La trágica y perversa historia del piolet y del picahielo
Todavía está grabado en algún rincón de mi hipocampo el rostro del asesino
de Trotsky que miré un día en una revista “Bohemia” de los años sesenta del
siglo pasado, que mi padre guardaba celosamente en un baúl de madera. Desde entonces
el nombre del ciudadano catalán, Jaime Ramón Mercader del Río Hernández me es
familiar.
Ahora bien, el crimen de la calle Viena 19 en Coyoacán/ México el martes 20
de agosto de 1940 por ser un hecho que ocurrió veinte años antes que yo naciera,
no tuvo ninguna importancia en las diferentes etapas de mi vida adulta. Tampoco
tuve el interés académico ni político de estudiar la vida de Trotsky y su papel
histórico en las diferentes etapas de la revolución rusa desde 1905 hasta el
triunfo definitivo en octubre de 1917.
Crecí, “filosóficamente” hablando, como algunos jóvenes de mi generación,
creyendo que el mundo político e ideológico era una dicotomía: Buenos y malos,
blandos y duros, apologetas y apostatas, fieles y traidores, fuertes y débiles,
en fin, la vie en blanc et noir. Además, la Weltanschauung político-ideológica
dominante que se impuso en los círculos universitarios a nivel mundial era la
del Partido Comunista de Rusia (estalinista) y la “utopía” (sin comillas en
aquellos años del siglo XX) de la sociedad comunista. Es decir, que la teoría y
la práctica del marxismo-leninismo que se propagó en las aulas estudiantiles y universitarias,
en los sindicatos, gremios y movimientos sociales en el mundo entero estuvo
impregnada de la doctrina estalinista y en ella, León Trotsky era simplemente
un traidor a la patria socialista.
En definitiva, una vez diezmados por completo la vieja guardia bolchevique
y el “Trotskismo” (concepto utilizado por Stalin para definir todo aquello que
se opusiera a la doctrina del partido), solamente quedaba León Trotsky, considerado
por Stalin a nivel propagandístico, tanto a nivel nacional como internacional, como
el “enemigo principal de la revolución socialista”. No obstante, tanto Stalin
como Trotsky sabían que el verdadero enemigo de la Unión Soviética, en esos
momentos históricos, era Adolfo Hitler, puesto que la alternativa era en ese entonces:
Fascismo o socialismo. Tertium non datur.
Acerca de la muerte del revolucionario Lew Dawidowitsch Bronstein, Trotsky,
y sobre Ramón Mercader, su verdugo, hay tanto material escrito que bien podría hacerse
una montaña rusa de fantasía con ellos, a tal punto, que una vez arriba de ella,
uno tiene la sensación de encontrarse en un gigantesco tobogán interminable de
mitos, leyendas, fantasías y verdades históricas inobjetables. Hay que tener mucho tiempo, interés y vocación
de investigador histórico a fin de construir el pasado de la manera más
objetiva y exacta posible. Esa tarea la asumió el joven historiador catalán
Eduard Puigventós López en el marco de una tesis doctoral, la cual posteriormente
fue transformada en un libro biográfico: Ramón Mercader, “El hombre del piolet”.
Ramón Mercader pagó su crimen con un castigo que le constó 20 años de
prisión en Lecumberri/México. Sin embargo, Ramón Mercader, guardó silencio sepulcral
hasta el día de su muerte. No denunció a nadie. Ni siquiera reconoció en 1950, habiéndose
probado por las huellas dactilares, su verdadera identidad. Ramón Mercader
siguió siendo Jackes Mornard hasta su muerte. Sin embargo, en su tumba ubicada en
el cementerio de Kuntzevo (Moscú) se lee el nombre de Ramón Ivánovich López. Se llevó a la sepultura un silencio militante,
que al final de cuentas era un secreto a voces, pues en la punta del témpano de
hielo se supone que estuvo la figura macabra del oscuro georgiano
Josef Dschughaschwili, alias Stalin. ¿Pero quién sabe hoy en día en Moscú quien
fue Ramón I. López?
En la obra maestra del escritor ruso Fiódor Dostoyevski “Crimen y castigo”
se tematiza la relación dialéctica entre el “fin y los medios”, además se plantean
preguntas claves de carácter filosófico y moral: ¿Hay crimen sin castigo?
