El valor del pensamiento dialéctico y la retórica
Hace unos días tuve de visita en
casa a tres personas distintas con pasados semejantes. Dos de ellos físicamente
presentes y un tercero, de manera virtual, por obra y gracia de Skype. El estío
en Europa Central, por muy corto que sea, por lo general, fortalece el ánimo, enriquece
el espíritu y engorda la carne. Y esta vez tampoco fue la excepción. El mejor
regalo del verano 2013 ha sido el reencuentro feliz con el pasado, que aún sigue
siendo presente.
La tertulia con estos tres personajes
importantes en mi vida, ha servido para constatar que más allá de las
diferencias político-ideológicas y religiosas, o mejor dicho, las diferentes
interpretaciones de la “realidad objetiva” que cada individuo pueda elucubrar,
la confianza, el cariño y el respeto son la base para construir las verdaderas
amistades. La política en sus diferentes interpretaciones (Platón, Aristóteles,
Maquiavelo, Marx, Lenin, etc.) es un arte en función de un objetivo concreto y
colectivo, pero no es la esencia de la vida.
El ser humano no nace y vive en sociedad
para “hacer política”, vive y se desarrolla para gozar del fruto de su hacer cotidiano
en ese breve espacio que es su vida. Sin olvidarnos del axioma, que no es la conciencia del hombre la que
determina su ser, sino, por el contrario, es el ser social lo que determina su
conciencia, lo cual presupone, la lucha diaria por alcanzar un modo de
producción de la vida material que facilite el desarrollo integral de la vida
social, política y espiritual en general de todos los ciudadanos.
Si el que “hace política” no se
gana la confianza, el cariño y el respeto de los ciudadanos, no llegará lejos. Sí
el “que hace la guerra”, no se gana en el terreno la confianza, el cariño y respeto
de la tropa, difícilmente ganará grandes batallas, cuanto más, victorias pírricas.
La frustración que siente uno de
mis amigos, representante fidedigno de la generación de aquellos jóvenes de la
plaza de Tlatelolco o del histórico Paris del 68 con sus consignas de HO HO HO
CHI MINH, LUCHAREMOS HASTA EL FIN, sin dejar de ser un sentimiento válido, se
relativiza frente a todas las “pequeñas cosas” alcanzadas en esta América de
color, sombría y taciturna.
La época actual es de cambios
lentos y menos estrambóticos que en los años sesenta y setenta del siglo pasado.
”…Ahora – según San Lorenzo de la
Montaña – la cosa es más fácil por muy difícil
que la veamos. Hoy no hay que luchar contra unas Fuerzas Armadas gubernamentales
asesinas, crueles y aplastantes. No hay morteros ni aviones que bombardeen...”
¿Para qué sirve hablar y escribir
tanta “huevá”?, me preguntó mi otro
amigo sin sarcasmo e ironía. La cuestión iba en serio.
Hoy la lucha es más de pensamiento y retórica, contestó virtualmente
mi tercer amigo.
La importancia de hablar y escribir
tanta “huevá”, pienso yo, radica en el
valor que tiene tanto el pensamiento dialéctico como la retórica, que no es otra
cosa que el arte de contarle al ciudadano aquello que cree posible realizar.
¡Por eso yo escribo tanta “huevá”!
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