De trolles y francotiradores internéticos
Resulta que un día de estos y después de una larga abstinencia internética,
la cual, debo precisar, que también tenía una connotación dietética, no me la
recetó ningún inter-nista ni dietista, sino que fue autoimpuesta. Y no porque me considera un internauta ciber
dependiente o guatón chatero, sino para ganar una apuesta, y vaya que lo logré.
Y aunque no fueron cuarenta días ni cuarenta noches, sino solo un par de semanas,
tengo que admitir que no fue fácil vencer las tentaciones de Azazel Guasap, que
fueron más de tres. Al principio me sentí, solo, muy solo, como si estuviera en
el desierto de Atacama. Así que durante ese lapso me lo pasé leyendo y tomando
mate en la cama o en la hamaca.
No tuve resaca después de este particular ayuno realizado en época de
vacaciones, pero casi me cago en los pantalones cuando regresé a casa y a la
hora del desayuno intenté entrar en la red y Google me respondió que no era
posible. El crujiente croissant que tenía en la mano y la taza de café con
leche tuvieron que esperar un buen rato. Un problema de conexión, me dije y
comencé una rutina de control empezando por el módem, señal wifi y otras
medidas que no viene al caso aquí mencionarlas. Pero como no soy experto y aunque
mis conocimientos son un poquito más que básicos, no encontré a bote pronto la
solución al problema.
Así que tomé el smartphone que por suerte funcionó de puta madre y me metí
a uno de esos tantos foros que hay en la red que ofrecen ayuda técnica. Uno me
recomendó, llamándome “huevón” de entrada, que me comprara una Apple, porque Windows
es pura mierda. Otro que revisara la CPU. Otro me sugirió que borrara este y
aquel enlace. Otro que no comunicaba conmigo, sino que, con el fulanito de la
CPU, por supuesto, calificándolo de inepto. En fin, el caso es que no lo hice
caso a nadie. Al final resultó que el “problema”, era solo de configuración.
Pero a estas alturas del partido, el café se había enfriado y el cruasán se lo
había zampado mi nieto.
Siempre he sabido de la existencia de trolles y francotiradores
internéticos, pero nunca me había divertido tanto con tantas pendejadas o
huevadas como dicen los chilenos. Sin embargo, hay que ser bastante leso, para
tomar en serio algunas de las recomendaciones de los supuestos técnicos.
Los trolles y los francotiradores han crecido exponencialmente como setas
en el bosque cibernético. Ahí se encuentran agazapados estos bichos internautas,
que pueden joder más que una ladilla con espuelas, parafraseando a mi amigo el
Mejicano. Como su comportamiento es muy parecido,
algunas veces resulta difícil distinguirlos. Sin embargo, a pesar de las características
en común, tienen algunas marcadas e importantes diferencias.
El troll, por lo general, es clandestino y oculta su verdadera formación
cultural y académica detrás de un lenguaje tosco, vulgar y gramaticalmente
rudimentario, mientras que el francotirador, por lo general hace alarde de sus
conocimientos en el lenguaje y/o de algún tema en particular en el cual se
considera un perito. De ahí, que la función principal del troll se reduce a la
provocación y al insulto, mientras que la del francotirador es la de ridiculizar
o subvalorar al interlocutor, señalando en detalle los errores cometidos por el
que pide ayuda o por el que trata de darla, tanto en el terreno lingüístico como
en el de la especialidad de que trata lo escrito. Es decir, el troll no le para
bola ni a la forma ni al contenido.
Ahora bien, desde el punto de vista académico un troll es una persona que
publica mensajes fuera de lugar o inapropiados en una comunidad en línea, como
un foro, un chat o un blog. Así lo define el DUE (Diccionario del uso del
español) de la erudita española María Moliner, de quien Gabriel García Márquez
escribió en la década de los ochenta del siglo pasado, que había hecho una
proeza sin precedentes en la historia de la lengua castellana al escribir sola,
en su casa, con su propia mano, el diccionario más completo más útil, más
acucioso y divertido de la lengua castellana. Y mucha razón tenía Gabo, quien,
al fin y al cabo, era un feliz y documentado escritor.
Mientras que el francotirador internauta es aquella persona apostada en
cualquier lugar del planeta frente a la pantalla de un ordenador, tableta, lap
top o smartphone presto a disparar virtualmente con su arma de fuego contra cualquier
usuario desprevenido.
En este sentido, no me sorprendería en absoluto, sí en el jardín florido de
avezados y doctos lectores se encontrara un francotirador leyendo estas líneas presto
a presionar el gatillo de su arma con la intención de herir o aniquilar al
autor de éstas, ya que esa es la función principal que desempeña todo aquel que
presume ser un paladín de la analogía, sintaxis, prosodia y ortografía de la
lengua “casteñola”.
A pesar de la incomodidad que pueden provocan estos ftirápteros púbicos y
públicos, es decir, todos estos “polizones” del lenguaje y de la ciencia, soy
de la opinión que su existencia, vale decir, su razón de ser y estar, es lícita
y por supuesto, tienen todo el derecho de merodear por los caminos y las
autopistas de internet y emboscar a quien les de la santa gana. Mucha atención
deberá tener aquel usuario que utiliza la red para publicar sus pensamientos y
opiniones y, por lo tanto, es recomendable que guarde unos estándares mínimos
gramaticales, académicos y éticos.
Entonces, hay que estar prevenido siempre, para que los críticos, sean
estos troles, francotiradores o simplemente avezados lectores que practican la
crítica constructiva, no lo sorprendan en paños menores o con el trasero al
aire. Por eso es útil y recomendable tener siempre a la mano un buen
“mataburros”, como el DUE, en la mesita de noche y realizar previamente un
trabajo mínimo de investigación literaria.
Y, si al final de cuentas, se le agotan los recursos humanos, no pierda la
calma y tenga siempre presente que solamente yerra aquel que escribe.
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