La metamorfosis de la Escuela del Terror de las Américas
Tercera Parte
La Escuela de las Américas fue una de las bases militares en
Panamá, cuya meta principal era formar a oficiales y suboficiales latinoamericanos
en el marco de la doctrina de contrainsurgencia. En Fuerte Amador, lo que menos
aprendieron los más de 60000 alumnos que entre 1946 hasta 1984 por allí
pasaron, fue el amor al prójimo. Todo lo contrario, allí se les adiestró y
entrenó en el “arte” de la tortura, en la guerra psicológica y en la lucha antiguerrillera.
Definitivamente, en Fuerte Amador el amor por la justicia social-económica y la
libertad de acción y pensamiento, brilló por su ausencia.
La Escuela de las Américas fue
fundada en 1946 con el nombre de “Centro de Entrenamiento para Latinoamérica División
Combate Terrestre” con sede en la zona del canal de Panamá y rebautizada con el
nombre de “Escuela del Caribe” en 1950, cuando el centro de entrenamiento fue trasladado
al Fuerte Gulick, ubicado en la parte atlántica de la zona del canal. La
doctrina Truman iba viento en popa y a toda vela en América Latina y las aguas
del océano Atlántico arrastraron la “guerra fría” europea a las cálidas costas del
Gran Caribe. El imperialismo norteamericano se preparaba estratégicamente para
combatir la “subversión comunista soviética” en su patio trasero. Cuba,
convertida en el “burdel caribeño” de la mafia norteamericana, se transformó de
la noche del 31 de diciembre de 1959 a la mañana del primero de enero de 1960, con
el triunfo de la revolución cubana, en el enemigo número uno de la sociedad
norteamericana. La revolución cubana es desde entonces, la espina clavada en el
costado del gobierno de los Estados Unidos.
En Julio de 1963, el gobierno de
los Estados Unidos decidió cambiarle nuevamente el nombre a la “Escuela del
Caribe”; probablemente porque asumió que el “peligro comunista” no se limitaba solamente
a la región de la Gran Cuenca del Caribe, sino que abarcaba la totalidad del
continente americano. El nombre de “Escuela Militar de las Américas” calzaba
mejor con el carácter y contenido continental y anticomunista del centro de
entrenamiento militar. En 1984, luego de haberse firmado los acuerdos que
reglamentaban el traspaso del canal de Panamá al gobierno panameño, la “Escuela
de las Américas” fue trasladada al Fuerte Benning in Georgia/USA. Desde
entonces la „School of the Americas“(SOA) dejó de existir y en su lugar apareció
el Instituto de Cooperación para la Seguridad del Continente Americano (WHISC,
en sus siglas en inglés). El Centro de entrenamiento de
antaño no se transformó en una mariposa de colores con el traslado al Fuerte
Benning in Georgia, todo lo contrario, siguió creciendo como una hidra de mil
cabezas que solo piensa en matar, asesinar y torturar.
Existen dos períodos en la
historia político-militar del gobierno de los Estados Unidos en Latinoamérica
que influyeron esencialmente y condicionaron el fomento y desarrollo de la
“Escuela de las Américas”. El primer período comienza con el estallido de la
primera guerra mundial en 1914 y termina en 1960 con la derrota del dictador
Fulgencio Batista en Cuba. El segundo período se extiende desde 1961,
simbólicamente representado por la invasión mercenaria en playa Girón hasta el
presente.
El interés especial de los
Estados Unidos por América Latina, como se ha explicado anteriormente, data de
principios del siglo XIX, pero con la inauguración del canal de Panamá en
agosto de 1914, la zona de Centroamérica y el Gran Caribe se convirtió en área
estratégica militar del gobierno de los Estados Unidos.
Fue precisamente John F. Kennedy,
el presidente norteamericano que impulsó y estimuló de manera decidida y
resoluta la doctrina de contrainsurgencia a partir de 1961. John Kennedy, quien
estaba convencido que la guerra contra el “comunismo internacional” no
solamente se debía combatir con medios militares, desarrolló un plan
político-económico-ideológico que sería la base de la „revolución pacífica” en
América Latina. La Alianza para el
Progreso fue financiada por la Agencia de los Estados Unidos para el
Desarrollo Internacional (United States Agency for International Development), pero
pronto quedó al descubierto, que la famosa “alianza para el progreso”, servía
solamente para estrechar la unidad entre la oligarquía latinoamericana, la
casta militar y la iglesia católica. La Alianza
para el progreso fue en realidad la unidad de la clase dominante en función
de fomentar el retroceso de los países pobres del continente americano.
A pesar del plan económico profiláctico
de la administración Kennedy, después de la revolución cubana, surgieron las
primeras guerrillas en Venezuela y Colombia, como respuesta a la situación de
pobreza y de extrema desigualdad social en que vivía la mayoría de la población
pobre. En El Salvador a mediados del siglo XX el 67 % de las tierras fértiles
estaba en manos de un 4% de la población, mientras que el 96% de todos los
propietarios de tierra poseía el 33 % de las tierras cultivables. En Colombia
la situación era parecida: Al 5 % de la población le pertenecía el 80 % del
terreno cultivable, mientras que el 66% de la población poseía el 5% de las
tierras. A esta desigualdad a nivel de propiedad de la tierra se sumaban la
corrupción de los funcionarios, el sometimiento de los gobiernos nacionales a
los lineamientos del gobierno de los Estados Unidos y como colofón, la
brutalidad con que los cuerpos represivos y paramilitares castigaban a los
campesinos y jornaleros.
