Cuenta Aldebarán El Viejo
que cuando se encontró por primera vez con Don Domingo Antimilla en la fuente
que suministraba de agua potable a todos los pueblerinos tuvo la corazonada o
“tincada”, como decían “los hombres de la tierra” (Mapuche), que estaba frente
a la presencia de un personaje enigmático. Inclinado sobre el manantial, el
Mapuche no respondió al “mari, mari”, el saludo de los Mapuche y que en su
lengua, el Mapudungun, significa el “hola” castizo.
La misma sensación tuve yo el día que encontré a Don Vicente Cantó en la fuente
de Alcántara con sus vasijas de polietileno de cinco litros, cántaros modernos,
abollados ya de tanto ir y venir a la vertiente de agua. No respondió el buen
hombre a mi saludo, solamente giró la cabeza y me auscultó con sus negros ojos.
— ¿Cómo estamos? – insistí – tratando de romper la evidente capa de hielo
que nos separaba, al menos verbalmente.
—
Pues
aquí, recogiendo agua – respondió – y la oración silbó bajo los pinos como
flecha disparada por un cacique apache en el desierto de Arizona.
—
Parco
y seco el señor – pensé– y precisé mi pregunta: ¿Cómo nos trata la vida?
—
Pues
no me puedo quejar. He tenido suerte en la vida…
El hombre se explayó en su relato y los recuerdos de
su infancia me parecieron como un tsunami, barriendo el Tafarmaig y los Altos del
Xarquet de senderistas y escaladores modernos. Así que decidí colocar en el
suelo mis bidones sedientos, pues la conversación se había transformado en una
fuente inagotable de anécdotas y leyendas. Los “antes y los despueses” se entrelazaban
entre las cabras que comían en los áridos cerros y los días en que había que
cortar la corteza de los pinos y venderla para tener algo caliente que comer en el plato.
En los años en que los guiris
todavía no habían invadido la región, muchos sellardos, gentilicio de los
habitantes del pueblo de Sella, tuvieron que emigrar al extranjero. Vicente
Cantó no tuvo que ir muy lejos para encontrar su “suerte” o Kismet como dicen
los árabes en su idioma. La encontró en
Alicante, ciudad perteneciente al antiguo Al-Andalus, cuyo nombre se inspira,
según la leyenda, en una historia de amor entre Cántara, la hija de un
califa y Ali, un joven musulmán.
Los Sellardos
–comenté en passant– sois gente
gallarda y recelosa con los extranjeros. Esparcí en el terreno de la
conversación una de cal y otra de arena, arriesgándome a recibir una fuerte
paliza como la que le dio Don Quijote a Sancho Panza cuando éste habló mal de
Dulcinea. Incluso llegué a fantasear que podría ser ésta la última vez que traía
mis cántaros polímeros a la fuente, y no habiendo una Dorotea que me protegiera,
era natural que temiera lo peor, pues como dijo el Caballero de la Triste
Figura: “Mira, Sancho, lo que hablas; porque tantas veces va el cantarillo a la
fuente…, y no te digo más”. Pero como ya lo dijo el maestro Rupilius
Techocachas: “Entre tu arte y mi arte, prefiero mi arte; nunca temáis a quien
temió, pues hasta la muerte temió en el hoyo”. Así que me arriesgué.
Sin embargo, mis temores eran infundados. El
Sellardo no se dio por aludido y una vez terminada su conversación, complaciente,
me invitó a compartir el agua de la fuente de Alcántara.
—¡La
próxima vegada parlarem en valencià ! –exclamé.
—
¡Mol
be aixo! –respondió con una sonrisa que delató sus pensamientos.
Más clara, solo el agua tratada con lejía y salfumant. La verdadera integración social comienza
cuando se aprende la lengua de los nativos, a respetar su cultura y su
idiosincrasia.
Me despedí de Don Vicente Cantó recitándole un verso de Martín Fierro:
“Tiene el hombre que trabajar para ganarse su pan, pues la miseria en su afán
de perseguir de mil modos, llama a la puerta de todos y entra en la del
haragán”. La “suerte”– le dije–no cae del cielo. Hay que currársela.
—¡Salut i força al canut i que l'any que ve sigui més gros i més pelut! –
exclamó.
—
Aixi
será – respondí. ¡Més gros i més pelut!
Jeje me ha encantado Don Roberto...visquen en valençia en un sonriure
ResponderEliminarLa del buzón 30
Me alegro que te haya gustado el cuento de la vida real de la Fuente de La Alcántara. Como ves, tot el mon (o casi tot) encuentra en algún momento de su vida un Txoco donde vivir en pau amb la naturalesa i bons amics...i muchas almendras descorfadas!
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