La impronta animal del imperialismo norteamericano
Cuarta y última parte
¿Ha visto Usted alguna vez,
estimado lector, algún aligátor o cocodrilo bailando rock and roll o una cumbia
barranquillera en algún circo?
Los cocodrilos de carne y hueso
son reptiles depredadores que reaccionan impulsados única y exclusivamente por
los instintos. Dichas bestias no se dejan domesticar. Provistos de un cerebro
tan pequeño como una nuez, los cocodrilos o caimanes están capacitados para
atacar de manera explosiva a su “victima”, sujetarla con sus feroces fauces y
devorarla en un santiamén. Con un sentido auditivo extremadamente sensible que
les permite escuchar “a escondidas” a sus “enemigos”– cualquier ser viviente u
objeto inanimado –, los cocodrilos viven en permanente estado de vigilia. Son tantos
los símiles que se podría encontrar entre el comportamiento animal del gobierno
de los Estados Unidos de Norteamérica y estos vertebrados, filogenéticamente más
cercanos a las palomas que a las víboras, que sería necesario inventar una
nueva rama de las ciencias políticas para profundizar su estudio. Por ejemplo: Teoría
Política-Psicológica y Práctica Político-Zoológica del imperialismo
norteamericano en la edad contemporánea.
¿Una exageración marxista?
En las estanterías de cualquier
biblioteca municipal se puede encontrar abundante información al respecto y sí
no le es suficiente, estimado internauta, allí, en la red global, están a su
disposición los archivos virtuales. La historia política de los Estados Unidos
de Norteamérica es la historia de guerras, intervenciones político-militares, destrucción
y exterminio.
La historia comenzó en 1763 con
la revolución “americana”, que culminó oficialmente el 4 de julio 1776, con la
independencia de las trece colonias británicas en Norteamérica. No obstante, ante
la negativa de Gran Bretaña de reconocer legalmente el acta de independencia, el
bisoño “estado emancipado”, continuó guerreando hasta septiembre de 1783, fecha
en que se firmó el acuerdo de paz entre las partes beligerantes. Pero el nuevo
Estado independiente, en lugar de guardar los cañones y arcabuces en los
polvorines de guerra y dedicarse a la reconstrucción y desarrollo pacífico de
la nación norteamericana, comenzó con el exterminio sistemático de las
comunidades indígenas y con la expropiación arbitraria de sus territorios. Este
período histórico que duró de 1783 hasta 1890, es conocido como la
“colonización del oeste” norteamericano, un desvergonzado eufemismo para
explicar el genocidio de los pueblos indígenas. La matanza de indios se fue
transformando en un entretenimiento para soldados y colonos. Ni siquiera las “pequeñas”
y “grandes” guerras que estallaron durante el período de colonización, lograron
interrumpir el genocidio. En 1812, la “pequeña” guerra contra Gran Bretaña y en
1817, contra la Corona española y los indios Seminolas en la península de La
Florida. La “gran” guerra contra Méjico se desarrolló entre 1846-1848 y culminó
con la ocupación yanqui de los territorios de Arizona, Nuevo Méjico y
California. Sin pasar por alto que entre 1860 y 1865 se incrementó la esclavitud
y estalló la guerra civil.
En el año 1890 concluyó oficialmente
la guerra asimétrica contra la „nación indígena“. De esta inhumana manera,
culminó el proceso de Colonización y “Civilización de los pueblos salvajes” por
parte de los pioneros euro-norteamericanos. En el año 1898 estalló la guerra
entre los Estados Unidos de Norteamérica y España, que finalizó con la
conquista estadounidense de los territorios de Puerto Rico, Cuba y las
Filipinas.
Años más tarde, 1914 y 1939, irrumpieron
las guerras mundiales en Europa, en las cuales los Estados Unidos también intervinieron.
