Allende de los Andes, Salvador Allende sigue vivo y presente
Dentro de un par de días en Chile,
precisamente el 11 de septiembre, se conmemorará el 38 aniversario de la muerte
de Salvador Allende Gossens y del golpe militar perpetrado contra el gobierno
de la Unidad Popular, presidido por él mismo. Como todos los años, los
recuerdos audiovisuales, además de las secuelas psíquico-emocionales producto
del terror y la tortura, vividas por los testigos, volverán a emerger a la
superficie de las áreas corticales de los cerebros de las víctimas que lograron
sobrevivir la brutalidad de la dictadura del funesto general Augusto Pinochet
Ugarte. Son cicatrices abiertas, que nos cuentan por si mismas uno de los
capítulos más sangrientos y dolorosos en la historia moderna de la República de
Chile.
Mucho se ha escrito acerca de los
acontecimientos político-ideológicos, sus raíces y las particularidades propias
de las fuerzas político y militares, que en el marco de la lucha de clases
chilena se enfrentaron por la defensa de sus respectivos intereses socioeconómicos
e ideológicos y que conmovieron a la sociedad civil mundial, particularmente la
chilena e hispanoamericana en la década de los setenta y los ochenta.
Es de sobra conocido el hecho de que el
derrocamiento del gobierno de la Unidad Popular y la implantación de la
dictadura militar pinochetista formó parte de un plan regional geopolítico
imperialista norteamericano. La dictadura militar pinochetista fue la expresión
más violenta de la lucha de clases en la sociedad chilena. La gran burguesía
chilena, al servicio de los intereses imperialistas, respaldada por las Fuerzas
Armadas y contando con la injerencia directa e incondicional del gobierno de
los Estados Unidos, se planteó como objetivo estratégico la recuperación y
consolidación del poder político y el desmantelamiento del movimiento popular chileno.
Haciendo uso de la máxima expresión de la fuerza militar, la gran burguesía
chilena no escatimó recursos ni se avergonzó de los crímenes de lesa humanidad
que con su aprobación se cometieron en Chile durante el régimen pinochetista.
Los miles de desaparecidos, los asesinados, los torturados, los desterrados y
los miles de exiliados son el resultado de la guerra contra el pueblo chileno.
Si bien se percibió debilitamiento, dispersión y confusión al interior de las
fuerzas revolucionarias, a pesar de los esfuerzos realizados por la gran
burguesía y sus verdugos disfrazados de milicos, el imperialismo norteamericano
no logró asentar el tiro de gracia a la izquierda revolucionaria. Así como el
pájaro mítico, el pueblo consciente y revolucionario surgió de las cenizas en
la Moneda.
“No hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”, reza un
dicho popular. No obstante, la gran burguesía chilena a través del dictador
Pinochet, haciendo oídos sordos a esta sabiduría popular, pretendió perpetuarse
en el poder. A nivel político-militar y paramilitar tomó las medidas
pertinentes para lograr ese propósito, por un lado, patrulló las alamedas con
tanques e infundió el miedo en la ciudadanía a golpe de metralleta y, por otra
parte, concibió meticulosamente, las nuevas leyes que regirían el destino del
nuevo Chile, según los cánones y preceptos de la gran burguesía. La
constitución política de 1980 es la obra maestra y maquiavélica de la gran
burguesía chilena. Dentro del enjambre
de artículos y vericuetos jurídicos, cabe destacar la ley orgánica
constitucional. A diferencia de las leyes ordinarias, las cuales no requieren
condiciones especiales para su aprobación, la ley orgánica es el instrumento
constitucional que habitualmente requiere del cumplimiento de requisitos extraordinarios
para su ratificación, como, por ejemplo, mayoría absoluta o cualificada en la
cámara del senado.
La gran burguesía chilena por medio de la constitución de
1980, conocida como la constitución Pinochet-Guzmán, en su afán de mantener el
control directo o indirecto del poder político, jurídico y legislativo y por lo
tanto, del poder económico en Chile, estipuló en su día, que el sistema
electoral público (sistema binominal) , la enseñanza básica y media, los
partidos políticos, las concesiones mineras y las bases generales de la
administración del estado, entre muchas cosa más, estarían sujetas a la ley
orgánica constitucional. Y es precisamente en este agujero negro constitucional
que radica, según mi opinión, el meollo del problema legislativo chileno. Si
bien es cierto que desde 1989 hasta la fecha se han hecho muchas reformas a la
Constitución Política, la columna vertebral sigue intacta (léase el sistema binominal). Cualquier reivindicación que ataña a estas
materias legislativas, rebotará irremediablemente contra el muro de hormigón y
cemento armado, herencia del dictador Pinochet: la Constitución de 1980 y la
ley orgánica constitucional.
La gran burguesía, por obvias razones, no está interesada
en cambiar el estado de la legislación chilena, pues precisamente, esta
constitución es una especie de chaleco antibalas que defiende fundamentalmente
sus intereses, además de ser un obstáculo real para el desarrollo, consolidación
y representación parlamentaria de las fuerzas políticas, populares y revolucionarias.
Pero por muy bien pensada que esté la Constitución Política chilena vigente, la
lucha de clases no depende de ella ni está sujeta a sus leyes, puesto que el
origen de todas las reivindicaciones populares a lo largo y ancho del planeta
tiene una raíz común: el modelo económico capitalista de desarrollo.
En este sentido, les corresponde a las fuerzas de la
izquierda revolucionaria la tarea histórica de luchar por la derogación de la
Constitución pinochetista. Chile es un país aguerrido y con larga tradición de
lucha. Las recientes huelgas y las que vendrán son el mejor ejemplo de ello.
Por el momento, las alamedas de
Salvador Allende se tendrán que convertir en barricadas de lucha, para que en
un mañana cercano la juventud de ahora pueda caminar por ellas en libertad y
vivir la libertad que un día Salvador Allende soñó. Con cada grito rebelde que
viene allende de los Andes, Salvador Allende sigue vivo y presente.
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