocional, por lo demás natural y humana, pero que en determinadas circunstancias puede convertirse en irracional, sobre todo cuando tratamos de repetir mecánicamente las experiencias del pasado.

A mi generación le correspondió enfrentar al estado oligárquico-burgués y a sus aparatos represivos. La situación actual, aunque peor, no significa que se tenga que actuar políticamente de la misma manera ni mucho menos pregonar consignas obsoletas. Tenemos sí, la experiencia y la madurez necesaria para afirmar con autoridad que la lucha de clases es, permítaseme el símil, un virus cuyo ARN sigue siendo la contradicción antagónica capital-trabajo; sin embargo, éste ha ido mutando y se adapta contínuamente a las condiciones materiales y subjetivas.

Toda época tiene sus particularidades y, por lo tanto, también sus luchas, sus discursos, sus programas y sus QUEHACERES. Por lo tanto, lo que El Salvador del siglo XXI necesita no son cabezas de chorlitos ni fosforitos ni incendiarios aspirantes a bomberos, sino mentes lúcidas y frías de pensamiento, pero con el calor, amor y los valores humanistas que llevaron a mi generación a ofrendar su vida por una sociedad salvadoreña, más justa, más culta y libre.

Los partidos políticos, los movimientos sociales, los gremios y sindicatos, es decir, los organismos que aspiran representar a la sociedad civil y humana, aunque si bien es cierto, tienen un aspecto formal y legal que es su fundación, lo fundamental es que nacen a partir de las necesidades materiales y subjetivas de la sociedad.

De tal manera que, aunque la sociedad salvadoreña es un inmenso laboratorio político-social e ideológico en el cual las nuevas generaciones harán/están haciendo sus experiencias, esto no significa que ahora se  trate de mezclar un poquito de socialdemocracia, una pizca de socialcristianismo, una buena porción de ecologismo, anarquismo, sindicalismo, sexualidad y emancipación femenina, agregarle unas góticas de  marxismo, leninismo  y endulzarlo con caramelo teológico liberal; agitar  bien el “zangolote”  y servirlo a los ciudadanos  en una copa de cristal y en bandeja de plata.

Tendrá que pasar mucho tiempo, puesto que la lucha de clases es larga y prolongada, hasta que el sabor amargo de casi medio siglo de derrotas se diluya muy atrás del paladar.

Con los cócteles hay que tener cuidado, sobre todo, con los político-ideológicos y con los molotov, porque pueden ser un “menjurje peligroso”, obnubilando la mente del ciudadano y creándole una falsa sensación de seguridad.

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