Los planes de instrucción militar
de la “Escuela de las Américas” fueron adaptados a la estrategia de contrainsurgencia
de la administración Kennedy. Como paladines de la democracia occidental los
militares aprendieron en la SOA que la tortura, la desaparición y muerte son
los instrumentos idóneos para garantizar la “libertad y la paz” en los pueblos
de América Latina.
Desde 1961 hasta 1990, alrededor
de 36000 oficiales y suboficiales de Latinoamérica visitaron la Escuela de las
Américas“. La mayoría de ellos eran colombianos (5827), salvadoreños (5642),
peruanos (3465), panameños (3003), bolivianos (2669), venezolanos (2462),
chilenos (1968), ecuatorianos (1869), hondureños (1550) y dominicanos (1700)[1].
La clasificación del número de egresados
por país de la SOA, variaba según la coyuntura político-militar regional de América
Latina. Fue así que en la época del Che Guevara en Bolivia, Venezuela, Bolivia,
Panamá y Perú ocuparon los primeros cuatro lugares. A pesar de la derrota de la
guerrilla del Che, los Estados Unidos mantuvieron el foco de atención en
Suramérica, sobre todo en Perú. De tal manera que, Perú, Panamá, Bolivia y
Venezuela ocuparon los primeros puestos en los años setenta.
A partir de 1981 hasta 1990 la
situación en América Latina cambió radicalmente y el centro de atención se
trasladó a El Salvador y Colombia, dos naciones con estructuras
político-sociales parecidas. Ambos países no tienen solamente en común unos de
los mejores cafés del mundo, un alto índice de pobreza y una violencia extrema,
sino que además en sus territorios operaban los ejércitos guerrilleros más
numerosos y mejor armados en toda la historia de la lucha político-militar en
América Latina. No es extraño entonces, que Colombia y El Salvador ocuparan los
dos primeros lugares en el número de egresados de la “Escuela de las Américas”.
Estas estadísticas reflejan el
verdadero carácter y contenido ideológico de la “Escuela de las Américas”. En
la actualidad, ni Venezuela ni Cuba representan un factor desestabilizador político-militar
en la región del Gran Caribe, lo que preocupa en primera instancia al gobierno
de los Estados Unidos es Colombia. O expresado de otra manera, son las FARC y
el ELN los que se encuentran en el punto de mira de Washington.
Dentro de los alumnos destacados de la “Escuela de dictadores”, como también se conoce a la SOA, sobresalen[2]:
General Manuel Noriega, panameño:
Antiguo agente de la CIA. Noriega fue condenado a prisión en 1992 por un
tribunal de justicia de los Estados Unidos por tráfico de drogas, chantaje y
conspiración. Desde entonces se encuentra en la cárcel[3].
General Efraín Ríos Montt, guatemalteco:
Fue condenado el 10 de mayo de 2013 por genocidio y por crímenes de lesa humanidad
a la pena de 80 años de cárcel. La sentencia fue revocada días más tarde.
General Hugo Banzer, boliviano: El
dictador boliviano entre 1971 y 1978 quien desde 1988 ocupa un puesto de honor
en el Hall of Fame de la Escuela de
las Américas.
Coronel Roberto D'Aubuisson,
salvadoreño: Fundador del partido ultraderechista ARENA y de los escuadrones de
la muerte en los años 80. El ex embajador Robert White declaró en 1986 al
Congreso de los Estados Unidos, que D’Aubuisson participó en la planificación y
ejecución del asesinato de Monseñor Oscar Arnulfo Romero. Sin embargo,
D’Aubuisson nunca fue acusado formalmente ante la justicia. Murió en la cama
como el dictador Pinochet, sin haber pagado frente a la sociedad por los
crímenes cometidos.
Coronel Natividad de Jesús
Cáceres Cabrera, salvadoreño: Segundo al
mando del batallón Atlacatl, responsable de haber realizado la masacre
de El Mozote. Cáceres Cabrera es, junto
con el Teniente-coronel Domingo Monterrosa y mayor José Armando Azmitia Melara
(ambos ya fallecidos) responsables directos de dicha masacre.
Manuel Contreras, chileno: Fue
director de la policía secreta chilena (DINA) durante la dictadura de del General
Pinochet. Contreras fue condenado a 289 años de prisión por secuestro,
desaparición y asesinato.
Resumiendo:
Durante la guerra fría, la Escuela
de las Américas desempeñó un papel determinante en la formación militar en el
marco del concepto estratégico de contrainsurgencia, guerra de baja intensidad
y la guerra sucia, además en el adoctrinamiento anticomunista de miles de
oficiales y suboficiales latinoamericanos.
Con la caída de la Unión
Soviética en 1991 desapareció el “enemigo comunista”. En su lugar apareció el
tráfico de drogas internacional, llamado también narcotráfico y el terrorismo musulmán. Con el nacimiento del “nuevo
enemigo” de la sociedad occidental – aunque el tráfico de drogas siempre ha
existido– el gobierno de los Estados Unidos se sacó de la manga el argumento
político-militar para continuar manteniendo sus bases militares y centros de
entrenamiento en todo el planeta. Es posible que el ciudadano común
norteamericano esté mal informado, pero los políticos que gobiernan esa
poderosa y gran nación – demócratas o republicanos, palomas o halcones –, son
personas con gran educación y bien informados, quienes con toda seguridad,
saben que mientras persistan las causas de la pobreza y la desigualdad social en
América Latina, el peligro de las revoluciones sociales seguirá latente.
Mientras el peligro de la revolución marxista se esconda en su “patio trasero”,
la presencia militar de los Estados Unidos seguirá siendo una realidad inevitable.
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