La pandemia también mató amistades
Cuando el ser humano ideologiza las „cosas en sí “, sin estar consciente de
ello o sin pretenderlo, puede cavar fosas profundas y apestosas que con el
tiempo hay que cerrarlas por la pestilencia del agua. Pues sabido es, que tanto
las ideas como el agua cuando no fluyen se pudren. La ideologización de las
cosas encierra el peligro del fanatismo, que no es más que el verdugo de la
discusión y del debate, y, por lo tanto, del desarrollo de las ideas y del
pensamiento. Las ideologías se convierten en instrumentos manipuladores en el momento
en que se utilizan para alcanzar el control del comportamiento individual o
colectivo.
Paulo Freire, el famoso pedagogo brasileño del siglo XX, en su libro
“Pedagogía de la autonomía” asume tener conciencia del “poder” que tiene el discurso
ideológico, sobre todo, el discurso que proclama la “muerte” de las ideologías,
concluyendo que: “En el fondo, la ideología tiene un poder de persuasión
indiscutible. El discurso ideológico amenaza anestesiar nuestra mente,
confundir la curiosidad, distorsionar la percepción de los hechos, de las
cosas, de los acontecimientos.”
La “pandemia en sí” ha matado a amigos, a conocidos y a millones de desconocidos,
y la peste ideologizada ha matado también a más de alguna amistad.
“Creer o no creer” en la existencia del virus SARS CO V2 se transformó
desde los inicios de la epidemia en el argumento disyuntivo entre amigos.
Controversia que fue aumentando de manera hiperbólica y correlativa a las
medidas político-sanitarias impulsadas por los distintos gobiernos a escala
mundial.
Resulta pues, que al “ideologizarse” la cosa en sí, ponerse mascarillas,
lavarse las manos, evitar el contacto personal, el confinamiento, la vacunación
o la negación de las medidas sanitarias y profilácticas se convirtió en un acto
de sumisión o de rebeldía frente al estado. Es decir, se cerraron los espacios
para un análisis ecuánime y objetivo que ayudara a la comprensión holística de
la crisis político-sanitaria, puesto que la “ideologización” de las “cosas en sí”
desemboca siempre en una guerra de posiciones en la cual nadie está dispuesto a
escuchar los argumentos, por muy fundados que éstos sean, de la otra parte.
Para unos el acto de vacunarse no solo representa una forma de
autoprotección, sino que, al mismo tiempo es asumido como un acto solidario
frente a la sociedad civil. Mientras que, para algunos, en su lógica, la vacuna
no es necesaria, puesto que niegan per se la existencia del virus; para otros,
los “darwinianos”, un buen sistema inmunológico es suficiente para combatir el
bicho, ya que la humanidad se adaptará, tarde o temprano, a las nuevas
condiciones, es decir, la fuerza de la selección natural resolverá el entuerto
provocado por el SARS CO V2, y el resto de los virus y de las bacterias zoonóticas
habidas y por haber.
Por otra parte, también han surgido sentimientos negativos entre los amigos
como la envidia y el resentimiento. Envidia, sí te vacunaron antes que a ellos;
resentimiento o molestia por haber asumido consecuentemente el distanciamiento
social.
En fin, los tiempos de crisis extremas como pueden ser las guerras o las
luchas político-económicas o las pandemias son una especie de cedazo. Ponen en evidencia,
en cierta medida, las virtudes y defectos de los seres humanos, que son en
definitiva los elementos esenciales en las relaciones sociales en general, y, en
particular, en las relaciones de amistad.
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