El lanzamiento de las dos bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki el 6 y 9
agosto de 1945 es un ejemplo cruel e inolvidable de la brutalidad del
imperialismo norteamericano, puesto que para ese entonces, el imperio japonés
estaba ya derrotado. Después del conflicto bélico mundial, se sucedieron una
tras otra las guerras de Corea, Vietnam, Irak y muchas otras más.
Esta es la triste historia
sucinta de los Estados Unidos de Norteamérica, un imperio guerrero moderno, despiadado,
cruel y sin parangón en la historia de la humanidad.
La reacción militar del imperialismo norteamericano en su “patio trasero” en los últimos cincuenta años.
Las intervenciones militares del
gobierno de los Estados Unidos en América Latina han sido consideradas siempre
una „causa justa“ por parte de – casi – todos sus presidentes, con la excepción
de Jimmy Carter, cuyo gobierno nunca estuvo implicado en ninguna guerra ni
sucia ni “limpia” en Latinoamérica.
Para el gusto de los generales
del ejército norteamericano, todas las operaciones militares deberían llamarse
“Causa justa”. No obstante, ese nombre se reservó para denominar la intervención
militar en Panamá el 20 de diciembre de 1989. En dicha ocasión, 24000 marines
entraron en la ciudad de Panamá con la intención de capturar al “malo de la
película”, como ocurre en los largometrajes de Hollywood, – vivo o muerto[1] ––, y reestablecer la “paz”
y “la democracia” en Panamá. El general Manuel Noriega fue hecho prisionero,
después de una intensa búsqueda durante un par de días. Al parecer, los servicios
de inteligencia no conocían con precisión las coordenadas del lugar donde se
escondía el “Cara de Piña”, como se le apodaba al antiguo agente de la CIA. La
intervención en Panamá no fue un caso aislado. Larga y variada es la lista de
intervenciones militares norteamericanas en Latinoamérica. He aquí un par de
ejemplos simbólicos.
Guatemala 1954. En el momento en que los intereses económicos de la
United Fruit Company se vieron supuestamente en peligro debido a la reforma
agraria planteada por Jacobo Arbenz Guzmán, el presidente constitucional
guatemalteco, Dwight D. Eisenhower ni corto ni perezoso, ordenó la intervención
militar inmediata en Guatemala. Jacobo Arbenz, cuya ideología podría considerarse
en la actualidad como social-demócrata, fue catalogado de comunista y en su
lugar se colocó al coronel Carlos Castillo Armas.
Cuba 1961: John F. Kennedy aprobó
el plan de invasión de la CIA en bahía de Cochinos con el fin de derrocar al
gobierno revolucionario. Más de 1500 mercenarios y cubanos exiliados
desembarcaron el 17 de abril en playa Girón con la ayuda de la fuerza aérea y
la marina de los Estados Unidos. Tres días más tarde, la intervención militar
fue derrotada por las Fuerzas Armadas Revolucionarias, dirigidas personalmente
por el líder de la revolución cubana, Fidel Castro. Esta derrota militar
significó un contundente desastre político-militar para la administración
Kennedy. Desde entonces y por ende, existe el bloqueo político-económico-financiero
contra la República Socialista de Cuba.
República Dominicana 1965: El 28
de abril desembarcaron en Santo Domingo más de 45000 soldados norteamericanos y
restablecieron el “orden constitucional” a punta de fusil y bayoneta calada.
Santiago de Chile 1973: Golpe de
Estado perpetrado el 11 de septiembre contra el gobierno de la Unidad Popular,
presidido por Salvador Allende. El general Augusto Pinochet con la “venia imperial”
de la administración Nixon-Kissinger impuso una dictadura militar que duró
hasta 1989.
Granada 1983: El 25 de octubre
desembarcaron en territorio granadino tropas norteamericanas. Este operativo militar
llevó el nombre de Operation Urgent Fury.
