¿Morir o sobrevivir?
¿Quién querría llevar tales cargas, gemir y sudar bajo el peso de una vida afanosa, si no fuera por temor a algo tras la muerte, la ignorada región de cuyos confines ningún viajero retorna? ¿Temor que desconcierta nuestra voluntad y nos hace soportar los males que nos afligen antes de lanzarnos a otros que desconocemos? Hamlet, William Shakespeare
Desde que las condiciones climáticas en el continente africano obligaron a
los seres humanos a buscar alimento y abrigo en otras regiones menos hostiles del
planeta, hace ya casi 250000 años, según las últimas investigaciones realizadas
por la renombrada universidad alemana de Tubinga, la expansión de la especie humana
en los cinco continentes ha sido, hasta nuestros días, una interminable,
compleja y peligrosa aventura.
La ocupación de nuevos territorios por parte del homo sapiens fue un acto
natural. Probablemente el instinto de supervivencia sea el argumento
biogenético que mejor aclare y explique el fenómeno de la migración de los
seres humanos. Entonces, sí ciertas aves emigran también por
las mismas razones materiales y climáticas que nuestros antepasados, ¿por qué
razón el señor Trump se sorprende, se horroriza y hasta se asusta que miles de
salvadoreños traten de cruzar la frontera, incluso arriesgando sus vidas y las
de sus hijos? ¿Quién puede detener los millones de habitantes del mundo periférico,
pobre y subdesarrollado, que llegan a las costas y fronteras del llamado primer
mundo? Nadie, ni muros ni vallas con alambres de púas pueden detener las masas
anónimas de migrantes. La migración es, por sí alguien todavía tiene dudas, un
fenómeno natural y, además, indispensable para el desarrollo de la humanidad.
Corriendo el riesgo de parecer hiperbólico, me atrevería a asegurar que son
muy pocas las familias salvadoreñas que no tienen un pariente cercano o lejano
viviendo en los Estados Unidos de Norteamérica, ya sea de manera legal o
ilegal. La gente se va a los Estados Unidos no pensando en el “sueño americano”
al que se refirió el historiador norteamericano James Adams en los años treinta
del siglo pasado o creyendo en el mito de que “lavando platos se puede llegar a
millonario”, sino que emigra preferentemente al norte del continente americano porque guarda la esperanza de encontrar ahí, al
menos una chamba[1],
que no es lo mismo que un empleo permanente y bien remunerado, pero es igual.
El drama que se vive a nivel planetario en relación con la migración obligada
o forzada de seres humanos indocumentados radica, en primer lugar, en la
concentración de capital, poder político y riqueza por parte de la clase social
dominante a nivel nacional e internacional, es decir, en la desigualdad económica
y en la exclusión social de las grandes mayorías, en segundo lugar, en la salvaje
explotación de los recursos naturales por parte de empresas transnacionales y
la consecuente destrucción del medio ambiente en la periferia capitalista y en tercer lugar, en la proliferación de guerras y conflictos étnicos o religiosos.
La migración de salvadoreños en la actualidad ya no puede ni debe
entenderse como una crisis coyuntural, puesto que el trasfondo de esta
“diáspora guanaca” son las consecuencias directas de la implantación a raja
tabla del modelo económico neoliberal una vez finalizada la guerra civil en
1992. La guerra social en la que se encuentra el país desde los acuerdos de paz
en Chapultepeque/México dura ya casi 30 años y ha generado más hambruna, más
desempleo, más violencia y más desesperanza en toda la historia de El Salvador.
Yo diría más bien, que la situación socioeconómica actual en que vive gran
parte de la población salvadoreña y que obliga a muchos a abandonar el país, es
la prueba fehaciente del fracaso total de la política-económica neoliberal
impulsada y avalada por los gobiernos de ARENA y el FMLN. La migración masiva
de salvadoreños es definitivamente una crisis del sistema capitalista
neoliberal.
Hay que tener mucha hambre y pocas posibilidades en los países de origen para
lanzarse a la aventura mortal de la migración ilegal, atravesando desiertos,
ríos y mares con la esperanza de un “mañana mejor”.
Sí la cuestión para los “más pobres y tristes del mundo” es la de elegir
entre morir en el intento de cruzar el Rio Grande o seguir sobreviviendo en El
Salvador, entonces estamos, estimado lector, realmente frente a una verdadera
tragedia de la sociedad salvadoreña.
No hay comentarios:
Publicar un comentario