¿Hasta qué punto el joven asesino Raskolnikov se siente culpable del crimen
cometido? ¿Justifica el fin el medio?
Ahora bien, el objetivo principal en este ensayo no es el de discernir acerca
de los diferentes conceptos políticos e ideológicos entre León Trotsky y Josef Stalin a lo largo
de los años ni mucho menos tomar partido a estas alturas del partido, sino más
bien, el de recalcar y condenar la absurdidad, la perversidad y la miopía
política de aquellos líderes políticos, tanto de izquierdas como de derechas,
que han hecho y siguen haciendo del crimen,
del asesinato político y del terrorismo su arma política predilecta para
resolver las contradicciones político-ideológicas, socio-económicas y
geopolíticas a nivel nacional y mundial.
El homo políticus ha cometido, ya sea debido a “razones de estado”,
a las bajas pasiones humanas o a la ambición de poder o por racismo, los
crímenes más sádicos y horrendos con tal de alcanzar un determinado fin, utilizando
para ello a lo largo de la historia antigua y moderna pócimas venenosas, armas
blancas y de fuego y el envenenamiento por radiación.
Es un hecho irrefutable que las ideologías y las sectas religiosas pueden
convertirse en caldo de cultivo para la proliferación del dogmatismo, del
fanatismo y del radicalismo político-religioso.
La fe ciega en líderes políticos y/o religiosos conduce irremediablemente
a la obediencia ciega absoluta. De ahí al asesinato solo dista un salto.
Las páginas de la historia de la humanidad están llenas de cientos de miles
de crímenes políticos. Detrás de todos estos
hechos luctuosos ha estado siempre la cuestión del poder, tanto
político-militar como económico y geopolítico. A modo de ejemplo se nombra aquí selectivamente algunos de los personajes históricos asesinados por sus
“amigos “ o por sus enemigos: Julio César (44 a. de C. Roma), la edad media y
sus múltiples asesinatos y atentados políticos entre 500 d. de C. hasta 1500), Jean Paul Marat (1793,Paris), Abraham
Lincoln(1865, Washington, D.C ), Emiliano Zapata (1919, México), Rosa Luxemburg
(1919, Berlín), Karl Liebknecht (1919,
Berlín), Sergei Mironowitsch Kirow (1934, Moscú), los años del terror estalinista
(1936-1938, Unión Soviética ), Andreu
Nin(Alcalá de Henares,1937), Patricio Lumumba (1961, Kongo), John F. Kennedy
(1962, Dallas Texas), Dr. Ernesto Guevara de la Serna (1967, Bolivia), Robert
F. Kennedy ( 1968, Los Ángeles/California),
Dr. Martin Luther King(1968, Memphis/Tennessee), Amílcar Cabral
(1973,Guinea-Bisau), Roque Dalton(1975, San Salvador/El Salvador), Orlando
Letelier (1976, Washington, D.C), Martin
Schleyer(1977, Müllhausen/Francia), Aldo Moro(1978, Roma), Monseñor Oscar Arnulfo Romero ( 1980, San Salvador/El
Salvador), Anwar el Sadat (1981, Cairo/Egipto),
Roberto Calvi (1982, Londres), Mélida
Anaya Montes (1983, Managua/Nicaragua), Jonás
Savimbi (2002, Angola), sin olvidar los campos de la muerte de Pol Pot
(1976-1978, Cambocha), la revolución cultural de Mao Zedong (1966-1976) y last
but not least General Kassem
Soleimani(2020, Teherán).
En la medida en que se afirma que el curso de la historia esencialmente no cambia
con la muerte de algún líder político o religioso, por muy celebre y carismático
que éste sea, también hay que decir y afirmar que un mundo nuevo, mejor y más
justo, es decir, la “utopía socialista” no se construye con piolets ni con picahielos
ni con venenos radiactivos.
Nunca sabremos a ciencia cierta lo que pasó por la mente de los asesinos del
poeta y revolucionario salvadoreño Roque Dalton, así como nunca se supo en
realidad lo que pensó Jacson/Jackes Mornard /Ramón Mercader antes, durante y
después del crimen en Coyoacán.
Sin embargo, después de leer “El hombre que amaba los perros” del cubano
Leonardo Padura, novela que trata del asesinato de Trotsky, me pregunté: ¿Qué
pensarán hoy en día los implicados en el asesinato de Roque Dalton?
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