Todas estas grandes operaciones
militares y otras, como la operación Phoenix
en Viet Nam 1967-1973, El Cañón
Dorado en Trípolis y en Bengasi 1986 o la Tormenta del Desierto en Irak 1991 no se pueden ocultar a la
opinión pública, debido a la dimensión y carácter de las mismas. Por el
contrario, este tipo de operativos militares es presentado a los televidentes
con todo lujo de detalles y en vía directa, por las distintas cadenas de
televisión. No está de más recordar que la “guerra al alcance de todos los
hogares”, aparte de ser un negocio redondo, es un instrumento manipulativo de adoctrinamiento
y propaganda.
Pero, ¿qué sucede con aquellas
acciones militares de pequeña o mediana envergadura, acerca de las cuales los
medios de comunicación, ya sea por falta de información o por negligencia, guardan
un silencio sepulcral? La guerra sucia de los Estados Unidos se lleva a cabo en
silencio, off the air, detrás de las pantallas
de cristal líquido o de plasma.
¿Qué ha hecho el gobierno de los Estados Unidos por la paz mundial desde el 4 de julio de 1776?
¡Retóricamente, mucho! ¡En la práctica
muy poco! A pesar de esta cruda verdad, el ciudadano norteamericano común y
corriente está convencido que el poder económico y militar de los Estados
Unidos contribuye a garantizar la paz y la libertad de la humanidad entera.
Los Estados Unidos se consideran
a sí mismos, desde la declaración de independencia en 1776 y por la divina gracia,
como los verdaderos portadores de la paz y la concordia en la tierra. Sin
embargo, cuando se investiga minuciosamente cada capítulo de la historia
político-militar de esa poderosa y rica nación, se concluye irremediablemente
que los políticos y gobernantes de los Estados Unidos de Norteamérica son, sin
duda alguna, los Señores de la guerra.
No obstante, y a pesar de la adicción
a la guerra del gigante del norte, la declaración de independencia de los
revolucionarios norteamericanos de 1776 es digna de emulación.
“Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son
creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos
inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la
felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres
los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los
gobernados; que cuando quiera que una forma de gobierno se haga destructora de
estos principios, el pueblo tiene el derecho a reformarla o abolirla e
instituir un nuevo gobierno que se funde en dichos principios, y a organizar
sus poderes en la forma que a su juicio ofrecerá las mayores probabilidades de
alcanzar su seguridad y felicidad. La prudencia, claro está, aconsejará que no
se cambie por motivos leves y transitorios gobiernos de antiguo establecidos;
y, en efecto, toda la experiencia ha demostrado que la humanidad está más
dispuesta a padecer, mientras los males sean tolerables, que a hacerse justicia
aboliendo las formas a que está acostumbrada. Pero cuando una larga serie de
abusos y usurpaciones, dirigida invariablemente al mismo objetivo, demuestra el
designio de someter al pueblo a un despotismo absoluto, es su derecho, es su
deber, derrocar ese gobierno y establecer nuevos resguardos para su futura
seguridad. Tal ha sido el paciente sufrimiento de estas colonias; tal es ahora
la necesidad que las obliga a reformar su anterior sistema de gobierno. La
historia del actual Rey de la Gran Bretaña es una historia de repetidos
agravios y usurpaciones, encaminados todos directamente hacia el
establecimiento de una tiranía absoluta sobre estos estados. Para probar esto,
sometemos los hechos al juicio de un mundo imparcial”.
Si los Estados Unidos concedieran
los mismos derechos postulados por los próceres de la independencia
norteamericana al resto de los pueblos del mundo y en especial de América
Latina, entonces la paloma de la paz sí que tendría más oportunidades reales de
anidar en todas las regiones del planeta. Desgraciadamente el imperialismo norteamericano
está más empeñado, como se ha comprobado en este ensayo, en desplumar a la
paloma de la paz en América Latina, que a protegerla y alimentarla.
Los Estados Unidos son los
príncipes herederos del gran imperio británico.
¡De tal palo tal astilla!
[1]
Operativos militares o paramilitares al estilo de Rambo o Django. Temas
cinematográficos de ganancias pingües en la industria del celuloide.
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