Bukele no quiere ser pelele ni tampoco que se le tutele
Para analizar el discurso político internacional del presidente Nayib
Bukele en la reunión que sostuvo con embajadores y diplomáticos hace unas
semanas en Casa Presidencial, en mi opinión, no es necesario recurrir a las herramientas
que postula el filósofo francés Michael Foucault
ni a la semiótica del autor de la novela
“El péndulo de Foucault”, puesto que él respondió
de manera simple pero inteligente a las críticas de la comunidad internacional
después que la asamblea legislativa destituyera por mayoría a los cinco jueces
y cuatro suplentes de la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de
Justicia (CSJ), la más alta instancia judicial en El Salvador.
La “simpleza” del discurso radica en el hecho que Bukele no recurre a galimatías
o cantinfladas para exponer la cruda realidad que toda nación del mal
llamado tercer mundo vive a diario: El tutelaje y el chantaje político-económico
por parte del primer mundo.
La ley del más fuerte en el mundo capitalista moderno se expresa de
variadas formas, sin embargo, la quintaescencia sigue siendo la misma: ¡Haz lo
que yo ordeno, pero no lo que yo hago! En este sentido el cuestionamiento y el emplazamiento
que hace Bukele a los gobiernos y a los organismos internacionales es loable y
aplaudible. Todo lo contrario, a la actitud sumisa y servil de antiguos
presidentes, sobre todo, los de los últimos 80 años, para no ir más lejos.
Bukele hizo las de Seneca frente al cuerpo diplomático ahí presente,
optando por molestar a sus invitados con la verdad que complacerlos con
adulaciones. Pues es cosa conocida, que los “grandes” frente a los “pequeños”
siempre actúan como el cura párroco chileno, Lucho Gatica, quien critica, pero
no practica.
Más allá de las consecuencias reales, positivas y/o negativas, que el
discurso pueda ocasionarle al gobierno de Bukele, a nivel de las relaciones
político-diplomáticas con el mundo occidental, la repercusión que ha provocado
la crítica constructiva del joven presidente salvadoreño a algunos gobiernos
del mundo y de manera especial, a la Organización de Estados Americanos (OEA)
ha sido impactante. Al parecer Bukele, con su retórica parlamentaria y oratoria
deliberativa, ha dejado claro que no quiere ser pelele de los gringos ni
tampoco desea que la OEA lo tutele.
Nayib Bukele no es el primer mandatario o político latinoamericano que
critica a la vieja, anquilosada y fea OEA, organismo que desde su fundación en
1948 ha estado siempre en función de los intereses geopolíticos de los Estados
Unidos de Norteamérica, no obstante, él es el primer presidente salvadoreño, si
no me equivoco, que ha defendido dignamente frente a ese organismo la autonomía
e independencia del estado salvadoreño.
Ojalá el discurso independentista y autónomo del presidente esté acompañado
de un plan económico y social que le permita a la sociedad salvadoreña a
mediano y largo plazo elevar integralmente los niveles de vida.
Sí efectivamente el gobierno de los Estados Unidos y la clase
económica-social dominante en El Salvador consideraran a Nayib Bukele como un
peligro real y eminente, tanto nacional, regional o continental, seguro estoy
que otro gallo le cantaría las mañanitas.
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