Cuando la muerte es más que un guarismo o la torre de Trump
Las diferentes formas de vivir la muerte están íntimamente ligadas a los conceptos
y cosmovisiones que cada individuo o colectivo sociocultural tenga de este
proceso natural. A lo largo de la
historia en las diferentes sociedades humanas, la muerte ha tenido variadas interpretaciones
filosóficas y religiosas. En este escrito
se entiende la muerte como un estado biológico y como la última experiencia de
todo ser, en general, y en particular, la del ser humano, sea ésta consciente o
inconsciente. Es decir, cuando todas las células y todos los órganos vitales de
los sistemas circulatorio y neuronal dejan de funcionar y entran en un proceso
irreversible de descomposición. Me permito esta aclaración,
para evitar que algún avezado y perspicaz lector o algún exegeta religioso se
mosquee y se sienta obligado a demostrar y defender la hermenéutica religiosa
de la vida y de la muerte. Lo que aquí escribo, puede ser miel o hiel que puede
atraer o repeler a abejas, abejorros y a una que otra necia mosca.
La vida y, por consiguiente, la muerte en la sociedad son dos aspectos
fundamentales en la política-económica de cualquier nación. Esto quiere decir,
que tanto el derecho a una vida de bienestar y, por lo tanto, el derecho a morir
dignamente es una cuestión que tiene que ver con el poder político-económico o
bien, con la debilidad de un régimen político determinado. Tanto es así, que
existen índices para medir los niveles del desarrollo humano, de la felicidad,
de la riqueza y pobreza, de la violencia, etc., etc. Para cuantificar estos
objetivos la sociedad cuenta con instrumentos analíticos como las estadísticas,
la demografía y el sistema de salud publica y privada.
Las estadísticas y la pandemia SARS CO V2
Las estadísticas, en especial, son una herramienta importante para el
análisis científico de un hecho o proceso político-cultural y social-pandémico,
cuando estos son ponderados, descontaminados y relativizados. Empero cuando se
trata de muertes, el contenido explícito y el implícito tienen otra
connotación. Es decir, la muerte deja de ser un simple guarismo.
Desde que comenzó “oficialmente” la pandemia en Europa hasta este día, 16
de enero, han trascurrido 308 días, de los cuales 295 los tengo estadísticamente
registrados. Según la Universidad Johns Hopkins de Baltimore, los Estados
Unidos es el país con más número de infecciones y mayor cantidad de muertes (394
mil). En estas cifras se esconden, en buena parte, las malas políticas anti
epidémicas de la administración de Donald Trump.
El todavía presidente de los Estados Unidos no solamente fracasó con su política
pandémica, sino que tampoco fue el mandatario que garantizara la seguridad de
TODOS los ciudadanos. La demagogia de su discurso anti electoral, la parcialidad
en la gestión del Movimiento Black Lives Matter y la invocación a la violencia para
revertir el voto popular, dejaron al descubierto lo que Donald Trump entiende
por democracia.
Aprendí en el colegio, poniendo mucha atención a nuestro profesor de
matemáticas apodado cariñosamente “El Cherito Belgarí” (Alejandro
Bellegarrigue, descendiente de franceses, a lo mejor, pariente del anarquista
francés Anselmo Bellegarrigue), que todo aquello que puede ser medible recibe
el nombre de magnitud. Medir es comparar una magnitud con otra de su misma
especie que arbitrariamente se toma como unidad. El resultado de toda medida es
siempre un número que es el valor de la magnitud medida y expresa la relación
entre esta magnitud y la que se toma como unidad.
A fin de facilitarle al estimado lector la abstracción de lo que significa
1 cadáver apilado a otro, me tomo la libertad con fines didáctico-pedagógicos
de definir como unidad de medición un ataúd estándar alemán rústico concebido
para un adulto, cuyas medidas son 2 metros de largo, 0,7 metros de ancho y 0,65
metros de altura.
Sí nos propusiéramos almacenar el número de estadounidenses muertos a causa
de la COVID-19 hasta el día de hoy en un área de 20 metros por 20, lograríamos
colocar en posición horizontal 280 ataúdes. Sí la resistencia de materiales y
las leyes de la estática lo permitiesen, podríamos continuar ordenando las
cajas mortuorias hasta alcanzar una altura aproximada de 915 metros. De tal
manera, que al final habríamos hecho con los 394 mil ataúdes una torre casi 5
veces más alta que la torre Trump en Nueva York. A esta yo la bautizo con el
nombre de la torre pandémica de Trump.
Afortunadamente Trump con sus malas políticas en pocas horas estará fuera de la Casa Blanca, a la cual posiblemente nunca regrese. Pronto sabremos cuantos guarismos utilizaremos para contabilizar los daños hechos a la humanidad por el gobierno de Trump.
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